La política es guerra. Acerca de la derrota de Syriza
13 de octubre de 2015. Fuente: Crónica Popular
No cabe duda de que la realidad es muy compleja y cualquier persona, por muy ilustrada e informada que pudiera estar, sólo puede aspirar a acercarse a la verdad. Por supuesto, cuanto más informado y formado esté uno más puede acercarse, siempre que sobre todo se tenga la actitud adecuada, la suficiente humildad para nunca perder de vista que se puede estar equivocado; siempre hay que estar abierto de mente. Vivimos en un mundo cada vez más complejo donde lo que vale un día puede dejar de hacerlo al día siguiente. Aunque ciertos cambios son más de forma que de fondo, muchas verdades suelen permanecer por mucho tiempo. Yo pienso que el análisis marxista de la sociedad humana es el más correcto hasta la fecha. Por supuesto que no es perfecto, que debe estar permanentemente actualizándose ante una realidad es más o menos cambiante; pero para mí, sin duda, en sus líneas generales sigue siendo válido.
Por José López
- Uno de los grandes problemas de la izquierda, a nivel internacional, es la falta de una teoría revolucionaria actualizada para los tiempos actuales.
El marxismo es en verdad una concepción del mundo, un modelo de la realidad que como tal la simplifica pero que, en tanto que el modelo más correcto desarrollado hasta el presente, la describe de forma mucho más certera que sus teorías contrincantes. Basta con leer al propio Marx, sin olvidarse de Engels, para comprobar cómo muchas de las cosas que ambos dijeron allá por el final del siglo XIX se están cumpliendo en estos principios de siglo XXI. Basta comparar la teoría marxista con sus competidoras, sin prejuicios, con un espíritu librepensador, para comprobar la superioridad de la primera sobre las segundas. Y es que el marxismo es esencialmente el método científico aplicado a la sociedad humana. No por casualidad Marx y Engels acuñaron el término “socialismo científico” por contraposición al “socialismo utópico”. Quienes deseen conocer la sociedad humana, quienes deseen transformarla, no pueden prescindir del marxismo. Si bien, como con cualquier teoría, no deben aceptarla acríticamente. Criticar constructivamente a Marx y a Engels es ser fiel a su espíritu, a la causa de conocer la realidad para transformarla, para mejorarla radicalmente, a la noble causa de un mundo mejor.
Uno de los grandes problemas de la izquierda, a nivel internacional, es la falta de una teoría revolucionaria actualizada para los tiempos actuales, depurada en base a las experiencias prácticas del pasado siglo XX. Mientras carezca de una guía de acción revolucionaria actualizada la izquierda actuará de manera errática y cometerá errores que harían sonreír a los viejos revolucionarios clásicos. En la actualidad tenemos una izquierda profundamente dividida, despistada, acomodada y en parte vendida. Una parte de ella, la llamada socialdemocracia, renunció por completo al marxismo y se sometió al enemigo, convirtiéndose simplemente en una de las más poderosas aliadas del capitalismo para someter al proletariado en nombre del proletariado. Y otra parte sigue aferrándose a un marxismo intocable, estático, contradiciendo así a sus padres. Pues cualquier teoría científica debe estar siempre sometida al cuestionamiento teórico y sobre todo al dictamen de la práctica, la jueza suprema de toda teoría. Mientras Marx replanteó su concepción de la dictadura del proletariado en base a la breve experiencia de la Comuna de París (que apenas duró un par de meses), muchos marxistas de nuestros tiempos no se atreven a cuestionar en lo más mínimo dicho concepto tras la experiencia de la URSS, que duró más de siete décadas. Ha habido algunos intentos, pero francamente muy insuficientes.
La lucha de clases sigue siendo el motor de la historia
No cabe duda de que ante las enormes figuras de Marx y Engels, quienes fueron unos de los mayores intelectuales que ha conocido la historia, mucha gente no se atreve a cuestionarlos por miedo a hacer el ridículo. Pero, precisamente, esos intelectuales llegaron a donde llegaron porque, entre otras cosas, se quitaron de encima el miedo a hacer el ridículo, se atrevieron a cuestionar a otros grandes intelectuales que les precedieron. Gracias a esa actitud librepensadora, libre de ciertos sentimientos que pudieran entorpecer el camino de la Razón, libre de complejos, libre de ese excesivo ego que dificulta la búsqueda de la Verdad, desde hace tiempo sabemos (bastante antes incluso de viajar al Espacio) que la Tierra es redonda y que es ella la que gira alrededor del Sol, y no al revés. No pretendo aquí analizar la cuestión de la teoría revolucionaria, esto ya lo he intentado en diversos libros a los cuales remito al lector interesado (El marxismo del siglo XXI, Los errores de la izquierda y ¿Reforma o Revolución? Democracia).
En mi modesta opinión, lo ocurrido en Grecia recientemente demuestra hasta qué punto es cierto lo dicho en los párrafos anteriores. Una de las principales ideas del marxismo es que el motor de la historia es la lucha de clases, sencilla y trascendental idea que sigue plenamente vigente. Si la tenemos en cuenta podemos comprender mucho mejor lo acontecido en nuestra sociedad en estos principios del siglo XXI. Obviamente, las clases y la lucha entre ellas adoptan distintas formas, se complejizan con el tiempo. Pero sólo podemos comprender la historia si recordamos esa ley esencial, si las formas no nos impiden ver el fondo de la cuestión. El problema es que la lucha de clases la están ganando las clases capitalistas, las oligarquías porque ellas, a diferencia de las clases populares, tienen muy claro que hay una guerra. Mientras las élites atacan todas al mismo tiempo diciendo que no hay una guerra, las clases populares apenas se defienden. En toda guerra gana siempre quien reúne algunas condiciones y la primera, la básica, es ser consciente de que hay una guerra. No por casualidad Marx y Engels dieron tanta importancia a la conciencia de clase, hablaron en su día de la falsa conciencia de clase. ¡Qué cierto sigue siendo esto en nuestros días! ¡Cuántos trabajadores creen ser burgueses por el simple hecho de llevar corbata o poseer algunos bienes materiales, normalmente al precio de endeudarse cada vez más! Por supuesto, en toda guerra también cuentan los medios de que se disponga pero, como cualquier general de cualquier ejército sabe perfectamente, el factor psicológico es primordial, la motivación mueve montañas, la moral de un ejército puede ser decisiva. En toda guerra, además de lo anterior, se necesitan estrategias. Prever los movimientos del enemigo, anticiparse a ellos, reaccionar a tiempo, tomar la iniciativa, sorprender al contrincante, etc.
La guerra política puede adoptar diversas formas. No tiene por qué implicar el uso de la fuerza física. De hecho, es perjudicial para la causa popular. El Estado capitalista, que detenta el monopolio de la violencia, es el que necesita el uso de dicha fuerza. Con la violencia física el Estado capitalista se siente cómodo. No sólo porque tiene todos los medios para ganarla y justificarla (ejércitos, policías, leyes, medios de comunicación,…), sino también, y esto quizás sea más importante, porque así puede más fácilmente combatir al enemigo ideológicamente, criminalizándole, demonizándole ante la opinión pública. El Estado capitalista desea, además, transmitir en última instancia un mensaje de miedo a la ciudadanía; ¡cuidado con lo que hacéis porque nosotros tenemos la fuerza física! No por casualidad en las manifestaciones populares pacíficas se infiltran policías que provocan la violencia justo antes de los noticiarios televisivos. La guerra entre clases es sobre todo ideológica. Quien gane la guerra ideológica tiene muchas posibilidades de ganar la guerra total. A quien más interesa la violencia física es a quien tiene más opciones de ganarla: la oligarquía capitalista. Pero incluso ésta es consciente de que en los tiempos actuales no puede emplearla todo lo que desearía.
En este siglo XXI los golpes de Estado tradicionales ya no son tan necesarios, ahora se hacen con armas financieras en vez de con los ejércitos, aunque, por supuesto, la burguesía siempre se reservará el derecho de recurrir a los viejos métodos, si no quedase más remedio. Lo ocurrido en Grecia recientemente lo demuestra. No ha hecho falta sacar tanques a las calles, ha bastado con provocar un corralito y amenazar con el caos financiero. Aun así, dependiendo de las circunstancias, del lugar y el momento, los ejércitos, controlados por las élites, siempre pueden actuar. Como se ha dicho tantas veces, la guerra (militar) es la continuación de la política por otros medios. De hecho, nuestro actual mundo está lleno de guerras, muchas de ellas fomentadas por las “pacíficas democracias” occidentales.
La guerra del mundo contra todo el mundo
El capitalismo se caracteriza, entre otras cosas, por ser un sistema donde todo el mundo está en guerra con todo el mundo: unas personas con otras, unas empresas con otras, unas clases sociales con otras, unos países con otros, el ser humano con la naturaleza y consigo mismo,… Sólo la lucha de clases, ganada por las clases populares, puede acabar con este estado loco, absurdo y autodestructivo de guerra permanente. Sólo superando el capitalismo lograremos un mundo mejor, más justo, más libre, más pacífico, más seguro, más estable. Sólo así espantaremos definitivamente el fantasma de la autodestrucción. Sólo así pasaremos del primitivismo a la Civilización. La lucha contra el capitalismo no es sólo la lucha por un mundo mejor, también por su supervivencia. Este estado de guerra permanente del capitalismo adopta diversas formas: guerras militares por el control de los recursos naturales, competencia desbocada entre las empresas y las personas, destrucción del medio ambiente, políticas de rescate bancario al mismo tiempo que se ataca a los más desfavorecidos, socialización de las pérdidas mientras se privatizan las ganancias, recortes de derechos sociales, privatizaciones, expolio,…
Que cada vez menos personas acumulen más riqueza no es un hecho anecdótico, fortuito, casual, circunstancial, es sobre todo una consecuencia directa de un sistema cuya dinámica conduce a ello. No sólo eso, es también resultado de unas políticas premeditadas para favorecer a unas clases en detrimento de otras. No es una fatalidad del destino. Es el resultado de la lucha de clases, de cuando la ganan las clases ricas.
No es utópico pensar que es posible superar el capitalismo. Es una necesidad vital de la humanidad. Lo que sí es utópico es pensar en la posibilidad de un capitalismo de rostro humano. Lo que sí es utópico es pensar que un sistema así, donde el egoísmo campa a sus anchas, de guerra permanente de todos contra todos, pueda tener futuro. Si en determinados momentos de la historia el capitalismo se humanizó algo fue por la amenaza del comunismo, porque la lucha de clases la ganaron parcial y temporalmente las clases trabajadoras. Los capitalistas no tuvieron más remedio que ceder algo para no perderlo todo. Pero, como en toda guerra que no acaba, cuando el enemigo retoma la iniciativa, cuando ve enfrente a un ejército desunido, desorientado, acomodado, recupera terreno. No es posible, mientras exista el capitalismo, que la inmensa mayoría social pueda vivir dignamente, sin el peligro latente de perder los derechos que tanto costó lograr en largas luchas. Mientras los capitalistas no sean vencidos definitivamente, es decir, mientras la guerra no termine, las conquistas sociales populares serán sólo parciales y temporales y la involución hará, tarde o pronto, acto de presencia.
El Estado del bienestar tenía los días contados mientras existiese el capitalismo. El verdadero problema es el capitalismo, y no sólo el neoliberalismo. El Estado capitalista no puede ser de bienestar. La opulencia de las minorías está en contradicción con el bienestar de la mayoría. El verdadero reto es superar el Estado capitalista, sustituirlo por otro radicalmente distinto. La única solución es la Revolución social, es decir la reorganización de la sociedad humana. La historia nos ha demostrado con contundencia que el capitalismo no puede ser suavizado. Que aunque el monstruo se aplaque un poco, en cuanto puede, vuelve a desmadrarse. Hay que acabar con el monstruo antes de que él acabe con todo. Sin perder de vista que ese monstruo tiene detrás personas concretas, élite, que lo controlan. La alternativa al capitalismo es la democracia real. La humanidad, toda ella, debe recuperar el control de sí misma.
En esta guerra de clases, las “armas” del “ejército popular” son la organización, la unidad, la coherencia, la claridad de ideas, la conciencia, la ejemplaridad, la democracia llevada hasta sus últimas consecuencias,… A favor de las clases populares están la Razón, la ética, la lógica, y sobre todo el número. La causa anticapitalista es la causa de la inmensa mayoría social (aunque una parte importante de ella no sea consciente todavía). La liberación del proletariado es la liberación de la humanidad entera, como bien decían Marx y Engels. A favor de quienes luchamos contra el capitalismo están también las profundas e irresolubles contradicciones del propio capitalismo, que hacen acto de presencia recurrentemente, de una u otra forma. Por ahora, el enemigo más peligroso para las clases capitalistas es el propio capitalismo. El monstruo es cada vez más difícil de controlar. Si el pueblo es capaz de organizarse desde abajo, de unirse, entonces será imparable. La mayoría social vencerá a las minorías opulentas en cuanto sea capaz de liberarse del pensamiento único, de tomar el poder político y económico, y ejercerlo.
Uno de los grandes errores de los dirigentes de Syriza ha sido el no ser suficientemente conscientes de que estaban en una guerra. Incluso Tsipras y Varoufakis han reconocido públicamente su ingenuidad. Creían que era posible hacer entrar en razón a la Troika. No se dieron cuenta, o lo hicieron demasiado tarde, de que estaban en un campo de batalla donde los razonamientos académicos tienen poco que hacer. Si hubieran tenido muy claro desde el principio (y mira que han tenido unos cuantos años para prepararse, Syriza no nació de la noche a la mañana) que estaban en una guerra, lógicamente se hubieran preparado para ella. En primer lugar, intentando prever los movimientos del enemigo. No les hubieran pillado tan de sorpresa las armas usadas por los tecnócratas capitalistas europeos para someter al gobierno rebelde griego que pretendía cambiar Europa. Hubieran preparado algún plan B, con suficiente tiempo; no a última hora y de manera casi desesperada. Tal vez hubieran sido mucho más prudentes a la hora de diseñar su programa electoral, no prometiendo lo que no se podía hacer aú, evitando que se produjera cierta decepción nacional e internacional, con las consecuencias que ello tiene para la moral del “ejército popular”, la mayoría social. En un mundo tan globalizado como el actual los errores en un país lo pagan los ciudadanos de muchos países. Es una gran irresponsabilidad no ser consciente de ello. El objetivo de la Troika era claramente someter al gobierno heleno, pero, de paso, y no menos importante, dar un toque de atención a otros países que pudieran osar iniciar el camino de Syriza, especialmente España y Francia. Se pretendía también pararle los pies a Podemos. Todo esto lo ha reconocido públicamente Varoufakis, aunque ya cuando se produjo la derrota. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera previsto y se hubiera diseñado una estrategia con distintas alternativas?
Y es que, como ya dijeron en su día los “viejos” Marx y Engels, mientras la lucha de clases protagonice la historia humana, el Estado, y las instituciones internacionales podemos ahora decir, serán clasistas, instrumentos de una clase para someter a otras, todo gobierno tendrá como objetivo principal ganar la lucha de clases para la clase que represente. Por esto, los padres del marxismo decían que el Estado es una dictadura de clase. Ellos denunciaron que la “democracia” liberal era en verdad la dictadura camuflada de la burguesía. ¿No lo estamos comprobando con toda crudeza en este siglo XXI? Por eso postularon la necesidad de sustituir la dictadura burguesa por una “dictadura del proletariado”. Pero nunca defendieron la dictadura de un partido único, de una vanguardia. Nunca han propugnaron ningún totalitarismo, todo lo contrario, para ellos el Comunismo es el Reino de la Libertad (remito a los libros anteriormente mencionados). Basta con acudir a las fuentes originales del marxismo para comprobar lo que afirmo.
Pero ellos, como seres humanos que eran, imperfectos, trabajando en unas condiciones muy hostiles (lógicamente, pues atentaban contra los intereses de los poderosos, pues pretendían la liberación del proletariado, de la humanidad entera), cometieron errores. A mi modo de ver, el más grave fue el planteamiento de la dictadura del proletariado, sobre todo la manera de plantearla que no su necesidad, que no la necesidad de sustituir el Estado burgués por uno favorable a la mayoría social. Esa manera de plantearla dio pie a peligrosas interpretaciones que posibilitaron aplicaciones prácticas del marxismo que atentaban contra su esencia, a pesar de algunos logros sociales. Marx pretendía escribir un libro sobre lo que él entendía por “dictadura del proletariado”. Desgraciadamente, su muerte prematura se lo impidió. No olvidemos que ni siquiera pudo terminar su magna obra El Capital. Engels decía que el (todavía lejano) día en que se erradiquen las clases sociales, el gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. En la actualidad, la función de los gobiernos no es sólo gestionar los asuntos comunes de la sociedad, sino que, además, sobre todo, mantener o cambiar el orden establecido, favorecer a ciertas clases en detrimento de otras.
Los acontecimientos desbordaron a Syriza
Una gran parte de la izquierda ha interiorizado el pensamiento proclamado por la burguesía (hipócritamente, pues tiene muy claro que no es así) de que ya no hay lucha de clases, hasta el punto de pensar que la política actual no es una guerra. De aquí proviene el gran error de Syriza. Tenemos, repito, una izquierda que no tiene guión, impregnada por los cuatro costados de pensamiento burgués. Esto lo explicaba también el marxismo. La clase dominante, la que ostenta el poder económico y político, ejerce un dominio cultural, ideológico del que nadie se libra, ni siquiera quienes luchan contra ella. Incluso la izquierda radical, anticapitalista, está contagiada de pensamiento burgués. Sin descartar, por supuesto como en toda guerra, la presencia de topos, de quintas columnas, que harán todo lo posible para dividirla desde dentro, para que emplee estrategias abocadas al fracaso, para que permanezca en estado de confusión permanente,…
Muchas personas de izquierda cada vez se conforman con menos, incluso sólo aspiran a gestionar de otra manera, no ya el capitalismo sino su versión más radical, el neoliberalismo. Se intenta justificar lo realizado por Tsipras diciendo que era lo único que podía hacer. Pero yo me pregunto, si alguien acude a una batalla bien preparado y muy consciente de que va a la guerra ¿no tendrá más opciones de ganarla, no estará menos maniatado? Lógicamente, si alguien acude a una batalla sin armas, sin siquiera ser consciente de que está en una guerra y es hecho prisionero, entonces ya no puede hacer mucho, sólo rendirse incondicionalmente. Y esto es lo que han hecho fundamentalmente Syriza, y Tsipras en particular. Los acontecimientos le desbordaron porque ni siquiera se los imaginó. No supo preverlos dada la enorme inconsciencia que padeció. Una tremenda ingenuidad que incluso ha sorprendido a muchos ciudadanos corrientes, como quien escribe estas líneas. Siempre que no supongamos que hubiese una intención premeditada de traicionar al pueblo. Lo cual tampoco puede descartarse del todo, pero tampoco demostrarse. El tiempo, como siempre, dirá.
El éxito de Syriza en las urnas no debe ocultarnos lo esencial. Algunos izquierdistas se olvidan de que lo importante no es que un partido que se declare de izquierdas acceda al poder político, sino que pueda hacer una política de izquierdas. Si no puede, entonces es un éxito para el Capital, pues le sirve para afianzar su pensamiento clasista dominante, el pensamiento único, la idea de que no hay alternativas, de que sólo el capitalismo es el único sistema posible, incluso de que sólo un tipo de capitalismo es viable: el neoliberalismo. Dicho sea de paso, como muy bien dice David Harvey en su imprescindible libro Breve historia del neoliberalismo, que el neoliberalismo es primordialmente el contraataque de las clases capitalistas contra las clases trabajadoras. Nunca debemos perder de vista esa ley esencial de la historia humana: la lucha de clases es su motor.
También es cierto que en toda guerra a veces es necesaria una retirada a tiempo, perder una batalla para no perder la contienda. Quienes justifican a Tsipras dicen que ha hecho una retirada táctica para poder seguir intentándolo más adelante. Quizás sea así. Ojalá sea así. Nadie puede saber con certeza si servirá de algo. Yo espero que esa batalla perdida no tenga mayores consecuencias. El problema es que la moral de la ciudadanía puede verse muy tocada con la derrota. Tal vez esta guerra de posiciones finalmente sea ganada en el futuro, a la espera de una correlación de fuerzas internacional más favorable. El problema es que para que esa coyuntura internacional sea más favorable se necesita que la izquierda real gane en las urnas en varios países, y sobre todo tenga cierto margen de maniobra para empezar a cambiar las cosas, para aplicar un programa transformador. Es verdad que una retirada a tiempo puede ser necesaria para no tener más bajas, para ganar la guerra más adelante. La prudencia puede salvar un ejército, a veces hay que ganar tiempo para reorganizarse y contraatacar. Pero también es cierto que las oportunidades desaprovechadas en ciertos momentos críticos pueden ser decisivas. Las vacilaciones, la falta de coraje, de determinación, pueden ser mortales, como sabe perfectamente cualquier oficial de cualquier ejército. No cabe duda de que en una guerra se necesita tomar decisiones trascendentales, muchas veces con premura. Es muy difícil tomarlas y para ello hay que estar preparado y tener desde el principio, antes de acudir al campo de batalla, las ideas bien claras.
Urge una Internacional Anticapitalista
Las ventanas de oportunidad que deja el actual sistema capitalista son estrechas. Sólo cuando surgen las crisis sistémicas las fuerzas de la izquierda real tienen opción de alcanzar el poder político. Se necesitan profundas y largas crisis para que se abra la posibilidad de que, a través de las urnas, llegue al poder algún sujeto político dispuesto a hacer otras políticas. Sólo cuando la gente sufre varios años de crisis profunda, cuando los partidos pro sistema han fracasado, los más radicales empiezan a ser considerados para gobernar. Grecia ha necesitado unos cuantos años de grandes sufrimientos para que Syriza alcanzara el poder político. A la gente le cuesta apostar por lo nuevo. Está impregnada de pensamiento conservador, de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. La burguesía se ha trabajado todo esto. Su dominio ideológico es tal que se necesitan largas crisis para que, pasados unos cuantos años, pueda verse amenazado su dominio. La hegemonía cultural es el gran logro de la burguesía. El capitalismo internacional ha llegado a tal grado de sofisticación que su dictadura se puede permitir incluso el lujo de ser ejercida por sus enemigos. No sólo es muy difícil que accedan al poder político partidos que pongan en peligro los intereses burgueses sino que, si lo consiguen, es muy difícil que puedan ejercer el poder con suficiente margen de maniobra. Ya no es tan peligroso que alcance el poder político algún partido anticapitalista, o por lo menos que esté en contra del neoliberalismo. Siempre es deseable que no lo alcance, pero ahora el sistema capitalista internacional se ha dotado de herramientas para protegerse cada vez más frente a esas situaciones. Los organismos internacionales se encargan de imponer las políticas capitalistas hurtando la soberanía nacional de los países. La “Internacional Capitalista” trabaja sin descanso para afianzar el poder de las élites. Y es que enfrente no tiene enemigo. ¡Urge una Internacional Anticapitalista! Sin perder de vista que existen recambios para que todo siga igual, o peor. El fracaso de la izquierda puede abrir de nuevo las puertas al fascismo. Ya existen claros síntomas en muchos países. La xenofobia se está convirtiendo en una nueva plaga. También puede ocurrir que la derrota de Syriza en esta batalla que acaba de tener lugar en los despachos de la Unión Europea se traduzca en una derrota en España, y en la desactivación de cierta rebeldía latente en otros países. La moral es muy importante en un ejército. Y yo creo que la moral de la ciudadanía internacional se ha visto muy tocada con esta manera, como poco tan patosa, de actuar de Syriza. ¡Ojalá yo esté equivocado!
- La Revolución social es un proceso de aprendizaje colectivo. Es imperativo aprender de los errores propios y ajenos.
En cualquier caso, creo que está claro que no puede ganarse una guerra si no se sabe que se está en una guerra, si no se prepara uno suficientemente, si no adopta estrategias inteligentes y flexibles, si la moral de las tropas no se cuida. Yo espero que Syriza, y Tsipras en particular, hayan tomado buena nota de sus graves e increíbles errores, no los vuelvan a cometer, los compensen todo lo posible. El pueblo griego les ha dado una nueva oportunidad, esperemos que la aprovechen esta vez. Syriza deberá hacer un enorme esfuerzo para intentar amortiguar las políticas neoliberales que aparentemente se ha visto obligada a aplicar. Veremos si es posible. Pero además, con más tranquilidad, debería plantearle a la sociedad griega un debate profundo sobre las posibles alternativas, estudiando incluso seriamente la posibilidad de abandonar el euro, sin miedo, sin prejuicios. Tal vez con más tiempo se pueda preparar ahora una salida ordenada del euro para recuperar la soberanía nacional. No se puede jugar todo a una carta: la mejora de la correlación de fuerzas a nivel europeo. Además, lo que haga Syriza en Grecia puede contribuir a la situación internacional en un sentido o en el opuesto, si no lo ha hecho ya. A la espera de esa mejora, el gobierno de Syriza debe intentar buscar alternativas. En ninguna guerra debe uno tener una sola hoja de ruta, y menos esperar a que otros le saquen las castañas del fuego. Syriza deberá hacer un enorme esfuerzo para deshacer el mal hecho, deberá prepararse esta vez mucho más para la siguiente batalla. El tiempo nos dirá si este traspiés griego fue fatal o no para la causa internacional por un mundo mejor. Mientras, en el resto de países, en España en particular, debemos tomar nota de lo ocurrido allí. La Revolución social es un proceso de aprendizaje colectivo. Es imperativo aprender de los errores propios y ajenos.
Nunca debemos perder de vista que la política actual es fundamentalmente una guerra entre clases. Si lo hacemos estamos abocados al fracaso. No podemos ganar la guerra si no sabemos que estamos en una guerra. Podemos, es más, debemos adoptar un discurso moderado, diferente al clásico de la izquierda revolucionaria, para no espantar a las masas, para evitar que sus prejuicios entren en funcionamiento y nos impidan ser escuchados. Pero nunca debemos perder de vista las ideas esenciales del marxismo. Debemos, por ahora, renunciar públicamente a hablar del marxismo si deseamos llegar a una ciudadanía intoxicada de pensamiento burgués, pero no podemos prescindir de aquellas ideas que han demostrado, y siguen demostrando, ser correctas. Si prescindimos de ellas no podremos transformar la realidad, fracasaremos. Todo gobierno transformador debe saber que no podrá aplicar su programa electoral, por muy moderado que sea al principio, sin grandes obstáculos. Las clases privilegiadas nunca se quedan de brazos cruzados. Ni siquiera cuando ejercen todo el poder. ¡Y menos aun cuando se ven amenazadas! Trabajan día a día para asentar su dictadura, para afianzar el pensamiento único entre los explotados.
La clave para ganar la guerra de clases es convencer a la mayoría social de que hay alternativas. La prioridad número uno debe ser combatir el pensamiento único. Con palabras y sobre todo con hechos. Unos gramos de práctica valen más que una tonelada de teoría.
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