Memoria de una luchadora. La huelga de las “niñas de Induyco”
6 de febrero. Fuente: Por Iñaki Alrui
La lucha de las trabajadoras de Induyco dejó lecciones de vigencia incuestionable en la defensa de los derechos laborales, una lucha cara a cara contra El Corte Inglés. Una historia para saber de dónde venimos, para entender dónde estamos y reflexionar sobre a dónde queremos ir…
La industria textil es un sector marcado por la presencia mayoritaria de mujeres, un sector que crece desde los años cincuenta, con grandes talleres de confección como Induyco (El Corte Inglés), Copelia (Galerías Preciados), Cortefiel, Puente, Santa Clara, Mirto, Timbal, Rock-Lee… Induyco (Industria y Confecciones, S.A.) era la mayor empresa del textil madrileño, con 7000 personas trabajando, de las cuales unas 6000 eran mujeres.
La lucha de las mujeres por sus derechos siempre conllevó doble dificultad en todo, a pesar de que peleaban, igual que los demás trabajadores, por los derechos laborales, civiles y simplemente humanos. Por ser mujeres, se las tenía menos en cuenta, se valoraban menos sus luchas, había un cierto “pitorreo”, y lo que es peor: no solo entonces, sino que con el paso del tiempo, cuando se habla de las huelgas durante los 70, las de mujeres han quedado en un segundo plano frente a otras luchas encabezadas por hombres.
Por eso es importante este libro, recientemente editado por El Garaje Ediciones, Memoria de una luchadora. La huelga de las “niñas de Induyco: porque sirve para poner las cosas en su sitio, cambiar el relato y recuperar la ejemplar lucha de las trabajadoras del textil, en concreto la lucha dentro de Induyco, una empresa perteneciente al intocable El Corte Inglés, en la que trabajaban más de 6.000 mujeres.
Una lucha que es un ejemplo del auténtico sindicalismo basado en la asamblea y la autoorganización, una forma de hacer sindicalismo que terminará con la firma de los Pactos de la Moncloa, unos pactos que arrinconarán al movimiento obrero quitándole el mecanismo de acción por la lucha salarial. Era un elemento central luchar por un salario por encima de la de la inflación, el pacto lo que hace es dar la vuelta a la tortilla: la inflación irá por delante y luego ya veremos si suben los salarios. Aparte, empiezan a atacarse todas las formas sindicales que no estén estructuradas en esa transición que hay desde el sindicalismo vertical hasta el sindicalismo de la de la Democracia, donde las dos grandes siglas, CCOO y UGT, entraran junto a la CEOE para ser parte de la estructura que acompaña al propio desarrollo del capitalismo patrio.
Las luchas siempre han ido por delante de las legislaciones, ha sido el único camino para realizar las conquistas de las que disfrutamos hoy. Luchar siempre, parar significa retroceder. Es nuestro motor en la historia, luchas de ayer y luchas de hoy que son ejemplos de mujeres valientes, como, por ejemplo, las Kellys o las trabajadoras SAD (Servicio de Ayuda a Domicilio) organizadas por encima de la burocracia sindical y peleando día a día por sus derechos.
Gracias a la editorial y la compañera y querida amiga María José Gallego Martín, la autora, he tenido la suerte de contribuir a esta edición con un prologo-introducción. Aquí os la dejo….
«Luchar», la palabra que han querido borrar de la transición
Tienes en tus manos un valioso relato de la lucha de las mujeres trabajadoras durante los años de la llamada transición, una lucha que va unida a toda una rebelión del movimiento obrero de los años setenta. Un relato personal de María José Gallego Martín, trabajadora, sindicalista y represaliada de Induyco.
La democracia —mejor o peor— que tenemos no la trajeron los papaítos de la Constitución del 78, ni los falangistas que de repente vieron la luz y se hicieron demócratas. La democracia, o mejor llamémoslo el forzoso cambio, vino de las luchas que se dieron en el tardofranquismo, a pesar de la feroz represión; hasta el último minuto, se dieron en las calles, en los centros de trabajo, en las universidades, en los barrios. Unas fueron luchas cara a cara con la represión, otras fueron expresiones, también castigadas y perseguidas, en el cine, el teatro, la música y la literatura. Una mayoría ciudadana tomaba una posición clara contra el franquismo, y una parte de forma muy activa. La palabra “ruptura” sonaba con fuerza. En los barrios se luchaba por unas viviendas dignas o por el asfaltado de las calles, los barrios periféricos se han construido desde la base de la movilización constante del movimiento vecinal, que ocupó las calles ganándose a pulso cada conquista, cada mejora.
Las luchas eran, y son, siempre políticas, independientemente del lugar o entorno en que se realicen. Las calles eran la voz del pueblo y allí fue donde, en esa época que llaman transición, se dieron las batallas por la justicia social, por la ruptura política, en medio de un mar de utopías que se abría en el hartazgo de cuatro décadas de dictadura represiva y sangrienta.
La represión y la sangre, tristemente, no dejaron de correr en la segunda mitad de los setenta: las mismas instituciones, los mismos jueces, la misma policía, los mismos métodos. Pintaron malamente una fachada, y de blanco y negro pasó a color, pero la estructura estaba intacta. Las cerca de 300 personas asesinadas por la policía o bandas parapoliciales lo atestiguan. Asesinadas por luchar, una palabra que es el horizonte en este libro. Lucha por la Amnistía, contra la Reforma política, lucha por el agua, por la tierra, por los derechos.
Sirva como ejemplo, y recuerdo, el asesinato del trabajador Teófilo del Valle, que con solo veinte años se convirtió en el primer asesinado de la monarquía, el 24 de febrero 1976; era un trabajador del calzado que participaba en la huelga del sector en la localidad de Elda. Él será la continuación de una larga lista de crímenes del franquismo que empalma directamente con los crímenes de la transición.
Es importante recordar que se mataba por protestar, por manifestarse, por luchar. Que la policía apuntaba y disparaba, o mataban a palos como hicieron a Javier Almazán. Y de apoyo estaban todas las bandas parapoliciales, diluidas en un mar de siglas, que hacían el trabajo sucio del estado, ya fuera asesinando, reventando asambleas en la Universidad o saboteando la lucha obrera. Desde el estado nada se hacía con palabras, como nos han hecho creer: el lenguaje era el de la violencia constante contra cualquier disidencia.
Otro ejemplo de esa violencia de estado constante y organizada es la conocida como «Semana Negra de Madrid»: el 23 de enero fue asesinado Arturo Ruiz, de 19 años, por disparos de un esbirro parapolicial (Sánchez Guaza) durante una manifestación por la amnistía para los presos políticos. Al día siguiente, 24 de enero, Mariluz Nájera fue alcanzada en la cabeza por un bote de humo disparado a bocajarro por un policía nacional. La misma noche del 24 de enero, un comando de fascistas con conexiones policiales (Antonio González Pacheco, “Billy el Niño”), entró en el despacho laboralista de la calle Atocha 55 y asesinó a tiros a cinco personas: Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez; dejando a cuatro personas gravemente heridas: Miguel Saravia, Alejandro Ruiz-Huerta, Luis Ramos y Lola González.
La transición se distinguió por continuar la persecución sistemática y organizada, continuación de los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975, contra cualquier tipo de disidencia, una persecución que funcionó durante la dictadura y que se dirigió en especial contra la juventud que se manifestaba o se organizaba para conseguir la amnistía, los derechos políticos y sociales y la ruptura real con la dictadura.
El año 76 sería, sin lugar a dudas, el año de las huelgas: contra los topes salariales, contra la carestía de la vida, por la amnistía de presos políticos y represaliados laborales, por el regreso de los exiliados… De frente y con ilusión se afrontaba el reto de la autoorganización de la clase obrera en sus centros de trabajo y gremios, tomando las asambleas como base de decisión y debate, de forma horizontal y con voto a mano alzada.
En enero del 76 hay picos con 400.000 trabajadores simultáneamente en huelga en Madrid, y así sigue durante todo el año y parte del 77, hasta que comenzó la bajada en picado con la firma de los Pactos de la Moncloa, un acuerdo para romper lo más importante que había creado el movimiento obrero: la autoorganización.
Las huelgas recorren todo el estado, de norte a sur y de este a oeste. Pero dado que este libro trata de una lucha en Madrid, merece la pena recordar las luchas obreras de Estándar Eléctrica, Siemens, CASA, Kelvinator, Intelsa, Telefónica, Correos, Renfe, el Metro de Madrid (que fue militarizado). Todos los cinturones industriales de la ciudad arden: Torrejón, Alcalá de Henares, San Sebastián de los Reyes, Alcorcón, Móstoles, Getafe…
La industria textil es un sector marcado por la presencia mayoritaria de mujeres, un sector que crece desde los años cincuenta, con grandes talleres de confección como Induyco (El Corte Inglés), Copelia (Galerías Preciados), Cortefiel, Puente, Santa Clara, Mirto, Timbal, Rock-Lee… Induyco (Industria y Confecciones, S.A.) era la mayor empresa del textil madrileño, con 7000 personas trabajando, de las cuales unas 6000 eran mujeres.
En junio de 1976, la empresa despide a cuatro trabajadoras -tres mujeres y un hombre-, y lo hace precisamente quince minutos antes del inicio del periodo de vacaciones. Es la chispa que prende la primera huelga en el mes de agosto, en la que las trabajadoras conocen desalojos, maltrato policial, nuevos despidos, sanciones. La huelga dura del 27 de agosto hasta el 9 de septiembre, fecha en la que se atisban vías de solución al conflicto. La empresa acepta una comisión de cinco trabajadoras con voz, pero sin voto, y se consiguen ciertos espacios de libertad sindical, anulación de expedientes y vuelta al trabajo sin represalias. En esa comisión es elegida la autora de este libro: María José Gallego Martín.
Sin avances en las negociaciones patronal-trabajadoras, en febrero de 1977 se convoca otra huelga, del 8 al 11. El día 8 de febrero las trabajadoras abandonan las máquinas: la huelga tiene un seguimiento masivo. Consigue saltar a titulares de prensa y adquirir en la lucha un protagonismo que tácitamente se negaba a las mujeres del textil frente a las movilizaciones obreras protagonizadas por hombres. Las trabajadoras muestran un altísimo nivel de valentía y de autoorganización, piquetes, asambleas, manifestaciones… El día 13 la empresa notifica por telegrama el despido de todas las trabajadoras y el 14 declara el cierre indefinido. La protesta y la lucha sigue, estudiantes de la Universidad organizan colectas y reparten comunicados, acuden a las concentraciones codo a codo con las trabajadoras, enseñándoles trucos como “lanzar garbanzos en las cargas policiales a caballo”; se organizaron recitales solidarios y centenares de apoyos fraternos. En marzo, la empresa suspende el cierre y el 24 de ese mes todas vuelven al trabajo.
¿Qué pasó? ¿Cómo se consiguió?
Para conocer esta historia, os presentamos este libro, una lectura llena de datos y detalles, una lectura para situarse y entender el porqué de la lucha y los conflictos de Induyco.
El hilo conductor son los recuerdos de María José que, aunque recogidos por escrito, son como un relato oral, una historia en primera persona construida con las vivencias del día a día. Un inventario de historias, hechos y anécdotas de esta representante de aquellas trabajadoras a quienes, por su juventud y en tono paternalista, llamaban “las niñas de Induyco”.
María José nos escribe y nos habla al mismo tiempo, nos mete debajo de su piel para transmitirnos sus sensaciones, sus miedos, pero también su valor; nos pone sus ojos para que veamos una planta en asamblea y sepamos lo que es hablar subida a una máquina a miles de trabajadoras que te escuchan atentamente, para que sintamos cómo se acerca el cañón de agua de la policía o se percibe el impacto de la porra. María José nos hace recorrer las plantas de confección, nos mete en los despachos, nos sitúa de piquete a las puertas del edificio y nos saca en manifestación por el Paseo de las Delicias.
De la lectura de esta historia, de este ensayo, sacamos muchas lecciones de máxima actualidad. Si tuviera que quedarme con una de esas lecciones, sería la defensa de la acción directa como medio para caminar hacia las conquistas y hacer valer los derechos. ¡Con huelgas, manifestaciones y asambleas se consigue mucho más que con burocracias!
La lucha de las trabajadoras de Induyco dejó lecciones de vigencia incuestionable en la defensa de los derechos laborales, una lucha cara a cara contra El Corte Inglés.
Una historia para saber de dónde venimos, para entender dónde estamos y reflexionar sobre a dónde queremos ir.