Por qué el triunfo del neofascismo en Italia es consecuencia de la derrota de Grecia en 2015

29 de octubre de 2022. Fuente: Critic

Con la humillación de SYRIZA, las élites europeas eligieron derrotar a la izquierda y dar paso a los "antisistema" que no cuestionan los privilegios de las élites: las extremas derechas.

Por Hibai Arbide

Aunque a simple vista puedan parecer hechos inconexos en contextos diferentes, la victoria del neofascismo en Italia el pasado domingo está íntimamente relacionada con la derrota de SYRIZA en Grecia en 2015. No hace falta ser muy listo para llegar a la conclusión de que la derecha sube porque la izquierda no consigue sumar votos. Pero, ante esta trivialidad, la izquierda reaccionaria yerra completamente el tiro. Para ésta, el problema es que las fuerzas y movimientos progresistas se dedican al feminismo, al tema LGTBI o al antirracismo. Como si reconocer derechos a las personas trans tuviera algún tipo de incompatibilidad con subir las pensiones. Otra parte no desdeñable de la izquierda llama “guerras culturales” a la mera aspiración a existir con derechos de la gente queer. Utilizar el término “guerra cultural” de forma peyorativa conduce a catalogar como discusiones frívolas sobre la estética las políticas públicas que afectan a la vida material de las personas. Que una pareja quiera adoptar no es ninguna guerra. Ser trans no es un hecho cultural. Es ser una persona, es existir. Punto. Roberto Vaquero, líder de la secta nazbol Frente Obrero, siempre en la vanguardia en el intento por disfrazar de comunista un programa netamente fascista, escribió sobre las elecciones italianas: “Hoy la izquierda italiana recoge los frutos de sus políticas migratorias, de las feministas y de su corrupción”.

Digámoslo claro, una vez más: el problema de la izquierda no es pelear por los derechos de las mujeres, las comunidades LGTBI o las personas racializadas. Eso nunca será un problema. El problema de la izquierda es que, como se demostró en Grecia en 2015, llegar al gobierno no implica tener fuerza suficiente para impugnar el modelo neoliberal en el que vivimos. Hagamos memoria: en 2015, por primera vez en Europa, un partido claramente a la izquierda de la socialdemocracia ganó unas elecciones. SYRIZA contaba, en teoría, con tres condiciones prácticamente irrepetibles juntas: un movimiento popular de escala latinoamericana, que había protagonizado casi 40 huelgas generales, tomas de fábricas y movilizaciones multitudinarias en las plazas; un partido con buena relación con los movimientos, con diferentes sectores internos y un programa de mínimos ambicioso; y, por último, los tres economistas estrella de su generación en el mismo partido: Yanis Varoufakis, Kostas Lapavitsas y Euklidis Tsakalotos. ¿Qué falló, entonces? ¿Por qué se impuso la austeridad en contra de la voluntad popular?

El líder de Syriza, Alexis Tsipras, celebra la victoria en las elecciones griegas del 26 de enero de 2015

Por Grecia pasaron, entre 2014 y la primavera de 2015, todas las izquierdas europeas. En los mítines de Grecia se gritaba en castellano: “SYRIZA, Podemos, venceremos”. Había incluso cierto pique por el protagonismo de Podemos entre los partidos más antiguos, porque todos querían acompañar a Alexis en primera fila. Pero, tan pronto como Tsipras firmó el tercer rescate —traición, capitulación o derrota, eso lo analizaremos en breve—, los que se daban codazos por salir en la foto huyeron en estampida. La lógica electoral es implacable, estar cerca de Tsipras quitaba votos. Normal. Pero, lamentablemente, lo que no hicieron los partidos europeos fue acompañar su estampida con una reflexión. Ninguno de ellos se tomó la molestia de analizar en profundidad qué había fallado en Grecia. No quisieron examinar la derrota de SYRIZA en clave política, se conformaron con hacer un juicio moral reconfortante: Tsipras es un traidor. O, en el mejor de los casos: Tsipras ha capitulado. Fue la manera más sencilla de asumir el golpe, pero era una forma de hacerse trampas al solitario. ¿Bastaba con tildar a Tsipras de traidor?

Nadie se hizo la pregunta central: ¿Tienen las demás izquierdas europeas unas condiciones objetivas mejores, un balance de fuerzas más positivo, para no ser derrotadas como lo fue SYRIZA? En mi opinión, tanto Tsipras como sus críticos —aquellos que dicen que en julio de 2015 se debería de haber mantenido firme y no debería haber firmado el tercer memorándum— pecan exactamente de lo mismo: creen que en política es suficiente con tener razón y tener legitimidad democrática. No basta. El universo no conspira para que lo logres cuando deseas algo con mucha fuerza.

“Sólo quieren asustarnos, van de farol”

Me explico. En febrero de 2015, una delegación del recién elegido gobierno griego fue a Bruselas a reunirse con la Troika. Era una reunión de técnicos, no iban ministros, ni presidentes. Los helenos les presentaron un plan basado en el sentido común. Grecia tenía que reestructurar su deuda, que en gran parte era ilegítima, y había que recortar gastos, eso estaba claro, pero la propuesta detallaba de qué manera hacer recaer el peso de los tijeretazos en gastos de defensa, en las clases altas, ahorrar en una mayor eficiencia de la administración, eliminar gastos superfluos sin tocar pensiones, salarios, etc. Es decir, era una propuesta para reducir la deuda acabando con la austeridad. Los representantes de la Troika ni siquiera se leyeron la propuesta y se rieron de los griegos en su cara. “You didn’t understand shit”, les dijeron, “we gonna fucking kill you”. No habéis entendido una mierda, os vamos a joder vivos. Después de esto, se levantaron y salieron de la sala. Los griegos se quedaron alucinados. No sabían qué hacer. Llamaron a Tsipras y éste les contestó con toda tranquilidad: “Sólo quieren asustarnos. Van de farol. No os mováis, esperad, que seguro que vuelven”. Y, de repente, los delegados de la Troika volvieron. Desde ese momento, Tsipras se creyó de verdad que la Troika iba de farol. Que la amenaza de expulsar a Grecia del euro no era real.

SYRIZA creyó que bastaba con presentar un plan de sentido común, si contaba con el respaldo mayoritario. Para mí, esto es mucho peor que ser un traidor; es ser un panoli. En política puedes ser todo menos un ingenuo. En la medida en que pensaban que las amenazas de Grexit eran un farol, ni Tsipras, ni Varoufakis, ni nadie preparó el plan B. Nadie se tomó en serio la amenaza, mientras la Troika y sus gobiernos títere preparaban minuciosamente la caída de Grecia. Propiciaron la fuga de capitales, ahogaron al pueblo griego hasta obligarle a hacer cola en los cajeros. Cuando Tsipras llegó al Eurogrupo de después del referéndum, seguía pensando que la Alemania de Angela Merkel y Wolfgang Schäuble, que el BCE de Mario Draghi y el FMI de Christine Lagarde no estaban dispuestos a echar a Grecia del euro. Cuando se dio cuenta, era muy tarde. En apenas dos semanas, Grecia no iba a tener dinero para pagar hospitales, escuelas, pensiones… O mucho peor: no iba a poder pagar sueldos a policías, sabiendo que al menos el 45% de los agentes votaban al partido neonazi Amanecer Dorado. Tras más de 15 horas de reunión, fue el presidente francés François Hollande el que se llevó a Tsipras a una sala lejos del resto y le dijo: “Sabemos que no tenéis nada preparado. Sólo puedes elegir entre humillarte o volver a un país en default”.

Los críticos de Tsipras, encabezados por la escisión que hubo en su partido liderada por Panagiotis Lafazanis, sostienen que Tsipras traicionó la voluntad popular porque no respetó el resultado del referéndum. Pero yo le veo dos pegas a su argumentación. La primera es que no explican cómo. No explican cómo podrían haber aguantado en un escenario de bancarrota absoluta. Con la gente sin poder sacar dinero de los bancos, sin cobrar sus sueldos y sin la posibilidad de crear una moneda de la noche a la mañana. No es lo mismo irte del euro que que te echen. El segundo es que ellos estaban allí. Ellos formaban parte de la dirección de SYRIZA e hicieron lo mismo que Tsipras y Varoufakis para prever el escenario de confrontación total: nada. Ellos creen que el pueblo griego estaba dispuesto a enfrentar un escenario así. Siguen cayendo en el mismo error que Tsipras; creen que basta con tener razón y desear algo muy fuerte.

Las izquierdas europeas no han querido abrir el melón de lo que pasó en 2015 en Grecia: implicaría asomarse al abismo

Un ejemplo reciente: Jean-Luc Mélenchon, en las pasadas elecciones francesas, repitió todos y cada uno de los errores de SYRIZA en 2015. El candidato de La Francia Insumisa propuso “a los estados y a los pueblos europeos la ruptura concertada con los tratados actuales”. Aún más. Se atrevió a decir: “Aplicaremos en todos los casos inmediatamente nuestro programa a nivel nacional, asumiendo la confrontación con las instituciones europeas. Desobedeceremos, cada vez que sea necesario, las reglas que representen un bloqueo”. Pero cada vez que le preguntaban cómo se iban a concretar las políticas prohibidas por los tratados europeos que contenía su programa, contestaba vaguedades. Impossible is Nothing, como si para vencer al neoliberalismo bastara un lema de Adidas. Se da la circunstancia de que Mélenchon fue uno de los líderes europeos que más duramente cargó contra Tsipras después de 2015. Dos años después, en su primera visita a Atenas, en un mitin junto a Zoe Konstantopoulou, dijo “Yo no traicionaré al pueblo como hizo Tsipras”. ¿Cómo lo iba a hacer?

Las izquierdas europeas no han querido abrir el melón de lo que pasó en julio de 2015 porque eso implica asomarse al abismo. ¿Y si no fue una simple traición? ¿Y si lo que pasa es que, hoy por hoy, igual que en 2015, no hay ni una correlación de fuerzas, ni un plan que permita impugnar el modelo neoliberal europeo? ¿Y si llegar al gobierno no es condición suficiente para producir cambios estructurales? Asumir esa realidad implicaría reconocer que las izquierdas, de manera realista, sólo pueden gestionar dentro de un margen muy estrecho.

No estoy despreciando las mejoras posibles. Subir el salario mínimo, por ejemplo, es importantísimo. Hay que celebrarlo. Pero hay que reconocer que las izquierdas en el gobierno no pueden, o al menos no han podido, realizar reformas estructurales. Son incapaces de bajar los alquileres, de acabar con la precariedad laboral, de limitar el poder de las grandes corporaciones, de recortar la obscenidad en la que viven los ricos, de crear una renta básica universal, de aprobar medidas que incidan en el cambio climático, de revertir la gentrificación en las capitales europeas, de implantar jornadas laborales de cuatro días, de prohibir que los rentistas vivan del trabajo ajeno, de terminar con los paraísos fiscales, de impedir que las multinacionales nos espíen, de acabar con los modelos militaristas de defensa, etc. Y esto, esta incapacidad, esta gigantesca distancia entre lo que se promete en campaña y lo que se puede hacer desde el gobierno, provoca frustración entre la gente de abajo.

La extrema derecha crece ocupando el vacío que genera la incapacidad de la izquierda. Los bobos creen que es porque la izquierda se centra en el feminismo, el tema LGTBI y el antirracismo. Eso es una tontería. Las fuerzas progresistas, como ya hemos dicho, hacen bien ocupándose de eso, que no es incompatible con nada. Pero la izquierda no tiene la capacidad para implantar un modelo de sociedad diferente. Porque, como se demostró en Grecia, el FMI, el BCE, la Comisión y la gran banca harán todo lo que está en su mano para que sea imposible. No estoy diciendo que los dirigentes de la izquierda no quieran. Afirmo que es una cuestión de balance de fuerzas que, hoy por hoy, es extremadamente desfavorable para las aspiraciones de emancipación.

Si Grecia ganaba, detrás venían España, Portugal, Italia e Irlanda

Los responsables de la austeridad en 2015 tenían clarísimo que SYRIZA era una amenaza para su modelo de Europa, pero no por Grecia, sino porque en 2016 venían elecciones en España, Portugal, Italia e Irlanda. Se daba una paradoja cruel: SYRIZA necesitaba, para llevar su programa adelante, que Podemos, el Bloco de Esquerda, el Sinn Fein y, tal vez, el Movimento 5 Stelle, llegaran a los gobiernos de España, Portugal, Irlanda e Italia. Pero la existencia de SYRIZA era un peligro para los demás y la existencia de los demás era un problema para SYRIZA. Por decirlo más simple: la Troika y sus aliados sabían que humillar a SYRIZA era la mejor manera de cortarles las alas a Podemos, el Bloco de Esquerda y el Sinn Fein. Los partidarios de la austeridad sabían que SYRIZA, Podemos, el Bloco de Esquerda y el Sinn Fein, entre otros partidos europeos, estaban subiendo como la espuma porque capitalizaban un descontento generalizadísimo.

En todo el continente, la gente estaba harta de la crisis, de la austeridad y, especialmente, de la política tradicional. Las élites sabían que los nuevos partidos —que, en realidad, la mayoría de nuevos tenían muy poco, pero hasta hacía poco eran muy minoritarios— surgían debido a la brutal crisis de representación que padecía la socialdemocracia y los conservadores en toda Europa. Que no nos representan, gritábamos en las plazas. Y los responsables de la austeridad sabían que derrotar el proyecto de izquierda europea que encarnaba SYRIZA no iba a terminar con el descontento popular. Eran conscientes de que, si humillaban a la izquierda, otras tendencias políticas iban a capitalizar la frustración existente. En 2015, las élites europeas eligieron derrotar a la izquierda y dar paso a los “antisistema” que no cuestionan los privilegios de las élites: las extremas derechas.

Las élites europeas decidieron permitir que las extremas derechas se erigieran en las representantes del descontento popular

Lo que las élites europeas hicieron hundiendo el prestigio de SYRIZA no fue sólo condicionar las elecciones del resto de países PIGS. La maniobra fue mucho más allá. Lo que hicieron a través de la hostia a SYRIZA fue establecer qué conflictos políticos iban a tolerar en el seno de la UE. A partir de entonces, reconocieron como adversario a las extremas derechas, desde Hungría a Polonia, de Italia a Gran Bretaña. Aunque el bloque del Este liderado por Orbán incumplió reiteradamente los acuerdos e incluso el Tratado de la Unión, los burócratas de Bruselas nunca usaron contra el gobierno de Fidesz ni la mitad de la violencia institucional que emplearon contra SYRIZA. Decidieron permitir que las extremas derechas se erigieran en las representantes del descontento. El caso más paradigmático es el de Italia. El gobierno presidido por Draghi —el mismo Draghi que torció la muñeca de Tsipras desde el Banco Central Europeo— sólo reconoció ante sí una oposición: la de Giorgia Meloni y su neofascismo. De esos polvos, estos lodos.


Post scriptum 1:

¿Estoy diciendo que no hay alternativa? Honestamente, no lo sé. Estoy constatando que las izquierdas no pueden o, hasta ahora, no han podido. No sostengo que nunca vaya a ser posible acabar con el neoliberalismo, obviamente. Sí digo que debemos partir de un principio de realidad: no basta con decir “pero es que entonces no hay alternativa”, como si la existencia de una alternativa posible fuera un axioma basado en la fe. Habrá alternativa en la medida en que un movimiento demuestre que tiene la potencia para cambiar el estado de las cosas con algo más que con muchas ganas y mucha razón. Pero me he reservado el matiz optimista para el final: estamos en 2022, no en 2015. Las propias instituciones europeas han reconocido que la austeridad de la crisis anterior no solucionó gran cosa y, después de una pandemia y en plena guerra de Ucrania, Bruselas y Frankfurt están proponiendo medidas y políticas que eran impensables hace poco. Nada es inmutable. Nada está escrito y todo está por hacer.

Post scriptum 2:

En el momento de publicar este artículo (28 de septiembre de 2022) La Repubblica informa de un pacto entre Mario Draghi y Giorgia Meloni para facilitar el gobierno de esta última. Es decir, que el mismo Draghi que cerró y asfixió los bancos de Grecia para influir en el referéndum, el mismo Draghi que legitimó a Meloni en la oposición, sólo ha tardado un día en alcanzar un acuerdo con la líder del neofascismo.

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