Jare no quiere que su agresión sexual caiga en el olvido
16 de octubre. Fuente: Pikara Magazine
Una joven de Bilbao se sintió revictimizada por la respuesta de los medios y del Ayuntamiento ante su denuncia por un delito contra su libertad sexual. Acudió a Pikara Magazine para visibilizar su caso en un espacio más cuidadoso. Hablamos también con tres expertas en violencia sexual sobre la comunicación como herramienta de sanación y sobre el cambio cultural que se ha dado en las y los jóvenes desde el #MeeToo.
Por June Fernández
(Aviso de contenido: violencia sexual e ideas de suicidio)
Pongamos que se llama Jare, Libertad en euskera, y que es una estudiante de veintipocos años. En la madrugada del pasado 8 de septiembre estaba de fiesta con sus amigas en una discoteca del centro de Bilbao. Conoció a un chico de su edad, se gustaron, compartieron los números de teléfono, salieron afuera, se besaron… y ese encuentro elegido terminó en una agresión sexual.
Él le impuso varias prácticas sexuales, incluida la penetración sin preservativo. Ella expresó su incomodidad y rechazo, y al ver que él no paraba, reaccionó como tantas víctimas: bloqueo y disociación. Cuando el agresor se quitó de encima, Jare llamó a sus amigas; recuerda en una nebulosa que una de ellas se encaró a él mientras la otra la acompañaba a un espacio seguro. Después la llevaron al hospital, y de ahí a comisaría. “Todo fue muy rápido, yo iba en automático”, cuenta. El chico fue detenido esa misma madrugada por las policías municipal y autonómica, y pasó la primera noche en el calabozo.
Jare quiere que la sociedad sea más consciente de que las agresiones sexuales son una realidad cotidiana. También fantasea con que él vea las noticias y vídeos desde su casa, que sepa que hay respuesta
El 12 de septiembre Jare se enteró de que la noticia no había pasado desapercibida para los medios hegemónicos, que informaron de la declaración conjunta de condena de la agresión que emitieron todos los grupos políticos del Ayuntamiento de Bilbao. Ahí vio que medios como El Correo, El Mundo o Deia también habían informado los días anteriores de la detención del presunto agresor. “Me quedé en shock: estaban contando algo íntimo y dando muchos datos de la denuncia policial, con palabras que buscaban el morbo, como ‘brutal agresión’. No sabía cómo gestionarlo”.
Indignada por ver cómo los medios y el Ayuntamiento divulgaban aquello que ella todavía no podía pronunciar en alto, decidió tomar cartas en el asunto. Primero, se le ocurrió llamar a Emakunde (el Instituto Vasco de las Mujeres) para ver si podía intervenir en el tratamiento mediático. “Lo mío ya no se podía borrar, pero quería que no le volviera a pasar a otras. Me dijeron que me llamarían, y sigo esperando la llamada”, explica. Entonces, su madre le dijo: “Ya que no puedes evitar que salga en los medios, aprovecha la noticia, que se escuche tu voz”. Y así llegó a Pikara Magazine.
Hablamos con ella y con tres feministas expertas en violencia sexual: la psicóloga Norma Vázquez, la sexóloga Ziortza Karranza y la periodista Cristina Fallarás.
Comunicadoras anónimas de masas
Quedamos para hablar en persona, unos días después de que mandase a la cuenta de Instagram de Pikara Magazine por mensaje directo algunas de esas noticias y la petición de que le ayudemos a visibilizar su caso. Para ello, nos envió el vídeo que publicó la psicóloga y sexóloga feminista Ziortza Karranza, a la que llegó por recomendación de una famosa cantante euskaldun a quien también pidió apoyo.
Jare confía en el poder de la viralidad como herramienta para superar la impotencia y anestesiar el dolor. Quiere que la sociedad sea más consciente de que las agresiones sexuales son una realidad cotidiana en nuestras ciudades. También fantasea con que él vea las noticias y vídeos desde su casa, que sepa que hay respuesta y que no está sola. “Para no quedarme en casa toda rallada, prefiero hacer algo… y supongo que necesito desahogarme”, añade.
Fallarás: “Las mujeres tomamos las redes por millones, ponemos en evidencia que los medios de comunicación y las instituciones no solo no nos han relatado, sino que han impedido que nos relatemos”
A Cristina Fallarás no le sorprende que Jare se haya agarrado a las redes sociales. Esta periodista y escritora publica cada día en su muro de Instagram (en el que tiene cerca de 75.000 seguidoras) una docena de testimonios anónimos de violencias machistas que reciben cientos de ‘me gusta’. “Cuando aparece el #MeToo, y al año siguiente #Cuéntalo, las mujeres tomamos las redes por millones, desde lo testimonial y lo íntimo, porque las consideramos mecanismos de comunicación de masas. Ponemos en evidencia que los medios de comunicación y las instituciones no solo no nos han relatado, sino que han impedido que nos relatemos. Entonces, lo que hacemos es tomar las redes sociales, colonizarlas, okuparlas. Sabemos que no son nuestro espacio, pero nos da igual, decidimos narrarnos aquí, crear la memoria colectiva que nos ha sido hurtada”.
Vázquez: “No se puede hacer ninguna respuesta pública sin consultar a la víctima y priorizar su recuperación. Es una medida de reparación y no puedes reparar si empiezas violentando su voluntad”
“Esto no quiero que lo pongas”. “No puedo dar muchos datos porque estoy en proceso judicial”. Jare es una joven abierta, expresiva e impulsiva, pero también es prudente. Desde el principio ha tenido claro que quiere preservar su identidad y que tampoco puede señalar públicamente al agresor. Al menos, los medios esta vez no han dado detalles que permitan identificarla, pero ella sí que se ha visto en primera plana, narrada por quienes no han intentado escucharla. Vázquez imparte frecuentemente formaciones a instituciones, medios de comunicación y movimiento feminista sobre cómo intervenir ante casos de violencias machistas, y confirma que publicar noticias y comunicados sin consentimiento de la víctima es una mala práctica: “En las formaciones insistimos mucho en que no se puede hacer ninguna respuesta pública sin consultarla; se la puede intentar convencer de la importancia de la denuncia pública, pero hay que respetar su voluntad y poner en primer lugar su recuperación. La respuesta pública es una medida de reparación y no puedes reparar si empiezas violentando su voluntad. Querer dar una respuesta ágil no implica que tenga que ser al día siguiente”.
Fallarás coincide que, cuando un medio de comunicación señala a una mujer que ha sido agredida sin su consentimiento y sin contar con ella, “la está señalando en un espacio no seguro ni cuidadoso”. Contrapone esa cultura periodística hegemónica con espacios colectivos como el que ha creado en su muro: “Las mujeres me dicen que les resulta tremendamente sanador narrarse y, sobre todo, leer a otras”. Además, han pasado de narrar una agresión concreta a relatar genealogías personales, un histórico de agresiones que abarcan desde la infancia a la vida en pareja.
La periodista aprendió con el #MeToo y el #Cuéntalo que el acto de romper el silencio era revolucionario, pero que alentar a las mujeres a denunciar violencia sexual exponiendo su cuerpo y su identidad resultaba “perverso”, porque podía dar lugar a nuevas agresiones y revictimizaciones. “Cada una que lo cuente como le dé la gana, pero yo entendí que debía crear un espacio donde pudieran preservar su identidad, y así, también la de su entorno”. Eso ha permitido que se multipliquen testimonios de abusos sexuales en la infancia: “En #Cuéntalo representaban en torno al 20 por ciento del total, lo que coincide con las cifras que manejan las instituciones. En cambio, desde que borró el nombre de las mujeres, están llegando al 70 por ciento. ¡Es muchísimo!”.
Con la revictimización que ya ha vivido Jare por parte de la justicia patriarcal en la audiencia para pedir medidas cautelares (cuyos detalles solo puede contar off the record) le basta y le sobra como para exponerse también al juicio mediático y a ser identificada por su agresor. Tiene miedo de pasarlo mal en el proceso judicial y que no sirva para nada, pero cree que no queda otra que tirar para adelante.
Culpa, asco… y sororidad
Jare viene a la entrevista con una camisa de estampados coloridos, grandes pendientes de aros y una sonrisa que intenta mantener por encima de los nervios y la angustia. “Estoy tirando adelante como puedo. Voy a la universidad porque mi madre quiere que tenga una rutina; si no, no saldría de la cama. Estoy en clase pero como si no estuviera, me evado un montón sin darme cuenta. A veces tengo que salirme porque me vienen imágenes y me saltan las lagrimillas. No me gusta, porque no quiero que la gente se dé cuenta de lo mal que estoy, ni mi madre. Me meto en la ducha a llorar. Intento aparentar que estoy bien, hago bromillas. Es un defecto que tengo desde pequeña; no me gusta que la gente me vea vulnerable”.
La agresión está afectando a su salud física y emocional. Ha adelgazado, porque ha perdido el apetito, le dan ataques de ansiedad y bajones en los que no puede parar de llorar. Lo peor son las noches: aunque toma pastillas para dormir, no siempre funcionan, y el simple hecho de tumbarse en la cama le resulta insoportable porque revive la agresión. Escribe en una nota del móvil de madrugada: “No puedo más, porque llevo 15 días así. Siento que no valgo nada, me arrancaría la piel, no me veo en el espejo. Siento mucha soledad. Me quiero morir y que acabe todo esto. ¿Cuándo acabará? Son las cuatro de la mañana, no puedo más”.
Han pasado 12 años desde que publicamos el reportaje ‘Yo quería sexo, pero no así’, que empezaba muy parecido a este. Pero su protagonista, Blanca, había tardado diez años en identificar que su “primera vez”, a los 18 años, fue una agresión sexual. En ese momento era novedoso contar que la mayoría de delitos contra la libertad sexual no los comete el desconocido que te asalta por la calle, sino hombres del entorno o ligues con los que la mujer había iniciado un encuentro deseado, y el hombre no entiende que ese consentimiento es reversible.
Vázquez ve en las jóvenes un “sentido de la justicia”, a veces acompañado de rabia y que es resultado de las movilizaciones feministas y avances como los legislativos: “Es un antídoto para ir disminuyendo la culpa”
Vázquez confirmó en ese reportaje, a partir de una investigación que dirigió, que son muchas las mujeres que no identifican como violencia las agresiones sexuales que han vivido, porque, como cedieron “por la presión, el chantaje” o por evitar la violencia física, “se quedan con que finalmente aceptaron o con que ellas lo buscaron”.
En estos 12 años han pasado muchas cosas además de las campañas virales mencionadas por Fallarás: la violación múltiple en Sanfermines, cuya sentencia (el juez lo calificó como abuso sexual y no como agresión), que llevó a millones de personas a manifestarse en las calles de ciudades de todo el Estado español; las huelgas feministas; la ley del solo sí es sí; el #SeAcabó. ¿Ha servido todo esto para que las mujeres identifiquen claramente las agresiones sexuales? ¿Y para que reduzca el estigma y la culpa?
La psicóloga contesta mediante audios de WhatsApp, de regreso de un congreso en Iruñea precisamente sobre violencias sexuales: “Hemos hablado mucho de que se ven cambios en la manera en que las jóvenes responden ante las violencias sexuales. Puede que no hayan asumido todo el discurso feminista, ni falta que hace, pero lo que asumen es que no son culpables de las agresiones ni tienen por qué tolerarlas”.
Y, sin embargo, a Jare solo le saltan las lágrimas cuando le pregunto si siente culpa. “Sí”. Contiene el llanto y sigue hablando. “Por mucho que me digas que no es mi culpa, me siento mal. Podría haber tenido dos dedos de frente antes de irme con él”. Eso sí, sabe que “no es justo” ni que le haya pasado esto ni que la sociedad pase página en cuanto los periódicos se tiran a la basura. Y Vázquez ve en ese “sentido de la justicia”, que a veces va acompañado de rabia y que es resultado de las movilizaciones feministas y avances como los legislativos, “un antídoto para ir disminuyendo la culpa”.
Pero hay otra emoción recurrente en el testimonio de Jare: “Cuando pienso en ello, sobre todo me da muchísimo asco”. Un asco que no se dirige solo al agresor, sino también hacia su propio cuerpo. De nuevo, a Fallarás no le sorprende: “Es la palabra que más se repite en los testimonios de agresión sexual, más que la vergüenza y la culpa, porque no implica elaboración, sino que es una reacción del cuerpo. Las mujeres hablan mucho de la necesidad de ducharse todo el rato”.
Con todo, el caso de Jare muestra otro avance generacional que destaca la directora de Sortzen: muchas víctimas van a denunciar junto con sus amigas, y las hay que también piden asesoría a Vázquez para aprender a acompañarse mejor. “Ahora hay una mirada muchísimo más colectiva de la violencia sexual, ya no se vive tanto en solitario, sobre todo en las agresiones en el espacio público”, coincide Karranza.
Nadie quiere sentirse agresor
¿Y los hombres? ¿Ha calado también en ellos el mensaje social que pone el consentimiento en el centro? ¿Son los agresores conscientes de que están agrediendo? Karranza identifica una tendencia polarizada: “Muchos están concienciados: quieren ir con cuidado, asegurarse de que hay consentimiento, porque no quieren sentirse agresores. Y luego están los que no han entendido absolutamente nada. Por eso el foco tiene que estar en ellos, para que aprendan. Es ridículo que el Ayuntamiento salga a hablar de los puntos negros de la ciudad; lo que tienen que hacer es educación de prevención con ellos; por ejemplo, que tengan que hacer cursos con rol-playing, como hacemos nosotras en autodefensa feminista”. Por lo pronto, ha elaborado la ‘Guía definitiva para prevenir agresiones sexuales‘, que dirige a los hombres cis pautas como “si no eres capaz de calmar el calentón y tienes ganas de agredir a una chica: mastúrbate en un lugar privado. Si no consigues relajarte, pide un vaso con hielo y mete el pene dentro durante un rato hasta que te sientas aliviado”.
Una inquietud frecuente en los testimonios de las mujeres que han denunciado violencia sexual es preguntarse si los hombres no eran conscientes de que estaban violando. Karranza lo ve especialmente cuando se trata de agresiones sostenidas en el ámbito de la pareja: “La mujer sigue sintiéndose responsable o cuestionándose si fue suficientemente clara exprsando sus límites, incluso cuando hay evidencias físicas o verbales de que era un no”.
Karranza: “La mujer sigue cuestionándose si fue suficientemente clara expresando sus límites, incluso cuando hay evidencias físicas o verbales de que era un no”.
Fallarás cree que, a estas alturas, “los hombres y los chavales saben exactamente lo mismo que nosotras” y llama a abandonar la actitud paternalista hacia ello: “Las campañas institucionales son tan omnipresentes que claro que saben que estaba violando; usan como excusa eso de ‘no me daba cuenta de que no quería’”.
Norma Vázquez añade que los agresores jóvenes “han asumido un discurso victimista” (las mujeres son malas, mentirosas, exageradas…) como forma de lidiar con la culpa porque, aunque se niegan a reconocerse como agresores, sí que “son perfectamente conscientes de que están forzando la voluntad de la mujer y que eso estuvo mal”. Para el machista, agredir a una mujer en tiempos de auge del feminismo “refuerza su sentido de superioridad”: “Esta no es tan feminista, tan coherente como decía; al final es una estrecha o una puta, igual que todas”, ilustra.
“Los jóvenes están desamparados, porque nosotras hemos creado unas herramientas que vamos legando a las muchachas. pero los hombres no han hecho ese ejercicio”
Las tres expertas coinciden en una inquietud: los discursos adultistas que caricaturizan a los jóvenes como más machistas y violentos, como si eso (en caso de que fuera verdad) no fuera responsabilidad de las generaciones que han intervenido en su educación: “El desamparo de los jóvenes no tiene que ver con las mujeres ni con el feminismo, sino con que los mayores no han hecho su trabajo para que tengan a donde agarrarse. Nosotras hemos creado unas herramientas que vamos legando a las muchachas para que aprendan a manejarse, incluidos los relatos colectivos en redes. Los hombres no han hecho ese ejercicio, no han legado ninguna herramienta, si acaso algún comentario machista, como lo de que a ver si ahora hay que firmar un contrato para follar”, aporta Fallarás.
“Ahora les digo a mis amigas que tengan cuidado cuando salen de fiesta”, dice Jare. Le respondo que es un problema que la solución ante las agresiones sea limitar nuestra libertad y vivir aterrorizadas. Le pregunto qué habría que hacer con los chicos: “Formarles desde pequeños, desde chiquitines. Nos dan charlas en el colegio sobre sexualidad, pero no se habla de lo otro”.
“Lo otro” podría incluir algo que subraya la psicóloga: que las agresiones sexuales a menudo no contienen violencia física, sino que los agresores emplean una variedad de herramientas para forzar la voluntad de la mujer, además de su cuerpo: “el acoso, el agobio, el chantaje o el alcohol”. La psicóloga lamentó en el reportaje ‘Yo quería sexo pero no así’ que la sociedad se pregunte por qué una mujer no se opone con firmeza a una relación sexual no deseada, en vez de cuestionar por qué muchos hombres siguen sin aceptar la primera negativa. “Decir que no, mantenerlo y defenderlo cuesta”, afirmó entonces.
Fallarás llama a revisar el discurso sobre la sumisión química: “El imaginario de la chica a la que le echaron droga en la bebida crea una norma de buenas víctimas”
Fallarás también llama a revisar los discursos institucionales, educativos y mediáticos. Por un lado, insistir en los puntos negros es absurdo por otro motivo que explica la periodista: “Es más frecuente que el agresor lleve a la mujer que ha conocido de fiesta a una casa o a un coche”. Si hubiera sido el caso de Jare, no habría podido avisar tan rápido a sus amigas y tal vez habría influido en la decisión de denunciar.
El otro discurso que le preocupa es la sumisión química: “Me da rabia el imaginario de la chica a la que le echaron droga en la bebida, porque crea una norma de buenas víctimas”, exclama la escritora. En cambio, lo más habitual es lo que le pasó a nuestra protagonista: que el agresor se aproveche de que la víctima estaba bebida o drogada.
Una última clave para que denunciar la violencia sexual que sucede entre jóvenes en contexto de ocio nocturno no se traduzca en terror sexual es recordar que ese no es el único contexto ni la única etapa vital, sino lo más visible en la actualidad. En el muro de Fallarás, mujeres de hasta 60 años relatan historias de violencia sexual, especialmente en ámbito doméstico y en el laboral. De nuevo, es más difícil denunciar a un marido o a un jefe que a un desconocido. Más aún si se trata de un familiar; porque la denuncia salpica al resto de parientes: “Si yo digo que mi padre o mi abuelo me violaba, convierto a mi padre en un violador, a mi abuela en la esposa de un violador, y las mujeres no siempre pueden asumir algo así. Tengo la obligación de respetar sus procesos. De manera que cuando quitas la identidad, y ya no puedes saber quién es el padre o el abuelo del que están hablando, emergen todas las historias”, explica la periodista. Dicho de otra manera: cuando son violencias más difíciles de denunciar ante la justicia, relatarlas de forma anónima se convierte en una forma para gritar al mundo que eso ocurrió y que no se olvida.
Pero terminemos con los avances. Así como ahora las jóvenes van acompañadas por las amigas a denunciar, los agresores están perdiendo apoyo de su entorno, destaca Vázquez: “Empieza a haber algunas fisuras en la masculinidad, aunque leves. Los agresores pueden tener una camarilla que los jalee, pero también son muy conscientes de que van a encontrar resistencia, por supuesto que por parte de las chicas, pero también puede haber chicos que les desacrediten”.
Ilustración: Emma Gascó
Información útil:
Si crees que estás sufriendo o has sufrido violencia sexual, puedes llamar al 016. Un servicio gratuito, en funcionamiento las 24 horas del día, y en el que serás atendida por profesionales especializadas en violencias machistas. Este servicio garantiza la confidencialidad de los datos de las personas usuarias y atiende en 53 idiomas. También puedes comunicarte por WhatsApp en el 600 000 016 y por correo electrónico escribiendo a: 016-online@igualdad.gob.es.
En algunas ciudades, como Bilbao, hay recursos municipales, provinciales o autonómicos como los centros de crisis que ofrecen atención especializada en violencia sexual las 24 horas del día, de forma gratuita y confidencial.
Puedes acudir también a gabinetes psicológicos feministas especializados, como Sortzen o
Gurenduz en Bilbao. Son de pago, pero si no tienes recursos económicos, te podrán derivar a otros servicios o ver otras fórmulas.
Si eres estudiante, ponte en contacto tú o alguien de tu entorno con la dirección de igualdad o de acción social de tu centro (o con la tutora u orientadora si no existe ese recurso) y solicita una adaptación curricular, para reducir la angustia de no poder concentrarte en clase. Por lo que conocemos, no hace falta presentar denuncia policial, pero sí informe psicológico o psiquiátrico.
Si tienes dudas de si lo que te pasó fue un delito contra tu libertad sexual, recuerda que la penetración (también oral o con los dedos) sin consentimiento es una agresión, más aún si fue sin preservativo. La ley del solo sí es sí pone el consentimiento en el centro: aunque no expresases un “no” verbal y rotundo, fue agresión si cediste a coacciones, si tu capacidad de consentir estaba afectada por la toma de alcohol u otras sustancias, o si te quedaste bloqueada.
No estás sola, puedes ponerte en contacto con el colectivo feminista de tu pueblo o ciudad (o con la Casa de las Mujeres, si existe) y pedirles acompañamiento, aunque no tengas denuncia policial o no quieras hacer el caso público.
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