Revolución y Contrarevolución en la España de los ’30

31 de mayo. Fuente: Ser Histórico

Sin duda alguna, el compañero Agustín Guillamón ha realizado durante las últimas décadas una enorme contribución al análisis crítico de la situación revolucionaria que sacudió a la península ibérica entre 1936 y 1939, más allá de toda mistificación y auto- complacencia ideológica de cualquier tipo. Poniendo énfasis principalmente en el rol y en los planteamientos defendidos por las minorías revolucionarias –a menudo, suprimidas y calumniadas por la historiografía oficial y de partido–; la Agrupación los Amigos de Durruti, la Sección Bolchevique Leninista de España-SBLE, y la izquierda del POUM representada por la célula 72 de Barcelona, Agustín ha develado el rol contrarrevolucionario que todas las organizaciones obreras existentes cumplieron en defensa de la democracia y el Estado republicano, incluidas las de tendencia anarquista.

Una entrevista a Agustín Guillamón

Esta entrevista realizada durante el mes de junio de 2022, pretende ser una síntesis del minucioso trabajo de investigación e interpretación de este período realizado por Guillamón, el cual se encuentra desperdigado, tanto en la revista que dirige, “Balance. Cuadernos de historia”, como en una multitud de libros editados principalmente en España, entre otras, por Editorial Descontrol, Aldarull y El Grillo Libertario, pero también en la región argentina por Lazo Ediciones, o acá en Chile por nosotr@s. Nuevamente, queremos recalcar la importancia de los materiales elaborados por el compañero, indispensables para realizar una correcta lectura de balance y con perspectiva revolucionaria de la España de los ’30. Además, la presente edición tiene por objetivo fomentar el debate y la autoclarificación teórica entre distintos grupos de nuestra región, porque muchos de los problemas y callejones sin salida en que se vieron atrapados las y los revolucionarios de aquella época, siguen presentes y latentes hoy en día.

¿Qué eran y que rol cumplieron los Comités de Defensa de la CNT en la derrota del ejército el 19 de julio? ¿Qué fueron los “Comités” y por qué se transformaron en enemigos de la reacción en el bando republicano? ¿Por qué el enorme movimiento libertario renunció a la revolución y optó por la colaboración de clases? ¿Qué ocurrió en las jornadas de mayo del ’37? ¿Por qué el antifascismo ahogó la perspec- tiva revolucionaria? Son solo algunas de las cuestiones en las cuales profundiza Guillamón en el texto que tienes en tus manos.

Pensamiento & Batalla, invierno2022.

¿Qué fue lo determinante en Cataluña para que el ejército fuera derrotado por el proletariado el 19 de julio de 1936? ¿Qué eran y qué rol cumplieron en los combates callejeros los Comités de Defensa confederales?

Los comités de defensa fueron la organización armada de la CNT, fuertemente dependiente de los sindicatos. No eran un organismo de la FAI. Se prepararon rigurosamente para los combates callejeros de guerrilla urbana. Inicialmente desempeñaron funciones de autodefensa, frente a la brutal represión de los años del pistolerismo (1917-1923). En 1934 se enfrentaron al intervencionismo policial del catalanismo fascista de Dencás-Badía contra las huelgas, que caracterizó la cartera de Gobernación y la Comisaría de Orden Público de la Generalidad, hasta su disolución tras la intentona separatista del 6 de octubre de 1934.

Las experiencias cotidianas del “mundo” libertario ponían en práctica unos valores solidarios y anticapitalistas, profundamente arraigados en la conciencia popular de quienes vivían ya en una comunidad alternativa y paralela, en el seno de la sociedad burguesa de la época. Vivere militare est: vivir es luchar. De la misma raíz latina surgen las palabras militar, militante, milicia y miliciano. El militante combatía en el campo sindical, cultural, asociativo y también en el militar, porque todos forman parte de la misma lucha, de la propia vida. Los comités de defensa no eran grupos militaristas o terroristas, ajenos a la clase obrera, sino que formaban parte de la misma red de solidaridad y acción que incluía cooperativas, ateneos, escuelas racionalistas, grupos de afinidad, sindicatos de barrio…

La República democrática fue incapaz de consolidar la menor reforma, ni de dar soluciones a los graves problemas de la hora, causados por una depresión económica mundial, que generaba un paro masivo y permanente. Estallaron diversas insurrecciones obreras contra ese estéril reformismo, que además fue cercenado por una derecha cerril y unas instituciones caducas y obsoletas, entre las que destacaban el Ejército y la Iglesia.

El grupo Nosotros se encaró al resto de grupos anarquistas, en Cataluña, entre abril y junio de 1936, en un momento en el que ya eran evidentes los preparativos militares para un golpe de Estado. Estallaron duras polémicas en torno a dos conceptos fundamentales: la “toma del poder” y el “ejército revolucionario”. El grupo Nosotros estaba inmerso en los preparativos insurreccionales, mientras la mayoría de grupos de la FAI les acusaban, desde un purismo doctrinal ácrata, de anarco-bolcheviques y de militarismo. Se daba un divorcio abismal entre teoría y práctica. Los comités de defensa, en el proyecto del grupo Nosotros, eran la base del ejército clandestino de la revolución.

En Julio de 1936, esos grupos de defensa (rigurosamente preparados desde 1931 en tácticas de guerrilla urbana) derrotaron al ejército sublevado y se convirtieron en los comités revolucionarios de barrio, asumiendo tareas de gobierno, que iban desde la formación de columnas milicianas, en el frente, y patrullas de vigilancia, en la retaguardia, hasta el aprovisionamiento de alimentos, el sostén de hospitales y comedores gratuitos, o bien, la gestión de escuelas, la recaudación de impuestos revolucionarios, planes de obras públicas para paliar el paro, incautación de edificios, cuarteles, hoteles, iglesias y conventos, pasando por la expropiación y colectivización de empresas, industrias y comercios.

Los comités revolucionarios: de defensa, de fábrica, de barrio, de control obrero, locales, de defensa, de abastos, etcétera, fueron el embrión de los órganos de poder de la clase obrera. Iniciaron una metódica expropiación de las propiedades de la burguesía, pusieron en marcha la colectivización industrial y campesina, organizaron las milicias populares que definieron los frentes militares en los primeros días, organizaron patrullas de control y milicias de retaguardia que impusieron el nuevo orden revolucionario mediante la represión violenta de la Iglesia, patronos, fascistas y antiguos sindicalistas y pistoleros del Libre. Pero fueron incapaces de coordinarse entre sí y crear un poder obrero centralizado. Los comités revolucionarios desbordaron con sus iniciativas y sus acciones a los dirigentes de las distintas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, incluida la CNT y la FAI. Había una revolución en la calle y en las fábricas, y unos potenciales órganos de poder del proletariado revolucionario: los comités, que ningún partido, organización o vanguardia supo o quiso coordinar, potenciar y transformar en auténticos órganos de poder obrero.

La cúpula dirigente de la CNT optó mayoritariamente por la colaboración con el Estado burgués para ganar la guerra al fascismo. La consigna de García Oliver, el 21 de julio, de “ir a por el todo” no era más que una propuesta leninista de toma del poder por la burocracia cenetista; que además el propio García Oliver sabía que la hacía inviable y absurda, cuando en el pleno cenetista se planteó una falsa alternativa entre “dictadura anarquista” o colaboración antifascista. Esta falsa opción “extremista” de García Oliver, la temerosa advertencia de Abad de Santillán y Federica Montseny del peligro de aislamiento y de intervención extranjera, y la opción de Durruti de espera a la toma de Zaragoza, decidieron que el pleno optara por una colaboración antifascista “provisional”. Nunca se planteó la alternativa revolucionaria de destruir el Estado republicano y convertir los comités en órganos de un poder obrero y las Milicias en el ejército del proletariado.

No puede hablarse de situación de doble poder entre el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA) y el gobierno de la Generalidad, en ningún momento, porque en ningún momento existió un polo de centralización del poder obrero; pero sí que puede hablarse de una posibilidad, fracasada ya en las primeras semanas posteriores al 19 de julio, de establecer una situación de doble poder entre esos comités revolucionarios y el CCMA. Algunos comités sindicales, locales y de barriada expresaron desde el principio su desconfianza y temores frente al CCMA, porque intuían el papel contrarrevolucionario que podía desempeñar.

Son muchos los protagonistas, y también los historiadores, que hablan de una situación de doble poder entre el CCMA y el gobierno de la Generalidad. Sin embargo es un profundo error creer que el CCMA fue otra cosa que lo que realmente fue: un pacto de las organizaciones obreras con las organizaciones burguesas y las instituciones del Estado, un organismo de colaboración de clases, un gobierno de Frente Popular en el que participaron representantes del gobierno de la Generalidad, de los partidos republicanos burgueses, de los estalinistas, del POUM y de los comités superiores de la CNT.

Los dirigentes de la CNT fundamentaban su fuerza en la “proximidad” a esos comités revolucionarios, aunque sólo fuera porque la mayoría de sus miembros eran cenetistas, pero a la vez desconfiaban de los comités revolucionarios, porque no entraban en sus esquemas organizativos y doctrinales, y al mismo tiempo, como burocracia, se sentían desbordados y amenazados por sus realizaciones.

El CCMA, en Cataluña, se diferenció del resto de organismos similares, aparecidos en otras regiones españolas, por el predominio de la CNT, y debido a que la CNT debía su fuerza a esos comités revolucionarios, en la que la mayoría de componentes estaban afiliados a la CNT. Fue en Cataluña donde estos tuvieron mayor alcance y duración. En los organismos similares al CCMA, surgidos en el resto de España, la repercusión, profundidad, alcance y duración de esos comités revolucionarios fue mucho menor y/o duró sólo algunos días o semanas.

Los comités revolucionarios fueron la autoorganización que se dio la clase obrera en una situación revolucionaria, y eran también el embrión de los órganos de poder del proletariado revolucionario. Pero hay que comprender sus debilidades, que fueron sobre todo la incapacidad para coordinarse entre sí, con el objetivo de imponer su propio poder y destruir el Estado de la burguesía. Faltó una organización revolucionaria o una vanguardia obrera capaz de transformar esos comités en consejos obreros, caracterizados por la elección democrática de sus delegados en asambleas, revocables en todo momento, y capaces de coordinarse a nivel regional y nacional.

La CNT y la FAI no dieron ninguna consigna a sus militantes hasta el 28 de julio, cuando amenazaron fusilar en el acto a los “incontrolados” que prosiguieran expropiando a la burguesía, y “paseando” a fascistas, burgueses, curas y ex miembros del Libre (los pistoleros de la patronal). Los trabajadores, en julio de 1936, supieron actuar sin sus dirigentes, y procedieron a la expropiación de la burguesía y a la supresión de algunos aparatos de dominio del Estado capitalista (ejército, Iglesia, policía), de tal forma que desbordaron no sólo las estructuras estatales, sino también a sus propias organizaciones políticas y sindicales; pero fueron incapaces de actuar contra sus dirigentes, respetaron el aparato estatal y sus funcionarios, y en mayo de 1937 aceptaron a regañadientes, pero aceptaron, la capitulación frente al enemigo de clase.

Por otra parte, esos comités revolucionarios, aunque potencialmente eran los órganos de poder obrero, sufrieron la pesada influencia de la ideología de unidad antifascista y muchos de ellos se transformaron rápidamente en comités antifascistas, compuestos por obreros y burgueses, al servicio del programa de la pequeña burguesía. La entrada de ministros anarquistas en el gobierno de Madrid, y de anarquistas y poumistas en el gobierno de la Generalidad, permitió que en octubre de 1936 se procediera, sin la menor resistencia armada, a la disolución de los comités locales para dar paso a los ayuntamientos antifascistas. Los comités de defensa y de fábrica, y algunos de los locales, se resistieron a su definitiva disolución, aunque sólo consiguieron aplazarla.

¿Por qué razón el movimiento libertario decidió optar mayoritariamente por una estrategia que en definitiva significaba la defensa de la República –y la democracia–, el antifascismo y la colaboración de clases?

En treinta y dos horas el pueblo de Barcelona había vencido al ejército. Contabilizados ambos bandos el saldo fue de unos cuatrocientos cincuenta muertos (en su mayoría cenetistas) y miles de heridos. Casi todas las iglesias y conventos, algunas ya desde la mañana del 19 de julio de 1936, volvieron a arder. El proletariado barcelonés estaba armado con los treinta mil fusiles de San Andrés. La sublevación militar y fascista, que contaba con la complicidad de la Iglesia, fracasó en casi toda España, creando como reacción una situación revolucionaria. La derrota del ejército por el proletariado en la “zona roja” había dinamitado el monopolio estatal de la violencia, brotando de la explosión una gran variedad de poderes locales, directamente asociados al ejercicio local de la violencia. Violencia y poder estuvieron íntimamente relacionados. Esa situación revolucionaria común fue la que hizo surgir juntas revolucionarias de ámbito regional o comarcal en Málaga, Barcelona, Aragón, Valencia, Gijón, Madrid, Santander, Sama de Langreo, Lérida, Castellón, Cartagena, Alicante, Almería, entre las más destacadas, en todos los lugares de España donde la sublevación fascista había sido derrotada. El ejercicio de la violencia era, en sí misma, la manifestación del nuevo poder obrero: por todas partes surgían comités, barricadas y patrullas de control; milicias populares y de retaguardia; coches y camiones incautados con siglas pintadas en las carrocerías; pases emitidos por los comités de defensa. En todas partes se producía la quema de las iglesias y conventos, saqueo de las casas de la burguesía; persecución, encarcelamiento o asesinatos in situ de fascistas, militares sublevados, patrones y clero; incautación de fábricas, cuarteles y locales de todo tipo; comités de control obrero y un largo etcétera, consecuencia del armamento del proletariado.

Más que dualidad de poderes lo que existía era una atomización del poder. Aunque las instituciones estatales seguían en pie, la CNT-FAI decidió que era necesario aplastar primero al fascismo allí donde había triunfado, y aceptó crear al margen de la Generalidad, cuya existencia no era cuestionada, un Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (CCMA), que prolongaba la colaboración del comité de enlace militar, existente durante el combate contra los sublevados, entre la Generalidad, los militares leales, el Comité de Defensa confederal y los otros partidos y organizaciones obreras y republicanas.

El mismo día 20, por la tarde, Companys, como presidente de la Generalidad, que aún existía, invitó a Palacio a los líderes de las distintas organizaciones, entre ellos los anarquistas. Se sometió a discusión de un pleno de militantes, reunido en la Casa CNT-FAI, si debían acudir a la cita propuesta por el presidente de la Generalidad, y tras un somero análisis sobre la situación existente en la calle, se decidió enviar al Comité de Enlace con la Generalidad a que parlamentara con Companys. Acudieron al encuentro armados, sucios por el combate y somnolientos: Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, “Abad de Santillán”, José Asens y Aurelio Fernández (que sustituía al fallecido Francisco Ascaso). Reunidos con los delegados de las distintas organizaciones políticas y sindicales en el patio de los naranjos, esto es, de Andreu Nin, Joan Comorera, Josep Coll, Josep Rovira, entre otros, comentaban entre sí los acontecimientos vividos, pasando todos animadamente de un corrillo a otro, hasta que se presentó Companys, acompañado por Pérez Farrás. Los distintos grupos se fusionaron en uno solo, compacto y alargado, en respetuoso silencio. Companys los miró a todos, uno a uno, satisfecho, sereno y sonriente. Fijando su mirada en la delegación cenetista les felicitó “Habéis ganado. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los guardias de asalto y de los ‘mossos d´esquadra’”. Prosiguió meditativo: “Pero la verdad es que, perseguidos duramente hasta anteayer, hoy habéis vencido a los militares y fascistas”. Tras reconocer a todos los allí presentes, en pie, formados en corro junto a él, como los dueños de la calle, preguntó “¿Y ahora qué hemos de hacer?”. Mirando a los cenetistas les dijo: “¡Algo hay que hacer ante la nueva situación!”. Prosiguió alertándoles que, aunque se había vencido en Barcelona, la lucha no había finalizado, “no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España”, luego subrayó su posición y el papel que él podía jugar en su cargo: “por mi parte, yo represento a la Generalidad, un estado de opinión real pero difuso y un reconocimiento internacional. Se equivocarían quienes considerasen todo esto como algo inútil, para terminar, afirmando que, si era necesario formar un nuevo gobierno de la Generalidad: ‘estoy a vuestra disposición para hablar’”. García Oliver respondió: “Puede continuar siendo Presidente. A nosotros no nos interesa nada referente a la presidencia ni al gobierno”, como si hubiera interpretado que Companys renunciaba a su cargo. Tras este primer contacto, informal y apresurado, de los diversos delegados, de pie y en torno a Companys, éste les invitó a entrar en un salón del palacio para, cómodamente sentados, coordinar la unidad y colaboración de todas las fuerzas antifascistas, mediante la formación de un comité de milicias, que controlara el desorden de la calle y organizara las columnas de milicianos, que debían partir ya hacia Zaragoza.

El Comité regional ampliado de la CNT, informado por la delegación cenetista de la entrevista palaciega, acordó tras una rápida deliberación comunicar telefónicamente a Companys que se aceptaba en principio la constitución de un Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), en espera de la resolución definitiva que se adoptara en el Pleno de Locales y Comarcales, que había de reunirse el día 21. Esa misma noche Companys mandaba imprimir en el boletín oficial de la Generalidad un decreto de creación de esas Milicias ciudadanas.

El martes 21 de julio, en la Casa CNT-FAI, se sometió a la aprobación formal de un Pleno Regional de Locales y Comarcales de Sindicatos, convocado por el Comité de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, la propuesta de Companys de que la CNT participara en un CCMA. Tras el informe inaugural de Marianet, José Xena, en representación de la comarcal del Baix Llobregat, propuso la retirada de los delegados cenetistas del CCMA y marchar adelante con la revolución para implantar el comunismo libertario. Juan García Oliver planteó acto seguido el debate y la decisión a tomar como una elección entre una “absurda” dictadura anarquista o la colaboración con las demás fuerzas antifascistas en el Comité Central de Milicias para continuar la lucha contra el fascismo. De este modo García Oliver, conscientemente o no, hacía inviable ante el pleno la confusa y ambigua opción de “ir a por el todo”. Frente a lo de una intransigente “dictadura anarquista” apareció más lógica, equilibrada y razonable la defensa que hizo Federica Montseny de los principios ácratas contra toda dictadura, apoyada por los argumentos de Abad de Santillán de peligro de aislamiento y de intervención extranjera. Surgió una tercera posición, que proponía usar el gobierno de la Generalidad para socializar la economía, hasta que llegase el momento de echarlo a patadas cuando dejara de ser útil, mientras se consolidaba una organización armada y autónoma de la CNT, fundamentada en los comités de defensa y en la coordinación de los anarcosindicalistas con cargos de orden público, puesta pragmáticamente en marcha por Manuel Escorza desde el comité de investigación de la CNT-FAI, auténtico organismo cenetista de espionaje.

El pleno se mostró, pues, favorable a la colaboración provisional de la CNT con el resto de fuerzas antifascistas en el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), con el voto en contra de la comarcal del Baix Llobregat. La mayoría de asistentes al Pleno, entre los que se contaban Durruti y Ortiz, permanecieron callados, porque pensaban como tantos otros que la revolución debía aplazarse hasta la toma de Zaragoza, y la derrota del fascismo. Se pasaba, sin más consideraciones ni filosofías, a consolidar e institucionalizar el Comité de Enlace entre CNT y Generalidad, anterior al 19 de julio, transformado, profundizado y ampliado en ese CCMA que, mediante la unidad antifascista de todos los partidos y sindicatos, debía imponer el orden en la retaguardia y organizar y aprovisionar las milicias que debían enfrentarse en Aragón con los fascistas.

En la primera reunión del CCMA, celebrada la noche del día 21, los representantes cenetistas hicieron patente a republicanos y catalanistas su fuerza e indocilidad, editando un bando que daba al Comité Central muchas más atribuciones y competencias, militares y de orden público, que las dispuestas inicialmente por el decreto de la Generalidad. No en vano a la pregunta, surgida en esta primera sesión del CCMA, de quién había vencido al ejército, Aurelio Fernández respondió que “los de siempre: los piojosos”, esto es, los parados, los emigrantes recientes y la población marginal y miserable de los barrios de barracas o de las “casas baratas” de La Torrassa, Can Tunis, Somorrostro, Santa Coloma y San Andrés, o el maltratado proletariado industrial que, en condiciones de vida durísimas, azotados por el paro masivo, con largas jornadas laborales, jornales de hambre y trabajos precarios pagados al destajo, se hacinaba en los barrios obreros de Pueblo Nuevo, Sants, la Barceloneta, el Chino, Hostafrancs, San Andrés, Collblanch, la Torrassa o Pueblo Seco, arrendando o subarrendando cuchitriles, habitaciones o pisos mínimos con alquileres inasequibles, que había que compartir.

Mientras tanto, Companys había autorizado a Martín Barrera, consejero de Trabajo, a que diera por radio noticia de las disposiciones acordadas sobre disminución de horas laborales, aumento de salarios, disminución de alquileres y nuevas bases de regulación del trabajo, que antes deberían pactarse con los representantes de las asociaciones patronales, como Fomento del Trabajo, Cámaras de Industria y de la Propiedad, etcétera, a quienes se expuso la necesidad de encarrilar el ímpetu revolucionario de las masas, como ya había hecho el director de las minas de potasa de Suria, que prefería tener pérdidas a volver a ser retenido por sus mineros. Durante el transcurso de la reunión varios representantes de la patronal recibieron llamadas de aviso para que no volvieran a sus casas, porque patrullas de hombres armados habían ido en su busca. La reunión acabó con el convencimiento de que los empresarios allí reunidos ya no representaban a nadie. Pero el mensaje se radió igual, algunos días después, como medio para encauzar ánimos y reivindicaciones.

El jueves 23 de julio, en la Casa CNT-FAI, se sometió a discusión de un Pleno conjunto de la CNT y de la FAI, es decir, de un pleno de notables, la entrada de los anarcosindicalistas en el CCMA y cómo vencer la importante resistencia que se manifestaba entre la militancia a aceptarlo. Se acordó la necesidad de constituir un “comité de comités”, que agilizara la toma de decisiones importantes, y conseguir su asimilación por la militancia de base, dotando a la organización de una coherencia que el funcionamiento federalista tradicional hacía imposible. El primer problema a resolver fue el Pleno del día 26, que debía conseguir, mediante la unanimidad, la firmeza necesaria para imponer a toda la militancia, sin excepciones, ni disidencias de ningún tipo, la política de colaboración definitiva y permanente con todas las organizaciones antifascistas y con el gobierno de la Generalidad, en el CCMA.

Ese mismo día, al anochecer, los miembros del grupo “Nosotros” se reunieron en casa de Gregorio Jover, para analizar la situación, y como despedida, ante la salida al día siguiente de las Columnas de milicianos dirigidas por Buenaventura Durruti, que salió por la mañana vía carretera, en una caravana de coches y camiones, desde el Cinco de Oros, y la de Antonio Ortiz, que salió en ferrocarril por la tarde del mismo día 24.

A las nueve y media de la mañana del día 24, Durruti, en nombre del CCMA, hizo una alocución radiofónica en la que advirtió a los cenetistas de la necesidad imperiosa de mantenerse vigilantes ante intentonas contrarrevolucionarias y a no abandonar lo conquistado en Barcelona. Durruti parecía consciente del peligro de una retaguardia insegura, en la que el enemigo de clase no había sido anulado. Todo quedaba aplazado hasta después de la toma de Zaragoza.

El domingo 26 de julio, en la Casa CNT-FAI, se sometió de nuevo a la aprobación formal de un Pleno Regional de Locales y Comarcales de Sindicatos, convocado por el Comité de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, la colaboración de la CNT en el CCMA, en el que los representantes cenetistas ya estaban participando. Se trataba de que las decisiones tomadas por el Comité Regional Ampliado, de colaborar con el gobierno de la Generalidad y el resto de partidos, que ya eran una realidad irreversible, fueran ratificadas de nuevo en otro Pleno Regional de Sindicatos. Era una política de hechos consumados, en la que el Pleno del día 26 actuaba como simple altavoz de los acuerdos ya tomados. El acuerdo final no dejaba lugar a dudas sobre la dureza de la oposición que había encontrado la aceptación de la posición colaboracionista de los comités superiores de la CNT-FAI, aunque desconocemos los debates, si es que los hubo. El análisis de la situación revolucionaria existente se cerraba mediante una posición que había alcanzado la “unanimidad absoluta”. Curiosamente la posición alcanzada en ese Pleno era definida como la “misma posición”, esto es, la que ya había aceptado provisionalmente la delegación cenetista que había parlamentado con Companys, la ya aprobada por el Pleno Regional del día 21, la del Pleno conjunto CNT-FAI del día 23. ¿Qué posición?: “no hay más enemigo para el pueblo, que el fascismo sublevado”, y por lo tanto ni el gobierno burgués de la Generalidad ni el republicano eran un enemigo a batir, sino un aliado. La renuncia revolucionaria era ya absoluta: “Que nadie vaya más allá. Que nadie tergiverse la actuación a seguir”. Se apelaba a la obligación moral de aceptar las decisiones generales y se hacía una profesión de fe antifascista: “Hoy por hoy, contra el fascismo, sólo contra el fascismo que domina media España”. El comunicado final del Pleno Regional terminaba con una orden tajante e indiscutible de aceptación y sumisión al CCMA: “hay un Comité de Milicias Antifascistas y un apéndice suyo denominado Comisión de Abastos. Todos tenemos el deber de acatar sus consignas, forma de regular las cosas en todos los órdenes”. El 28 de julio la Federación Local de Sindicatos únicos de Barcelona ordenaba el fin de la huelga general.

¿Qué fueron realmente los “Comités” y por qué razón se convirtieron en un objetivo a derribar por la contrarrevolución enquistada en el campo antifascista?

Violencia y poder iban juntos. Una vez destruido el monopolio estatal de la violencia, porque se había derrotado al ejército en la calle, y armado el proletariado, se abría una situación revolucionaria que imponía su violencia, su poder y su orden. El poder de una clase obrera en armas.

Los comités revolucionarios: de defensa, de fábrica, de barrio o de localidad, de control obrero, de abastos, de alistamiento a las milicias, etcétera, fueron el embrión de los órganos de poder de la clase obrera. Iniciaron una metódica expropiación de las propiedades de la burguesía, pusieron en marcha la colectivización industrial y campesina, organizaron las milicias populares que definieron los frentes militares en los primeros días, organizaron patrullas de control y milicias de retaguardia que impusieron el “nuevo orden revolucionario”, mediante la represión violenta de la Iglesia, patronos, fascistas y antiguos sindicalistas y pistoleros del Libre, pues durante una semana el paqueo (tiroteo de francotiradores) en la ciudad fue constante. Pero fueron incapaces de coordinarse entre sí y crear un poder obrero centralizado. Los comités revolucionarios desbordaron con sus iniciativas y sus acciones a los dirigentes de las distintas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, incluida la CNT y la FAI, o un POUM que aún pedía aumento de salarios y reivindicaciones menores, ya superadas.

No existió ningún partido, organización, sindicato o minoría que propugnara la destrucción del Estado burgués y la vía revolucionaria de potenciación, coordinación y unificación organizativa de los órganos de poder surgidos en julio de 1936: los comités obreros. A partir del 20 de julio el proletariado en Barcelona ejerció una especie de dictadura “por abajo” en las calles y en las fábricas, ajena e indiferente a “sus” organizaciones políticas y sindicales, que no sólo respetaban el aparato estatal de la burguesía, en lugar de destruirlo, sino que además lo fortalecían. En ausencia de una vanguardia capaz de plantear el combate por el programa de la revolución proletaria, la guerra contra el enemigo fascista impuso la ideología de la unidad antifascista y el combate por el programa de la burguesía democrática. La guerra no se planteaba como una guerra de clases, sino como una guerra antifascista entre el Estado de la burguesía fascista y el Estado de la burguesía democrática. Y esa elección entre dos opciones burguesas (la democrática y la fascista) suponía ya la derrota de la alternativa revolucionaria. Para el movimiento obrero y revolucionario el antifascismo fue la peor consecuencia del fascismo. La ideología de unidad antifascista fue el peor enemigo de la revolución, y el mejor aliado de la burguesía. Las necesidades de esta guerra entre dos opciones burguesas ahogaron toda alternativa revolucionaria y los métodos de lucha de clases que permitieron la victoria de la insurrección obrera del 19 de Julio. Era necesario renunciar a las conquistas de julio de 1936 en aras de ganar la guerra a los fascistas: “renunciamos a todo menos a la victoria”, esto es, el eslogan estalinista falsamente atribuido a Durruti.

Las alternativas planteadas eran falsas: no se trataba de ganar primero la guerra y luego la revolución (propuesta estalinista), o bien de hacer la guerra y la revolución al mismo tiempo (tesis poumista y libertaria), sino de abandonar, o no, los métodos y objetivos del proletariado. Las Milicias Populares del 21-25 de Julio eran auténticas Milicias proletarias; las Milicias, militarizadas o no, de octubre del 36 eran ya un ejército de obreros en una guerra dirigida por la burguesía (fuera fascista o republicana) al servicio de la burguesía (fuera democrática o fascista).

El CCMA no fue nunca un órgano de poder obrero, sino un organismo de colaboración de clases. No existió nunca una situación de doble poder. En todo caso se dio una duplicidad de poderes entre el CCMA y algunas consejerías de la Generalidad, y sobre todo un trabajo complementario de ambos contra los comités revolucionarios.

En Barcelona, durante la semana del 21 al 28 de julio de 1936, mientras el CCMA era aún provisional, aparecieron los comités de barrio, como expresión del poder obtenido por los comités de defensa, que se coordinaron en una auténtica federación urbana que, en las calles y fábricas, ejercía todo el poder, en todos los ámbitos, en ausencia de un poder efectivo del Ayuntamiento, Gobernación y Generalidad. Las decenas de barricadas levantadas en Barcelona permanecían aún activas en octubre, controlando el paso de los vehículos y exigiendo la documentación y el preceptivo pase, extendido por los distintos comités, como medio de imposición, defensa y control de la nueva situación revolucionaria, y, sobre todo, como seña de identidad del nuevo poder de los comités. La destrucción del Estado por los comités revolucionarios era una tarea muy concreta y real, en la que esos comités asumían todas las tareas que el Estado desempeñaba antes de julio de 1936.

La posición de los comités superiores de la CNT-FAI era incoherente, insostenible y contradictoria. Sus principios ideológicos les impedían entrar en el gobierno de la Generalidad, pero tampoco querían que ese gobierno amenazara al CCMA, sino que se mantuviera sumiso a un organismo que no era, ni quería ser, un gobierno revolucionario y alternativo al de la Generalidad. El CCMA ni gobernaba del todo, ni quería dejar gobernar del todo a los demás. Los dirigentes anarcosindicalistas querían congelar la situación revolucionaria existente. Si a esto se le llama dualidad de poderes es porque no se entiende que la dualidad comporta una lucha feroz y sin cuartel entre dos polos opuestos, sin más objetivo que el de destruir al poder rival. En el caso de Cataluña era más adecuado hablar de una duplicidad y complementariedad de poderes entre algunas consejerías del gobierno de la Generalidad y el CCMA, en ocasiones molesta, ineficaz e irritante para todos. La amenaza de García Oliver contra la formación del gobierno Casanovas no deseaba otra cosa que el mantenimiento de esa duplicidad. La participación anarcosindicalista en las tareas de gobierno a través del CCMA resultaba insatisfactoria. Pero nadie se atrevía a plantear aún, a una militancia libertaria armada, la entrada directa en el gobierno. Cuando la realidad choca con los principios, estos suelen quebrar.

¿Cuál fue el balance real dejado por el CCMA en sus nueve semanas de existencia?: el paso de unos comités locales revolucionarios, que ejercían todo el poder en la calle y las fábricas, a su disolución en beneficio exclusivo del pleno restablecimiento del poder de la Generalidad. Del mismo modo, los decretos firmados el 24 de octubre sobre militarización de las Milicias a partir del 1 de noviembre y de promulgación del decreto de Colectivizaciones completaban el desastroso balance del CCMA, esto es, el paso de unas Milicias obreras de voluntarios revolucionarios a un ejército burgués de corte clásico, sometido al código de justicia militar monárquico, dirigido por la Generalidad; el paso de las expropiaciones y el control obrero de las fábricas a una economía centralizada, controlada y dirigida por la Generalidad.

Las grandes noticias, en noviembre de 1936, fueron el entierro de Durruti y el golpe de Estado abortado de Revertés y Estat Català contra Companys. Durante ese mes de noviembre se activó la oposición de los militantes de las barriadas, que identificaban claramente la campaña de desarme de la retaguardia, resumida en el eslogan “armas al frente”, como una maniobra del gobierno de la Generalidad contra las “conquistas revolucionarias”. Esta oposición de los militantes de base exigía que el desarme de la retaguardia se relacionase estrechamente con el envío de las fuerzas policiales de la retaguardia al frente militar. Mientras la guardia civil y los de asalto estuviesen concentrados en sus cuarteles barceloneses, armados, los comités de defensa y de barriada no entregarían sus armas “para el frente”.

Los comités revolucionarios de los barrios (y algunos sindicatos) aparecían como garantes del proceso revolucionario, frente al fascismo, frente al gobierno de la Generalidad, pero también frente a los comités superiores de la CNT-FAI.

El 25 de noviembre de 1936, asistieron a la reunión nocturna de los comités superiores [1]] los Comités Regional y Local de la CNT, Comité de Defensa, Servicio de Investigación de la CNT-FAI, Patrullas, Orden Público y el Comité pro- Víctimas del Fascismo.

Valerio Mas, por el CR, informó “que la crisis total que sufre la Generalidad, ha sido motivada por el proyecto del nuevo ejército”, y que los otros consejeros decían a los consejeros cenetistas que cómo podían colaborar si, en ese momento, estaban en total oposición a los ideales cenetistas.

El CR se propuso el objetivo de alcanzar un acuerdo.

Santillán dijo que era necesario inculcar en las masas la necesidad de acuerdo.

El CR concluyó “que las órdenes de desarme no habían sido obedecidas por nadie”, asumió que “las barriadas la tenemos como nuestros peores enemigos” y que era necesario recoger las diferentes inquietudes existentes en la Organización.

Los comités superiores, ante la manifiesta rebeldía de los comités de barrio, decidieron reducir sus funciones y controlar sindicalmente a sus secciones de defensa, hibernándolos en la práctica, hasta que en marzo de 1937 la formación del Cuerpo Único de Seguridad por la Generalidad, constituido por guardias de asalto y guardia civiles, y ante la amenaza de disolución de las Patrullas de Control, creyó urgente y necesaria su revitalización y rearme, como preparación para un enfrentamiento inminente e inevitable que desembocó en las Jornadas de Mayo.

Entre el 5 y el 8 febrero de 1937 se celebró en Valencia una asamblea de columnas confederales que trató la cuestión de la militarización. Las amenazas de no suministrar armas, alimentos, ni soldada, a las columnas que no aceptaran la militarización, sumada al convencimiento de que los milicianos serían integrados en otras unidades, ya militarizadas, surtieron efecto. A muchos les parecía mejor aceptar la militarización y adaptarla flexiblemente a la propia columna. Finalmente, la ideología de unidad antifascista y la colaboración de la CNT-FAI en las tareas gubernamentales, en defensa del Estado republicano, triunfaron contra la resistencia a la militarización, que fue finalmente aceptada hasta por la recalcitrante Columna de Hierro.

Un documento excepcional [2] nos permite seguir el proceso que condujo a una mayoría importante de la Cuarta Agrupación de Gelsa de la Columna Durruti a un rechazo visceral de la militarización, que terminó con el abandono del frente, llevándose las armas a Barcelona: transcurridas varias semanas y visto que no era posible armonizar la división de criterio que existía en la Columna Durruti, bajó a entrevistarse con la Cuarta Agrupación de Gelsa una comisión presidida por Manzana. En una reunión conjunta se expuso la delicada situación por la que atravesaba la Columna, ya que entre las dos partes existía tal tirantez que se temía degenerara en un choque sangriento [3] . En esta reunión se tomó el acuerdo de invitar una vez más a los camaradas de Gelsa para que, en la forma que ellos creyeran más conveniente, se solucionara la conflictiva situación.

Hacia finales de febrero, casi todos los milicianos de la Cuarta Agrupación de Gelsa de la Columna Durruti decidieron abandonar el frente porque rechazaban la militarización [4]. Las presiones y amenazas que sufrieron fueron insoportables, y estuvieron a punto de provocar un enfrentamiento armado en el seno de la Columna Durruti. Finalmente, abandonaron el frente, llevándose las armas. Esos milicianos estuvieron en el origen de la fundación, en Barcelona, de la Agrupación de Los Amigos de Durruti.

La fuerte resistencia de la base anarcosindicalista a la militarización de las milicias, al control de la economía y de las empresas colectivizadas por la Generalidad, al desarme de la retaguardia y a la disolución de los comités locales se manifestó en un retraso de varios meses al cumplimiento real de los decretos del gobierno de la Generalidad sobre todos estos temas. Resistencia que, en la primavera de 1937, cristalizó en un gran malestar, al que se sumó el descontento por la marcha de la guerra, la inflación y la penuria de productos de primera necesidad, para desembocar entonces en una crítica generalizada de la militancia cenetista de base a la participación de los comités superiores de la CNT-FAI en el gobierno, y a la política antifascista y colaboracionista de sus dirigentes, a quienes se acusaba de la pérdida de “las conquistas revolucionarias del 19 de julio”.

Ese descontento es el que explicaba el surgimiento y la fuerza de la Agrupación de los Amigos de Durruti que ya, a finales de abril de 1937, había planteado la necesidad de imponer una Junta Revolucionaria en sustitución de la Generalidad. Después de mayo, la Agrupación supo expresar ese malestar confederal en un análisis en el que se afirmaba que en julio del 36 no se hizo la revolución y que el CCMA fue un organismo de colaboración de clases, además de elaborar un programa que concluía que las revoluciones son totalitarias o son derrotadas. La diferencia de los Amigos de Durruti con otros muchos grupos encolerizados de cenetistas y anarquistas, radicaba precisamente en que los primeros oponían un programa, mientras los otros apelaban a unos principios abstractos, ineficaces, que además compartían con los comités superiores a los que se criticaba.

Desde enero hasta julio de 1937, en Barcelona, los obreros industriales convocaron numerosas asambleas en las fábricas, con frecuencia amenazadas por un fuerte dispositivo policial en el exterior, en las que se planteaba con mayor o menor claridad y efectividad el enfrentamiento entre la socialización y la colectivización, además de la gravísima problemática presentada por la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y las dificultades de aprovisionamiento de alimentos y productos básicos.

La colectivización suponía que la propiedad de las pequeñas y medianas empresas y talleres había pasado de los antiguos amos a los propios trabajadores, insolidarios respecto a los asalariados de otras empresas menos productivas o con mayores dificultades. Se trataba, pues, de una propiedad colectiva de los trabajadores de cada empresa, aunque sometida a un férreo dirigismo estatal, ya que la dirección global de la economía era planificada por el gobierno de la Generalidad, que no sólo tenía el control financiero y, por lo tanto, la posibilidad de ahogar a las empresas díscolas, sino su dirección efectiva a través del interventor que nombraba, quien, de hecho, se convertía en el director y nuevo amo, delegado por el gobierno. La colectivización se había convertido, pues, en realidad, en un capitalismo colectivo, de gestión sindical, con planificación y dirección estatal.

La socialización suponía la organización de los trabajadores en Federaciones o Sindicatos de Industria, que reorganizaran y racionalizaran la producción de toda una rama industrial, dirigida y planificada por los sindicatos, y en la que los beneficios repercutían solidariamente a toda la sociedad, y no sólo a los trabajadores de cada empresa. El conjunto de todas esas Federaciones de Industria ejercerían, pues, la dirección y planificación de la economía en toda Cataluña; no el gobierno burgués de la Generalidad. Además de una lucha ideológica, que lo era, se trataba sobre todo de un combate por la mera supervivencia de las industrias gestionadas por los obreros, ya que si Companys y Comorera podían imponer a las empresas tarifas y condiciones de trabajo, así como impedir el acceso a la financiación o las materias primas, tenían en sus manos la dirección real de cualquier empresa, a través del interventor que imponían, y con su generalización la implantación de un capitalismo estatal, dirigido por la Generalidad.

Esta lucha se concretaba ideológicamente en la consigna dada por la Agrupación de los Amigos de Durruti, en abril y mayo de 1937, de dar “todo el poder a los sindicatos”. Recordemos que las Jornadas de Mayo se iniciaron precisamente por el rechazo de los trabajadores al nombramiento de un interventor de la Generalidad en Telefónica.

El fracaso de las conversaciones de Companys con Escorza y Herrera, al no hallar solución política alguna en dos meses de conversaciones, se salvó in extremis por el pacto personal entre Companys y Escorza del 15 de abril, que acordaron el nuevo gobierno del 16 de abril, en el que entraba Aurelio Fernández por CNT.

La emboscada y asesinato del líder anarquista de la Cerdaña, Antonio Martín, el 27 de abril en el puente de Bellver, rompió ese frágil pacto y desembocó directamente en los enfrentamientos armados de mayo de 1937 en Barcelona, cuando Companys, sin avisar a Tarradellas (ni por supuesto a Escorza y Herrera) dio la orden a Artemi Aguadé, conseller de Interior, de ocupar la Telefónica, que fue ejecutada por el estalinista Eusebio Rodríguez Salas.

¿Cuál es la importancia del famoso discurso de Durruti transmitido por la radio CNT-FAI días antes de su muerte?

El 4 de noviembre de 1936 había mucha expectación por escuchar el imprevisto discurso de Durruti por Radio CNT-FAI, que sería trasmitido a toda España por las emisoras barcelonesas. Ese mismo día la prensa daba fe de la toma de posesión del cargo de Ministro por cuatro anarquistas en el gobierno de Madrid: Federica Montseny, Juan García Oliver, Juan López y Joan Peiró. La Columna Durruti no había conseguido tomar Zaragoza. Las dificultades de aprovisionamiento de armamento eran la principal dificultad del frente. Durruti había recurrido a todos los métodos a su alcance para conseguir armas. Incluso había enviado un destacamento de milicianos, a principios de septiembre, en una expedición punitiva sobre Sabadell, para obligar a que le entregaran las armas que habían sido almacenadas con vistas a la formación de una Columna Sabadell que no había llegado a constituirse. Además, el 24 de octubre la Generalidad había aprobado el Decreto de militarización de las Milicias, que ponía en vigor el antiguo Código de Justicia Militar a partir del uno de noviembre. Tanto amigos como enemigos esperaban con atención qué iba a decir Durruti.

Ya antes de la alocución la gente se aglomeraba en las proximidades de los altavoces instalados en los árboles de las Ramblas, que solían trasmitir canciones revolucionarias, música y noticias. En cualquier lugar de la ciudad de Barcelona donde hubiera una radio se esperaba con impaciencia que el locutor anunciara: “Habla Durruti”.

El Decreto de militarización había sido apasionadamente discutido en la Columna Durruti, que había decidido no admitirlo, porque no podía mejorar las condiciones de lucha de los milicianos voluntarios del 19 de julio, ni resolver la crónica falta de armamento. Durruti firmó, en nombre del Comité de Guerra, un escrito de rechazo a la militarización que dirigió al “Consejo” de la Generalidad, fechado significativamente en el Frente de Osera ese mismo uno de noviembre en el que se reponía el odiado Código Militar monárquico. La Columna negaba la necesidad de una disciplina de cuartel a la que oponían la superioridad de la disciplina revolucionaria: “Milicianos sí; soldados nunca”.

Durruti, como delegado de la Columna, quiso hacerse eco de la indignación y protesta de los milicianos del frente de Aragón ante el curso claramente contrarrevolucionario que se estaba abriendo paso en la retaguardia. A las nueve y media de la noche empezó a radiarse el discurso de Durruti:

“Trabajadores de Cataluña: Me dirijo al pueblo catalán, a ese pueblo generoso que hace cuatro meses supo deshacer la barrera de los militarotes que querían someterle bajo sus botas. Os traigo un saludo de los hermanos y compañeros que luchan en el frente de Aragón a unos kilómetros de Zaragoza, y que están viendo las torres de la Pilarica.

A pesar de la amenaza que se cierne sobre Madrid, hay que tener presente que hay un pueblo en pie, y por nada del mundo se le hará retroceder. Resistiremos en el frente de Aragón, ante las hordas fascistas aragonesas, y nos dirigimos a los hermanos de Madrid para decirles que resistan, pues los milicianos de Cataluña sabrán cumplir con su deber, como cuando se lanzaron a las calles de Barcelona para aplastar al fascismo. No han de olvidar las organizaciones obreras cuál debe ser el deber imperioso de los momentos presentes. En el frente, como en las trincheras, hay un pensamiento, sólo un objetivo. Se mira fijo, se mira adelante, con el sólo propósito de aplastar al fascismo.

Pedimos al pueblo de Cataluña que se terminen las intrigas, las luchas intestinas; que os pongáis a la altura de las circunstancias; dejad las rencillas y la política y pensad en la guerra. El pueblo de Cataluña tiene el deber de corresponder a los esfuerzos de los que luchan en el frente. No tendrá más remedio que movilizarse todo el mundo; y que no crean que se han de movilizar siempre los mismos. Si los trabajadores de Cataluña han de asumir la responsabilidad de estar en el frente, ha llegado el momento de exigir del pueblo catalán el sacrificio también de los que viven en las ciudades. Es necesaria una movilización efectiva de todos los trabajadores de la retaguardia, porque los que ya estamos en el frente queremos saber con qué hombres contamos detrás de nosotros.

Me dirijo a las organizaciones y les pido que se dejen de rencillas y de zancadillas. Los del frente pedimos sinceridad, sobre todo a la Confederación Nacional del Trabajo y FAI. Pedimos a los dirigentes que sean sinceros. No es suficiente con que nos envíen cartas al frente alentándonos, y con que nos envíen ropa, comida y cartuchos y fusiles. Es necesario también darse cuenta de las circunstancias, prever el avenir. Esta guerra tiene todos los agravantes de la guerra moderna y está costando mucho a Cataluña. Se tienen que dar cuenta los dirigentes de que si esta guerra se prolonga mucho, hay que empezar por organizar la economía de Cataluña, hay que establecer un Código en el orden económico. No estoy dispuesto a escribir más cartas para que los compañeros o el hijo de un miliciano coma un trozo de pan o un vaso de leche más, mientras existen consejeros que no tienen tasa para comer y gastar. Nos dirigimos a la CNT-FAI para decirles que si como organización controlan la economía de Cataluña, deben organizarla como es debido. Y que no piense nadie ahora en aumentos de salarios y en reducciones de horas de trabajo. El deber de todos los trabajadores, especialmente los de la CNT es el de sacrificarse, el de trabajar lo que haga falta.

Si es verdad que se lucha por algo superior, os lo demostrarán los milicianos que se sonrojan cuando ven en la Prensa esas suscripciones a favor suyo, cuando ven esos pasquines pidiendo socorro para ellos. Los aviones fascistas nos tiran en sus visitas, diarios en los que pueden leerse listas de suscripciones para los que luchan, ni más ni menos que hacéis vosotros. Por esto tenemos que deciros que no somos pordioseros y, por lo tanto, no aceptamos la caridad bajo ningún concepto. El fascismo representa y es, en efecto, la desigualdad social, si no queréis que los que luchamos os confundamos a los de retaguardia con nuestros enemigos, cumplid con vuestro deber. La guerra que hacemos actualmente sirve para aplastar al enemigo en el frente, pero ¿es éste el único?: no. El enemigo es también aquel que se opone a las conquistas revolucionarias y que se encuentra entre nosotros, y al que aplastaremos igualmente.

Si queréis atajar el peligro, se debe formar un bloque de granito. La política es el arte de la zancadilla, el arte de vivir [como zánganos], y éste debe suplantarse por el arte del trabajo. Ha llegado el momento de invitar a las organizaciones sindicales y a los partidos políticos para que esto termine de una vez. En la retaguardia se ha de saber administrar. Los que estamos en el frente queremos detrás una responsabilidad y una garantía, y exigimos que sean las organizaciones las que velen por nuestras mujeres y nuestros hijos.

Si esa militarización decretada por la Generalidad es para meternos miedo y para imponernos una disciplina de hierro, se han equivocado. Vais equivocados, consejeros, con el decreto de militarización de las milicias. Ya que habláis de disciplina de hierro, os digo que vengáis conmigo al frente. Allí estamos nosotros que no aceptamos ninguna disciplina, porque somos conscientes para cumplir con nuestro deber. Y veréis nuestro orden y nuestra organización. Después vendremos a Barcelona y os preguntaremos por vuestra disciplina, por vuestro orden y por vuestro control, que no tenéis.

Estad tranquilos. En el frente no hay ningún caos, ninguna indisciplina. Todos somos responsables y conocemos el tesoro que nos habéis confiado. Dormid tranquilos. Pero nosotros hemos salido de Cataluña confiándoos la Economía. Responsabilizaos, disciplinaos. No provoquemos, con nuestra incompetencia, después de esta guerra, otra guerra civil entre nosotros.

Si cada cual piensa en que su partido sea más potente para imponer su política, está equivocado, porque frente a la tiranía fascista sólo debemos oponer una fuerza, sólo debe existir una organización, con una disciplina única.

Por nada del mundo aquellos tiranos fascistas pasarán por donde estamos. Esta es la consigna del frente. A ellos les decimos: ‘¡No pasaréis!’ Y a vosotros os corresponde gritar: ‘¡No pasarán!’”

Al cabo de unas horas de haber escuchado a Durruti se seguía comentando lo que había dicho con su acostumbrada energía y entereza. Sus palabras resonaron con fuerza y emoción en la noche barcelonesa, encarnando el genuino pensamiento de la clase trabajadora. Había sido una voz de alarma que recordaba a los trabajadores su condición de militantes revolucionarios. Durruti no reconocía dioses en los demás, ni la clase obrera en él. Daba por supuesto que los milicianos que se enfrentaban al fascismo en los campos de batalla no estaban dispuestos a que nadie escamotease su contenido revolucionario y emancipador: no se luchaba por la República o la democracia burguesa, sino por el triunfo de la revolución social y la emancipación del proletariado.

No hubo en toda la arenga una frase demagógica o retórica. Eran trallazos para los de arriba y los de abajo. Para los obreros y para los jerarcas cenetistas apoltronados en cientos de cargos de responsabilidad, para los ciudadanos de a pie y para los consejeros de la Generalidad o los flamantes ministros anarquistas. Una diatriba contra las derivaciones burocráticas de la situación revolucionaria creada el 19 de Julio, y una condena contra la política del gobierno, con o sin confederados al frente del tinglado. En la retaguardia se confundía lamentablemente el deber con la caridad, la administración con el mando, la función con la burocracia, la responsabilidad con la disciplina, el acuerdo con el decreto y el ejemplo con el ordeno y mando. Las amenazas de “bajar a Barcelona” reavivaron el terror de los representantes políticos de la burguesía, aunque ya era demasiado tarde para enmendar el inexcusable e ingenuo error de julio, cuando se aplazó la revolución “hasta después de la toma de Zaragoza”, por carencias teóricas y falta de perspectivas del movimiento libertario. Pero al poder no se le amenaza en vano: sus palabras, dirigidas a sus hermanos de clase, tenían todo el valor de un testamento revolucionario. Testamento, y no proclama, porque la suya era una muerte anunciada, que el endiosamiento póstumo convirtió en enigma.

La consecuencia inmediata del discurso radiofónico fue la convocatoria por Companys al día siguiente, el 5 de noviembre a las once de la noche, de una reunión extraordinaria en el Palacio de la Generalidad de todos sus consejeros, ampliada a los representantes de todas las organizaciones políticas y sindicales, para tratar la creciente resistencia al cumplimiento del decreto de militarización de las milicias, así como al de disolución de los comités revolucionarios y su sustitución por ayuntamientos frentepopulistas. Durruti era causa y diana del debate, aunque todos evitaban pronunciar su nombre. Companys planteó la necesidad de acabar con “los incontrolados”, que al margen de cualquier organización política y sindical “lo deshacen todo y a todos nos comprometen”. Comorera (PSUC) afirmó que la UGT expulsaría de sus filas a quienes no acataran los decretos, e invitó al resto de organizaciones a hacer lo mismo. Marianet, secretario de la CNT, tras ufanarse del sacrificio demostrado por los anarquistas con su renuncia a los propios principios ideológicos, se quejó de la falta de tacto al aplicar de forma inmediata el Código de Justicia Militar, y aseguró que tras el decreto de disolución de los comités, y gracias al esfuerzo de la CNT cada vez habría menos incontrolados, y que se trataba no tanto de grupos a los que expulsar como resistencias que vencer, sin provocar rebeliones, y de individuos que convencer. Nin (POUM), Herrera (FAI) y Fábregas (CNT) alabaron los esfuerzos realizados por todas las organizaciones para normalizar la situación posterior al 19 de julio, y fortalecer el poder del actual Consejo de la Generalidad. Nin medió en la disputa entre Sandino, consejero de Defensa, y Marianet sobre las causas de la resistencia al Decreto de militarización, diciendo que “en el fondo todos estaban de acuerdo” y que existía cierto temor entre las masas “por perder lo que han ganado”, pero que “la clase obrera está de acuerdo en formar un verdadero ejército”. Nin veía la solución al actual conflicto en la creación de un comisariado de guerra en el que estuvieran representadas todas las organizaciones políticas y sindicales. Comorera, mucho más intransigente que Companys y Tarradellas, afirmó que el problema fundamental radicaba en la falta de autoridad de la Generalidad: “grupos de incontrolados continúan haciendo lo que quieren”, no sólo en la cuestión de la militarización y la dirección de la guerra o el mando único, sino también en cuanto a la disolución de comités y formación de ayuntamientos, o en lo que afectaba a la recogida de armamento en la retaguardia, o en la movilización, para la que auguraba un fracaso. Falta de autoridad que Comorera extendía incluso a las colectivizaciones “que continúan haciéndose a capricho, sin someterse al Decreto que las regula”. Companys aceptó la posibilidad de modificar el Código Militar y crear un comisariado de Guerra. Comorera y Andreu (ERC) insistieron en que era necesario cumplir y hacer cumplir los decretos. La reunión concluyó con un llamamiento unitario al pueblo catalán al disciplinado acatamiento de todos los decretos de la Generalidad, y al compromiso de todas las organizaciones a declarar su apoyo en la prensa a todas las decisiones gubernamentales. Nadie se opuso a la militarización: el problema para políticos y burócratas era sólo cómo hacerse obedecer.

El 6 de noviembre el Consejo de Ministros de la República decidía, mediante una unanimidad que incluía el voto de los cuatro ministros anarquistas, la huida del Gobierno de un Madrid asediado por las tropas fascistas. El desprecio de la Federación Local de la CNT de Madrid se reflejó en un bellísimo manifiesto público que declaraba: “Madrid, libre de ministros, será la tumba del fascismo. ¡Adelante milicianos!¡Viva Madrid sin gobierno!¡Viva la Revolución Social!”.

El 9 de noviembre un Pleno de Locales y Comarcales de la Regional catalana acordó ordenar a Durruti su inmediata incorporación al Frente de Madrid. Los Comités Regionales de Cataluña de la CNT y de la FAI se encargaron de comunicarle la orden ese mismo día.

El día 15 una parte de la columna Durruti combatía ya en Madrid, al mando de un Durruti que se había resistido por todos los medios a salir de Aragón y que nunca había aceptado los argumentos de Marianet y Federica.

El 19 de noviembre una bala pérdida, o no, le hirió en el frente de Madrid, donde falleció al día siguiente. El domingo 22 de noviembre, en Barcelona, un multitudinario, interminable, caótico y desorganizado desfile fúnebre avanzaba lentamente, mientras dos bandas musicales que no conseguían tocar al unísono contribuían a aumentar la confusión. La caballería y las tropas motorizadas que debían preceder el desfile estaban bloqueadas por el gentío. Los coches que portaban las coronas lo hacían dando marcha atrás. La escolta de caballería intentaba avanzar cada uno por su cuenta. Los músicos que se habían dispersado intentaban reagruparse entre una masa confusa que portaba pancartas antifascistas y ondeaba banderas rojas, rojinegras y atigresadas de cuatro barras. El cortejo estaba presidido por numerosos políticos y burócratas, aunque el protagonismo del acto público fue acaparado por Companys, presidente de la Generalidad; Antonov-Ovseenko, cónsul soviético y Juan García Oliver, Ministro anarquista de Justicia de la República, que tomaron la palabra ante el monumento a Colón para lucir sus dotes oratorias ante la multitud. García Oliver anticipó los mismos argumentos de sincera amistad y confraternidad entre antifascistas que utilizaría en mayo de 1937 para ayudar a aplastar las barricadas de la insurrección obrera contra el estalinismo. El cónsul soviético inició la manipulación ideológica de Durruti al hacerle campeón de la disciplina militar y del mando único. Companys jugó al insulto más ruin cuando dijo que Durruti “había muerto por la espalda como mueren los cobardes… o como mueren los que son asesinados por cobardes”. Los tres coincidieron en ensalzar por encima de todo la unidad antifascista. El catafalco de Durruti era ya tribuna de la contrarrevolución. Tres oradores, excelsos representantes del gobierno burgués, del estalinismo y de la burocracia cenetista, se disputaban la popularidad del ayer peligroso incontrolado y hoy embalsamado héroe. Cuando el féretro, ocho horas después del inicio del espectáculo, ya sin el cortejo oficial, pero acompañado aún por una curiosa multitud, llegó al cementerio de Montjuic, no pudo ser sepultado hasta el día siguiente porque centenares de coronas obstaculizaban el paso, el agujero era demasiado pequeño y una lluvia torrencial impedía ampliarlo.

Quizás no sepamos nunca cómo murió Durruti, ya que existen siete u ocho versiones distintas y contradictorias; pero es más interesante preguntarse por qué murió quince días después de hablar por la radio, desafiando con “bajar a Barcelona”. La alocución radiofónica de Durruti fue percibida como una peligrosa amenaza, que halló una respuesta inmediata en la reunión extraordinaria del Consejo de la Generalidad, y sobre todo en la brutalidad de la intervención de Comorera, que apenas fue suavizada por cenetistas y poumistas, que a fin de cuentas se juramentaron en la tarea común de cumplir y hacer cumplir todos los decretos. La sagrada unidad antifascista entre burócratas obreros, estalinistas y políticos burgueses no podía tolerar incontrolados de la talla de Durruti: he ahí por qué su muerte era urgente y necesaria. Al oponerse a la militarización de las milicias, Durruti personificaba la oposición y resistencia revolucionarias a la disolución de los comités, la dirección de la guerra por la burguesía y el control estatal de las empresas expropiadas en julio. Durruti murió porque se había convertido en un peligroso obstáculo para la contrarrevolución en marcha.

Y por esa misma razón a Durruti había que matarlo dos veces. Un año después, en la conmemoración del aniversario de su muerte, la todopoderosa máquina de propaganda del estalinista gobierno Negrín trabajó a pleno rendimiento para atribuirle la autoría de un eslogan, inventado originalmente por Ilya Ehrenburg, y respaldado después por la burocracia de los comités superiores de la CNT-FAI, en el que le hacían decir lo contrario de lo que siempre dijo y pensó: “Renunciamos a todo, menos a la victoria”. Esto es, que Durruti renunciaba a la revolución. Ni siquiera nos queda una versión completa y fidedigna de su discurso, radiado el 4 de noviembre de 1936, porque la prensa anarquista de la época dulcificó y censuró a Durruti en vida.

Una vez muerto, Durruti ya podía ser Dios y subir a los altares como El Héroe del Pueblo. Y hasta se le ascendió a Teniente Coronel del Ejército Popular.

¿Quién inició y quién ahogó la insurrección proletaria de mayo de 1937?

Los decretos de la Generalidad del 4 de marzo de 1937 crearon un Cuerpo Único de Seguridad (formado por la Guardia de asalto y la Guardia civil) y anunciaron la disolución (en un futuro inmediato) de las Patrullas de Control. Tales decretos provocaron la reorganización de los hasta entonces hibernados comités de defensa, la dimisión de los consejeros cenetistas y una grave crisis de gobierno.

En la asamblea de la Federación Local (de Barcelona) de Grupos anarquistas del 12 de abril de 1937, radicalizada por la invitación realizada a las Juventudes Libertarias y a los delegados de los comités de defensa, se exigió la retirada de todos los cenetistas de cualquier cargo municipal o gubernamental y se creó un comité insurreccional. En esa radicalización habían tenido un papel destacado Julián Merino, Pablo Ruiz y Juan Santana Calero.

El 15 de abril, tras una larga y difícil negociación, Companys y Manuel Escorza del Val pactaron personalmente una salida a la crisis y la formación de un nuevo gobierno (con la entrada como conseller del cenetista Aurelio Fernández).

El asesinato de Antonio Martín en Bellver de Cerdaña, el 27 de abril de 1937, supuso la ruptura del pacto tan laboriosamente alcanzado. Manuel Escorza puso en alarma a los comités de defensa al desvelar la información sobre un próximo golpe de fuerza del bloque contrarrevolucionario. Escorza hizo saltar la chispa, pero se mostró contrario a una sublevación que consideraba prematura y mal preparada, sin objetivos ni coordinación adecuados.

La provocación del 3 de mayo, cuando el estalinista Eusebio Rodríguez Salas asaltó la Telefónica, movilizó a los comités de defensa, que en dos horas declararon la huelga revolucionaria, se apoderaron de todos los barrios obreros y levantaron barricadas en el centro de la ciudad y en lugares estratégicos. Los comités superiores cenetistas (representados en esta ocasión por Dionís Eroles y Josep Asens) intentaron controlar a los comités de defensa, pero fueron desbordados y no lo consiguieron.

La mañana del 4 de mayo Julián Merino, secretario de la Federación Local (barcelonesa) de la FAI, convocó una reunión del Comité Regional de Cataluña, consiguiendo que se formase un Comité Revolucionario secreto de la CNT (formado por Julián Merino, Lucio Ruano y el sargento Manzana) y dos comisiones para coordinar y extender la lucha en las calles, una en la plaza de España y otra en el Centro-Paralelo. En esa misma reunión se nombró una delegación cenetista, encabezada por Santillán, para negociar en el Palacio de la Generalidad una salida pactada. Lucio Ruano apuntó los cañones de Montjuic sobre la plaza de San Jaime.

La CNT jugaba con dos barajas: la insurreccional y la negociadora; Companys (presidente de la Generalidad) y Comorera (secretario del PSUC) sólo jugaban con la baraja de la provocación, con el certero objetivo de conseguir la aniquilación de los insurgentes, debilitar la CNT hasta anularla y un gobierno fuerte.

En la tarde del 4 de mayo, los trabajadores barceloneses armados en las barricadas y dispuestos al combate, no fueron derrotados por el PSUC, ni por ERC, ni por las fuerzas de orden público del gobierno de la Generalidad. Esos trabajadores fueron doblegados por los mensajes apaciguadores de la radio. El intento revolucionario de encontrar una coordinación y un objetivo preciso a la insurrección en curso, fracasó. Cuando toda Barcelona era ya una barricada, los obreros en armas fueron vencidos y humillados por las peroratas radiofónicas de los comités superiores cenetistas, y muy especialmente por el discurso del beso de Joan García Oliver, ministro anarquista de Justicia.

El 5 de mayo, al mediodía, Sesé, secretario de UGT, cuando iba a tomar posesión de su cargo de consejero, fue tiroteado desde el Sindicato de Espectáculos de la CNT, al no atender el auto en que viajaba el alto del control de una barricada. Companys, en represalia, ordenó repetidamente a la aviación que bombardease los cuarteles y edificios en poder de la CNT. Los Amigos de Durruti lanzaron una octavilla que intentaba dar unos objetivos concretos al levantamiento: sustitución de la Generalidad por una Junta Revolucionaria, fusilamiento de los culpables de la provocación (Rodríguez Salas y Artemi Aguadé), socialización de la economía, confraternización con los militantes del POUM, etcétera. Los comités superiores desautorizaron inmediatamente esa octavilla, que tuvo la virtud de reavivar la lucha en las barricadas.

Los días 5 y 6 de mayo fueron los de mayor auge de la lucha callejera. Los conatos cenetistas de tregua, o abandono de las barricadas, siguiendo las consignas radiofónicas y de la prensa, fueron aprovechados por el bloque contrarrevolucionario para consolidar posiciones; hecho que a su vez provocó que los revolucionarios reanudaran los combates y regresaran a las barricadas.

El 7 de mayo era evidente que la sublevación había fracasado. Los trabajadores empezaron a deshacer las barricadas. Las tropas enviadas desde Valencia desfilaron por la Diagonal y ocuparon toda la ciudad. Los comités superiores, en los días siguientes, intentaron ocultar todo lo sucedido, arreglar las actas en proceso de redacción y en definitiva evitar en lo posible la previsible represión estalinista y gubernamental contra la Organización y contra los protagonistas más destacados. El POUM era el necesario chivo expiatorio que debía cargar con todas las responsabilidades.

Si hubiese que resumir mayo de 1937 en una frase, ésta debería explicar que los trabajadores, armados en las barricadas y decididos a todo, fueron abatidos por los llamamientos al alto el fuego emitidos por la radio: Barcelona fue una revuelta derrotada por la radio.

Por primera vez en la historia, se dio el caso de una insurrección iniciada y sostenida contra la voluntad de los líderes a que perteneció la inmensa mayoría de los insurrectos. Pero aunque un motín puede improvisarse, una victoria no (Escorza); y aún menos cuando todas las organizaciones obreras antifascistas se mostraron hostiles al proletariado revolucionario: desde la UGT hasta los comités superiores de la CNT.

Los comités superiores llegaron a jugar con dos barajas, permitiendo la formación de un Comité Revolucionario de la CNT, al mismo tiempo que se formaba una delegación para negociar en el Palacio de la Generalidad. Pero muy pronto abandonaron la carta insurreccional por los ases del alto al fuego, que aseguraban su futuro de burócratas.

UGT y comités superiores de la CNT, ERC y gobierno de la Generalidad, estalinistas y nacionalistas, todos juntos, convirtieron la hermosa victoria militar de los revolucionarios, al alcance de la mano (según Julián Merino de la FAI y Rebull del POUM), en una horrorosa derrota política, que abrió el paso a una represión feroz. Y lo hicieron todos juntos, pero de forma distinta, para desempeñar eficazmente cada uno su papel. Estalinistas y republicanos directamente en las barricadas de la contrarrevolución. Anarcosindicalistas y poumistas en la ambigüedad del quiero y no puedo, del soy pero dejo de ser; los primeros recomendando el cese de la lucha y el abandono de las barricadas; los segundos mediante el “audaz” seguidismo de los primeros.

Sólo dos pequeñas organizaciones, los Amigos de Durruti y la SBLE, intentaron evitar la derrota y dar al alzamiento unos objetivos claros. El proletariado revolucionario barcelonés, esencialmente anarquista, luchó por la revolución, incluso contra sus organizaciones y contra sus líderes, en un combate que ya había perdido en julio de 1936, en el mismo momento en que dejó en pie el aparato estatal y trocó la lucha de clases por el colaboracionismo y la unidad antifascista.

Pero hay batallas perdidas que han de librarse en beneficio de las generaciones futuras, sin más objetivo que el de dejar constancia de quién es quién, advertir el lado de la barricada en que se encuentra, señalar dónde están las fronteras de clase y cuál es el camino a seguir y los errores a evitar.

¿Cuál fue la importancia que tuvo la aparición de minorías revolucionarias como la Agrupación los Amigos de Durruti, la Sección Bolchevique Leninista de España, o la izquierda del POUM representada por la célula 72 de Josep Rebull?

¿Cuáles fueron los aportes más significativos de cada grupo?

La pregunta necesitaría una respuesta muy amplia y llenaría un espacio del que no dispongo [5]]. Sin embargo, debería destacarse al menos la principal conquista teórica de Los Amigos Durruti, esto es, el concepto de Junta Revolucionaria: la Junta Revolucionaria era la organización de los trabajadores revolucionarios, sin partidos burgueses ni estalinistas, y al margen de las estructuras estatales, que sustituía al gobierno de la Generalidad para impulsar la revolución: socialización de la economía versus colectivizaciones controladas por la Generalidad, control proletario del orden público y de la guerra, todo el poder a los sindicatos y a la clase trabajadora; fusilamiento de los provocadores Artemi Aguadé y Rodríguez Salas. Disolución del PSUC-UGT, ERC, Estat Catalá y Gobierno de la Generalidad.

¿Qué opinión tienes de los análisis realizados por las y los compañeros que editaban la revista “Bilan” en torno al desarrollo de los acontecimientos en la región española? ¿Qué perspectivas defendían?

“Bilan” fue el órgano en francés de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista (bordiguistas), más conocido en los años treinta como grupo Prometeo (el órgano en italiano de la Fracción. ) [6]] “Bilan” ha sido santificado por diversas organizaciones izquierdistas como el non plus ultra de las posiciones revolucionarias durante los años treinta. La Fracción negó, con un análisis brillante e impecable, que en 1936 hubiera triunfado en España una revolución proletaria. Pero añadió que, como faltaba el partido de clase (bordiguista), ni siquiera podía darse la posibilidad de una situación revolucionaria (y ese es un grave error, con importantes consecuencias). Según la Fracción, el proletariado se veía abocado a una guerra antifascista, esto es, se veía enrolado en una guerra imperialista entre una burguesía democrática y otra burguesía fascista. No cabía otra vía que la deserción, el boicot, o la espera de tiempos mejores en los que el partido (bordiguista) saliera a la palestra de la historia desde el escondrijo en que se hallara.

Los análisis de “Bilan” tienen la virtud de señalar con fuerza las debilidades y peligros de la situación revolucionaria posterior al triunfo de la insurrección obrera de julio de 1936, pero son incapaces de formular una alternativa revolucionaria. En todo caso el derrotismo revolucionario de abandono del proletariado español en manos de sus organizaciones reformistas o contrarrevolucionarias, propugnado en la práctica por la Fracción, tampoco era una alternativa revolucionaria.

“Bilan” reconoce por una parte el carácter de clase de las luchas de julio del 36 y mayo del 37, pero por otra no sólo niega su carácter revolucionario, sino también la existencia de una situación revolucionaria. Visión que sólo puede ser explicada por la lejanía de un grupo parisino absolutamente aislado, que antepone la abstracción de sus análisis al estudio de la realidad española. No hay en “Bilan” ni una palabra sobre la auténtica naturaleza de los comités, ni sobre la lucha del proletariado barcelonés por la socialización y contra la colectivización, ni sobre los debates y enfrentamientos en el seno de las Columnas a causa de la militarización de las Milicias, ni una crítica seria de las posiciones del grupo de Los Amigos de Durruti, por la sencilla razón de que prácticamente desconocían la existencia e importancia real de todo esto. Era sencillo justificar esa ignorancia negando la existencia de una situación revolucionaria. El análisis de la Fracción quiebra al considerar que la ausencia de un partido revolucionario (bordiguista) implica necesariamente la ausencia de una situación revolucionaria.

El 19 de julio de 1936 se produjo en toda España, pero sobre todo en Cataluña, el triunfo de una insurrección obrera victoriosa. Esa insurrección mayoritariamente libertaria tuvo el concurso de otras fuerzas políticas, como el POUM y los republicanos, y de algunas fuerzas de orden público, como los guardias de asalto y la guardia civil, que se mantuvieron fieles al gobierno de la Generalidad y de la República. Pero lo cierto es que el resultado de esa insurrección, gracias al asalto del cuartel de San Andrés, supuso el armamento del proletariado barcelonés y por extensión de toda Cataluña. La fuerza hegemónica indiscutible que resultó de esa insurrección revolucionaria era anarquista. El resto de fuerzas obreras, la Generalidad y las desbordadas fuerzas de orden público eran, en Cataluña, absolutamente minoritarias.

Fruto de esa insurrección revolucionaria fue el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA). Pero el CCMA era fruto de esa victoria y también de la dejación de los anarquistas a tomar el poder. El CCMA no era un órgano de poder obrero para enfrentarse al poder de la burguesía republicana, esto es, a la Generalidad, sino que era un organismo de colaboración de los anarquistas con el resto de fuerzas políticas, tanto obreras como burguesas: era por lo tanto un órgano de colaboración de clases. En la práctica el CCMA desempeñó las funciones de orden público, y formación de las milicias antifascistas, que el gobierno de la Generalidad era incapaz de realizar. El CCMA actuó como una especie de Ministerio del Interior y de Guerra de la Generalidad. Con toda la autonomía e independencia que se quiera, pero como un ministerio de la Generalidad.

Ni el CCMA, ni la CNT-FAI, ni el POUM dieron ninguna consigna (excepto la del fin de la huelga general), ni ninguna orientación, ni ninguna orden hasta el 28 de julio, en el que la CNT y el CCMA emitieron un comunicado y un decreto coincidentes en amenazar con una durísima represión a “los incontrolados” que no actuaran con credenciales del CCMA. La insurrección del 19 de Julio extendió la expropiación de la burguesía y el proceso colectivizador a la mayoría de empresas catalanas, sin ninguna consigna de las organizaciones obreras, sin ninguna orden o disposición del CCMA. Pero hay que señalar con precisión y claridad las características de esa situación revolucionaria: más que de doble poder (que no existió puesto que el CCMA no se enfrentó a la Generalidad, sino que se puso a su servicio) debemos hablar de un vacío de poder centralizado. El poder del gobierno autónomo de la Generalidad se había fragmentado en centenares de comités que tenían todo el poder a nivel local y de empresa, que estaban en su mayoría en manos de la clase obrera. Pero esos comités, incompletos y deficientes, no fueron coordinados entre sí, no fueron potenciados como órganos de poder obrero. Y la CNT-FAI no supo, ni quiso, dar a esos comités una coordinación, que era esencial para el triunfo de la revolución.

La propia organización de la CNT en Sindicatos únicos, la debilidad propia de la reciente etapa clandestina y la escisión trentista, pero sobre todo sus notables insuficiencias teóricas, hicieron que la CNT fuera incapaz de coordinar esos comités, que a nivel local y de empresa tenían todo el poder en sus manos. Incluso la organización de la vida económica en Cataluña, y la indispensable coordinación de los distintos sectores económicos, fue dejada en manos del gobierno de la Generalidad, para lo cual fue creado el Consejo de Economía el 11 de agosto de 1936. Se vivía en una inestable y transitoria situación revolucionaria, que había derrotado a la burguesía fascista, que había desbordado a la burguesía republicana, pero que también había desbordado a las propias organizaciones obreras, incapaces de organizar y defender las “conquistas revolucionarias” de Julio, incapaces de decantar la balanza hacia el triunfo definitivo de la revolución, mediante la toma del poder, la instauración de una dictadura del proletariado y la destrucción del aparato de Estado republicano, sencillamente porque la teoría y la organización anarcosindicalistas se mostraba ajena y extraña a la organización de ese proletariado revolucionario. Y el espontaneísmo de las masas tiene sus límites. La incapacidad de los Sindicatos de la CNT para afianzar e impulsar la revolución era reconocida por los propios protagonistas. La CNT como organización sindical era inadecuada e incapaz de desempeñar las tareas que hubieran correspondido a una vanguardia o partido revolucionario, y lo mismo sucedió con el resto de organizaciones de la clase obrera. Es por esta razón que la situación revolucionaria, en lugar de derivar hacia una plena revolución, se transformó rápidamente en una situación contrarrevolucionaria favorable a una rápida consolidación de las estructuras del Estado burgués.

No tomar el poder en julio de 1936, significaba dejarlo en manos de la burguesía, y compartirlo con la burguesía en el seno del CCMA significaba “ayudar” a la burguesía a rehacerse y a llenar el vacío de poder que la insurrección de julio de 1936 había producido. Por otra parte, el proceso de colectivización no tenía viabilidad ni significado alguno si el Estado capitalista seguía en pie. Y más aún si tenemos en cuenta que los anarquistas acudieron apurados al gobierno de la Generalidad para que planificara la economía catalana, que ellos se veían incapaces de coordinar. El gobierno de la Generalidad tuvo en sus manos, desde agosto de 1936, nada más y nada menos que la planificación económica, la financiación de las empresas, la posibilidad de controlar cada una de las empresas a través de un interventor nombrado por la Generalidad, y el poder de legislar sobre las colectivizaciones. Esa fue la base de la rápida recuperación del poder político de la Generalidad. Si a todo lo anterior añadimos que la guardia civil y de asalto no había sido disuelta, sino sólo acuartelada en la retaguardia, lejos del frente, podemos afirmar con rotundidad que la contrarrevolución en Cataluña tenía unas bases muy sólidas, que explican la rápida restauración del Estado capitalista en todas sus funciones.

Pero hay una diferencia importante entre afirmar que la insurrección de Julio del 36 no fue una revolución, ni planteó siquiera una situación revolucionaria, (como hace “Bilan”), y afirmar que la situación revolucionaria de Julio fracasó por una serie de insuficiencias, incapacidades y errores de las organizaciones obreras existentes. En julio de 1936 existió una situación revolucionaria que mantuvo la hegemonía de la clase obrera y su amenaza revolucionaria sobre la burguesía republicana durante diez meses, pese a que no existió una centralización del poder de los trabajadores, porque ese poder se fragmentó en centenares de comités locales, de empresa, de distintas organizaciones obreras, y en milicias de diversos partidos, en patrullas de control, etc…

En julio de 1936 las masas obreras supieron actuar sin líderes, sin consignas de sus organizaciones sindicales y políticas; pero en mayo de 1937 esas masas fueron incapaces de actuar contra sus líderes, contra las consignas de sus organizaciones sindicales y políticas.

Mayo del 37 no cayó de las nubes, sino que fue fruto del encarecimiento y escasez de los alimentos y productos básicos, de la resistencia a la disolución de las patrullas de control y la militarización de las milicias, y sobre todo a la ofensiva/resistencia obrera en las empresas, una a una, de forma totalmente aislada, por profundizar y controlar el proceso socializador de la economía catalana, frente a la liquidación de las “conquistas de Julio”. Porque la ofensiva “normalizadora” de la Generalidad, que pretendía aplicar los decretos de S’Agaró, aprobados por Tarradellas en enero de 1937, suponían el fin de las “conquistas revolucionarias” y el absoluto control de la economía catalana por el gobierno de la Generalidad.

Las lecciones a sacar son evidentemente la necesidad de destruir totalmente el Estado capitalista, y la disolución de sus cuerpos represivos, así como la instauración de la dictadura social del proletariado, que los anarquistas organizados en la Agrupación de Los Amigos de Durruti identificaron con la formación de una Junta Revolucionaria, compuesta por todas aquellas organizaciones que habían intervenido en las luchas revolucionarias de Julio de 1936. Mayo de 1937 fue consecuencia de los errores cometidos en julio de 1936.

En España no hubo partido revolucionario, pero sí que hubo una profunda y potente actividad revolucionaria de la clase obrera, que hizo fracasar el pronunciamiento fascista, que sobrepasó a todas las organizaciones obreras existentes en Julio de 1936, y que en mayo de 1937 se enfrentó al estalinismo, aunque finalmente fracasó porque no supo enfrentarse a sus propias organizaciones sindicales y políticas (CNT y POUM), cuando defendieron también el Estado burgués y el programa de la contrarrevolución. Que el movimiento revolucionario existente en España entre julio de 1936 y mayo de 1937 fracasara, y fuera desviado de sus objetivos de clase hacia objetivos antifascistas, no quita la existencia de esa situación revolucionaria. Ninguna revolución proletaria ha vencido aún, y el fracaso de la Comuna, o el estalinismo, no niegan el carácter revolucionario de la Comuna o de Octubre.

Es evidente que, sin la toma del poder por el proletariado, el proceso colectivizador español no podía sino fracasar, y que todas las colectividades serían condicionadas y desnaturalizadas por esa ausencia de la toma del poder; pero no es menos evidente que la expropiación de la burguesía, con todas sus limitaciones, fue fruto del movimiento revolucionario proletario de Julio. La lección fundamental de la “Revolución Española” (o más precisamente de la situación revolucionaria española) es la necesidad ineludible de una vanguardia que defienda el programa revolucionario del proletariado, cuyos dos primeros pasos son la destrucción total del Estado capitalista y la instauración de una Junta Revolucionaria, como decían Los Amigos de Durruti (o una dictadura del proletariado, en terminología de Marx), organizado en consejos obreros, que unifique y centralice el poder. Pero de ahí a afirmar que sin partido no hay revolución, ni situación revolucionaria (como afirmaba “Bilan”), significa no comprender que la revolución no la hace el partido, sino el proletariado, aunque una revolución proletaria fracasará inevitablemente si no existe una organización capaz de defender el programa revolucionario del proletariado (como intentaron sin éxito los Amigos de Durruti o la Sección Bolchevique-Leninista de España).

“Bilan” ponía el carro delante de los bueyes. No deja de ser tragicómico el análisis de quienes pretendiendo “ser el partido”, no saben ver la situación revolucionaria que se desarrolla bajo sus narices. El análisis de “Bilan” es muy valioso en su denuncia de las debilidades y errores del proceso revolucionario español; pero lamentable y penoso en cuanto ese análisis le lleva al absurdo de negar la naturaleza revolucionaria y proletaria del proceso histórico vivido por la clase obrera española entre Julio de 1936 y Mayo de 1937. La negación por “Bilan” de la existencia de una situación revolucionaria es fruto de su concepción leninista y totalitaria, que concibe como necesaria e inevitable la sustitución de la clase por el partido: si no hay partido no hay posibilidades ni situación revolucionaria, sea cual fuere la actividad revolucionaria del proletariado. Las consecuencias de esa negación de la existencia de una situación revolucionaria en Cataluña, en 1936-1937, llevaron a “Bilan” a defender (sólo en el plano teórico) posiciones políticas reaccionarias como eran la ruptura de los frentes militares, la fraternización con las tropas franquistas, el boicot al armamento de las tropas republicanas, etc… No en vano “Bilan”, o mejor dicho la Fracción Italiana de la Izquierda comunista, conoció la escisión con motivo del debate abierto en torno a la naturaleza y características de la Revolución Española.

En resumen: es cierto que, sin partido, o vanguardia revolucionaria, una revolución proletaria fracasará; y ahí está el ejemplo español y el magnífico análisis de “Bilan”. Pero no es cierto que no pueda darse una situación revolucionaria proletaria si no existe un partido revolucionario. Y esa afirmación es la que llevó a “Bilan” a un falso análisis de la situación creada el 19 de Julio de 1936 en Cataluña, así como a una incomprensión de los acontecimientos que llevaron al proletariado a una segunda insurrección revolucionaria en mayo de 1937.


Notas

[1Reunión de Comités, celebrada el día 25 [noche] de noviembre de 1936 [IISG-CNT-94-D11

[2FAI: Informe que este Comité de Relaciones de Grupos Anarquistas de Cataluña presenta a los camaradas de la región. Sin fecha, ni lugar de edición, ni editorial

[3Se temía que la discusión sobre la aceptación, o no, de la militarización pudiese llegar a un enfrentamiento armado en el seno de la propia Columna Durruti.

[4Véase las cartas de Balius a Bolloten del 10 y 24 junio 1946, en Guillamón, Agustín (2013) Los Amigos de Durruti. Historia y antología de textos. Barcelona: Aldarull/Descontrol. P.149-157

[5Para conocer más sobre los planteamientos de las minorías revoluciona- rios presentes en mayo del ‘37 recomendamos los siguientes libros editados por nosotr@s: sobre la Agrupación los Amigos de Durruti, Balius Mir, Jaime (2017) Hacia una nueva revolución; sobre la izquierda del POUM, Guillamón, Agustín (2018) JosepRebull,lavíarevolucionaria.Lastesis“consejistas”dela izquierda del POUM y su crítica deAndreu Nin y del Comité ejecutivo (1937- 1939); sobre la SBLE, Munis, Grandizo (2017) Jalones de derrota, promesade victoria. Crítica y teoría de la revolución española (1930-1939). [N. del E.

[6Sobre la fracción de esta corriente que participó en los primeros momentos del proceso abierto luego de julio del ‘36 en España, editamos: Guillamón, Agustín (2019) La izquierda comunista [“Los bordiguistas”] en la guerra de España (1936-1939). [N. del E.

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