Las «tradwives» presagian un colapso sistémico

17 de mayo. Fuente: Jacobin

La nostalgia por un régimen de género ya desaparecido es más que una extraña tendencia de redes sociales. Refleja presiones sistémicas más amplias, tanto sobre las élites que se enfrentan a una disrupción tecnológica que podría generar malestar social, como sobre las mujeres corrientes que se ven abrumadas por el peso del trabajo moderno.

Una entrevista con Kristen R. Ghodsee, traducción: Pedro Perucca

Las revistas femeninas, que antes estaban repletas de reglas arcanas para la sumisión de la mujer, evolucionaron hasta quedar irreconocibles desde la publicación del clásico feminista de Betty Friedan, La mística de la feminidad. Ahora, las feministas del siglo XXI observan con horror cómo las autodenominadas «tradwives» llenan sus páginas con consejos sobre el matrimonio («Como esposas tradicionales, estamos llamadas a honrar y elevar a nuestros maridos, no a derribarlos») y el trabajo («No hay nada de malo en tener un pequeño trabajo, tal vez cuidar a los niños durante una cita nocturna»).

La antropóloga Kristen Ghodsee considera que el fenómeno de las tradwives es más que una simple moda en las redes sociales. La nostalgia pasajera por un régimen de género romántico y pasado refleja presiones sistémicas más amplias, tanto sobre las élites, que se enfrentan a importantes cambios económicos con el potencial de generar malestar masivo, como sobre las mujeres corrientes, que están ansiosas por escapar de la doble expectativa opresiva del trabajo explotador y el cuidado sin apoyo.

Kristen Ghodsee es autora de Why Women Have Better Sex Under Socialism(Por qué las mujeres tienen mejor sexo en el socialismo), Everyday Utopia(Utopía cotidiana), y muchos otros libros, y dirige el departamento de estudios rusos y de Europa del Este de la Universidad de Pensilvania. Basándose en su investigación sobre las dimensiones de género del socialismo en Europa del Este y la transición al capitalismo, habló con Meagan Day, de Jacobin, sobre cómo son utilizaron los roles de género tradicionales para gestionar las crisis económicas, los usos sociales de la autoridad patriarcal y la forma en que la insatisfacción real de las mujeres con malas condiciones laborales (remuneradas y no remuneradas) se desvía de la acción colectiva hacia fantasías individuales de renuncia que, en última instancia, socavan su autonomía.

¿Por qué se está produciendo ahora el fenómeno de las «tradwives»?

Estuve pensando en ello desde la perspectiva de una antropóloga e historiadora de Europa del Este. Tengo dos observaciones relacionadas entre sí. En primer lugar, en el Leviatán, de Thomas Hobbes, obra fundamental para la civilización occidental y justificación del Estado, se sostiene que las personas no obedecen de forma natural al soberano, aunque lo necesiten. Deben ser entrenados en los hábitos de obediencia. Explica que las personas aprenden la obediencia del paterfamilias, el padre de la familia y cabeza de hogar.

Concretamente, Hobbes basó su teoría en el ideal republicano romano de la patria potestas, según el cual el padre tenía un poder incuestionable sobre la vida y la muerte de sus hijos y esclavos. Los roles de género tradicionales dentro de la familia nuclear preparan a las personas para aceptar sin cuestionamientos el liderazgo del soberano o del dictador.

Por lo tanto, no es de extrañar que, al tiempo que asistimos a un giro global hacia la neodictadura y la política de hombres fuertes de derecha, también veamos un renovado énfasis en la familia nuclear tradicional liderada por un padre masculino fuerte que educa a las personas para que sean obedientes. El fenómeno de las «esposas tradicionales» y la «manosfera» son dos caras de la misma moneda, que reflejan este giro hacia la política autoritaria.

Mi segunda observación se refiere a las crisis económicas. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, cuando la economía de Alemania Oriental se desmanteló mediante la privatización y liquidación de las empresas estatales, el desempleo alcanzó alrededor del 40% en 1991. ¿La solución? Devolver a las mujeres al hogar. Los funcionarios razonaron que, dado que las mujeres son amas de casa por naturaleza, tenía sentido reducir las tasas de desempleo sacándolas de la población activa.

En 1991, el ministro de Finanzas de Bulgaria, Ivan Kostov, que más tarde se convirtió en primer ministro, declaró al Banco Mundial que «el desempleo es un problema acuciante, que alcanza el 10% este año. Una solución podría ser animar a las mujeres, que representan el 93% de la población activa, a abandonar la fuerza laboral y volver con sus familias, incluso si esto supone una pérdida temporal del poder adquisitivo de las familias».

Esta estrategia se utilizó en repetidas ocasiones. Cuando se produce una crisis económica, ya sea con la introducción del capitalismo en sociedades anteriormente socialistas o, en nuestro momento actual, por la llegada de la inteligencia artificial (IA), los gobiernos necesitan reducir rápidamente la población activa sin provocar disturbios sociales. Empujar a las mujeres de vuelta al hogar es una solución. Hay precedentes históricos de esto incluso en Estados Unidos, como cuando se incorporó a las mujeres a la población activa durante la Segunda Guerra Mundial y luego se las envió de vuelta al hogar al terminar la guerra.

No creo que Donald Trump esté jugando al ajedrez en cuatro dimensiones, la gente le da demasiado crédito. Pero personas como Elon Musk están pensando sin duda en las perturbaciones que la IA causará en el mercado laboral. La IA pronto eliminará muchos puestos de trabajo. Existe una necesidad apremiante de evitar un alto desempleo, que podría provocar el caos social. Promover los roles de género tradicionales con esferas separadas de trabajo, trabajo remunerado y trabajo doméstico no remunerado, tiene el bonito efecto de reducir la población activa formal cuando desaparecen los puestos de trabajo. Es probable que algunas de las personas poderosas que promueven los roles de género tradicionales se den cuenta de ello.

Pero hay una contradicción: estas mismas personas están creando productos que reducen la necesidad de mano de obra humana y, al mismo tiempo, dicen que necesitamos más humanos. En una reciente entrevista en Fox News, cuando se le preguntó qué le quitaba el sueño, Musk dijo que era la caída de la tasa de natalidad. Esa es su principal preocupación. Esto tiene sentido si eres un oligarca, ya que dos tercios de la economía estadounidense provienen del gasto de los consumidores. Y tendrás un problema si no hay suficiente gente que vaya a comprar tus productos.

Los roles de género tradicionales son útiles para abordar ambos problemas, ya que promueven la idea de que las mujeres abandonen la fuerza laboral y tengan más hijos. Las élites como Musk se dan cuenta de que reforzar los roles de género tradicionales incentiva a las mujeres a aceptar no tener trabajo y depender económicamente de sus parejas, lo cual es una forma de capear el próximo choque exógeno del sistema, así como impulsarlas a tener más hijos, lo cual es importante para evitar el colapso del consumo.

¿La idea es que enviar a las mujeres al hogar reducirá la mano de obra lo suficiente como para aumentar los salarios de los trabajadores que quedan —los hombres— y así resucitar el mítico modelo de la familia con un solo ingreso?

Sí, en teoría, porque una mano de obra más reducida significa una presión al alza sobre los salarios. Pero hay otros efectos, y ahí es donde entra en juego la teoría hobbesiana. Si hay un único patriarca con un salario familiar, se refuerza la familia nuclear patriarcal tradicional que genera obediencia entre las mujeres y los niños que dependen del padre para su sustento material.

Esto crea una dinámica familiar patriarcal que enseña a las personas a ser deferentes con la autoridad arbitraria, frena la disidencia y deteriora la autonomía de las mujeres y su capacidad para salir de situaciones abusivas. En realidad, no sabemos con certeza si enviar a las mujeres a casa aumentaría los salarios de los hombres, especialmente con un impacto tan profundo como el de la IA. Pero incluso si fuera así, los problemas culturales serían insoportables desde la perspectiva de los derechos de las mujeres.

Hablamos de lo que está pasando en la mente de las élites, pero ¿qué hay de la gente corriente? ¿Por qué las mujeres normales consumen contenidos sobre tradwives?

No es bueno, divertido ni agradable ser una trabajadora estadounidense. El capitalismo es horrible. Muchas mujeres que trabajan no lo pasan bien. Les intrigan las alternativas, pero no hay ninguna, así que buscan un pasado idealizado.

Ahora esto tiene una nueva cara, pero no es algo del todo nuevo. Recuerdo que cuando Trump fue elegido en 2016, se hizo una encuesta en la que se preguntaba a las mujeres estadounidenses si querían ser como Hillary Clinton o como Melania Trump. Y la imagen de Melania, tumbada en la piscina en traje de baño con unas grandes gafas de sol Gucci, le ganó a la de la política culta Hillary Clinton.

Esto refleja una corriente de misoginia en la cultura estadounidense que nunca desapareció del todo y que las propias mujeres interiorizan. Las niñas crecen con cuentos de Cenicienta de todo tipo, desde la versión original de Disney hasta Pretty Woman, en los que son elegidas y salvadas de una vida de trabajo brutal y horrible por un hombre rico. Estas narrativas son poderosas.

Las personas quieren ser valoradas, y en la sociedad capitalista, el prestigio está vinculado a la riqueza (riqueza en dinero, pero también en tiempo). El contenido de las tradwives es pornografía de la riqueza, pero de otro tipo. Todo se basa en la existencia de un marido con altos ingresos.

¿Conoces la tendencia de la «soft life» (vida suave)? Se trata de contenido en las redes sociales, principalmente creado por y para mujeres de la generación Z y millennials, sobre cómo vivir una «vida suave»: no trabajar tanto, no esforzarse, dejar de luchar, reducir el ritmo, relajarse. En su mayoría, es contenido muy esteticista sobre beber zumos verdes y cuidarse. No es tan ideológico como el contenido de las tradwives, pero expresa la misma insatisfacción con el trabajo. Es atractivo. Pero la realidad es que una verdadera «vida suave» bajo el capitalismo requiere un marido rico o unos padres ricos. No es posible vivir así todo el tiempo sin renunciar a la independencia y la autonomía que tanto costó conseguir. Dadas las presiones del trabajo en general, por no hablar del equilibrio entre el trabajo y las responsabilidades familiares, algunas mujeres se preguntan sinceramente si ese intercambio merece la pena.

Es triste, porque aquí hay un impulso anticapitalista incipiente que está siendo secuestrado con fines reaccionarios. La sensación de mirar las relaciones de explotación de clase del capitalismo y decir «no quiero seguir participando en esto» podría convertirse en una organización colectiva, pero en cambio se convierte en fantasías de escape individual. El camino de la «tradwife» parece más fácil y socialmente más aceptable que unirse a una organización política y luchar por la justicia.

La verdad es que la izquierda tiene algunas buenas respuestas a las preguntas que se plantean las mujeres, respecto de la forma de conciliar la vida laboral y familiar, o incluso tener hijos, si eso es lo que quieren. La derecha, por el contrario, no tiene realmente buenas respuestas.

Existe la visión misógina de que el feminismo volvió egoístas a las mujeres, que no están haciendo lo que les corresponde por naturaleza —tener hijos— y que, en cambio, se están convirtiendo en «mujeres sin hijos y con gatos». Pero las mujeres son seres racionales que analizan el mercado laboral, los costos de criar a un hijo, la falta de apoyo estatal y todas las renuncias que tendrían que hacer, y algunas de ellas deciden no tener hijos.

En la Alemania Oriental y Bulgaria bajo el socialismo, el Estado subvencionaba el cuidado de los niños. Había subsidios por hijos, permisos parentales remunerados con protección del empleo y otras políticas favorables a la familia. Era un sistema que apoyaba a las mujeres para que trabajaran y tuvieran hijos si lo deseaban, y la mayoría hacía ambas cosas. Más importante aún, cuando se les preguntaba, la mayoría de las mujeres respondían que querían hacer ambas cosas.

Cuando esas empresas se privatizaron con la introducción del capitalismo, esos recursos desaparecieron. Los funcionarios intentaron empujar a las mujeres al hogar, pensando: «En lugar de que el Estado pague por estos servicios, las mujeres lo harán gratis porque eso es lo que se espera de ellas». Creían sinceramente, al igual que la derecha estadounidense actual, que la mayoría de las mujeres serían más felices en casa con sus hijos, haciendo yoga, viendo telenovelas, haciendo pan de masa madre u ordeñando vacas. Pensaban: «Enviaremos a las mujeres a casa a hacer el trabajo por el que antes pagábamos, tendrán más hijos y todos serán más felices».

Pero la evidencia contradice esto. Según las Naciones Unidas, Bulgaria es el país que más rápido se está despoblando en el mundo debido a la emigración y a tasas de natalidad muy bajas, y esto ocurre desde la introducción del capitalismo. Vemos patrones similares en Corea del Sur y Japón. Una vez que las mujeres tienen independencia económica y pueden tomar decisiones sobre sus vidas, tener un hijo significa perder esa autonomía a menos que haya un apoyo estatal masivo. La evidencia histórica sugiere que empujar a las mujeres de vuelta al hogar sin inversiones de este tipo va a reducir las tasas de natalidad, no a aumentarlas.

Las ideas de la derecha pueden no ser funcionales, pero siguen siendo atractivas para algunas personas desesperadas por imaginar una alternativa a la insostenible situación actual. ¿Cómo podemos convencer a las mujeres que quieren escapar de las presiones del trabajo bajo el capitalismo para que miren hacia un futuro progresista en lugar de hacia un pasado reaccionario?

Hay un hermoso ensayo de Nadezhda Krupskaya de alrededor de 1899 titulado «La mujer trabajadora» sobre qué hacer con las campesinas rusas, que en su mayoría eran analfabetas y carecían de conciencia política. Ella sostiene que las mujeres solo se politizan asistiendo a eventos políticos: hay que reunir a la gente, y cuando una mujer siente la fuerza de sus compañeras, de repente comprende su poder. Cuanto más asiste, más se radicaliza.

Las feministas liberales son miopes cuando piensan que se puede convencer a la gente de que el mundo podría ser diferente. Tenemos que entender que lo que más necesita la gente después de lo básico —como agua, refugio, comida, asistencia sanitaria y educación— es estima. Necesitan sentirse parte de una comunidad que las ama, las admira y las aprecia. La experiencia de formar parte de esa comunidad puede transformar la conciencia muy rápidamente. Es el antídoto contra navegar por las redes sociales de forma aislada y caer en la trampa de las «tradwives».

Esto tiene que empezar desde abajo, organizando reuniones en las que la gente pueda hablar y conocerse, o incluso simplemente salir a tomar algo y a hablar de política y de sus vidas. Tenemos que ser creativos. La clave está en construir un contexto de contención para que las mujeres conecten sus luchas personales con el sistema en general. Porque si no lo hacemos, la derecha aprovechará el descontento de las mujeres para promover su agenda, que es lo que estamos viendo hoy en día.


Entrevista realizada por Meagan Day

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