Hacia un despotismo oligárquico, tecnocrático y militarista
6 de julio. Fuente: Viento Sur
“Gracias a la Unión Europea, aunque sin duda no sólo por esa razón, la competencia política está cada vez más despolitizada”
Peter Mair
Por Miguel Urbán | Jaime Pastor
Desde que, como analizó y denunció hace ya mucho tiempo Peter Gowan, la aprobación del Acta Única Europea en 1986 marcara el inicio de un nuevo europeísmo –el de una Europa secuestrada por el neoliberalismo–, han transcurrido varias décadas durante las cuales se ha ido imponiendo una metaideología que está erosionando las bases mismas de la democracia liberal que llegó a estabilizarse en el centro de la economía-mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
A lo largo de todo este tiempo, hemos visto cómo se ha consolidado la idea de una Europa que, como reconoció uno de los intelectuales orgánicos de ese proyecto, Jean Pisany-Ferry, en 2005, “ha sido nuestro programa de ajuste estructural”, o sea, el de una estrategia del shock que en nombre de la integración europea ha ido modificando la relación de fuerzas entre las clases en un sentido inverso al que se vio reflejado en el Espíritu del 45, antifascista, democratizador y socializante, tan dignamente representado en la película de Ken Loach del mismo título.
Para lograr ese propósito era necesario buscar un consenso entre las élites dominantes alejado del control democrático de los distintos pueblos de los países que han ido formando parte de ese proyecto. Porque si ya desde sus orígenes muy diferentes expertos reconocían que la integración europea contenía en su seno lo que eufemísticamente se denominaba déficit democrático, más tarde se darían nuevos pasos hacia un modelo oligárquico mediante el Tratado de Maastricht, la adopción del euro y el menosprecio por parte de las élites políticas y económicas del rechazo popular que sufrió el Tratado Constitucional Europeo en Francia y Holanda, imponiendo su mismo contenido a través del Tratado de Lisboa, que si bien formalmente no tiene el carácter de una Constitución, se erigió como un acuerdo entre Estados con rango constitucional.
De ese modo se ha ido materializando una Constitución económica neoliberal que consagró las famosas reglas de oro: estabilidad monetaria, equilibrio presupuestario, competencia libre y no falseada. Como muy bien explica Pierre Dardot:
En ausencia de un Estado europeo, existe una expresión concentrada del constitucionalismo de mercado en el conjunto de las llamadas normas comunitarias que prevalecen sobre el derecho estatal nacional. La ecuación que se impone es la misma que la que formuló Hayek en su tiempo: primacía del derecho privado garantizada por un poder fuerte. Esta primacía está consagrada en los tratados europeos; el poder fuerte encargado de velar por el respeto de esta primacía lo encarnan diversos órganos que se complementan, como el Tribunal de Justicia, el Banco Central Europeo (BCE), los Consejos interestatales (de jefes de Estado y de ministros) y la Comisión (Dardot, 2021).
Órganos a los que tendríamos que sumar el Eurogrupo, un supuesto club informal no sometido a ningún control democrático, que fue fundamental en el chantaje al pueblo griego para imponerle, pese a su No mayoritario en el referéndum, el memorándum de austeridad neoliberal de la Troika en 2015. Un auténtico golpe de Estado financiero que acabó por dar la puntilla final a cualquier ilusión democratizadora de la UE, como llegó a reconocerlo con palabras crudas el entonces ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schauble.
Ahora, tras el relativo paréntesis postausteritario de la crisis pandémica, estamos viendo cómo la policrisis global –que debilita más aún el peso geoeconómico y geopolítico de la UE– está conduciendo a nuevos saltos adelante en su integración financiera y, también, militar en nombre de la competitividad y de la respuesta a la injusta invasión de Ucrania. Así, se está produciendo la aceleración de la agenda de máximos de unas élites neoliberales europeas que buscan una alianza financiera y comercial más estrecha entre ellas y, a su vez, una remilitarización de la UE como instrumento útil para su proyecto de una Europa potencia. De ese modo se ve complementado el constitucionalismo de mercado que ha imperado hasta ahora con un pilar securitario más reforzado.
En este sentido, el Alto Representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, afirmaba en una entrevista al inicio de la invasión de Ucrania:
Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín tenemos que espabilar.
Unos meses antes, el propio Borrell había presentado el Plan Estratégico para la Defensa Europa, afirmando que “Europa está en peligro”. Así, al peligro que parecía provenir fundamentalmente de los flujos migratorios, abordados desde la securización de las fronteras de la Europa Fortaleza, se suma ahora la opción por una respuesta militarista frente a las denominadas amenazas externas que puedan provenir de otros Estados.
Una dinámica que, como define Tomasz Konicz, es consustancial al imperialismo en crisis del siglo XXI, que ya no solo es un fenómeno de saqueo de recursos, sino que también se esfuerza por aislar herméticamente los centros de la humanidad superflua que el sistema produce en su agonía. De modo que la protección de las relativas islas del bienestar que aún subsisten constituye un momento central de las estrategias imperialistas, reforzando las medidas securitarias y de control que alimentan un autoritarismo en auge (Konicz, 2017: 187-188). Una buena muestra de ello es el endurecimiento de las leyes migratorias de la UE en las últimas décadas, que ha concluido con la aprobación del Pacto de Migración y Asilo, que institucionaliza la necropolítica migratoria europea. Un autoritarismo de la escasez que conecta perfectamente con la subjetividad del no hay suficiente para todos que décadas de shock neoliberal han construido entre grandes capas de la población. Este sentimiento de escasez está en el tuétano de la xenofobia y del chovinismo del bienestar que conecta perfectamente con el auge del autoritarismo neoliberal del sálvese quien pueda en la guerra de las y los penúltimos contra las y los últimos.
De esta forma, al imaginario de las invasiones bárbaras [1] de la Europa Fortaleza y su deriva autoritaria hay que añadirle la magnificación del peligro del nuevo imperialismo ruso, cuando ni siquiera éste es capaz de derrotar la legítima resistencia del pueblo ucraniano. Esta guerra se convierte así en un verdadero regalo de Putin a la UE para justificar un proyecto militarista que reforzará aún más el neoliberalismo autoritario europeo. Porque nada cohesiona y legitima más que un buen enemigo externo. Europa está hoy más unida que nunca es el nuevo mantra en los pasillos de Bruselas. Un mantra que se repite para alejar los fantasmas de crisis recientes y dar la imagen hacia el exterior de que no renuncia a seguir siendo una gran potencia pese a su innegable decadencia.
Un federalismo oligárquico
Por consiguiente, nos hallamos ante una nueva aplicación de la estrategia del shock, con tambores de guerra de fondo, que está siendo utilizada por las elites europeas para entrar en una nueva fase en la que se pretende reforzar un modelo de federalismo oligárquico y tecnocrático. Porque esto es lo que ha propuesto abiertamente el ex consejero de Goldman Sachs, Mario Draghi, en su reciente informe por encargo de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen: acelerar la puesta en pie de mecanismos de decisión conjunta de las instituciones europeas con el fin de favorecer la unión de los mercados de capitales de la UE y poder actuar en mejores condiciones dentro de la cada vez más intensa carrera de la competitividad con las otras grandes potencias, ya estén en declive o en ascenso, tras el final de la globalización feliz.
Se trata, por tanto, de que la intergubernamentalidad neoliberal permita dar nuevos pasos en la construcción de un mayor consenso entre los gobiernos de los Estados miembro y las élites burocráticas europeas (Comisión y Consejo) junto con los grupos de presión dominantes, manteniendo como hasta ahora la autonomía del Banco Central Europeo.
Todo ello en detrimento tanto del Parlamento europeo como de los parlamentos estatales y, por supuesto, del respeto a la soberanía de los distintos pueblos. Un proceso que se está viendo facilitado por el habitus del consenso que se ha ido estableciendo en la UE, en donde se trata de despolitizar las cuestiones que se abordan para reducirlas a meras políticas sin política, que no sólo no deben ser impugnadas en los marcos nacional-estatales, sino que son utilizadas como coartada para presentarlas como inevitables (Bouza y Oleart, 2023).
Es indudable que la pandemia de la covid-19 ha acrecentado nuestros temores e inseguridades, favoreciendo un proceso aún mayor de individualización y atomización social. De la misma forma que ha permitido experimentar nuevos mecanismos de control social y recorte de libertades que han favorecido esta fiebre macartista que hoy vemos crecer.
Pero sería un error considerar que la pandemia por sí sola explica esta situación o que todo comenzó en 2020. El caldo de cultivo son décadas de gobernanza neoliberal y sus crisis derivadas, que han fomentado una cultura política profundamente antidemocrática. Refleja la obsesión incesante del neoliberalismo por limitar las esferas y funciones sociales de los Estados, alineando la acción pública con los intereses de los actores de la economía privada, reemplazando la regulación y la distribución por la libertad de empresa y colocando los derechos de propiedad por encima de cualquier otro derecho fundamental, culminando todo esto en un auténtico ataque a la posibilidad de otra política dentro de la UE. Es esta antipolítica, basada en la vieja TINA (There Is No Alternative [No hay Alternativa]), la que está detrás del crecimiento del autoritarismo que está impregnando el conjunto del mapa político.
Este nuevo salto adelante se da justamente en momentos de crisis climática en los que la lucha por recursos escasos refuerza el despotismo de las elites por encima incluso de la democracia liberal. La incertidumbre y el miedo ante el futuro se manifiestan hoy con brotes xenófobos que cuestionan el derecho a tener derechos de todas las personas sin exclusión, con una gestión de la crisis ecológica en beneficio de una minoría y con la extensión del iliberalismo, que vacía la democracia hasta solo dejar su cascarón o, lo que es igual, el voto como ritual. Porque cuando dejan de funcionar los mecanismos de cohesión social y se constata la imposibilidad de mantener la bonanza aparente de las clases medias, se fortalece el cierre autoritario para mantener el orden. A la vez que se necesitan chivos expiatorios (algunas minorías, la población migrante, los movimientos feministas) hacia quienes canalizar el malestar de unas clases medias en declive para que la ira siempre mire hacia abajo. No se trata de una cuestión estrictamente novedosa, sino más bien de un fenómeno que se acelera y que evoluciona en paralelo al declive de la belle époque de la globalización feliz.
Este camino, una vez superado y derrotado el momento populista de izquierda del pasado decenio, ha ido acompañado de la tendencia a la configuración de un extremo centro en la mayoría de los sistemas de partidos, especialmente en los dos principales Estados de la UE –Francia y Alemania–, en un contexto de ascenso de las extremas derechas y de su creciente influencia en la agenda política, como ha quedado evidenciado con el nefasto e indignante Pacto Migratorio. Así es como se está extendiendo un autoritarismo posdemocrático en la UE y en sus Estados miembros, con fronteras cada vez más permeables entre regímenes liberales e iliberales. Un iliberalismo que se extiende como un proceso antidemocrático a escala global y que se está destapando como la fase superior del neoliberalismo.
Por tanto, no podemos sorprendernos de que la extrema derecha esté optando por la vía reformista dentro de la UE, teniendo en cuenta, como estamos viendo, que no cuestiona el marco neoliberal dominante. El buen trato que está recibiendo el gobierno de extrema derecha de Giorgia Meloni por parte de las élites europeas es una buena muestra de ello, contrastando, como recuerda Loren Balhorn (2024), con el que sufrió el gobierno de Syriza cuando llegó al gobierno en 2015. De hecho, una de las pocas novedades que ha aportado esta campaña electoral europea ha sido la opción abierta por la candidata del PPE a revalidar la presidencia del colegio de comisarios, Ursula von der Leyen, a pactar con una parte de la extrema derecha que representa el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), en donde se encuentran, entre otros partidos, Fratelli de Italia de Meloni, Vox o Ley y Justicia de Polonia. Esta es una buena muestra del rol protagónico que se le augura a la extrema derecha en la próxima legislatura, en donde serán una pieza clave para conseguir mayorías parlamentarias.
De este modo, queda desvelado el mito liberal según el cual el sarampión autoritario que vive actualmente Europa solo aqueja a Le Pen y sus similares. Hace años que Macron y buena parte de la gran coalición neoliberal europea se contagió del mismo virus. La lepenización de los espíritus es un hecho contrastado desde hace años. Hoy la extrema derecha marca la agenda y el supuesto centro la acata, ejecuta y normaliza cada vez más. Y no solo por mero convencimiento ideológico, sino por puro interés estratégico: en sociedades capitalistas atravesadas por múltiples y crecientes crisis e inestabilidades, el desarrollo creciente de la represión y la securización se vuelve un seguro de vida para las y los de arriba. Explorar y explotar los miedos e inseguridades para construir una ideología de la seguridad permite dotar de coherencia e identidad al proyecto neoliberal autoritario, promoviendo sociedades desestructuradas, fragmentadas y tensiones contenidas a partir de la exclusión y la expulsión de los sectores más vulnerables o disidentes: las clases peligrosas.
En fin, estamos asistiendo a una auténtica restauración de un capitalismo salvaje donde las leyes del mercado están por encima de los derechos sociales. Un intento, en definitiva, de suprimir lo que Marx llamó la posibilidad de “victorias de la economía política del trabajo” para naturalizar al máximo la economía política del capital. Todo ello combinado, como no podía ser de otra forma, con la exaltación de un Estado fuerte y de la disciplina social, con su consiguiente hostilidad hacia muchas formas de mediación social (sindicatos, organizaciones sociales, etc.) y la articulación de un discurso ligado a la idea del orden social. En este contexto, el derecho a la protesta o a la disidencia se considera un factor de inestabilidad que pone en riesgo los márgenes de ganancia del poder corporativo, por lo que la respuesta de la clase político-
empresarial pasa por perfeccionar los modelos de criminalización. Y esto también afecta a quienes expresan en público opiniones diferentes al relato oficial. Un buen ejemplo de esta tendencia es la criminalización y beligerancia contra el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino frente al genocidio que éste está sufriendo con la complicidad del bloque imperialista occidental.
El fin de la retórica europea de los derechos humanos y de la paz
En este sentido, el verdadero objetivo no es solo cancelar la solidaridad con la causa palestina, sino disciplinar a la población europea en torno a los intereses geoestratégicos y la creciente agresividad militar imperialista de sus élites. Quizás lo único positivo de esta retirada de caretas y bonitas palabras sea que, por fin, podremos enviar al basurero de la historia todos esos supuestos valores europeos y mitos fundadores de paz con los que machaca continuamente la maquinaria de propaganda de la UE.
Esa coincidencia creciente en los discursos securitarios y de orden aparece asociada a la retórica sobre la necesidad de aspirar a una autonomía estratégica que, en lo que se refiere a su política exterior, supone un aumento de la agresividad comercial, extractivista y neocolonial europea en la disputa por los recursos escasos en los que se enmarcan nuevos mecanismos de inversiones, como el Global Gateway. Un paquete de inversiones público-privadas que pretende movilizar 300.000 millones para intentar competir con el Belt and Road de China, esto es, la Nueva Ruta de la Seda. De esta forma, con el Global Gateway, la UE aspira a afianzar su papel en el orden mundial, contrarrestando el auge de la presencia china en todo el mundo, especialmente en los sectores relacionados con las infraestructuras y conexiones.
Una autonomía estratégica que es mucho más que una estrategia comercial o de inversiones: su propuesta concreta, recogida en el Strategic Compass, construye una visión de la defensa que no se basa en el mantenimiento de la paz, sino en proteger los intereses clave europeos, como la preservación de las rutas comerciales o el acceso a materias primas esenciales. A pesar de que ese documento marque los pasos de una mayor integración militar europea y la creación de un cuerpo de acción rápida europeo (posible germen del, ansiado por las elites, Ejercito europeo), deja claro que la Alianza Atlántica (o sea, la OTAN) “sigue siendo la base de la defensa colectiva de sus miembros” a la espera de cuál sea el desenlace de las próximas elecciones presidenciales en la vieja gran potencia hegemónica estadounidense.
En este contexto de creciente autoritarismo y militarismo, la Unión Europea sigue embarcada en una constante búsqueda de formas de legitimación democrática, especialmente tras la profunda crisis vivida, sobre todo en los países del Sur, a partir de la Gran Recesión de 2008. Así, esta legislatura comenzó respondiendo a las movilizaciones climáticas, especialmente de la juventud, con una gran campaña de greenwashing, declarando la emergencia climática y lanzando el llamado Pacto Verde europeo que ha naufragado en una frenética carrera militarista. Al Pacto Verde le han acompañado diferentes iniciativas promovidas desde arriba, como la Conferencia sobre el Futuro de Europa o los Paneles de Ciudadanos Europeos, que se han querido presentar como presuntos espacios de participación política. Pronto, sin embargo, han demostrado ser simples formas de citizen-washing despolitizadas y sin haber conseguido efecto práctico alguno (Oleart, 2023).
Ante un panorama como el que se anuncia, agravado por el retorno a unas reglas fiscales que anuncian la vuelta a la austeridad con nuevos recortes sociales, mientras aumentan vertiginosamente los presupuestos militares y una práctica renuncia a la lucha contra la crisis climática, no cabe optimismo alguno respecto a la actual capacidad de las izquierdas antineoliberales para hacerles frente en medio de la ola reaccionaria que estamos padeciendo, con mayor razón si nuestras respuestas siguen dándose sólo a escala de cada Estado. La experiencia de las movilizaciones rurales protagonizadas por los pequeños propietarios que se han ido extendiendo a distintos países europeos en los pasados meses y la rápida concesión a algunas de sus reivindicaciones por la Comisión Europea, aunque no sea ajena a ello la singularidad de este caso (Marco d’Eramo, 2024), debería servirnos de lección para crear las condiciones de un salto de escala, especialmente desde los sindicatos pero también desde los movimientos contra la crisis climática, buscando su articulación en luchas comunes.
En este sentido, es fundamental constatar la fuerza que ha adquirido el movimiento solidario con Palestina en el conjunto de Europa, con movilizaciones muy destacadas en casi todos los países, pero sin haber conseguido hasta ahora construir una movilización coordinada a escala europea. Por tanto, tenemos como reto fundamental trabajar por generar dinámicas de protesta colectiva que retomen el testigo de las que el movimiento antiglobalización y los Foros Sociales Europeos protagonizaron en los primeros años de este siglo XXI, y que fueron fundamentales para construir un sólido movimiento transnacional contra la Guerra de Iraq.
De esta forma, sin despreciar la importancia de las elecciones de este mes de junio para, al menos, tratar de frenar la consolidación del proyecto actualmente hegemónico en la UE, las cartas en este momento ya están repartidas. Nuestro papel a partir de ahora deberá estar con aquellas fuerzas políticas y sociales dispuestas a trabajar por generar un amplio movimiento antimilitarista transnacional, contrario a cualquier imperialismo y solidario con todos los pueblos que los sufren, y que cuestione el proyecto de las elites de una remilitarización austeritaria de Europa, cogobernada entre el extremo centro y la ola reaccionaria. Será mediante la apertura de un nuevo ciclo de movilizaciones capaz de pasar desde la escala estatal a la europea como podremos modificar la actual relación de fuerzas adversa e ir creando las condiciones de una necesaria ruptura democrática, antineoliberal y anticolonial con esta Unión Europea.
Miguel Urbán y Jaime Pastor son miembros, respectivamente, del Consejo Asesor y de la redacción de viento sur
Referencias
- Balhorn, Loren (2024) “Unión Europea: Mercados dispuestos al combate”, sinpermiso, 27/03/24.
- Bouza, Luis y Oleart, Álvaro (2023) “La intergubernamentalidad neoliberal y la politización de la UE: la transformación de los campos políticos nacionales y los nuevos europeísmos”, Reis, Revista Española de Investigación Social, 183, p. 320.
- Dardot, Pierre (2021) “Regímenes políticos: neoliberalismo y autoritarismo”, viento sur 03/05/2021,
- https://vientosur.info/regimenes-politicos-neoliberalismo-y-autoritarismo/
- D’Eramo, Marco (2924) “La Europa profunda”, Sidecar, El Salto, 26/03/24, https://www.elsaltodiario.com/sidecar/europa-profunda-movilizacion-agricultura
- Konicz, Thomas (2017) Ideologías de la crisis. Madrid: Enclave.
- Mair, Peter (2013) Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental. Madrid: Alianza Editorial.
- Oleart, Álvaro (2023) “Democracy without politics? Contesting the EU’s conception of institutionalised citizen participation”, Der (europaische) Federalist, 16/11/ 23, https://www.foederalist.eu/2023/11/democracy-without-politics-citizen-participation.html.
Notas
[1] Los romanos utilizaban este término para designar a aquellos pueblos que habitaban fuera de sus fronteras.