El pañuelo verde, el deseo colectivo de repolitizar la esperanza
9 de junio de 2022. Fuente: Pikara
Los movimientos de mujeres europeos miran con fervor lo que pasa en una región, América Latina, a la que siempre le quisieron enseñar cómo progresar y de la que hoy pueden aprender cómo construir resistencia y futuro.
Por Luciana Peker
- Mujeres argentinas celebran la aprobación del derecho al aborto. / Foto: Luciana Demichelis, publicada inicialmente en el fotorreportaje ‘¡Es ley! 💚 Crónica fotográfica de la aprobación del derecho al aborto en Argentina’.
En la estatua de la libertad hay un pañuelo verde. En un balcón del Gobierno español hay un pañuelo verde. En una marcha en Estados Unidos hay un pañuelo verde. En el Congreso estadounidense, también. No hay uno, hay muchos. Incluso, en el pañuelo verde con el que se asoma la ministra de la Igualdad española, Irene Montero, dice “parceras”, y esas son las mujeres colombianas de la ciudad de Medellín, las más demonizadas por el relato de Netflix del subdesarrollo narco.
El pañuelo verde es un reconocimiento al poder político del feminismo latinoamericano que pelea masivamente por lograr más derechos de los que, históricamente, se lograron en Europa y que hoy quedaron estancados y atrasados, y son renovados y superados por la marea verde orgullosamente sudaca.
En Argentina crecimos con la idea de la “madre patria” -las hijas somos nosotras, las madres son las españolas- como una relación fundante en donde no solo admitimos el colonialismo y la superioridad de los países centrales a los países periféricos. También suponemos, en el modelo de maternidad europea, que las relaciones de madre a hija son relaciones de dominación y de superioridad jerárquica y, por lo tanto, también de odio, rebelión y competencia.
El colonialismo está mal y tildar de colonial la maternidad, también. En Argentina los pañuelos verdes se inspiraron en las Madres de Plaza de Mayo que, en medio de la dictadura militar (1976-1983,) se identificaban con un pañal en la cabeza (era la época de los pañales de tela y no por la moda orgánica o hippie, sino porque no había de otras) que resultó en un pañuelo blanco. No podían ser descubiertas, ni encontrarse, ni organizarse, porque eso las ponía en riesgo de ser asesinadas. Y algunas -como Azucena Villaflor– perdieron la vida por buscar a los hijos a los que le dieron la vida.
Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo son el símbolo más fuerte de resistencia en Argentina. Y también otra forma de descolonizar la maternidad. Puede ser una forma de renacer a la vida política y de luchar por los hijos e hijas propios. Y además, de luchar por una maternidad colectiva, activa, abrazadora y no posesiva, ni egoísta.
En 2003, en el Encuentro de Mujeres en la ciudad argentina de Rosario, en la provincia de Santa Fe, en donde miles de mujeres se reunieron de forma autónoma, federal, sin fondos de la cooperación internacional, ni de gobiernos, la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito eligió al verde como un color emblemático para luchar por la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE).
A los 15 años de ese encuentro, en 2018, se produjo la marea verde en Argentina que logró la media sanción de la ley IVE con un millón de personas en el Congreso de la Nación. El lobby conservador la frenó en el Senado. Pero, finalmente, se aprobó el 30 de diciembre de 2020.
Esa marea verde fue la revolución de las hijas. Y ahí la maternidad también tomó otro filo, porque las pioneras fueron reconocidas por las jóvenes, porque las adolescentes tomaron las calles y reclamaron por sus derechos, porque las hijas no fueron solo las personales, sino a las que se les deseó una vida con más derechos y goce que las que tuvieron las adultas.
Si pensamos la relación entre Argentina y España, cambiar la idea de madre patria es quitar el autoritarismo y el resentimiento a la maternidad y poder disfrutar del vínculo sin atisbos de sometimiento. Si pensamos en la revolución de las hijas y que ahora España use el pañuelo verde como símbolo para llevar un proyecto de ley que amplía el derecho del aborto a las adolescentes vemos una ventana abierta al reconocimiento del feminismo latinoamericano.
El pañuelo verde nació en Argentina pero ya no es argentino. Fueel icono de la victoria de la despenalización del aborto por parte de la justicia en México, en 2021, y, este año, en Colombia. En los dos países los festejos fueron con el pañuelo verde como símbolo por el derecho a decidir, ser libres, gozar y vivir una vida libre de violencias.
El 7 de septiembre de 2021, en un fallo histórico, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en México, declaró inconstitucional la pena de tres años de cárcel por abortar que se había impuesto en el estado de Coahuila. “Es un parteaguas en la historia de los derechos de todas las mujeres, sobre todo de las más vulnerables”, reivindicó el juez Arturo Zaldívar.
“Es probable que la decisión de la Corte Suprema de México tenga repercusiones en toda América Latina. La despenalización del aborto en Argentina se celebró en otras naciones y los pañuelos verdes que usaban las activistas argentinas se han extendido y llevado en las marchas de las mujeres en toda la región, incluso México”, destaca una nota del diario norteamericano The New York Times, de Natalie Kitroeff y Oscar López, del 13 de septiembre de 2021.
En Colombia, el 21 de febrero de 2022, la Corte despenalizó el aborto y se sumó a los países en donde las mujeres pueden ser libres y no morir en el intento. La ola verde logró su cometido por la vía judicial. Tanto que el primer mundo y el tercero invierten roles y las normas latinoamericanas avanzan sobre los estándares europeos que fueron pioneros, pero que hoy tienen leyes que atrasan y sus movimientos de mujeres miran con fervor lo que pasa en una región a la que siempre le quisieron enseñar cómo progresar y de la que hoy pueden aprender cómo construir resistencia y futuro.
La revolución de las hijas latinoamericanas implica una renovación generacional, feminista, antirracista, ambientalista, politizada e interseccional. La importancia del pañuelo verde es que muestra, hasta qué punto, en el siglo XXI la lucha política existe. Y no es un punto pequeño en un mar inmenso. Es una forma de seguir dibujando la historia a través de puntos pequeños pero sin dejar de pretender tener un lápiz en el que dibujar un proyecto de mundo mejor o, lo que es mejor, en el que se pueda sobrevivir al resentimiento y la resignación.
Es dejar de ver la realidad con lupa y volverla a mirar en un mapamundi. No es solo pedir por un derecho puntual, sino pensar cómo pelear por derechos puntuales para preservar y renovar el derecho a pelear como una forma de transformar, conservar o atajar los retrocesos en un mundo que ya colapsa y al que, encima, el poder solo quiere ver como se escapa o se lo arruina aún más.
No creemos en la maternidad como una palabra que denote superioridad, ni, mucho menos, dependencia. Nos salimos de las cadenas coloniales -aunque no podamos romper las estructuras de dependencia económica, las deudas externas y las crisis migratorias- y si hay un símbolo que se extiende de América Latina y llega a un balcón, en donde se asoma alguna cuota de poder político, es que hoy el sur tiene algo que enseñar y el norte mundial algo que aprender.
Dar vueltas el mapa de la dominación y el deseo también es política feminista. Aprobar y ampliar el aborto legal, seguro y gratuito es desbancar de las camas la pena de muerte por disfrutar o la pena de violación. Entender el cuerpo como un lugar de disfrute y no de preocupación. Y comprender a la política que libera a los cuerpos feminizados como una política que libera la cama y que mira también, debajo del mapamundi, para descubrir (que además de la lucha por el aborto) hay un movimiento que revitaliza la lucha política y que flamea en cada triángulo verde.
Incluso, en los debates de izquierda, el eurocentrismo cree que si mira al sur es para ser compasivo o solidario. Pero no puede tratar de mirar para aprender, verse reflejado o extender el pañuelo no para llorar, sino para ponerlo en el puño para pelear y para brillar como en las marchas feministas en donde se defiende el derecho a disfrutar.
Casi al mismo tiempo el pañuelo verde se utilizó en las luchas feministas en España (para lograr derechos que consagra la ley argentina para las adolescentes) y Estados Unidos en donde se filtró el borrador del fallo de la Corte Suprema -que ahora tiene mayoría conservadora- y que daría marcha atrás a la jurisprudencia del caso Roe versus Wade, de 1973.
Por eso, ahora, piden una ley de aborto legal en Estados Unidos y entender el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo como una cuestión de derechos humanos. Hubo caminatas dentro del Congreso, más de 400 marchas y una pancarta verde en la estatua de la libertad.
El pañuelo verde en el debate por el derecho a decidir en Estados Unidos también es un icono de un mundo que se da vuelta. El expresidente Donald Trump quiso instalar un muro entre su país y México, los migrantes rebotan o aprenden a nadar -en Nicaragua- para llegar a aguas de promesas democráticas sin ahogarse, caerse, ser asesinados o deportados.
¿El pañuelo verde es solo un pañuelo cuando trae los mensajes de las morras, las parceras, las trans, las pibas? Es una bandera que no identifica a una nación sino a un mundo que no necesita fronteras, jerarquías, ni hegemonías, pero que no puede perder la esperanza por el cinismo de una derecha que se burla de todo lo que pueda dar impulso a un futuro mejor y niega todo derecho para vivir un presente sostenible.
El pañuelo verde es la bandera de las que no solo queremos el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo. Es la bandera de las que queremos que los cuerpos del mundo sigan decidiendo sobre un futuro en el que los otros y las otras importan. Es la bandera que reactiva que lo personal es político, pero -también- que la política sigue siendo una herramienta de transformación (no solo personal) sino colectiva y transfronteriza.