“La construcción de Alemania tras 1945 se basó en olvidar que el 90% de la población miró hacia otro lado”

9 de mayo de 2021. Fuente: Pikara Magazine

A raíz de la publicación en castellano de su libro ‘Una dura batalla por los recuerdos’, entrevistamos a Margrit Schiller, que fue integrante en la década de los años 70 de la guerrilla urbana Fracción del Ejército Rojo.

Por Ann Sansaor

Margrit Schiller perteneció a la Fracción del Ejército Rojo (RAF, por sus siglas en alemán) creada en 1970 en la República Federal Alemana. Ésta era una guerrilla urbana que tenía por objetivo luchar contra el capitalismo y el imperialismo. Entró en la RAF en 1971, pero fue detenida poco tiempo después y sentenciada a 27 meses de prisión. Cuando en 1973 fue liberada, trató junto con otras personas de reorganizar el grupo de nuevo. En 1974 volvió a ser arrestada y condenada a cinco años. En 1985 decidió exiliarse en Cuba donde permaneció ocho años y después se marchó a Uruguay, donde vivió un década. Actualmente reside en Berlín y va a reeditar en castellano su libro Una dura batalla por los recuerdos (el primer libro de la colección editorial de Bauma y Azadi Jin), donde cuenta sus experiencias durante los años 50, 60 y 70 en Alemania hasta llegar a su encuentro con la RAF, así como su estancia en prisión, la experiencia del aislamiento y la participación en varias huelgas de hambre.

Margrit Schiller, sentada en un banco de Berlín. / Foto: azozomox

La primera generación de la RAF se caracteriza por un rechazo absoluto a la generación de sus padres por su colaboración con el nazismo. Pero en el Estado español siempre se mira a Alemania como ejemplo a seguir en la lucha contra el fascismo. ¿Qué tiene eso de cierto y cuáles son los mitos?

Yo nací en el año 48, mis padres no eran miembros de organizaciones nazis, pero vivieron esa época sin pensar diferente y eran parte de eso. Al terminar la guerra, en 1945, se quedaron sin ninguna perspectiva de futuro. Después de esa fecha no querían hablar nunca sobre su experiencia, a pesar de que mi padre había sido soldado y había estado en Stalingrado. La respuesta a mis preguntas siempre era “no sabíamos nada, no vimos nada”. Esto no sucedía solo en mi familia, era así también en la escuela; la gran mayoría en Alemania era así. Y ni un solo juez fue acusado por su cooperación con el nazismo, muy pocos responsables fueron acusados. Los juicios de Nuremberg fueron un símbolo, pero solo eso.

El problema es que la construcción de Alemania después de 1945 se basó en olvidar que el 90 por ciento de la población miró hacia otro lado o se benefició de los asesinatos y las expropiaciones de los judíos durante el nazismo. Los planes de reconstrucción se habían realizado en Estados Unidos antes de acabar la guerra, y después del 45 se usó a los antiguos funcionarios nazis para llevarlos a cabo. En los últimos 20 años salieron informes oficiales que confirman que los puestos de responsabilidad esenciales siguieron siendo para los viejos nazis, que murieron en los 60 y 70. Esto hizo que mi generación, a finales de los 60, basara su lucha en contra de la continuidad del fascismo. Pero fuimos un porcentaje muy reducido de gente. La mayoría de la sociedad seguía pensando de la misma manera. Y sigue habiendo una continuidad fascista que recién en los últimos años se hace más visible con los crímenes del NSU [siglas de Clandestinidad Nacionalsocialista, por su traducción al castellano] o los asesinatos en Hanau, entre otros. Esto se negaba antes.

También describes en el libro sobre choque entre los valores que tus padres intentaron imponer sobre ti y entre lo que tu querías, que tenías una diferente forma de ver el mundo y las ganas de vivir la vida a tu manera. ¿Es propio de un momento histórico concreto?

Esto está muy ligado a lo que acabo de contar. En aquel momento si querías luchar contra el fascismo era esencial romper con tus padres. Como he dicho, la mayoría de población tenía la misma manera de pensar, autoritaria y jerárquica que antes de 1945. Pero desde muy pequeña yo vi que eso no era lo que quería. Esto provocó contradicciones muy violentas, pero también era una sociedad muy violenta y que hasta cierto punto sigue siendo violenta, pero a través de otros canales. En el libro describo cómo mi padre intentaba detenerme sexualmente; y aunque él no abusaba de mí, me puso en una cárcel por sus deseos sexuales. Cuando me di cuenta decidí salir de ella. Me marcaron violentamente, me marché y marqué violentamente lo contrario. En esto también jugó un papel clave la guerra en Vietnam y la necesidad de pararla como fuese. Hoy la cosa en Alemania es algo diferente. Sigue existiendo mucha violencia física, pero también existe la violencia psíquica. Esta es mucho más difícil descubrirla y ver cómo te puedes liberar de eso. Ahora los enfrentamientos son más difusos y las contradicciones menos claras. Esto provoca que sea difícil orientarse. Los padres con los hijos construyen otra relación. A veces los hijos buscan la amistad con los padres, porque los padres tratan quizás de dar libertad.

¿Qué significó la clandestinidad para ti con respecto a tus padres?

La clandestinidad no tuvo nada que ver con mis padres. Era una necesidad del momento porque estaba claro que yo era buscada por la policía. Mi duda era: permito que me detengan y entro en la cárcel; o doy un paso más, voy a la clandestinidad e intento luchar. Eso es lo que llevó a que el paso fuera tan rápido. Y yo sabía que en mi búsqueda iban a participar mis padres y a colaborar con la policía. La identificación de ellos con el Estado era tan fuerte que iban a tratar de hacer lo posible para que me encontrasen, porque lo que yo hice era impensable para ellos.

Margrit Schiller, durante la entrevista. / Foto: azozomox

Entrando más a fondo en la RAF, ¿cómo era la toma de decisiones dentro de la organización? ¿Crees que es posible crear espacios de apoyo y cuidados en estos contextos?

Los fundadores de la RAF tenían tras de si largas luchas y conocimientos de lo que querían conseguir. No era gente que empezaba de punto cero. Algo que era nuevo para el contexto histórico era que en la RAF la mitad de sus componentes eran mujeres. Eso expresa cierta equidad. En cuanto a los espacios para hablar de emociones, es una pregunta que se hace a menudo, pero tenemos que ver cómo pasaron las cosas y en qué momento histórico. En aquel tiempo se hablaba de los sentimientos, pero quizás solo en la familia. Afuera, no. El grupo que fundó la guerrilla era gente que tenía amistad entre sí, se conocían desde hace más tiempo. Pero después los procesos de entrada pasaron a ser muy cortos. Por ejemplo, yo no estuve ni cuatro semanas. Había una enorme represión en ese momento; todo el Estado, la policía y los medios de comunicación en contra de un grupo de unas 10 0 20 personas que sabíamos las posibilidades que había de ser encarceladas o asesinadas. Los intentos de movilizar todas las fuerzas disponibles para un ataque no daban espacio para hablar sobre sentimientos y miedos. Aunque sí intentamos entender a las otras personas que estaban con nosotros, porque necesitas tener confianza para poder luchar. También era importante para evitar infiltrados, y eso lo hicimos. Pudimos evitar que la policía y el Estado se infiltrasen. Pero no hablábamos de dolores. El concentrarte en entender a la otra persona no necesariamente significa dar espacio para hablar de tus emociones. Para que eso pase necesitas otro espacio y otras continuidades.

La cárcel era otra cosa. Estábamos, en principio, solas y cada una en una cárcel diferente. La comunicación entre nosotras era muy reducida. Sin embargo, hubo el intento de continuar siendo sujeto político y tratar de sobrevivir. Es muy difícil llegar a entender cómo se siente una otra persona en este contexto. Lo único que tienes es la imaginación, una carta o lo que te llegaba del abogado. Y puedes equivocarte. En mi caso, yo sé que cuando escribo un mensaje se recibe de una forma y cuando hablo, de otra, porque existe la comunicación no verbal. Sin embargo, después de años en aislamiento el Estado armó en dos o tres cárceles grupos pequeños de unas cuatro presas. Allí hubo otras posibilidades, más convivencia. Y estos grupos siguen manteniendo vínculos más estrechos hasta hoy porque tuvieron la misma experiencia juntas.

En el libro también cuentas tu experiencia en prisión y cómo te afectó el aislamiento ¿Sigues sufriendo las consecuencias?

Yo viví un año y medio en el aislamiento más fuerte que existe, en un ángulo muerto de la cárcel. Esa experiencia puedo describirla más claramente. Durante el aislamiento total estuve luchando diariamente contra la locura, cada mañana me despertaba y no sabía si iba a sobrevivir sin volverme loca. Cuando salí no podía articular una frase completa, y se demoró bastante tiempo hasta que pude hablar realmente de nuevo. Es muy difícil ver las consecuencias de tal cosa a largo plazo. Pero te puedo decir que siempre tengo pesadillas. Me di cuenta de que era algo común entre nosotras cuando estaba en Uruguay. Hablando con una amiga, que era expresa y en ese momento tenía un hijo desparecido, me contó que tenía pesadillas. Todas tenemos pesadillas, vivimos con eso. Pero, por supuesto no es solamente el aislamiento, no solo es la cárcel. También son los muertos, las rupturas, tantas rupturas, tantos enfrentamientos…

La segunda generación de la RAF basó su lucha en reclamar la libertad de las presas. ¿Cuál es tu opinión sobre este cambio de objetivos?

Lo de decir primera o segunda generación es un cuento de los medios de comunicación porque hubo gente que estuvo desde el inicio a pesar de no ser fundadora, como yo. Otras personas pasaron por la cárcel y al salir se juntaron de nuevo. Lo que está claro es que hubo un grupo en el que se encontraban los fundadores, que fueron encarcelados muy temprano, en 1972. Después hubo periodos donde se pudieron juntar por un tiempo reducido grupos para seguir, pero no tenían la experiencia política de los fundadores. En 1973, cuando intentamos hacer un grupo con el objetivo de liberar a los presos, nos faltaba experiencia. Y no solo era un problema técnico. Nos faltaba en todo. No podíamos continuar el enfrentamiento que el grupo de los fundadores mantenía con el Estado. Tampoco queríamos empezar de cero y no queríamos dejar que el Estado acabase con los presos. Eso hizo que nuestros esfuerzos se centrasen en liberarlos.

Dentro de la cárcel se realizaron varias huelgas de hambre para mejorar las condiciones de las presas políticas de la RAF. ¿Qué significado tuvieron para ti?

Me gustaría reformular un poco esta pregunta por la reciente huelga de Dimitris Koufontinas [preso en Grecia de la organización 17 de Noviembre]. La huelga de hambre es la medida de defenderte cuando no existe otra posibilidad. Puede también ser un ataque político al mismo tiempo. Pero luchas con lo último que te queda, tu cuerpo. Existe en todos los lados del mundo gente que no ve otra posibilidad dentro y fuera de la cárcel. No puedes nunca quitar ese derecho a alguien, porque es lo último que tiene una persona y en ella siempre está la posibilidad de morirse. En cuanto a mi experiencia personal pasé por muchas y fueron distintas. Hubo huelgas de hambre donde me sentía insegura, sobre todo en la primera donde no sabía qué y cómo era. Después hice huelgas de hambre donde me sentía bien con el colectivo y pude aguantar hasta el final. En algunas ocasiones no sentí la fuerza personal necesaria para continuar. Sobre todo, cuando me sentía absolutamente sola, no podía comunicarme con los demás, ni imaginarlos.

En este libro no hablas sobre el exilio. También has publicado Exilio, exilio y desexilio donde explicas tu experiencia en Uruguay y Cuba, ¿Podrías introducir este episodio de tu vida?

Escribí estos libros por la necesidad de encontrar una forma de diálogo. Cuando estaba en Cuba no podía hablar de mi experiencia antes y durante la cárcel, pero lo necesitaba; y cuando volví del exilio vi que aquí la gente no sentía ningún interés con respecto a la experiencia en el exilio. Sin embargo, aunque esta es una lucha muy dura por preservar tu identidad, tu orgullo y tu dignidad, no creo que sea una experiencia menos profunda que la cárcel. Me sorprendió que aquí no había interés, a pesar de que aquí hay mucha gente exiliada de todo el mundo. Esto hizo que empezara a desesperarme con las personas que me rodeaban. Y no me quedó otra posibilidad que escribir un libro sobre mi exilio para liberarme de esa enorme presión. Es una experiencia que se trabaja muy poco, pero que hace falta hacerlo para entender con quien vivimos y compartimos. Históricamente, gran parte del mundo, y también las sociedades europeas, está revuelta por exilio, sea quien sea y venga de donde venga.

Actualmente, ¿después de esta experiencia has continuado con la actividad política?

Sí, la cosa es que los primeros tres años cuando vine para acá con hijos, que tenían 14 años y no sabían alemán, me metí básicamente para y con ellos. Fue cuando mis hijos se despidieron de mí empecé a centrarme en cómo me sentía yo aquí y lo que podría hacer. Pero, cuando iba a un lugar, la gente me conocía y me preguntaba si había leído sus libros o había escuchado sus discusiones. No lo había hecho, y reaccionaban pensando que me había despolitizado. Sin embargo, yo había estado en otro mundo y ese otro mundo no les interesaba. Lo único que valía era lo de aquí. Por eso empecé a escribir mi segundo libro, e intenté escribir para crear un diálogo sobre mi experiencia. Cuando terminé el libro decidí volver a empezar de nuevo en el activismo político, pero decidí hacerlo con gente que no fuera alemana. Me empecé a juntar con refugiadas y migrantes; y en los últimos 10 años mi relación básica es esta, sobre todo con mujeres, me siento mucho más en casa con ellas. Después de un tiempo he empezado a desarrollar relaciones con alemanes, pero en principio estas relaciones funcionan si hay otros vínculos. Por ejemplo, parte de las mejores amigas que tengo hoy vivían en mi casa en Montevideo.


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