Ángela Losada, presa por ser hija de una guerrillera antifranquista asesinada

4 de marzo de 2020. Fuente: El Salto

El pasado viernes falleció en la pequeña localidad berciana de Sobrado (en torno a 300 habitantes), en donde transcurrió la mayor parte de su vida, Ángela Losada García. Tenía 92 años de edad y en su memoria quedó grabado para siempre -hasta que la enfermedad fue nublando posiblemente la fuente de sus recuerdos- el enfrentamiento armado que tuvieron en su propia casa un grupo de guerrilleros antifranquistas con las fuerzas del orden dictatorial. Los guerrilleros se llamaban Abel Ares Pérez, los hermanos Guillermo y Mario Morán García, Evaristo González Pérez, Arcadio Ríos Rodríguez, Abelardo Macías El Liebre, y Victorino Nieto Rodríguez.

Por Félix Población

Alpidia García y su hija Ángela Losada de joven

“El pueblo entero de Sobrado era de izquierdas. Esto se demostró en las elecciones del Frente Popular [febrero de 1936] –recordaba Ángela hace años-, cuando sólo dos vecinos votaron a las derechas. En represalia, cuando estalló la guerra, las fuerzas fascistas vinieron al pueblo. Venían con ametralladoras. Entraron falangistas, curas, guardias civiles, todos matando a todo el mundo, sin preguntar, les daba igual quién fuera, incluso mataron a gente que no era del pueblo, pero que ese día estaba ahí. Sacaron a gente de las camas, gente que no sabía nada de política, y los mataban. Mi padre huyó al monte con su hermano. Luego se pusieron a quemar las casas. La nuestra también”.

Como consecuencia de ese ideario izquierdista entre la mayoría de los vecinos, la colaboración con la guerrilla antifranquista se inició allí desde el primer momento: “Mi hermano mayor estaba haciendo el servicio militar y les traía balas. Los guerrilleros confiaban mucho en mí. Yo iba a comprarles ropa, a arreglarles calzado. Una vez un zapatero se dio cuenta, pero por suerte también era enlace o disimuló, y no me pasó nada. También les iba a por libros de la República. Los escondía en un cesto muy grande y por encima ponía muchas peras. ¡Pesaban más los libros que yo!”

La casa donde se ocultaron los guerrilleros era propiedad de Alpidia García Moral, madre de Ángela y viuda de José Losada Granja, su padre, abatido por un grupo de falangistas en Portela de Aguiar en octubre de 1936. Según cuenta Santiago Macías en su libro El monte o la muerte. La vida legendaria del guerrillero antifranquista Manuel Girón, los registros por parte de la Guardia Civil eran habituales en aquellas casas en las que residían las viudas de los republicanos que habían sido asesinados, aunque no hubiera delaciones previas. Así se consigna en el informe del teniente de la Policía Armada que da cuenta de la acción militar en la que intervinieron un sargento, un cabo y ocho guardias de ese cuerpo, así como un cabo y cuatro guardias civiles. “Alpidia era de mala conducta y antecedentes sospechosos -leemos- por encontrarse viuda ya que a su marido le fue aplicada la pena de muerte”.

Fue Ángela Losada, con apenas 18 años, quien recibió la noche del 29 de octubre de 1943 al teniente de la Policía Armada Agustín Muñumer Blanco, quien indagó si había alguien escondido en el domicilio familiar. Ángela lo negó, a instancias de su madre, y cuando los agentes se disponían a entrar para cerciorarse de ello, se inició una refriega en la que resultaron muertos un sargento y un número. Varios vecinos sufrieron heridas, al ser confundidos con los guerrilleros, y una mujer, Dorinda Ríos García, también perdió la vida mientras se encontraba retenida por los agentes. Los siete guerrilleros no sufrieron baja alguna y lograron salir del acoso en compañía de Alpidia García, que mantenía relaciones con uno de ellos. Ángela se entregó al día siguiente y en principio fue puesta en libertad por ser menor de edad. Cuando cumplió la edad penal, fue condenada a ocho años de cárcel en el Prisión Central de Mujeres de Amorebieta (Vizcaya) y trasladada después a la de Segovia.

“La cárcel era horrible. Dormíamos en el suelo –recordaba Ángela-, unas pegadas con otras, casi unas encima de otras, y pasamos mucha hambre. El menú diario era un chusco de pan para comer y otro para cenar y una especie de café de hierbas, o agua hervida con pan. Allí convivíamos las presas comunes con las políticas, y yo no me llevaba muy bien con las comunes”.

Estando Ángela en prisión, un vecino de la localidad de Villasinde informó a la Guardia Civil de la presencia de fugitivos en esa zona. También comentó que le habían pedido dinero con la intención con toda probabilidad de preparar una inminente salida para el exilio. Se trataba de miembros de Federación de Guerrillas de León y Galicia: Abelardo Macías El Liebre, Oliveros Fernández Negrín, Hilario Álvarez, Victorino Nieto y Alipidia García Moral Maruxa, compañera de este último. Una vez fue recibida la confidencia, se puso en marcha el operativo militar correspondiente. Al mando del comandante Arricivita, formaban el contingente un grupo de guardias de los puestos de Ponferrada, Cacabelos y Villafranca del Bierzo, junto a algunos agentes de los destacamentos de Policía Armada de Balboa y Trabadelo, que llegaron a Villasinde al amanecer del 17 de marzo de 1949. “Los guerrilleros, acostumbrados al ir y venir de un pueblo que, casi al completo, sabía de su presencia, no dieron importancia a los ruidos producidos por las fuerzas represivas al aproximarse a su morada”-podemos leer en el libro de Santiago Macías-, de modo que únicamente Victorino Nieto y Negrín lograron ponerse a salvo.

Los restantes “bandoleros” –según la denominación que se les aplica en el expediente- fueron víctimas del fuego cruzado de los agentes, a excepción de Maruxa, que fue detenida con vida y ejecutada de inmediato en presencia de algunos vecinos de Villasinde. A la madre de Ángela Losada, “una tal Alpidia de profesión bandolera”, se la llama en el certificado de defunción “querida del también bandolero activo Nieto” y se dice que falleció “a consecuencia de una bala de fusil”. Los cadáveres fueron trasladados en un carro de vacas y enterrados en una fosa común sin nombre en el cementerio de Vega de Varlcarce.

Tras la ejecución pública de su madre, Angela Losada fue puesta en libertad para vivir una vida muy dura y huérfana de quienes se la habían dado. A partir de entonces residió en Sobrado, en la misma casa incendiada que hubo de restaurar después de arder durante el tiroteo. ¡Cuánta memoria silenciada hubo de soportar hasta que fue posible expresar tantísimos años de mordaza! Gracias a la documentación aportada por Santiago Macías para su valioso y pormenorizado libro, en el interior de la carpeta de la causa 140/49 del Archivo Intermedio de la Región Militar Noroeste (AIRMN), el investigador encontró varias fotografías de los hijos de Alpidia García, cuyas copias guardó Ángela como el más valioso y único de los recuerdos perdurables de la casa familiar.

Ángela Losada García, tras perder primero con solo diez años a su padre, asesinado durante la guerra, y después a su madre por haberse comprometido activamente en la lucha contra el franquismo hasta diez años después de finalizado el conflicto, mantuvo hasta el fin de sus días las ideas y sentimientos que defendieron sus progenitores: “No puedo entender cómo los obreros pueden votar a las derechas, y más con esta crisis, ¡si la hicieron ellos!-decía la anciana hija de Maruxa y José Losada hace unos años-. La derecha no se conforma con cualquier cosa, lo quieren todo, y nunca van a ayudar a las izquierdas a gobernar. Yo estaría dispuesta a dar parte de mi pensión si con eso saliéramos de la crisis. Los jóvenes lo tienen complicado, pero tienen que tener paciencia y no cambiar la chaqueta, estoy segura de que van a venir tiempos mejores.”

Hay un poema, cuya autoría desconozco, que dice lo que sigue en sus últimos versos y acaso alguien haya tenido la oportunidad de leer como homenaje el pasado sábado, en el acto de despedida de Ángela: Gloria y larga vida al maquis/ suenan por la ancha sierra./ ¡Mientras quede corazón/ la lucha será sin tregua!


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