Desempleo, vivienda y falacias de los analistas oficiales

15 de noviembre de 2013.

Hace pocos días, nos hemos desayunado con dos noticias que han provocado en nuestra mentalidad de economistas un violento choque lógico, parecido al de una tostada de ajo y una galleta de chocolate mojadas a un tiempo en nuestro primer café del día.

Por un lado, El País afirmaba el 28 de octubre pasado que desde la SAREB (el «banco malo») se está comenzando a instar la demolición de viviendas que no se están vendiendo. Según «los expertos consultados» por este medio, esto ayudaría a lograr que el mercado se equilibrase «vía cantidades», lo cual es, según ellos, preferible al ajuste «vía precios» (es decir, a una caída del precio de la vivienda hasta que no queden casas sin vender).

Casi al mismo tiempo, el 21 de octubre, el Círculo de Empresarios cargaba las tintas contra los Presupuestos Generales del Estado de 2014, los del recorte sobre recorte, por ser demasiado suaves en el uso de la tijera en el sentido de ofrecer espacios de interés social a la lógica de la rentabilidad (privatización de servicios públicos). Y aprovechaba para reivindicar la bajada del Salario Mínimo Interprofesional, ya que, según ellos, es la principal causa del desempleo juvenil. Puede tener algún sentido hablar de privatizaciones en la valoración de unos presupuestos, pero ¿de bajar el SMI? Se trata de una repetición de la reivindicación ya formulada en septiembre por ellos mismos, y en mayo por el Banco de España. Esta campaña contra el SMI se basa en que esta norma estaría introduciendo «rigideces» en el mercado de trabajo, lo cual vendría a provocar un indeseable ajuste «vía cantidades», en lugar del deseable ajuste vía precios.

Pero el ajuste vía precios, ¿no era indeseable? La respuesta que se proporciona desde el arsenal teórico de la economía dominante, la economía neoclásica, pasa por concebir el mercado de trabajo como un mercado más, con sus curvas de oferta y demanda formando la clásica forma de unas tijeras. El libre juego de las fuerzas del mercado debería llevar al empleo y al salario a sus valores de equilibrio en el punto de intersección de las dos cuchillas de las tijeras, es decir, de las dos curvas (el punto de la bandera azul gráfico siguiente), donde no habría desempleo, ya que todo el que quisiese trabajar por ese sueldo estaría trabajando. Pero la existencia de un SMI (645,30 €) operaría como una barrera (una «rigidez» en la terminología neoclásica), externa a ese juego de oferta y demanda en este mercado, que impediría que el salario se sitúe por debajo de ella. Así, a un salario tan elevado son muchos los jóvenes que quieren trabajar, (bandera roja), pero muy pocos los que quieren contratar —y contratan— los empresarios (bandera negra). He aquí el «ajuste vía cantidades» que, según el modelo neoclásico, estaría causando ese 56 % de desempleo juvenil actual.

La economía neoclásica aspira a aplicar su esquema de las tijeras a todas las situaciones económicamente relevantes. Así, para la explicación de las «rigideces» y el «ajuste vía cantidades» en el mercado de la vivienda, siguiendo la mejor tradición neoclásica, podemos reciclar el análisis anterior, gráfico incluido, simplemente cambiando el nombre de las cosas. En este caso, las «rigideces», esas circunstancias externas que constriñen el libre juego de oferta y demanda, y que impiden la bajada de precios, tendrían que ver, entre otros factores, con la resistencia de las grandes entidades a sacar al mercado sus viviendas vacías y la capacidad de presión (lobbying) que tienen para impedir cambios legislativos que combatirían la relación de poder asimétrico entre compradores y vendedores (cláusulas abusivas, como la no dación en pago, que vendrán a salvaguardar el valor de las viviendas objeto de compraventa), o la existencia de normas de tasación laxas autorizadas en su momento por el Banco de España.

En este caso el ajuste vía cantidades (la bandera negra del gráfico) se concreta en un precio elevado, que deja gente sin casas y casas sin gente. Esta situación, que algunos analistas estiman preferible a un precio menor con más viviendas en uso (bandera azul), y que pretenden consagrar demoliendo bienes de primera necesidad («desplazamiento de la oferta hacia la izquierda»), les parece la mejor opción actualmente, lo cual contradice abiertamente su propio modelo.

¿Por qué es frecuente encontrarnos con un gráfico como el primero, pero no como el segundo? La respuesta tal vez pase por preguntarse a quién benefician las conclusiones de uno y otro. Pero la pregunta tiene una clara relevancia, en la medida en que el análisis neoclásico, que ha encontrado su principal aplicación práctica en el estudio de mercados concretos aislados, fracasa clamorosamente en su interpretación del mercado laboral. Esto tiene que ver con el hecho de equiparar mecánicamente la fuerza de trabajo con las demás mercancías, al no querer analizar las condiciones de su reproducción ni los factores institucionales, es decir, políticos, que son indisociables de la relación salarial, al despacharlos como «rigideces» y limitarse a demandar que se eliminen para que su modelo pueda fluir libremente.

En 1933, en plena Gran Depresión, Arthur Pigou, prominente figura del pensamiento económico neoclásico, publicaba su Theory of Unemployment. En esta obra afirmaba que el sistema económico se orienta hacia la plena ocupación, ya que los salarios tienden a relacionarse con el nivel de la demanda de modo que todo el mundo encuentra finalmente empleo, y que las fluctuaciones en el nivel de empleo solo pueden obedecer a fluctuaciones de demanda en la medida en que los salarios no sean lo suficientemente flexibles. De hecho, ya en 1927, en su libro Industrial fluctuations afirmaba que una política de salarios plenamente flexible acabaría definitivamente con las fluctuaciones en la ocupación. Mientras tanto, en la vida real, los salarios caían mientras el desempleo aumentaba dramáticamente y la producción se desplomaba, inutilizando la interpretación neoclásica del mercado de trabajo como guía de política económica en plena Gran Depresión.

Pero además, la teoría neoclásica del mercado de trabajo encuentra una fuerte contestación en múltiples desarrollos teóricos con un gran sabor a actualidad, algunos de los cuales son insulso anteriores a dicha escuela.
Así, en Marx la fuerza de trabajo es mercancía peculiar, atravesada por las relaciones de poder y por la necesidad de extraer plusvalor de ella (explotación) para permitir la reproducción del capital. Así, la determinación del salario y del nivel de ocupación dependían de elementos que trascendían con mucho el ámbito de lo que los economistas llaman “economía”, y no digamos ya de lo que la economía dominante ha convenido en llamar “mercado de trabajo”. La determinación del salario se sitúa en el centro de la lucha de clases, motivando la organización de los trabajadores y de los empresarios hasta llegar a de manera progresiva a los esquemas de negociación colectiva actuales (otra de las «rigideces» a que aluden los neoclásicos). En Marx la cantidad de desempleo (ejército industrial de reserva) presiona los salarios a la baja, en una relación causal contraria e inversa a la esgrimida por la teoría neoclásica, pero que es avalada por los hechos históricos.

Tres años después de la obra de Pigou, en 1936, Keynes publicó su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, en la que, entre otras cosas, impugnaba la visión neoclásica del mercado de trabajo. Se establecía un vínculo entre la demanda efectiva y la demanda de fuerza de trabajo, que es lo que determinará el nivel de ocupación. El desempleo que sufrían las principales economías capitalistas durante la Gran Depresión no se debía, pues, a normativas en el mercado de trabajo, sino que era el síntoma del mal funcionamiento de un sistema en su conjunto, en el que era crucial la relación entre los tres elementos que entraña el título de su obra. Al concebir el la cuestión laboral en términos de empleo, Keynes trascendió los límites conceptuales de la abstracción neoclásica del “mercado de trabajo”, y esgrimió ideas que sí fueron capaces de mitigar el problema del desempleo en los años treinta.

Ya después de la Segunda Guerra Mundial, desde las corrientes poskeynesianas se abundó en esta concepción, al tiempo que se introducían —o incorporaban— otras aportaciones, como el asumir que el desequilibrio en los mercados es una norma más que una excepción. Autores como Galbraith, Davidson o Atesoglu abundaban en el estudio de los problemas de insuficiencia de demanda hallando su raíz en la desigualdad en la distribución de la renta y en las prácticas monopólicas en el mercado de bienes. Llegaban a considerar que una disminución generalizada en los salarios podría tener efectos negativos en la tasa de empleo, ya que el efecto renta (que opera mediante la demanda agregada) podía predominar sobre el efecto sustitución (dado que las posibilidades de sustituir capital por trabajo en la producción son limitadas). En todo caso, situaron en los componentes de la demanda agregada la determinación del nivel de empleo, y no en el nivel de salarios.

Casi simultáneamente, desde la economía política radical se hacían aportaciones epistemológicas genuinas que ayudaban a mejorar la comprensión del problema del desempleo, como la introducción de las relaciones de poder (o del poder asimétrico) en el análisis microeconómico. Al conjugar las perspectivas política y económica, llegaban a conclusiones que enriquecían el conjunto de variables a tener en cuenta en el «mercado de trabajo». Así, Stephen A. Marglin teorizaba la relación entre los beneficios de una empresa y la necesidad del ejercicio de poder del capital sobre el trabajo. Al mismo tiempo, Samuel Bowles establecía que las empresas, en la medida en que pueden elegir técnicas que operen más o menos sobre la extracción de esfuerzo de la fuerza de trabajo, no serán «precio-aceptantes» en materia de salarios.

En resumen, las teorías no neoclásicas coinciden en afirmar que la mercancía fuerza de trabajo no es una mercancía al uso, su precio no se negocia en un mercado al uso y su producción —la producción de vidas— no obedece a criterios de rentabilidad al uso.

Consideremos ahora algunas realidades observables en la situación actual del mercado de trabajo:

1. En la actualidad se observa un desempleo muy elevado (especialmente el juvenil), asociado a la caída de la producción provocada, en términos keynesianos, por la insuficiente demanda.
2. El elevado desempleo ha socavado el poder negociador de los trabajadores y ha provocado notorias bajadas de los salarios, como predeciría Marx. De hecho, en ningún segmento de la fuerza de trabajo como el juvenil han bajado tanto los salarios: cada vez en más situaciones se trabaja gratis —voluntariado— donde antes se cobraba por ello.
3. La caída en los salarios está deprimiendo la demanda interna, lo cual mantiene a la economía en crisis, como predicen los poskeynesianos.
4. Y las empresas están presionando a los trabajadores que conservan sus empleos para extraerles mayor esfuerzo, como pronostica la economía política radical.

Estos hechos no tienen fácil cabida en el modelo neoclásico. Pero los analistas neoclásicos no ven más que tijeras por todas partes. Salvo donde a ellos les interesa no verlas, como en el mercado de la vivienda. Entonces pareciera que pretenden aplastarlas con la piedra, o con la bola de demoliciones, en el juego de prestar cobertura ideológica a las decisiones políticas que responden a los intereses económicos de la élite social.

Ciertamente, si Pigou pasó a la historia del pensamiento económico no fue por los libros que escribió en torno al mercado de trabajo. Pero ahora, think tanks como el Círculo de Empresarios pretenden revivir sus ideas al respecto, en el intento de buscar brotes verdes en un pensamiento ahogado por más de 80 años de colisiones con la realidad. Usan la «tijera marshalliana» para explicar el mercado de trabajo y usan la tijera para recortar miles de páginas de teoría sobre el mercado laboral que impugnan sus resultados. El resultado no es una mejor comprensión de esa realidad, y con una tediosa frecuencia se resume en justificar unas políticas que la única situación que mejoran es la de la clase dominante. Al igual que en el caso de los recortes, los analistas económicos vinculados al poder solo utilizan la tijera allí donde les interesa. Pero con ello no solo se arriesgan al ridículo intelectual y a quedar en el basurero de la historia del pensamiento económico; están prestando su aval a situaciones y medidas concretas que se traducen en millones de vidas truncadas. Esto podría llevarles a entrar en la Historia, pero por la puerta contraria a la que ellos se imaginan.

Por Miguel Montanyà, Miembro del Colectivo Novecento e investigador de la Universidad Complutense de Madrid

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