El científico como nuevo proletario

4 de septiembre de 2013. Fuente: La ciencia vendida

El científico es hoy un nuevo proletario, más sutilmente manejado pero igualmente presionado por la producción, el despido y la presencia de un ejército profesional de reserva. La ciencia, como cualquier otra disciplina, resulta de la acción de los individuos que la cultivan: convertidos los científicos en asalariados compitiendo entre sí por la conservación de su puesto, limitados sus ámbitos de trabajo por una financiación de objetivos preeminentemente lucrativos, la ciencia deja de existir como interpretación, explicación del mundo y modelo de conducta moral. La población no científica, cada vez más alejada de las clases dominantes, comienza a ver en la ciencia, no sin alguna razón, una herramienta más de explotación. En esta perspectiva, hablar del final de la ciencia deja de ser una idea para un film futurista, convirtiéndose en una dolorosa, cercana realidad.

Fragmento de "La ciencia vendida" de Víctor González Barbone

El científico, un proletario más.

La contaminación de los valores del capitalismo en el ámbito de la ciencia ha modificado la conducta de
científicos y técnicos. Muchos de estos ‘comportamientos reprobables’ han existido siempre; los científicos
son seres humanos, y participan como tales de virtudes y defectos. No obstante, los cambios anotados en la
actividad científica llevan a cambios consecuentes de actitud y comportamiento en los integrantes de la
comunicad científica, o exacerban algunos ya existentes. Las notas siguientes resumen informalmente
algunas observaciones al respecto.

Ocultamiento de la información.

Los científicos al servicio de empresas donde se produce conocimiento de valor económico o estratégico
se ven privados en su intercambio de información con los demás colegas. La frontera entre conocimiento
propietario y conocimiento público se hace borrosa, y entonces, por las dudas, no se comparte nada. Esta
conducta tiende a la reciprocidad; al generalizarse, todos tratan de mantener en reserva los nuevos hallazgos
o aún el tema sobre el están trabajando. Esta reserva impuesta o autoimpuesta entorpece el avance del
conocimiento.

La competencia extrema.

Si bien un cierto grado de competencia puede tener un efecto motivante, cuando de ella depende el
salario, la carrera y el porvenir en general, la conducta de los individuos se modifica para mal: crece la
suspicacia, aumenta la reserva, desaparece el espíritu de colaboración tradicional en la actividad científica.
Cualquier compañero de hoy puede ser un rival mañana, peleando por un puesto en una empresa o
compitiendo por fondos para un proyecto o aspirando al mismo reconocimiento profesional. Este espíritu de
competencia invade todo el mundo globalizado; se propone como respuesta a casi todos los problemas de la
economía: el desempleo, la pobreza, la deuda externa, todo se resuelve haciéndose más competitivo. La
competencia llevada a extremos destruye el espíritu de colaboración, esencial para el desarrollo actual de la
ciencia, cada vez más producto del trabajo mancomunado de muchas personas.

El individualismo.

La ciencia, como conjunto de conocimientos, es eminentemente social. No obstante, la tendencia actual
es individualista, el científico ofreciendo sus servicios a quien los necesite como los condottieri del
Renacimiento, por un período finito, regulado por un contrato explícita o implícitamente condicionado a
imperativos de rendimiento. El científico o el técnico va cayendo en la ‘desregulación laboral’,
transformándose en profesional independiente o peor aún, en empresa unipersonal, una forma legal de
proliferación alarmante en Uruguay que entraña pérdidas de seguros sociales, seguros de salud,
nucleamiento sindical y recaudación estatal, facilitando a la empresa el despido sin indeminización ni aviso
previo.

Excelencia, calidad, explotación.

Las doctrinas de la calidad y la búsqueda de la excelencia, incuestionables en sus aspiraciones
declaradas, se convierten con frecuencia en herramientas de explotación. Se conocen cada vez más
situaciones laborales en las cuales se espera que los empleados, especialmente del área científica y técnica,
realicen una cierta cantidad de horas extra sin cobrar o dediquen tiempo al trabajo en sus casas, como forma
de demostrar su interés por el trabajo, su adhesión a la empresa, su ‘vocación’. Este comportamiento es
factor decisorio a la hora de renovar un contrato o definir un ascenso. Esta nueva exigencia aumenta el
estrés, tiende a provocar trastornos familiares y termina poniendo en riesgo la salud del individuo.

El utilitarismo.

El concepto de utilidad está inequívocamente asociado al de los fines. En la sociedad actual, al menos en
el ámbito laboral ligado a la ciencia y la tecnología en la empresa privada, el objetivo es hacer dinero; todo
lo que no propenda a eso será inútil59. La observación contextual de calificación de utilidad en las
conversaciones puede mostrar que la relación utilidad − dinero no aparece limitada a los ámbitos
empresariales. Este concepto lleva a una autovaloración en esos mismos términos: lo que hago, lo que soy,
acaba midiéndose en dinero; lo que tengo, lo que puedo producir, lo que me dicen que valgo a través del
salario. Aparte de la pobreza espiritual de esta medida, impone una limitación en los emprendimientos: no se
encara lo que no es útil, lo que no tiene posibilidades más o menos visibles de proveer un beneficio
económico.
En el área de las ciencias básicas es larga la lista de logros teóricos ‘inútiles’ en sí mismos cuyas
incidencias alcanzaron desde la alimentación hasta la filosofía.

El costo del financiamiento.

La justificación en términos económicos de un proyecto obliga al científico y al técnico a manejarse en
términos ajenos a su especialidad. Si bien algún conocimiento de planificación y costos es útil para cualquier
investigador, la competencia va convirtiendo la presentación, gestión e informe de un proyecto en una
habilidad específica, cuya culminación es la aparición de ‘científicos administradores’. La carga horaria se ve
incrementada, a veces fuertemente, para dar cumplimiento a estas tareas. Cuanto mayor es la competencia,
cuanto más estrictos son los controles, más se burocratiza el proceso; la gestión cuesta, la investigación se
encarece. Esto es particularmente grave en los países subdesarrollados, donde los fondos para investigación
son siempre escasos.

El ejército laboral de reserva.

Ante la reducción de puestos de trabajo se alienta a los jóvenes hacia la formación científica, un futuro
laboral supuestamente seguro. En los hechos, no existen tantas plazas, ni tanto dinero para este promisorio
panorama. Ocasionalmente una u otra rama de la ciencia o la tecnología tienen, durante algunos años, una
fuerte demanda, pero paralelamente otras van quedando sin mercado. Son pocos los científicos o técnicos consagrados, insustituíbles, del imaginario popular. Muchos científicos y técnicos trabajan en la enseñanza,
en la burocracia estatal, en el ejercicio profesional o en tareas ajenas a la profesión, un panorama no sólo
reservado a Uruguay. No es posible dejar de observar la conveniencia de esta situación de sobreabundancia
de oferta laboral en cientcia y tecnología para las empresas fuertemente orientadas a ella: sueldos más bajos,
mayor competencia entre los oferentes, mayores exigencias sobre los empleados, fácil reemplazo.

La repetición, el plagio, el fraude.

Paradójicamente, en conjunción con la reserva por los resultados de las investigaciones de proyección
lucrativa, se pide a los científicos que publiquen, como demostración de productividad, de ‘hallarse en
carrera’. No existe una forma universal, transparente y objetiva de calificar las publicaciones; la cantidad
termina siendo la medida. Se ha visto aumentar sensiblemente el número de autores por publicación, a más
de una enorme proliferación de las publicaciones de escaso valor novedoso, poco fundadas,
metodológicamente deficientes o incompletas al punto de invalidar las conclusiones. Una enorme cantidad
de artículos son refundiciones de otros artículos, cuando no copias disimuladas; varios casos de fraude han
sido puestos al descubierto, aunque seguramente muchos han quedado en los archivos muertos de revistas
especializadas, sin haber sufrido lectura crítica alguna. El ‘caso Sokal’ es digno de mención: Alan Sokal,
físico norteamericano, logró publicar en una revista respetable un artículo deliberadamente fraudulento,
escrito en lenguaje sesudo y plagado de referencias eruditas. Unas semanas después descubrió su propio
fraude, publicando otro artículo en una revista rival. Los ecos de la polémica continúan hasta hoy. Luego
de este comienzo saludable, él mismo se embarcó en polémicas sobre temas ajenos a su especialidad,
cayendo en gruesos errores, como le fue inteligentemente señalado por el filósofo Didier Eribon.

La consideración de los factores anteriores muestra la coincidencia de situaciones del personal científico
y técnico con el personal obrero en el esquema de producción capitalista tradicional: dependencia,
explotación, ejército profesional de reserva. Aunque la globalización ha reducido drásticamente el
contrapeso sindical en las relaciones de producción, la situación del personal científico y técnico es en
algunos sentidos peor que la del trabajador agremiado: no existe un sindicato de científicos, las asociaciones
profesionales no cubren el rol gremial. No existe, además, conciencia de clase en el personal científico y
técnico; el espejismo del éxito por la libre competencia, la concentración en la propia especialidad, la
relativa proximidad con gerentes y directores, el normalmente confortable ambiente de trabajo, tienden hacia
una actitud pasiva. Se apuesta en cambio al desempeño, la posibilidad de ascenso, la distinción por el propio
trabajo como única forma de mejorar la situación personal, sin atención al contexto.
La necesidad tiene cara de hereje, reza un antiguo adagio. Acuciado por la competencia, las cualidades
morales de las personas con formación científica comienzan a resquebrajarse, contribuyendo a la
descomposición social del mundo fragmentado.


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