Marx y las predicciones sobre el capitalismo
22 de febrero de 2012.
Tras más de un siglo escuchando cansinos argumentos acerca del fracaso de las teorías marxistas, del evidente error de sus “pronósticos” parece como si de golpe todas esas supuestas predicciones que, de hecho, Marx nunca llegó a plantear se hubieran hecho realidad. Como decía Edward Luttwak, miembro del muy conservador Center for Strategic and International Studies: “El turbocapitalismo es un mal chiste: lo que los marxistas afirmaban hace cien años y que entonces era absolutamente falso, se está convirtiendo ahora en realidad. Los capitalistas se enriquecen cada vez más mientras la clase trabajadora se
empobrece”.
Fragmentos de "A contratiempo" (César Rendueles), escrito en el 2001
Fragmentos de A contratiempo. Epistemología, historiografía y marxismo. PDF descargable desde aquí.
Si uno pregunta a cualquier persona con estudios universitarios acerca de Kant, Hume o incluso Platón, por no hablar de Frege, con toda seguridad obtendrá un gesto de sorpresa, un encogimiento de hombros o, en el mejor de los casos, una oscura tesis a duras penas espigada de entre bituminosos recuerdos procedentes de algún libro de bachillerato. Casi nadie se juzga competente para hablar de estos autores y mucho menos interesado en ello. En cambio, basta con mencionar el nombre de Marx para que hasta el más humilde
quiosquero se adentré en una concluyente exégesis de fuertes repercusiones
epistemológicas.
Pero ni siquiera hace falta ofender a los quiosqueros, basta con leer a George Steiner, siempre tan sentencioso: “El análisis marxista de la historia se ha mostrado unilateral y con frecuencia ha violado de manera grosera la evidencia. Las cruciales predicciones marxistas
simplemente no se han cumplido, y no creo que se necesite ser un técnico ni un economista profesional para darse cuenta de hasta qué punto se ha equivocado el marxismo, por ejemplo, respecto de la pauperización de la clase obrera o en cuanto a la profecía, repetida
una y otra vez, sobre el inminente derrumbamiento catastrófico del capitalismo”.
Lo irónico
es que sí que hace falta ser un técnico competente para saber que los salarios reales llevan
treinta años descendiendo en Occidente y que, en el resto del mundo, ni siquiera alcanzan a
cubrir los costes de subsistencia. Es más, no sólo hace falta ser un buen economista que sepa realizar los cálculos correctamente sino que, dado el contexto ideológico actual, se precisa
cierta capacidad para superar el autoengaño, el natural optimismo de nuestro tiempo que
lleva a negar lo evidente.
Y es más difícil de lo que parece. En La trampa de la
globalización se cita el caso paradigmático de un alto ejecutivo que aún cree vivir en los
años cincuenta, en un mundo de honestas casas ajardinadas y suburbios pequeñoburgueses,
de probos padres de familia que logran mantener con holgura a los suyos y, en definitiva, de
las bondades inequívocas del signo (capitalista) de los tiempos. Su hija y su yerno, en
cambio, conocen mejor la realidad laboral; saben que a pesar de tener dos buenos empleos –
redactor de Fortune y asesora de una congresista– cada vez se enfrentan a más dificultades
para llegar a fin de mes y que las cosas sólo pueden ir a peor.
Son precisamente los técnicos
del FMI y el Banco Mundial quienes más alarmados parecen ante la posibilidad de un
hundimiento del sistema financiero internacional que dejaría la crisis de los años treinta en
una anécdota bursátil. El tipo de crítica a Marx que Steiner ejemplifica con tanta precisión
consiste básicamente en afirmar en voz muy alta, “¡Los salarios en el sector siderúrgico
renano subieron el mes pasado! ¡Marx estaba equivocado!”.
Tras más de un siglo escuchando cansinos argumentos acerca del fracaso de las teorías
marxistas, del evidente error de sus “pronósticos” parece como si de golpe todas esas
supuestas predicciones que, de hecho, Marx nunca llegó a plantear se hubieran hecho
realidad. Como decía Edward Luttwak, miembro del muy conservador Center for Strategic
and International Studies: “El turbocapitalismo es un mal chiste: lo que los marxistas
afirmaban hace cien años y que entonces era absolutamente falso, se está convirtiendo ahora
en realidad. Los capitalistas se enriquecen cada vez más mientras la clase trabajadora se
empobrece”.
Desde hace treinta años, la miseria urbana se ha radicalizado por todo
occidente, justamente desde el momento en el que se abandonó el proyecto keynesiano de
corregir “artificialmente” el capitalismo mediante la intervención estatal. La conclusión del
proceso que la tradición marxista llamó “imperialismo” y ahora se conoce como
globalización económica ha sumido en la indigencia más absoluta a tres cuartas partes del
mundo; hasta el punto de que todo un continente, África, se da casi por perdido para la
economía mundial. La preocupación generalizada por el agotamiento de los recursos
naturales da buena cuenta de una nueva conciencia de los límites físicos del capitalismo;
resulta difícil ya olvidar que se trata de un proyecto cultural finito de dudoso éxito y no de
una tendencia natural.
Todo esto deja en una situación extraña a toda la tradición marxista que, al menos desde los
años sesenta del siglo XX, se ha esforzado en explicar por qué en ningún caso podía haber
en El Capital “predicciones” o, mejor dicho, cómo la argumentación que mantenía Marx no
conllevaba en principio predicciones de ningún tipo sino conclusiones. En todo caso la
argumentación positiva, la que se ocupa de verificar y pronosticar, necesitará
ineluctablemente de una importante mediación que aplique los modelos a casos concretos.
En ciencia esa mediación se denomina “laboratorio” y precisa de grandes inversiones en
material y trabajo a fin de que las conclusiones se transformen en predicciones. Pero, de
repente, es como si todas aquellas oscuras profecías de las que se reían los liberales tras
achacárselas injustamente a Marx se hubieran ido cumpliendo una por una.
El
turbocapitalismo de los años ochenta y noventa ha convertido el mundo en un gigantesco
laboratorio en el que unos cuantos premios Nobel de economía realizan un experimento
entrópico que ha agudizado la miseria de millones de personas. En realidad, la historia se
repite pues otro tanto (aunque a menor escala) ocurrió en los años treinta, con la sutil
diferencia de que entonces mucha más gente parecía dispuesta a aceptar lo obvio. Sin
embargo, no se trata de aprovecharse de la coyuntura. Lo que la situación actual permite
afirmar no es la validez del modelo económico marxista en cuanto modelo, decisión que
depende de otro tipo de razones, sino la definitiva idoneidad de ese modelo frente a otros por
su adecuación a la realidad empírica.
Y, sin embargo, resulta curiosa la delirante situación académica en la que sigue sumida la
obra de Marx. [...] Marx constantemente se ve obsequiado con un
auténtico aluvión de regalos envenenados: una de las formas más eficaces de refutar a un
autor es afirmar la relevancia de todos y cada uno de sus textos, sin importar cuando fueron escritos y aunque se trate de cuatro trivialidades garrapateadas en una cuartilla. Es así que
filósofos de gran competencia exegética en otros campos, cuando se enfrentan a la obra de
Marx se conforman con citar unos cuantos lugares comunes como “materialismo”,
“dialéctica” o “destino” (se trata de una práctica tan generalizada que sería injusto citar
algún ejemplo).
Tal vez debería alertar a estos autores la existencia de una amplísima
literatura marxista, con algunas obras de enorme rigor filosófico, que hace más de cincuenta
años que no se interesa por ese tipo de problemas de aroma más o menos leninista e incluso
los considera absolutamente espurios. Hoy en día es casi impensable un escrito académico
sobre cualquier autor que no sea Marx, con quien parece que cualquier libertad es legítima,
en el que no se haga mención a la recepción filosófica a la que el comentador se adscribe.
Piénsese, por ejemplo, ya no sólo en Aristóteles sino también en Nietzsche o incluso en
Kant: a nadie se le ocurre hablar de Kant sin aclarar si considera que hay que leer las
Críticas como un precedente filosófico de la etología moderna, al modo de Konrad Lorenz, o
más bien como un proyecto ontológico heideggeriano. Desde el punto de vista de la exégesis
filosófica la situación crítica y filológica de la obra de Marx no es catastrófica pero sí
francamente mala. [...]
Quizás la mejor manera de
zanjar la cuestión respecto a los supuestos desatinos marxistas sea recordar, una vez más, esa
célebre carta de Marx en la que desautoriza a quienes reducen su teoría de la sociedad
moderna a una filosofía de la historia:
Ahora bien ¿qué aplicación a Rusia puede hacer mi crítico de este bosquejo histórico? Únicamente esta: si Rusia tiende a transformarse en una nación capitalista a ejemplo de los últimos países de la Europa occidental –y por cierto que en los últimos años ha estado muy agitada por seguir esa dirección– no lo logrará sin transformar primero en proletarios a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes, como las experimentaron otros pueblos profanos. Esto es todo. Pero no lo es para mi crítico. Se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el Occidente europeo en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre, a fin de que pueda terminar por llegar a la forma de la economía que le asegure, junto con la mayor expansión de las potencias productivas del trabajo social, el desarrollo más completo del hombre. Pero le pido a mi crítico que me dispense (me honra y me avergüenza demasiado).
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