Los niños de la guerra. Las armas estadounidenses que pacificaron Faluya y envenenaron a una generación

27 de julio de 2011. Fuente: Iraq Solidaridad

En el discurso anual del estado de la nación, el presidente Barack Obama declaró que “la guerra de Iraq está tocando a su fin” –al menos para los estadounidenses, que se marchan “con la cabeza bien alta” porque “hemos cumplido con nuestro compromiso”.

Sin embargo, para millones de iraquíes, la guerra está muy lejos de terminar. De hecho, para un creciente número de familias de las ciudades que han sido prácticamente destruidas durante los años de terrorismo y contraterrorismo, la crisis no ha hecho más que empezar. Como un iraco-estadounidense manifiesta: “[…] Sólo porque nosotros [los estadounidenses] no prestemos atención eso no significa que el resto del mundo no la preste”.

Según los estudios realizados y los testimonios, Faluya –prácticamente borrada del mapa por la artillería pesada estadounidense en dos gigantescas ofensivas llevadas a cabo en 2004– está padeciendo un asombroso aumento de malformaciones congénitas. La situación recuerda a los informes similares que sobre la ciudad de Basora empezaron a circular después de la Guerra del Golfo de 1991.

La letanía de horrores es desgarradora: los niños nacen con un ojo en medio de la cara, les faltan miembros, demasiados miembros; sufren daños cerebrales, padecen cardiopatías y carecen de genitales.

En marzo de 2010, John Simpson de la BBC realizó visitas a diferentes clínicas de Faluya y tras ello afirmó: “Nos han dado detalles de docenas y docenas de casos de niños con graves problemas congénitos […] Vi una fotografía de un recién nacido con tres cabezas”. Después, en el mayor hospital financiado por EEUU, vi una larga cola de padres que llegaban con bebes que padecían problemas en los miembros, en la columna vertebral o que tenían otros problemas. Las autoridades de Faluya informaban a las mujeres de que no tuvieran ningún hijo.

Ayman Qais, director del Hospital General de Faluya, declaró a The Guardian que trataba a dos bebés al día, en lugar de los cuatro que trataba al mes en 2003. “La mayoría de las deformidades se producen en la cabeza y en la columna vertebral, pero también se producen muchas deformidades en los miembros inferiores”, declara. “Además, se está produciendo un alarmante aumento del número de casos de niños menores de dos años con tumores cerebrales”.

En la comunidad científica y médica y entre el personal sanitario está ampliamente aceptado el hecho de que la guerra es la culpable. La presencia de armamento usado, basura y restos de armamento, la quema generalizada de los restos en las fosas de las bases estadounidenses, junto con los incendios de los pozos de petróleo han dejado un legado tóxico que ha contaminado el aire, el agua y el suelo de Iraq.

“Estoy seguro de que hemos destruido Iraq”, afirma Adil Shamoo, bioquímico de la Universidad de Maryland, especialista en Ética Médica y Política Exterior. Shamoo, iraco-estadounidense, considera que es de “sentido común” relacionar los problemas de salud de la población iraquí con los incansables bombardeos de sus pueblos y ciudades y con la contaminación posterior a las guerras y la ocupación.

El Departamento de Defensa estadounidense no está de acuerdo y rechaza que el ejército tenga la culpa de las enfermedades crónicas, las malformaciones congénitas y las altas tasas de cáncer entre la población local y entre su propio personal de servicio que estuvo expuesto a los mismos elementos. Los mandos de Defensa no contestan a las llamadas ni a los correos electrónicos para responder a lo que en este artículo se plantea.

El gobierno iraquí ha hecho muy poco para solucionar la crisis de salud pública en Faluya, y en cualquier otro lugar. Las autoridades no se pueden permitir, y parece que tampoco tiene deseo de hacerlo, la limpieza de la contaminación que se irradia a todos los centros de población del país, ni siquiera mientras muchos iraquíes todavía exigen poder disponer de agua potable y de medicamentos esenciales.

Un estudio conjunto realizado en 2010 por los Ministerios de Medio Ambiente, Sanidad y Ciencia, llegó a la conclusión de que hay 42 lugares contaminados por los altos niveles de radiación y por las dioxinas –residuos, afirma el estudio, de tres décadas de guerra. Los críticos creen que hay cientos de lugares como estos 42 mencionados.

Zonas cercanas a núcleos urbanos como Faluya y Basora se encuentran entre el 25 por ciento de los lugares contaminados. La contaminación de Basora data, como mínimo, de 1982, cuando se llevó a cabo la Operación Ramadán, la mayor batalla por tierra de la guerra iraco-iraní, –en la que Estados Unidos apoyó a Sadam Huseín con miles de millones de dólares en armas, entrenamiento y apoyo– que conmocionó el desierto. En los 20 años transcurridos desde la Primera Guerra del Golfo, Basora ha padecido un marcado incremento de las enfermedades infantiles. Según los investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Washington, la tasa de leucemia infantil se ha incrementado en más del doble entre los años 1993 y 2007.

En diciembre [2010] un informe publicado por el International Journal of Environmental Research and Public Health [Diario de Investigación Medio Ambiental y Salud Pública] afirmaba que desde 2003 “las malformaciones congénitas” se observaban en el 15 por ciento de todos los nacimientos habidos en Faluya. Las cardiopatías eran las malformaciones más habituales, seguidas por patologías del tubo neural, que causa deformidades irreversibles y a menudo fatales. En comparación, las mayores malformaciones congénitas afectan a alrededor del tres por ciento de los nacimientos en Estados Unidos y a un seis por ciento de todos los nacimientos del mundo.

“Las fechas de los casos de malformaciones congénitas indican que podrían estar relacionadas con una larga exposición a la contaminación asociada a la guerra”, afirma el informe. “Muchos conocidos contaminantes de guerra tienen el potencial de interferir en el desarrollo normal embrionario y fetal”.

Otro reciente artículo titulado “Cancer, Infant Mortality y Birth Sex-Ratio in Fallujah, Iraq 2005-2009” [Cáncer, mortalidad infantil y ratio de nacimientos por sexo en Faluya, Iraq entre 2005 y 2009] publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health en julio de 2010, llevó a cabo una investigación, puerta por puerta, con 4.843 residentes de Faluya en 711 hogares. Dando por sentado que tales estudios tienen sus límites, los autores resaltaron hechos innegables, entre ellos una reducción del 18 por ciento en los nacimientos de niños después de 2004 y un pico en la mortalidad infantil.

“Los resultados que se muestran aquí no arrojan ninguna luz sobre la identidad de los agentes o del agente causante del incremento de las enfermedades pero aunque hemos prestado gran atención a la exposición al uranio empobrecido como uno de los principales y potenciales elementos, debe de haber otro posibles causantes”, afirman los autores.

En realidad hay múltiples factores contaminantes pero el uranio empobrecido ha sido desde siempre el primer sospechoso. El uranio empobrecido es un metal pesado, denso, altamente tóxico y radiactivo que el ejército usa regularmente para recubrir y hacer más penetrante el armamento. Los tanques Abrams y los vehículos de combate Bradley del ejército llevan tanto en su recubrimiento como en su munición uranio empobrecido. Además de una mayor penetración, la munición con uranio empobrecido causa un daño añadido porque en el momento de la colisión con el objetivo se incendian.

Después de un combate, las carcasas de los tanques y la munición de uranio empobrecido que ha quedado –haya explotado o no– provoca radiación y las minúsculas partículas del metal pesado se convierten en polvo que puede viajar largas distancias a través del aire. Este polvo, afirman tanto los médicos como los científicos especialistas en medio ambiente, es mortal si se inhala.

Se calcula que después de la Primera Guerra del Golfo Estados Unidos dejó 320 toneladas de uranio empobrecido en el campo de batalla. Los ataques estadounidenses con munición de uranio les dan una clara ventaja sobre los iraquíes, puesto que han destruido unos 4.000 tanques, muchos de los cuales aún continúan contaminando el paisaje del desierto. “Las partículas invisibles generadas cuando esas balas recubiertas de uranio impactan y arden, siguen ‘quemando’ y hacen que los detectores de radiación Geiger ‘hablen’ y, además, se pegan a los tanques, lo que contamina tanto el suelo como el aire mediante el viento del desierto, y lo harán durante los próximos 4,5 miles de millones de años, período que el uranio empobrecido tarda en perder sólo la mitad de su radioactividad”, afirma Scott Peterson en The Christian Science Monitor [1].

En otro artículo, Peterson documentó pruebas de la existencia de uranio empobrecido en Bagdad y con un detector de radioactividad Geiger comprobó “puntos calientes” en los restos de la batalla, y señaló que la fuerza aérea estadounidense había admitido que sus aviones de guerra A- 10, conocidos como ‘Warthog’ [2] habían lanzado 300.000 ataques durante la fase de la invasión denominada ‘Conmoción y pavor’.

“A los niños no se les ha dicho que no pueden jugar con los restos radioactivos”, escribió Peterson, quien únicamente vio un lugar en el que las tropas estadounidenses habían hecho carteles a mano en árabe advirtiendo a los iraquíes de que se mantuvieran alejados. “Allí, se comprobó que un proyectil de unos 90 centímetros lanzado por un tanque recubierto con 120 milímetros de uranio empobrecido producía 1.300 veces más radiación que la encontrada en la tierra, lo que provocó que el sonido discontinuo del medidor Geiger se convirtiera en un pitido continuo.

Tener un panorama preciso de cómo las fuerzas estadounidenses han utilizado el uranio empobrecido en Iraq es imposible. El 14 de marzo de 2003, en una nota de prensa –a menos de una semana de la invasión– el coronel James Naughtoon del Comando de Material del ejército estadounidense presumía de lo que los iraquíes “quieren el uranio empobrecido muy lejos porque nosotros les dejamos la basura” en la batalla de los tanques de 1991. “Sus soldados no están muy contentos con la idea de salir, básicamente, en los mismos tanques con algunas pequeñas mejoras y coger los Abrams otra vez”.

Las bromas se terminaron tras la operación ‘Conmoción y pavor’. Ahora los oficiales insisten en que la exposición al uranio empobrecido no es la responsable de los graves problemas de salud en Iraq. Enfrentados a las pruebas de malformaciones congénitas en Faluya, Michael Kilpatrick, portavoz del Pentágono, afirmó el año pasado ante la BBC que: “[…] Hasta la fecha no hay estudios que indiquen que factores medioambientales tengan como consecuencia problemas de salud concretos.”

La composición exacta de las municiones utilizadas durante las batallas de Faluya a finales de 2004 sigue sin conocerse, pero el nivel de contaminación se puede calcular por la magnitud de los bombardeos. Rebeca Grant, articulista de la Air Force Magazine, afirmó en 2005 que en la primera batalla de Faluya Estados Unidos llevó a cabo ataques aéreos sin tregua, desde marzo hasta septiembre de 2004 y lanzó una segunda fase que duró hasta noviembre.

Grant describe una “regularidad en los ataques aéreos” sobre todo en una “cacería” urbana para la que se utilizaron helicópteros de combate AC-130 y aviones de ala fija, incluso después de que se advirtiera a los mandos que rebajasen la intensidad de los ataques debido a consideraciones políticas sobre los daños colaterales. “Los cazas F-15 caían en picado y bombardeaban a los resistentes para dar cobertura terrestre mientras que los marines se abalanzaban a golpes sobre los acorralados combatientes gracias a sus misiles guiados por GPS, como el nuevo GUB-38 JDAM (munición de ataque conjunto), de casi 230 kilos, que puede ‘arrancar’ edificios ‘en medio de zonas muy pobladas’.”

La información de Grant no incluye el uso de uranio empobrecido y ni siquiera del fósforo blanco que, en contacto con la piel la rasga y penetra hasta llegar al hueso. Un año después de que los médicos de Faluya empezaran a informar de las reveladoras quemaduras, un portavoz del Pentágono admitió ante la BBC que en 2004, en realidad se había utilizado fósforo blanco “como un arma incendiaria contra los enemigos en combate”. En un principio, el ejército había insistido en que el fósforo blanco sólo se utilizó para iluminar el campo de batalla.

Darh Jamail, periodista de investigación que estuvo en Faluya en 2004, afirma que “Cuando llegaron, básicamente, actuaron sin restricción”.

El problema de intentar identificar el elemento básico que genera las malformaciones congénitas en Iraq es que el país es una marmita de contaminación. Dejando de lado el agua contaminada, hay columnas omnipresentes de humo generadas por la quema de restos en las bases estadounidenses, y de la quema de los pozos de gas y de petróleo diseminados por todo el paisaje iraquí. Entre 2003 y 2008 se informó de no menos de 469 incendios por la voladura de oleoductos y gaseoductos.

Se dice que Sadam Huseín utilizó armas químicas contra su propia gente –una de las excusa de la invasión de 2003– para sabotear la planta de tratamiento de agua de Qarmat Ali, justo al norte de Basora, donde el Tigris y el Eufrates confluyen. La teoría con la que se trabaja es que utilizaron un poderoso anticorrosivo que contenía enormes cantidades de Cromo hexavalente, una sustancia química conocida por provocar cáncer.

Algunos de los soldados de la Guardia Nacional de Oregón que más tarde trabajaron y vivieron en la planta, ahora están enfermos y apenas pueden caminar (los contratistas de Defensa Kellogg, Brown y Root aseguraron que Qarnat Ali era un lugar seguro). “Este es nuestro agente naranja”, afirmó en 2009Scott Ashby, veterano oriundo de Oregón, al referirse al herbicida que las fuerzas estadounidenses fumigaron, desde 1961 hasta 1971, sobre enormes franjas del campo de cultivo vietnamita.

La comparación con el agente naranja es evidente. Como con Vietnam una generación anterior, los estadounidenses se han apresurado a negar la evidencia, quitando importancia a la guerra, que achacan a un tremendo error, y dejándola fuera de los libros de historia. Al ignorar el sonido ininterrumpido de sus detectores Geiger, el pueblo estadounidense esencialmente aparta la vista de las fotografías de los bebés iraquíes deformados, colocándolos al lado de los borrosos recuerdos de los niños vietnamitas y de los veteranos estadounidenses con cicatrices debidas a los químicos del campo de batalla. La negación colectiva se ha convertido en el mejor aliado del imperio, al mismo tiempo que el desastre de la política exterior del sudeste asiático ha permitido los 30 años de catástrofe en Oriente Próximo.

Notas de IraqSolidaridad:
1.- Véase Scott Peterson, “Remains of toxic bullets litter Iraq”, mayo de 2003, disponible en inglés en: http://www.aljazeerah.info/Opinion%20editorials/2003%20Opinion%20Editorials/May/21%20o/Remains%20of%20toxic%20bullets%20litter%20Iraq,%20By%20Scott%20Peterson.htm
2.- Nombre inglés para designar al jabalí africano.

Texto original en inglés en: www.uruknet.info?p=79555
Traducido por Paloma Valverde


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