Rudi Dutschke, 11 de abril de 1968
14 de abril de 2008.
Josef B***, veintitrés años, admira a Napoleón y pinta retratos de Hitler. Participa en reuniones de la extrema derecha y lee con fervor la prensa de Axel Cesar Springer. El jueves 11 de abril, tres días antes del domingo de pascua, decide pasar a la acción, se embosca delante de la sede de la unión de estudiantes socialistas, y espera.Cuando Rudi Dutschke coge su bici roja, se abalanza sobre él. Al menos dos de sus balas hacen blanco: una en la parte derecha del pecho, la otra en la cabeza.
Le llamaban Rudi “el Rojo”. Era un estudiante de Sociología berlinés, rebotado del comunismo, que se había pasado al lado occidental poco antes de que levantaran el Muro. Como si fuera un profeta, no encajaba en ninguna etiqueta: demasiado ácrata para los marxistas, y demasiado utópico para los socialistas; un ossi para los wessis y un peligro andante para los conservadores.
A continuación Josef B*** huye, pero los amigos de Dutschke corren más rápido que él: pasa un mal cuarto de hora para terminar en el mismo hospital que su victima. Ésta oscila entre la vida y la muerte, pero sobrevivirá finalmente aún algunos años (hasta navidades de 1979). Josef B*** acaba de encender, con ayuda de Springer, un incendio europeo.
En esta semana santa, como cada domingo en Alemania, la única prensa que aparece es la de Axel Springer que difunde su versión del atentado. En Berlín, tres mil cascos prusianos, detrás de tres filas de alambre de espino, intentan en vano proteger la sede donde se imprime el Bild. Los camiones de reparto son bloqueados, cinco son incendiados. La escena se repite en Hamburgo, Essen y Frankfurt.
En las iglesias alemanas, los oficios son interrumpidos, se distribuyen panfletos. En Munich, en la iglesia de San Mateo, unos jóvenes despliegan una pancarta: “Parad a Springer”. En Dusseldorf: “Springer asesino”. En Aix la Chapelle: “Jesús, Martin Luther King, Rudi Dutschke”. Entre los manifestantes aparecen a la par tanto cruces como banderas rojas.
En numerosas ciudades de Europa, las manifestaciones interrumpen el normal desarrollo del domingo de pascua. En Zurich, donde Rudi Dutschke había recibido autorización para hablar en la universidad, se quema una efigie de Springer.
En Paris cuarenta y ocho horas después de la tentativa de Josef B***, cuatrocientas personas se juntan delante de la embajada de Alemania. Pero los cascos de los CRS no dejan pasar a nadie, de tal manera que la manifestación se repliega sobre el bulevar Saint Michel donde estallan escaramuzas. Dos días más tarde, durante el transcurso de una manifestación de apoyo a los estudiantes alemanes, Cohn Bendit toma la palabra para denunciar lo que él mismo llama violencia policial.
En toda Europa, los estudiantes viven la misma revuelta. Mayo del 68 ya puede empezar.
Fuente: Klinamen - 10 100 1000
Rudi el rojo
Javier Menéndez Llamazares
Después de repasar el santoral, hoy me apetece detenerme en el martirologio civil. Sí, lo sé, había dicho que nada de política, pero es que hay ocasiones en las que merece la pena apartar los prejuicios. Ése es el caso de Rudi Dutschke.
Y, hablando de prejuicios, para mi generación, lo del cacareado “Mayo del 68” es un asunto nebuloso, que nunca comprendimos porque —en realidad— le prestamos muy poquita atención. Nos suena algunas consignas como el “prohibido prohibir”, “debajo de los adoquines está la playa” y algún cartel de Eduardo Arroyo. Algo hemos oído de la “Primavera de Praga”, y nada de las revueltas estudiantiles alemanas.
Todos estos asuntos eran cosas de nuestros tíos, de nuestros hermanos mayores, como mucho. Lo nuestro era intentar llegar a la “movida”, antes de que se desvaneciera. Lo de ser diseñadores, y decir “posmoderno” sin tener ni idea de qué significaba.
Tardamos muchos años en darnos cuenta de que la política tenía su importancia, y entonces ya habíamos perdido demasiado terreno. Y así nos luce ahora el pelo, claro. Pero hablemos de Dutschke.
Le llamaban Rudi “el Rojo”. Era un estudiante de Sociología berlinés, rebotado del comunismo, que se había pasado al lado occidental poco antes de que levantaran el Muro. Como si fuera un profeta, no encajaba en ninguna etiqueta: demasiado ácrata para los marxistas, y demasiado utópico para los socialistas; un ossi para los wessis y un peligro andante para los conservadores.
Por lo que cuentan de él, debía de tener un aura, un encanto especial que le hacía un orador carismático. Lo expresa muy bien Sergio Gobi, cuando dice que Rudi Dutschke “parecía un poeta”. Lástima que, hoy día, acercarse a sus escritos sea más un ejercicio de masoquismo que de arqueología social… cosas de la retórica progre, que no tenía remedio.
Le gustaba el deporte, y al parecer le había encontrado una utilidad práctica: demostraba su buena forma física especialmente en las manifestaciones, corriendo delante de la policía, que sólo en contadas ocasiones logró atraparle. Y eso que era una figura destacada, no sólo por su calidad de líder pelín bocazas, sino porque era tan alto que le veían de lejos, y los antidisturbios le tomaban como referencia.
En aquella década debía de parecer evidente que el mundo iba a cambiar, que todo era posible y que aquél era el momento adecuado para esas revoluciones. Pensemos en la explosión de la cultura pop, en la liberación de la mujer, la sensualidad, la contracultura… Todo en una economía boyante, a la que el bloque soviético le enseñaba los dientes metálicos de la dictadura del proletariado.
Rudi, escaldado del “comunismo real” —al que criticaba por crear una “estructura global socialista-autoritaria”—, propugnaba una revolución cultural, y la vía propuesta para su propio país fue la llamada “larga marcha hacia las instituciones”.
Ésta es mi parte preferida de la historia: siguiendo las ideas de Marcuse —un teórico al que merecería la pena repescar —, el joven Rudi encandiló a los estudiantes alemanes con una plataforma llamada la APO (Oposición Extraparlamentaria). La justificación radicaba en que no se pueden derribar las instituciones si a la vez formamos parte de ellas.
Una política sin políticos, eso viene a ser la oposición ejercida desde la ciudadanía. Esa idea filoanarquista, que movilizó a los estudiantes pero no consiguió llegar hasta los obreros, encendió todas las alarmas del poder establecido de la época. Durante un año, Rudi fue el enemigo del sistema, y el blanco de sus voceros, en especial de la prensa sensacionalista encarnada en el Bild.
Un año en el que se sucedieron las protestas, las algaradas estudiantiles, la represión policial, se exigió aquello de “la imaginación al poder”, y se soñó con que todo estaba a su alcance. Hasta que atentaron contra Dutschke, en circunstancias nunca esclarecidas. Tres balas que tardaron diez años en matarle, aunque ya nunca volvería a ser el mismo, ni a pisar su propio país. Tres balas que nos mataron también un poco a todos.
El día que dispararon a Rudi, perdimos la revolución. Después, apenas ha ocurrido nada. Una generación entera fantasea con que vivió el mayo francés —cuando en realidad estaban haciendo méritos en el SEU, antes de mudar la chaqueta—, y luego llegan los cantautores listillos a convertir la gran apuesta por el futuro de aquellos locos idealistas en un triste número más de los cuarenta principales. Ahora que, puestos a hablar de ello, quien lo hace de corazón es un tal Manuel Illán, cuyo “El hombre del 68 en el 93” paso sin pena ni gloria, aunque merecía mejor fortuna.
Yo no sé si Rudi tenía razón o no, si era un visionario o si deliraba. Y, la verdad, no me importa. Lo único que sé es que necesitamos más Rudis, más gente capaz de luchar para que este mundo merezca la pena.
Fuente: Cómo se nadie
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