La Conflictividad Político-Social Mundial en el Siglo XX
14 de enero de 2010.
Este texto es parte de un libro en elaboración por el autor sobre la Crisis Global y el previsible colapso
civilizatorio, vistos a partir de una amplia perspectiva histórica, en el que se hace una especial reflexión sobre la
crisis energética mundial. Este trabajo es una pieza más del análisis del siglo XX, a la que se da una particular
relevancia pues la conflictividad político-social ha sido clave para condicionar el despliegue del capitalismo global
y moldear las actuales sociedades.
"De la Lucha de Clases al Movimiento Antiglobalización, pasando por el 68 y el auge del femenismo y el ecologismo". Ramón Fernández Durán
Índice
- Rivalidad intercapitalista, guerras mundiales, lucha de clases y revolución (pág. 7).
o Nacionalismo, militarismo y conflictividad político-social (pág. 9).
- Guerra Fría, “estabilidad” occidental, rebelión del Sur Global y terremoto del 68 (pág. 12)
o La revuelta del 68 sacude el mundo (pág. 15).
- Crisis de los 70, lucha armada, nuevos movimientos sociales, autonomía y “vuelta al campo” (pág. 18).
o Expansión de nuevas vanguardias radicales y grupos armados (pág. 18).
o La lucha obrera pierde centralidad, sobre todo del trabajador blanco y occidental (pág. 20).
o Irrupción del feminismo, ecologismo, pacifismo y otros movimientos (pág. 21).
o Crisis del marxismo, autonomía, crítica de la tecnología y nuevas espiritualidades (pág. 24).
- Globalización, crisis del Socialismo Real, Movimiento Antiglobalización e Islam Político (pág. 27).
o Caída de las luchas obreras y nuevos conflictos en el Sur Global (pág. 28).
o Colapso del Socialismo Real y consecuencias en la conflictividad político-social (pág. 30).
o Otros prolegómenos al estallido del Movimiento por la Justicia Global (pág. 36).
o De Seattle a Génova, pasando por Porto Alegre (pág. 38).
o Balance contradictorio de los conflictos político-sociales al filo del siglo XXI (pág. 40).
- Bibliografía (pág. 46).
De la Lucha de Clases al Movimiento Antiglobalización, pasando por el 68 y el auge del feminismo y ecologismo
“(Como resultado de los pactos nacionales interclasistas) los ciudadanos europeos se lanzaron a la
Gran Guerra (1914-1918) con evidente entusiasmo (incluida la mayor parte de la clase obrera) (...)
(Pero, a partir de 1916, ante el desastre de la guerra, se da) la mayor oleada de huelgas, rebeliones
y revoluciones nunca conocida, que continuó después de terminar la contienda (...) Proliferaron las
deserciones y sublevaciones, y en el momento de la Revolución Rusa de 1917 el sentimiento
antimilitarista de las poblaciones europeas era mayoritario. En 1918, parecía que la revolución
socialista se iba a extender a toda Europa”
Giovanni Arrighi y Beverly Silver, “Caos y Orden en el Sistema Mundo Moderno”
“El 68 fue la tumba ideológica del ‘papel dirigente’ del proletariado industrial”
Inmanuel Wallerstein, “Capitalismo Histórico y Movimientos Antisistémicos”
“En 1989, no sólo el leninismo, sino también los movimientos de liberación nacional, la
socialdemocracia y todos los demás herederos del liberalismo revolucionario pos-1789 colapsaron
ideológicamente, es decir como estrategias para la transformación eficaz del mundo”
Arrighi, Hokins y Wallerstein, “Movimientos Antisistémicos”
“La globalización ha conseguido, más que cualquier cosa, romper un siglo de poder obrero”
Berverly Silver, “Fuerzas de Trabajo. Los Movimientos Obreros y la Globalización desde 1870”
“La Rebelión de Seattle. Nunca ha habido en la historia americana un acontecimiento que aglutinara
tantos y tan diferentes grupos”
Michael Elliot, “The Siege of Seattle”
Ya hemos visto como en el siglo XX el capitalismo urbano-agro-industrial se
expandió por el mundo entero, pero con él también se propagaron las resistencias a
su dominio. El capitalismo es como un cometa que lleva tras de sí el antagonismo
(Silver, 2003), y el desorden social añadiríamos. Pero el capitalismo también se
hermana con las estructuras de poder estatal y patriarcal para ampliar su proyección
y asentar su gobernabilidad y hegemonía planetaria. Es más no se puede entender
sin ellas. En los procesos de resistencia al poder del capital, estatal y patriarcal se
hacen visibles los sujetos sociales dominados, logrando en ocasiones modificar en
mayor o menor medida las relaciones de poder. Los sujetos solo son visibles, y
tenidos en cuenta por el poder, en su lucha (y éxodo) contra el dominio. Pero el
dominio se da no sólo en el campo de lo económico, como normalmente se ha
considerado a lo largo del siglo XX, al menos hasta el último tercio del mismo, sino
que se manifiesta en una multiplicidad de ámbitos de la sociedad. Es por eso por lo
que no podemos hablar sólo de un sujeto dominado (el proletariado, la clase
trabajadora), sino de una multiplicidad de sujetos oprimidos, entre los que destaca
por supuesto la mitad de la Humanidad: las mujeres. Y, como decimos, es en el conflicto y la resistencia social cuando se manifiesta el poder de los desposeídos, y
es a través de ellos como principalmente se pueden alterar y erosionar las
condiciones y la fortaleza del dominio.
De formas diversas la consideración de los conflictos y resistencias sociales ha
intentado estar presente en todo el análisis sobre el siglo XX que llevamos realizado,
pero es hora de resaltar y estructurar su papel a lo largo del mismo, destacando sus
principales rasgos y puntos de inflexión, para poder entender mejor, más tarde, el
contexto y las formas en que se manifiesta la Crisis Global actual. Lo cual nos
ayudará a vislumbrar más adecuadamente cuáles pueden ser sus posibles
escenarios en el corto y medio plazo, y de qué formas podemos influir en ellos,
teniendo en cuenta también las posibles aportaciones de las pasadas luchas de
resistencia y transformación, y aprendiendo asimismo de sus múltiples errores.
Igualmente, este conocimiento nos puede dar ciertas pistas para mejor comprender
también cómo pueden reaccionar las distintas sociedades ante el más que previsible
colapso civilizatorio que se vislumbra en el horizonte, aunque para ello será
necesario recurrir asimismo a análisis históricos de más Longue Durée. Entender el
pasado es siempre clave para poder aventurar, y sobre todo influir, en el futuro. Eso
es lo que venimos haciendo a lo largo de todo el libro.
El análisis del conflicto político-social en el siglo XX podemos estructurarlo en
dos grandes periodos, que coinciden grosso modo con su primera y segunda mitad,
aunque nos detendremos más en la segunda mitad por su mayor cercanía histórica
para comprender la realidad actual. La mayor conflictividad a escala global se da en
la primera mitad del siglo, y se manifiesta muy especialmente en los países
centrales, allí donde se estaban desarrollando más entonces los procesos de
industrialización y mercantilización de sus sociedades, pero también se expresa con
intensidad en los territorios colonizados o bajo dominio neocolonial (ver figura 1,
Beverly Silver, 2003), donde se refleja la evolución de la conflictividad laboral a
escala mundial, y en ambos macro-espacios). Es una primera mitad de siglo con
fuerte rivalidades interestatales capitalistas que se plasman en dos guerras
mundiales, lo cual iba a tener, asimismo, como veremos, un efecto determinante en
la evolución de la conflictividad político-social. Una conflictividad que iba a ser
creciente y de carácter explosivo en esos años, dando lugar a importantes procesos
revolucionarios, pero igualmente contra-revolucionarios, para enfrentar y revertir la
lucha de clases en favor de las estructuras de poder.
En la segunda mitad del siglo la conflictividad antagonista va a ir declinando
lentamente en general en Occidente durante los “Treinta Gloriosos”, pero no así en
el Sur Global donde se manifiesta como ya vimos la Rebelión contra Occidente, en
el marco de la Guerra Fría, al menos hasta la ruptura del yugo colonial. Sin
embargo, este paulatino declive general manifiesta un importante repunte de alcance
mundial en torno al 68. Tras este terremoto social global, algunos de cuyos rasgos
han sido ya analizados, asistimos a la paulatina erosión de la llamada Vieja
Izquierda, que había terminado de fraguarse en la primera mitad del siglo
(socialismo, comunismo y movimientos de liberación nacional), y que detentaba en
ese momento el gobierno o el poder del Estado en muchos territorios del planeta
(Arrighi et al, 1999). En la posterior profundización de esa crisis de la Vieja Izquierda
cumple un importante papel la aparición con fuerza de nuevos movimientos sociales:
feminismo, ecologismo, pacifismo, etc., en especial en los territorios centrales, así como la progresiva
irrupción de movimientos
campesinos e indígenas
en diversos territorios
periféricos. En cualquier
caso, los rasgos de la
conflictividad social
antagonista van a ser
bastante menos
explosivos que en la
primera mitad de siglo
(Silver, 2003). Y ello se
va a ver propiciado
asimismo, más tarde,
por la Contrarreforma
Neoliberal, a pesar de
las reacciones puntuales
que provoca su
traumática imposición, y
sobre todo por la
inestimable ayuda
desactivadora de la
Aldea Global y la
Sociedad de Consumo,
al menos allí donde ésta
se manifiesta.
Sin embargo, en
torno a la última década
del siglo, y a pesar de la
crisis y colapso del
Socialismo Real,
asistimos a un nuevo
renacer de la
conflictividad
antagonista, más intenso
en el Sur Global, aunque
también con importantes
diferencias según las
regiones mundiales de
las que hablemos,
siendo su epicentro
indudable América
Latina. Este renacer
eclosionaría finalmente
en el llamado
Movimiento
Antiglobalización, o
Movimiento por la Justicia Global, cuya cristalización se produciría en muchos de los
territorios del mundo, con un relieve muy considerable asimismo en los países centrales, y cuyo alcance sería claramente global. Pero en las últimas décadas del
siglo presenciamos asimismo una proliferación de la conflictividad social no
antagonista (delincuencia, violencia desordenada, narcotráfico, bandas juveniles,
etc.), especialmente en las metrópolis, como resultado de la desarticulación de los
tejidos sociales urbanos. E, igualmente, observamos una multiplicación de los
movimientos fundamentalistas (religiosos, nacionalistas, étnicos), como reacción
local a la pérdida de seguridad e identidad provocada por los procesos de
globalización del capital, y asimismo un reverdecer de lo que podríamos llamar
antimovimientos sociales (fascistas, racistas, misóginos, homófobos, etc.), muchos
de ellos manejados desde ciertas esferas de poder. Y entre los fundamentalismos
cabría resaltar a determinados sectores ligados al Islam Político, en especial
aquellos vinculados a la Yihad. Aunque al mismo tiempo proliferan también
dinámicas sociales de transformación y desarrollo personal: nuevas espiritualidades
serenas y en paz con el planeta.
En definitiva, el siglo XX ha sido un periodo enormemente convulso en el cual el
conflicto ideológico ha cumplido un papel determinante (Del Águila, 2008). Como
nunca quizás se había producido antes en la Historia de la Humanidad, sobre todo
en lo que a su escala global se refiere. El poder catártico de las ideas ha sido brutal.
Ha logrado traspasar las barreras de clase, nacionales y de género, provocando
verdaderos tsunamis sociales, que en ocasiones han sido la causa de guerras,
incluso fratricidas, y de auténticas políticas de exterminio. Su raíz hay que buscarla
principalmente en los intereses económicos y de poder, o contrapoder, pero en
muchas ocasiones las ideologías cobraron también una vida propia difícil de
domesticar. Y todas ellas fueron causadas o activadas como resultado de la feroz
irrupción de la Modernidad en el mundo entero. Unas, miraban principalmente hacia
el futuro (comunismo, socialismo revolucionario, movimientos de liberación
nacional), intentando acelerar aún más el paso de la modernización, pues en él
depositaban la fe en la emancipación y realización humana, pensando que esa sería
la vía para superar las injusticias y la dominación. La utopía se situaba al final del
trayecto, con la convicción, “científica” para algunos, de que se alcanzaría la
sociedad perfecta después de la revolución. Lo que permitió justificar muchas veces
barbaridades en la plasmación de esa utopía, que fue secuestrada a conveniencia
por las nuevas estructuras de poder. El fin justificaba los medios. Las otras, miraban
hacia el pasado (fascismo, nazismo, nacionalismos diversos, fundamentalismos
religiosos), pues veían como éste se desvanecía en el aire, y utilizaban la potencia
de las emociones que este hecho suscitaba para aplastar movimientos
emancipatorios y promover igualmente nuevos y descarnados proyectos de poder,
fuertemente patriarcales, que impulsaban también en muchos casos una feroz
modernización (Hitler, Mussolini, Franco...). Finalmente, otras más fueron quedando
en el camino de la historia, reverdeciendo ocasionalmente, pues aunque llegaron a
cumplir en ocasiones un papel importante de transformación social (anarquismo,
consejismo, no violencia, desobediencia civil, autonomía, etc.), la dinámica de los
tiempos modernos presionaba para que primaran las ideologías más estatalistas,
autoritarias, androcéntricas y militaristas, al calor de la expansión del poder del
mundial del capital y del flujo energético mundial en continuo ascenso que la
posibilitaba. Sin embargo, su poso permaneció bajo la superficie de lo social. Es
preciso pues desmenuzar algo más estos procesos que atraviesan el siglo XX, pues
muchas de estas dinámicas se acentúan con el advenimiento del 11-S y la actual
Crisis Global.
Ramón Fernández Durán
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