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“Todas somos Paca”

9 de diciembre de 2023. Fuente: El Salto

Paca Blanco, con 74 años, se niega a sentar cabeza. Lideró la lucha contra la urbanización de lujo de Valdecañas. Ahora vive en un piso ocupado en el Madrid de la especulación.

Por Martín Cuneo

Paca Blanco, se convirtió en el epicentro de una de las luchas ecologistas más importantes de la última década en España. Foto David F. Sabadell

Paca Blanco tenía 57 años cuando dos piragüistas se acercaron a su casa de El Gordo, un pueblo de Extremadura de 300 habitantes donde las casualidades la habían llevado.

—Oye, ¿tú eres la coordinadora de Ecologistas?
—Sí, ¿qué pasa?
—Pues mira, que no hay Tajo.
—¡¿Cómo que no hay Tajo?!

Paca acompañó a los piragüistas al lugar y pudo comprobarlo. Una sección de cinco kilómetros de río entre Toledo y Cáceres había desaparecido dejando un rastro de peces muertos. Tal como pudieron comprobar poco después, detrás del desastre ambiental estaban las obras de la macrourbanización de élite en el embalse de Valdecañas. Diecisiete años después, la lucha iniciada por Paca Blanco no ha concluido, pero ha conseguido paralizar las obras y ha arrancado a la justicia innumerables sentencias que ordenan el derribo de esta urbanización de lujo. Aunque a cada sentencia le ha seguido un recurso, para Paca se trata de una victoria inapelable. “Cuando dicen ‘no vais a ganar’, yo les digo ‘ya hemos ganado’”, cuenta a El Salto.

Ahora Paca tiene 74 años y utiliza un andador, pero conserva su alma irreverente, indómita y “barriobajera”, como a ella le gusta decir. Vive en un piso sin contrato en Pacífico, milita en Ecologistas en Acción, en el movimiento antinuclear, participa de la lucha por las pensiones y en las organizaciones de vivienda de Madrid. Su historia es la de millones de mujeres, solo que ella decidió ir por otro camino. No había moldes ni reformatorios que sirvieran para que Paca Blanco sentara cabeza y se convirtiera en “la mujer que esperaban de ella”.

Una foto del álbum personal de Paca Blanco.

Paca nació en 1949. Pasó su primera década de vida en una buhardilla de dos habitaciones situada cerca de la Iglesia de la Paloma, en el centro de Madrid. Su padre había estado preso en Cuelgamuros por “rojo” y había sido condenado a muerte. Una sentencia que pudo conmutar por una cadena perpetua en campos de trabajo abiertos. Era ebanista y su profesión estaba muy requerida en un Madrid en ruinas, cuenta. De esta forma, su padre trabajaba ocho horas para el Estado en un taller en la calle Juan Sebastián Elcano, en Embajadores, y otras ocho horas para llevar un sueldo a casa.

No había moldes ni reformatorios que sirvieran para que Paca Blanco sentara cabeza y se convirtiera en “la mujer que esperaban de ella”

Llegaba muy tarde a casa y aún así se quedaba todavía un rato más hablando con la portera, que también era del Partido Comunista. Paca dormía en el salón y muchas veces escuchaba las conversaciones de sus padres.

—Esa niña ha llorado, le has pegado —decía su padre.
—Es que es muy mala.
—No, no es muy mala, es rebelde, pero si tú supieras las hostias que le va a dar la vida, no le ponías una mano encima.

Su padre libraba algún domingo, iban a los baños públicos de Embajadores ya que no tenían agua corriente en casa y luego al cine, comían un bocadillo en las Vistillas o cambiaban cromos en el Rastro. “Yo he tenido una niñez de puta madre gracias a este hombre que sigue siendo mi amigo, mi compañero, mi profe, mi todo”, dice emocionada. Dos circunstancias cambiaron la vida de Paca. Cuando tenía 11 años derribaron su casa para construir una avenida. Como tantas familias madrileñas, fueron realojadas en el Barrio de San Cristóbal, en el sur de Madrid. Allí, entre casas bajas y viviendas provisionales no había servicios ni hospitales, ni tampoco escuela para chicas, por lo que Paca tuvo que abandonar los estudios. Ya de mayor y con cinco hijos, terminó de sacarse el graduado escolar.

Cuando tenía 16 años su padre murió de cáncer. “Ahí se me empieza a romper todo”, dice. Él era su “protección” frente a su madre, sus hermanas y el resto de la familia, que querían convertirla en una señorita de bien, con sus “tirabuzones y lacitos”. Pero ella no era así. “Para todas las mujeres de mi familia he sido un fraude, me han llamado desde marimacho a todo lo que se les ocurría. La verdad es que no he sido esa niña que han querido ellas moldear”.

Un día de verano la metieron en un coche de la familia y la llevaron a un reformatorio de Villalba, donde estaban “revueltas” chicas del Tribunal Tutelar de Menores y del Patronato de Protección a la Mujer, chicas que habían sido violadas por sus padres, otras que habían robado, menores de edad detenidas por ejercer la prostitución en la calle Ballesta y jóvenes como Paca, denunciadas por su propia familia.

Eran los años 60 y trabajó como gogó en una discoteca. Pero el Tribunal Tutelar de Menores no tardó en encontrarla y meterla en otro centro. “Me he escapado de todos los reformatorios de España”, dice Paca Blanco

En cuanto consiguió detectar un fallo en la seguridad del centro, se escapó junto con una compañera, pero no tardaron en encontrarla. Aprendió de sus errores y organizó una nueva fuga, una “espantada” con otras 28 mujeres del reformatorio. Cuando se acercaba el día, las otras chicas estaban planchando y tendiendo la ropa, arreglándose los rulos. “Madre mía, las monjas no son gilipollas. Nos vamos ahora mismo, con lo puesto”, apremió Paca y así fue. Detuvieron a muchas, incluso soltaron a los perros, pero Paca consiguió escapar y llegó nada menos que hasta Torremolinos, en Málaga.

Eran los años 60 y trabajó como gogó en una discoteca. Pero el Tribunal Tutelar de Menores no tardó en encontrarla y meterla en otro centro. “Me he escapado de todos los reformatorios de España”, hace gala. Lo primero, confiesa, es registrar la entrada con todo detalle: “Desde que entro en un centro ya estoy mirando por dónde me puedo ir”. Ni la familia ni las instituciones de reclusión y modelado pudieron hacer de ella la chica que querían. Ella tenía otros planes.

Los saltos

Entre entradas y salidas de los reformatorios, Paca tuvo su primera hija e inició su militancia política, pero no fue en el Partido. Desde su cama en el salón oía las conversaciones de su padre y su tío. “A mí nunca me han gustado los partidos políticos, eso de obedecer lo que manda el Partido no iba mucho conmigo”, sostiene.

Así que acompañaba a las huelgas y las manifestaciones de la época y comenzó a militar en el Ateneo Libertario de Usera. De ahí salieron comandos, cuenta. Organizarse y protestar significaba “jugarse la vida y la libertad”. La vida política en clandestinidad obligaba a ciertas prácticas y habilidades: “En aquella época éramos muy hábiles, olíamos a un madero a 700 leguas. Sabíamos cómo llevaban el pelo, las botas, los andares, o sea, los conocíamos. El periódico nunca decía nada, pero sabíamos leer entre líneas”. Comenzó a participar en un tipo de protestas que en Madrid llamaban “saltos”.

En Madrid había un tipo de protestas que llamaban saltos: “Nos juntábamos tropecientos, y entonces lo que hacíamos era cruzar los coches y ‘saltar’, y ‘saltar’ era destrozarlo todo”

No existían redes sociales, pero el funcionamiento era similar: “Llegábamos a alguien conocido y le decíamos: ‘En Tirso de Molina a las ocho’. Ese se lo decía a otro y nos juntábamos tropecientos, y entonces lo que hacíamos era cruzar los coches y ‘saltar’, y ‘saltar’ era destrozarlo todo. Y se pasaba la consigna ‘a Plaza Castilla’. Y se volvía a saltar en Plaza Castilla. Era una noche de saltos. A lo mejor hacíamos tres o cuatro saltos en diferentes puntos de Madrid y los teníamos toda la noche por todo Madrid como gilipollas”.

En los 80, Paca participó en varias experiencias del incipiente movimiento de okupación, entre ellas las ocupaciones de pueblos abandonados en el Pirineo navarro, donde intentó primero en comunidad y luego solo con su familia ser autosuficientes y vivir en consonancia con sus principios.

Nuestra entrevistada con uno de sus hijos en brazos en una foto de su álbum personal.

También en los 80 se acercó al ecologismo gracias a Ladislao Martínez, una de las figuras clave del ecologismo español de las últimas décadas, fallecido en 2014. Ladis formaba parte de la CNT y en el Ateneo Libertario de Usera, se ríe Paca, tenían como lema “Ni Dios, ni amo, ni CNT". Discutían mucho en esa época y un día le convenció de que se acercara a un reunión de Aedenat, germen de lo que sería Ecologistas en Acción. Allí estaba también Ramón Fernández Durán y Paca se quedó “flipada”, reconoce.

Paca participaba en la lucha de las presas, en el incipiente movimiento feminista en una época en la que las mujeres en San Fermín debían abortar en una chabola con una aguja de punto, en un contexto de gran conflictividad laboral y social, relata. “A mí todo esto me tenía muy mal porque no avanzábamos y lo que escuché me pareció muy político, no abandonaba mi mundo barriobajero, pero nos permitía luchar más globalmente, llevar la lucha a otro nivel”.

Todos contra Paca

Después de muchas vueltas, la vida le llevó a El Gordo, a ser coordinadora de Ecologistas en Acción en Extremadura y a convertirse en la cara visible de la lucha contra la macrourbanización del embalse de Valdecañas, un proyecto construido en terrenos tres veces protegidos (ZEPA, LIC y Red Natura 2000). La idea original de Juan Carlos Ibarra, presidente de la Junta con el PSOE, era hacer una ciudad mixta, “pensionistas europeos con sirvientes extremeños”, resume Paca. “Ese invento se lo tumbamos en los tribunales”, añade.

Para continuar con las obras, el PSOE extremeño reformuló el proyecto y propuso una “macrourbanización para ricos, pero de interés regional”, es decir, con algo de interés para la región, “como un hotel”, explica Paca. Pese a las denuncias de que se trataba de una proyecto ilegal, llegaron a construir la primera fase. La Justicia extremeña declaró nulo el proyecto del Complejo Isla de Valdecañas en 2012, pero solicitó a Ecologistas en Acción y Adenex 41 millones de euros de fianza para hacer efectiva la sentencia y paralizar las obras.

Acción tras acción, sentencia a sentencia, el movimiento ecologista consiguió frenar la construcción de las otras dos fases del proyecto y una orden de derribo del Supremo, suspendida por el Tribunal Constitucional. A la espera de que el más alto tribunal español tome una decisión, futbolistas, toreros y apellidos del franquismo sociológico —Borbón, López Ibor, Alcocer, Gómez Acebo— van los fines de semana a sus villas situadas en la única parte de la isla que se llegó a finalizar. “Aunque de momento no podemos echarlos y demoler todo, ellos no pueden vender porque pesan sobre esos chalets unas denuncias y unas sentencias. Estamos ganando. Lo que pasa es que llevamos 15 años de lucha”.

Paca Blanco en las inmediaciones del complejo Marina isla Valdecañas.

No solo tuvo que enfrentarse a los medios de comunicación, al promotor, al poder de los ‘grandes de España’ que tenían intereses en el Complejo, a la Junta de Extremadura y a la Justicia. Paco Blanco también tuvo que enfrentarse a los vecinos del El Gordo y otros pueblos que rodeaban el lago. Las promesas de creación de empleo en una región deprimida y víctima del abandono rural hicieron que Paca se quedara sola entre los habitantes de la zona en su oposición al complejo. Esta activista recuerda una conversación con una vecina.

—Señora Paca, si eso que han hecho que tanto le molesta usted sirve para dar un cachino de pan a una familia, yo lo doy por bueno.
—Querida señora, si entre pan y pan pone usted un poquito de jamón ibérico, lo mismo hablamos —le respondió.

“Yo tampoco he hecho por ganarme amigos, las cosas como son. Yo he ido a lo mío y ellos a lo suyo, pero ellos sabían que estaban actuando mal... Porque yo iba a por el pueblo con la cabeza alta, que se me va a romper el cuello. Pero ellos agachaban la cabeza. Nunca íbamos a llegar a tener una convivencia como vecinos en el pueblo y yo siempre voy a ser una forastera”, recuerda.

En una ocasión, el promotor invitó a cenar a todos los habitantes de los pueblos de El Gordo y Berrocalejo, también cercano al lago. Vestía camisa rosa con “chorreras” rosas y gafas de sol. Paca se acercó a la reunión.

—Usted no viene a dar riqueza, usted viene a llevársela —le dijo.

“Casi me linchan. Esa es la historia. Cada vez que ganábamos una sentencia o salíamos en la tele, iban a por mí”. El conflicto entre los vecinos fue a más y en 2011, las piedras y las ventanas rotas pasaron a cinco cócteles molotov contra su casa.

La lucha contra la urbanización de lujo se convirtió en una persecución personal: “Casi me linchan. Esa es la historia. Cada vez que ganábamos una sentencia o salíamos en la tele, iban a por mí”

Llegó a tener dos guardias civiles enviados por la Delegación del Gobierno durmiendo en su puerta, pero al final decidió marcharse del pueblo.

“Me tuve que ir del pueblo, pero no fue ni por la presión de ellos ni porque tuviera miedo. Me fui porque mi compañero salía corriendo detrás de los chicos con una garrota y mis hijos, que ya son mayores, querían ir a pegarse con ellos. Eso ya no sería una causa ecologista, sería una venganza siciliana”, dice.

Pese a todo, Paca se muestra “animada”: el complejo Isla de Valdecañas no es el “paraíso al lado de Madrid” que querían, hay dos fases en “esqueleto” y en escombros, una playa artificial que no han podido acabar y en verano, cuando no llueve, el pantano huele fatal y los barcos se quedan encallados.

“Estamos luchando por algo justo, porque tenemos la razón. Sí no, no luchas. Si no tienes razón, no te enfrentas a algo como esto”, resume Paca.

Paca Blanco es una histórica activista ecologista. Tuvo que huir de Extremadura tras seis años de acoso y un atentado. Sin dar ninguna patada en la puerta se vio viviendo sin contrato en el barrio de Pacífico. Foto David Expósito

“Por algo justo”

Fue una casualidad lo que llevó a Paca Blanco a vivir en el epicentro de una de las luchas ecologistas más importantes de las últimas décadas en España. Otra casualidad fue la que le llevó a vivir en un piso sin contrato y meterse de lleno en la lucha por el derecho a la vivienda, el movimiento más fuerte en esta parte del sur de Europa en los últimos 15 años.

Uno de sus hijos vivía con su pareja en un piso de la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo (EMVS) en Pacífico (Madrid) y decidieron mudarse a Brasil. Después de que fuera habitado un tiempo por amigos del hijo, el apartamento se quedó vacío. “Abrí la puerta con la llave de mi hijo, yo no he ocupado nada. No le metí una patada en la puerta ni he roto ninguna cerradura. Entonces dije: “Pues aquí me quedo y lo que dure he durado. A ver si mientras encuentro algo o lo que sea”.

La decisión de quedarse en el piso no tardó en convertirse en una cuestión política. “¿Dónde voy a conseguir un piso en Madrid con los 650 euros que tengo entre jubilación y pensión de viudedad?”, se pregunta. “Con eso me daría para comer todos los días si no tuviera que ayudar a dos hijos que tengo parados”, decía Paca ante las cámaras de La Sexta en 2018. Ante las primeras amenazas de desahucio, se acercó a las asambleas de PAH Vallecas y luego a las de la Plataforma de Afectadas por la Vivienda Pública y Social (PAVPS), donde conoció las experiencias de mujeres que, como ella, no tenían estudios, pero eran capaces de organizar a cientos de personas y conocer hasta el último vericueto del Código Penal.

“Es que no puede ser otra cosa. Si eres anticapitalista, eres feminista, eres ecologista, no puede ser una cosa sin otra”, dice Paca Blanco

Escribió numerosas peticiones de regularización y peticiones de un alquiler social, incluso asumiendo las deudas acumuladas que tenía el piso, pero la respuesta de la EMVS fue que en esas condiciones “se moriría” antes de poder devolver todo el dinero. “Pues si me muero, mala suerte. Me voy a hacer fuerte en ese piso y los políticos me vais a tener que dar una vivienda que se ajuste a lo que gano y si no gano más no me podéis cobrar más. Y esa es la reivindicación que tenemos en la PAH”, afirma. Paca Blanco resume su situación con uno de los principales lemas del movimiento de vivienda: “Cuando vivir es un lujo, ocupar es un derecho”.

En su séptima década de vida, Paca Blanco no tiene entre sus planes sentar cabeza y dejar de luchar por lo que considera justo. Transitó del activismo barrial al movimiento libertario, del ecologismo al movimiento de vivienda y al pensionista, pasando por el movimiento okupa y la causa antinuclear, sin dejar atrás ninguna de sus luchas ni renegar de sus orígenes.

“Es que no puede ser otra cosa. Si eres anticapitalista, eres feminista, eres ecologista, no puede ser una cosa sin otra”, dice Paca Blanco. “Si luchas contra el capitalismo, pues eres lo que eres y ya está”. Ya se ha hecho tarde y está a punto de empezar la proyección de la películas En los márgenes, que presenta con sus compañeras de la PAH de Usera. Hay que terminar con la entrevista. El proyector no funciona.


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