Sarri, Sarri. 31 años de una fuga mítica

8 de julio de 2016.

El 7 de julio de 1985 Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea se fugaron de la cárcel de Martutene escondidos en dos bafles del equipo del cantante Imanol. No fue la primera ni la última fuga, ni siquiera la única realizada con éxito en esa prisión. Pero nadie podía imaginar, en ese momento, que daría origen a una de las canciones mas bailadas y coreadas de los años 80 y 90. Sarri, Sarri de Kortatu, incluso llegó a sonar en la discoteca Pachá de Madrid, donde manadas de pijos movían sus cuerpos enfundados en jerseys Privata y pantalones Levi’s y cantaban "Sarri, Sarri, Sarri, Sarri" ignorantes del significado de la letra.

Sarri, Sarri. Kortatu

EL ÁLBUM DE JOSEBA SARRIONANDIA, –por Harkaitz Cano–

Conan Doyle estaba tan harto de Sherlock Holmes que un buen día decidió lanzarlo por unas cataratas y acabar fulminantemente con el detective más famoso de la historia. Que un escritor cree un personaje y éste le supere es algo que ha sucedido muchas veces. Debe ser motivo de alegría, pero, llega un momento en que también es peligroso para tu equilibrio mental. Sin embargo, se puede crear un personaje de muchas formas. Joseba Sarrionandia creó -involuntariamente, pero no le quedó otro remedio- su particular Sherlock Holmes cuando se fugó de la cárcel de Martutene escondido dentro de un bafle. La mayoría de los miembros de nuestra generación conocemos más a Sherlock Holmes -el personaje de Sarri- que al propio Conan Doyle. Y eso a pesar de que Sarri haya sido el escritor que más hemos leído, recitado y copiado. Deberíamos esforzarnos para llegar a imaginar a Sherlock Sarrionandia haciendo las compras o cepillándose los dientes. Sin querer, a la foto de Sarri que tenemos en nuestra cabeza, le asomaría una pipa (elemental, querido Watson) y trataríamos de encontrarle otro significado a cualquier palabra que saliera de su boca, como si cualquier palabra dicha por el escritor fuera una deducción a tener en cuenta. En este tan aburrido pueblo nuestro -a pesar de los esfuerzos en contra-, sin Alcatraz, pero con demasiados Puertos de Santa María, los poemas de Sarri son limas que viajan dentro del pan y que nos ayudan, además de a limar los barrotes, a descolgarnos por las sábanas de la vida diaria.

En los lugares más insospechados, hay -tiene que haber- innumerables fotos nuestras que jamás hemos visto. No sé si Sarri, en ese viaje lleno o falto de sosiego, trata de escapar de las fotos, con miedo de que todavía le puedan robar el alma. Habrá fotos suyas aquí y allá. Hoy tendrá otro aspecto, otra edad, otra mirada, a pesar de que nos resulte difícil creerlo. No somos conscientes de que puedan existir otras fotos: quizá alguien las sacara sin que nos diéramos cuenta, a los pies de un ataúd o de una cuna, con cara demasiado sospechosa. Puede que estemos enjaulados en accidentales fotos de turistas, cuando, tras haber dudado entre pasar o no pasar, nos hemos decidido a hacerlo, obstaculizando el encuadre adecuado para la pose de aquella encantadora mujer situada entre la cámara y el bello paisaje. El turista ha tenido que repetir la foto y quizás la culpa sea nuestra. Las fotos no son inocentes y mucho menos aquellas en las que el retratado aparece mirando al objetivo; por ejemplo, aquellas fotos en las que uno, para aparecer siempre con la misma cara, utiliza el truco de pensar en alguien a quien quiere.

Pertenezco a esa generación que, aparte de por sus libros, conoce a Sarrionandia sólo a través de las fotos. La primera foto de mi álbum de Sarri aparece en la mayoría de los libros: pelo corto y barba, mirada atenta. La segunda foto, en tiempos de Lubaki Banda, es una fotocopia que, con ánimo fetichista, saqué con mi amigo Xabier Gantzarain en la recién estrenada hemeroteca de la Biblioteca del Koldo Mitxelena, de la primera página del diario El País del 8 de julio de 1985: Dos etarras se fugan de la cárcel de Martutene en San Sebastián dice el titular principal. No recuerdo por qué motivo concreto fotocopiamos la portada de aquel periódico, pero -como somos más chulos que nadie- cabe suponer que, tal y como la generación del 27 se reunió en torno a Góngora, nosotros pensáramos que podríamos hacer lo propio -¡qué leches!- alrededor de Sarrionandia. La foto de Sarri es la única de la portada, junto a otra, a la izquierda, en la que se ve a un joven Boris Becker levantando, a sus diecisiete años, su primera copa de Wimbledon. Boris Becker está sonriendo y esa sonrisa no hace más que resaltar el contraste con la foto policial de Sarrionandia. Este Sarri no parece el mismo que conocemos en la foto de siempre, sino otro: es bien sabido que, también hoy, la policía despierta a horas intempestivas a los detenidos y los lleva a rastras a los foto-matones (en ocasiones sólo a los matones) para asegurarse de que los delincuentes tengan cara de delincuentes.

Dicen que el autor ha de desaparecer de sus libros, pero a mí sí me gusta saber cuál es la cara del escritor. Las fotos son limitadas fuentes de información y casi siempre mejoran el original, porque quien está quieto y callado siempre tiene un presupuesto difícilmente superable por el de carne y hueso: las fotos, sherlockizan, cheguevarizan al retratado, por decirlo de alguna manera. Las fotos de Joseba Sarrionandia son siempre iguales, antiguas. Así, se presenta ante nuestros ojos demasiado perfecto y esa tiene que ser una carga insoportable para alguien que tenga conciencia de ello. Por eso podemos creernos tan fácilmente que cualquier día pueda tener una cita con Bernart Etxepare, o que pueda aparecer en las diapositivas de cualquier amigo nuestro que ha estado en Brasil de vacaciones, escondido entre los matorrales o reflejado en los ojos de un ciervo.

A veces, el regreso es lo más complicado de todo. Al ser consciente de esa dificultad, Sarri se ejercita continuamente para la vuelta. Por lo menos regresa una vez al año a través de sus libros y hace poco que su voz nos ha vuelto en un CD. Por supuesto que no imaginábamos que esa fuera la voz de Sherlock. Como si Conan Doyle hubiera doblado la voz de Sherlock Holmes en una película.

Cuando Joseba Sarrionandia vuelva a estar entre nosotros, deberemos hacer la primera cita en unas cataratas, para asegurarnos de que caiga Sherlock Holmes y sobreviva Conan Doyle. Pero, claro, no es tan fácil. Sin ir más lejos, el mismo Conan Doyle no tuvo más remedio que resucitar a Sherlock Holmes ante las peticiones y las quejas de sus lectores.

Son fotos que nos quedan pendientes en nuestro álbum de Sarri.

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