Por qué es importante que sepas quién era Arcadi Oliveres
8 de abril de 2021. Fuente: Por Sergi Picazo - El Crìtic
Arcadi Oliveres, l’Arcadi, se ha ido. El maestro y activista ha muerto a causa de un cáncer terminal. Se va uno de los referentes sociales más queridos en Cataluña de los últimos 30 años. Nos queda el recuerdo de aquella sonrisa apacible, la barba blanca, las charlas por todo el país y… su mensaje de llamamiento a la rebelión pacifista. Indignaos, sí. Pero movilizaos, también.
El título de su libro más autobiográfico ya era revelador de quién era Oliveres: El meu camí cap a la utopia (Mi camino hacia la utopía). Nunca se rindió. Siempre fue optimista, contradiciendo Gramsci, un optimista muy informado. Somos los hijos de mil derrotas, sí, pero Arcadi todavía creyó, hasta su último día, que un día podremos ganar. El mundo sin él es, sin duda, un lugar peor.
Arcadi fue uno de los motivos del despertar de la conciencia social de varias generaciones de catalanes. Profesor de Economía en la Universitat Autònoma de Barcelona, durante el tardofranquismo formó parte de ‘Pax Christi‘, de la ‘Assemblea de Catalunya‘ y de la ‘Marxa per la Llibertat‘ y, posteriormente, fue presidente de ‘Justicia i Pau‘ y de la ‘Federació Catalana de ONG per la Pau‘. Miembro destacado de ‘Cristians pel Socialisme‘, de ATTAC o de la plataforma ‘Finançament Ètic i Solidari (FETS)’. Era un militante histórico del movimiento pacifista catalán y de las luchas para reclamar el 0,7% destinado a cooperación con el Sur. De izquierdas y soberanista.
Nunca había hecho vida política de partido, y estuvo siempre vinculado al mundo de las ONG, de la defensa del pacifismo, del rechazo al capitalismo salvaje y en favor del desarrollo de los pueblos del Sur, esto que ahora denominamos justicia global. Solo tuvo una aventura política: el ‘Procés Constituent’, con Teresa Forcades, que pedía la unidad de las izquierdas catalanas para presentarse a unas elecciones.
Arcadi es de todos, y todos somos hijos de Arcadi. Básicamente, porque Oliveres ha sido un maestro, no solo para sus estudiantes, sino para los miles de personas que han asistido a una de sus charlas en los últimos 40 años. Una de sus obsesiones ha sido siempre enseñar, con centenares de ejemplos, cifras y pequeñas anécdotas, como el sistema capitalista es un sistema injusto, violento y que, además, no funciona bien para miles de millones de personas en el planeta. Sus datos, siempre contundentes, han abierto la mente de los convencidos y, sobre todo, de los no convencidos. Sabia de qué hablaba cuando lo decía: es doctor en Ciencias Económicas y fue profesor de Economía Aplicada en la Universidad durante tres décadas. Detrás de un señor mayor, pacifista y cristiano, había una crítica feroz y radical hacia el capitalismo, los medios de comunicación y el poder político.
En la última entrevista que le hicimos en CRÍTIC, la periodista Anna Palou le preguntaba: “¿Cuáles son las prioridades que deberían guiar la agenda global?”. La respuesta fue corta, concisa y directa: “La única prioridad a escala global es destruir el capitalismo. Mientras tengamos este sistema criminal y asesino, no tenemos nada que hacer”. Ni una palabra más, ni una palabra menos. “La pandemia de la Covid-19 es un aviso del planeta para que cambiemos nuestro modelo económico: tenemos que vivir mejor con menos.” Por eso, en los últimos años de su vida, también se convirtió en un firme defensor de un modelo económico basado en las teorías del decrecimiento y el ecologismo.
Hizo, pues, de la palabra su herramienta de lucha. Una buena parte de la gente de izquierdas que lo conoció en sus años de juventud y de estudios tuvo un enamoramiento a primera vista con Arcadi: prácticamente impartía una charla, una clase o un acto por día. Desde una clase magistral de Historia de la Economía Mundial en la UAB hasta una pequeña charla para 20 alumnos de 16 años en una escuela de la Garrotxa. Su primera charla fue en Vic justo 15 días después del asesinato de Salvador Puig Antich. Desde entonces, ¡miles! Su agenda en papel hacía milagros.
En el documental Mai és tan fosc (Nunca es tan oscuro), se muestra aquel ir y venir, con su coche destartalado y su andar rasgado, sin pararse nunca. En sus últimos días, todavía miraba la agenda y, incluso, fue capaz de ir a un acto de su querida Unipau, Universidad Internacional de la Pau, de homenaje a Chico Mendes, y, algunos días después, asistió al rebautizo del local de la Lafede.cat como Espai Arcadi Oliveres. ¿No os gustaría volver a vivir aquella sensación de la primera vez que escuchasteis a Arcadi Oliveres? Volver a oir aquel disco de música, volver a ver aquella película, volver a leer aquella novela por primera vez como si no la hubierais leído nunca.
Los imprescindibles: quienes luchan toda la vida
Nació en 1945, todavía en los años de la pobre, sucia, triste, desafortunada posguerra, en la España del racionamiento y de la represión brutal de los primeros años del franquismo. Su primer recuerdo político, según explicaba años después en otra entrevista sobre su vida en CRÍTIC, fue la huelga de tranvías de 1951. Tiempo de estraperlo y tranvías, papillas de harina para cenar. Tiempo de Una, Grande y Libre. Hijo de una familia conservadora pero comprometida con el catalanismo, con la lengua y el movimiento vecinal, fue a escuela a los Escolapios de la calle de la Diputació en Barcelona, donde tuvo a Lluís Maria Xirinacs de maestro. El primer día de clase les dijo: “Esto no es una clase: es una república, y una república tiene que escoger presidente”.
En la universidad viviría los años intensos de juventud, de compromiso político y de sindicatos de estudiantes. Se metió de pleno en la ‘Caputxinada‘ en 1966 y sintió los ecos barceloneses de Mayo del 68 francés. Precisamente, fue detenido por la policía franquista por primera vez en aquel mayo de 1968, y fue juzgado en el Tribunal de Orden Público, por los actos clandestinos del 1 de mayo que habían preparado con el sindicato de estudiantes. Le llegaron a pedir un año de prisión. Su abogado era Francesc Casares, que más tarde fue el presidente de la Federació Catalana pels Drets Humans (Federación Catalana por los Derechos Humanos), y, gracias a una carta del decano que los exculpaba y a las prisas que tenía el juez aquel día, tuvieron suerte y los absolvieron a todos.
Arcadi siempre relataba una anécdota de los años setenta muy reveladora de su manera de entender la vida y el trabajo. Cuando era muy joven y después de la muerte de su padre, tuvo que hacerse cargo a regañadientes de la empresa familiar con 250 trabajadores. La cosa no fue nada bien y tuvieron que cerrar. Él explicaba que, el día que se presentó con los obreros en la Delegación de Trabajo para pactar los despidos, le confundieron con el abogado de los trabajadores. Así, pues, dejó el mundo de la empresa y se centró en los estudios de Economía, que era lo que más le interesaba, y acabó haciendo de profesor de Economía desde 1980 hasta su jubilación en la Universitat Autònoma de Barcelona.
Además de sus clases en la uni y del vínculo con una familia muy unida, dedicó su vida a colaborar con una infinidad de causas en el campo del pacifismo, la cooperación y la solidaridad con los pueblos del Sur, la denuncia del papel de las empresas transnacionales, de la deuda externa y del comercio mundial, la defensa del ecologismo, el catalanismo y, sobre todo en estos últimos años, el apoyo a la soberanía de Cataluña dentro de un proyecto político de izquierdas.
“Soy independentista; pero, sinceramente, esta cuestión no es la que más me preocupa”, me decía en una entrevista en El Punt Avui en 2009. “Según en manos de quienes esté una Cataluña independiente, quizás vale más que no la tengamosˮ, remachaba ya en 2019 al medio local El Cugatenc. Una vez lo resumió así: “Soy un ferviente partidario de la independencia, pero no me gusta nada cómo ha ido el ‘procés’. Hay que llenar de contenido la palabra independencia. Basar la independencia en cuestiones económicas es un error gravísimo”, en respuesta a una entrevista de Catalunya Plural en 2013.
Apoyó siempre desde fuera y con sentido crítico a partidos como Iniciativa per Catalunya-Verds y, después, al mundo de los Comunes, pero también a la CUP y, en general, a las propuestas de la izquierda independentista. Él ha defendido siempre que Iniciativa, primero, y los Comunes, después, y la CUP debían trabajar juntas. De hecho, aceptó ponerse al frente de una idea loca de unidad de las izquierdas catalanas, el Procés Constituent, con Teresa Forcades, pero la cosa no acabó saliendo del todo bien. Tres veces estuvo tentado de entrar en las instituciones: primero, con el PSUC en los años ochenta, en una posición destacada para entrar de diputado en el Congreso; después, ICV le ofreció ir como número 2 al Congreso, y ya en 2015, le volvieron a proponer ser cabeza de lista de la candidatura de Catalunya Sí que es Pot. Pero siempre renunció. Decía: “Gracias, pero yo sería muy mal político”, y sonreía.
Su pensamiento: paz y justicia global
En su libro autobiográfico El meu camí cap a la utopia —Mi camino hacia la utopía— (Angle Editorial, 2008), cuando ya acumulaba 63 años de luchas y de afanes, se autopreguntaba para qué habían servido tantos años de charlas y de campañas en defensa de las causas perdidas… e intuía una respuesta posible: “Hace 25 años reclamábamos el 0,7% y nadie sabía qué era, y ahora hemos puesto este tema sobre la mesa de muchos gobiernos. La objeción de conciencia fue una de las grandes luchas de ‘Justícia i Pau’, y ahora el servicio militar no es obligatorio. Hemos denunciado muchísimas violaciones de derechos humanos en todo el mundo, y hace poco nos dijeron que por presiones nuestras habían liberado a un preso en México. Son pequeños pasos, quizás no cambiamos radicalmente el mundo, pero ayudan a mejorarlo”.
La utopía, como dejó escrito el uruguayo Eduardo Galeano, siempre está en el horizonte: “Si yo ando diez pasos, la utopía se aleja diez pasos. Entonces, ¿para que sirve la utopía? Pues, para esto, para andar”.
Oliveres, además, siempre fue próximo al cristianismo de base y a las corrientes socialistas cristianas, y de aquí venía su implicación inicial en organizaciones como Pax Christi o, sobre todo, Justicia i Pau, donde colabora desde 1982. “Tuve la suerte de tener un profesor en los Escolapios como Lluís Maria Xirinacs”, recordaba a menudo Arcadi, y esto le ayudó a introducirse en el mundo del pacifismo, la lucha no-violenta y las enseñanzas de Gandhi.
En 1973, con 18 años, leyó con estupefacción la encíclica de Juan XXIII Pacem in terris, en la cual el papa pedía que, para que existiera paz en la Tierra, hacía falta que hubiera justicia social, respeto por los derechos humanos, desarrollo de los pueblos y cuidado para la naturaleza. Y, posteriormente, quedó, en palabras suyas, “alocado” con la figura y la encíclica del papa Pablo VI Populorum progressio, que defendía el desarrollo de los pueblos del mundo para “escaparse del hambre, la miseria, las enfermedades y la ignorancia”.
Su admirado Joan Gomis, que también fue presidente de Justícia i Pau y fundador de la revista El Ciervo, entendió rápidamente el nuevo papel que debían tener una vez llegada la democracia al Estado español: creía que la cooperación al desarrollo y el reclamo del 0,7% del PIB hacia los países pobres ayudaría a una toma de conciencia en Cataluña sobre las injustas y desiguales relaciones económicas internacionales. “La idea que teníamos era luchar para eliminar la deuda externa, la pobreza en el mundo o el problema del hambre”, aseguraba Oliveres en uno de sus libros.
Aun así, 40 años después, todavía esperamos el 0,7% y, a pesar de que el hambre y la pobreza en el mundo han mejorado, las cifras de mortalidad infantil o de desigualdad en el planeta son tremendas. “Pero esas campañas nos sirvieron para hablar del colonialismo, del comercio injusto, del poder de las multinacionales, de la inmigración, de la deuda. Así pudimos poner encima de la mesa temas que hoy en día son plenamente vigentes”, reclamaba.
También militó, sobre todo en los años duros de la década de los ochenta y de los noventa, en todos los entornos del movimiento pacifista y antimilitarista. Su compromiso por la paz viene de lejos: fueron años de luchas en favor de los objetores de conciencia al servicio militar, de denuncia del gasto del Ministerio de Defensa y contra la entrada de España en la OTAN, presiones para frenar el comercio de armas junto con la premio Nobel de la Paz Jody Williams, campañas contra la pena de muerte, rechazo a todas las guerras e invasiones militares, desde Vietnam hasta Irak.
“¿No podríamos destinar el dinero del gasto militar a causas sociales? España dedica cada día 56 millones de euros a preparar la guerra. Y, en cambio, ningún diputado ni de derecha ni de izquierda rechaza esta partida de dinero destinada a una cosa inútil y absurda”, explicaba siempre. El único cargo que mantuvo hasta el final es el de presidente de la Fundació Universitat Internacional de la Pau.
La primera década de los 2000 coincidió con el auge definitivo de los nuevos movimientos sociales en Cataluña y, para Arcadi, que ya había cumplido 50 años, fue una época intensa de activismo de calle. Aquellos años, sin duda, son el embrión politicosocial de la generación de activistas que impulsó el 15-M en las plazas en 2011 y, posteriormente, la aparición de los Comunes y de la CUP en la política catalana. Aquel “Otro mundo es posible” del movimiento antiglobalización de principios de los 2000 encontró en Arcadi una referencia, a pesar de que él venía de luchas de mucho antes, pero congenió perfectamente con la juventud altermundialista, antimilitarista y ‘oenegera’ del momento.
De hecho, Oliveres, que no se perdía ni una, estaba en Seattle durante la famosa movilización contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio, que daría el pistoletazo de salida simbólico al movimiento antiglobalización en 1999, y fue uno de los referentes de las jornadas contra el Banco Mundial que se hicieron en Barcelona en 2001. Y, como no podía ser de otro modo, acabó haciendo charlas en los foros sociales mundiales de Porto Alegre, de Bamako o de Bombay, entre otros, durante toda la década de los 2000. “Somos millones, y el planeta no es vuestro” era, parafraseando a José Agustín Goytisolo, el lema del movimiento altermundialista de aquellos años.
Enlazando el altermundialismo con el anticapitalismo, Oliveres dedicó muchos años de su vida a denunciar las desigualdades Norte-Sur y el papel nefasto del comercio mundial, del sistema financiero y de la deuda externa, y piensa que “la deuda es uno de los mayores impedimentos que tiene el Tercer Mundo para su desarrollo, y en consecuencia, un generador de pobreza”. Oliveres alentaba siempre a todo el mundo a poner fin al sistema económico actual: desde la pequeña acción de cambiar nuestro banco por una entidad cooperativa y ética hasta la condonación total de la deuda externa, y precisamente impulsó, con muchas entidades, la consulta sobre la deuda externa en Cataluña en el 2000, a pesar de las presiones que recibió de la Conferencia Episcopal.
Un año antes, en1999, había nacido FETS, Finançament Ètic i Solidari (Financianción Ética y Solidaria) una asociación que agrupa una cincuentena de entidades para promover la financiación ética y solidaria en Cataluña. Aquello representaba muchos años de trabajo hecho en el campo de la economía y de las finanzas durante los años noventa, y por fin era una realidad. Hoy, la banca ética crece en Cataluña y en el resto del mundo. De hecho, Oliveres acabó siendo presidente honorífico de FETS.
No dudó nunca en posicionarse al lado de la gente más maltratada también en Cataluña, y, entre otras causas, abrazó la lucha de los migrantes sin papeles durante la década de los 2000. Oliveres destacó como mediador en varios encierros de migrantes reclamando papeles en la iglesia del Pi de Barcelona, la más famosa, la de 2001.
“Sobre la inmigración falta información. Explicar qué ha pasado en el transcurso de la historia de la humanidad, qué representa y los beneficios económicos y culturales que conlleva. La cultura catalana se ha forjado gracias a la llegada de otras culturas. Cuando decimos que somos catalanes, también tendríamos que decir que somos un poco íberos, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, judíos, del mundo islámico, andaluces, ecuatorianos o marroquíes”.
Su último libro, Paraules d’Arcadi (Angle Editorial, 2021), escrito con la complicidad de Mar Valldeoriola, resume bien conceptos que han acompañado su compromiso a lo largo de una vida: capitalismo, pacifismo, refugiados, guerra, democracia, dinero, decrecimiento o cambio climático. Parecerían, casi todas, causas perdidas. Y, cuando menos, durante su vida habrá convencido a mucha gente de que otro mundo es posible.
“Las utopías no deben confundirse nunca con las quimeras, porque no son imposibles. Si a veces no son factibles, es porque hay carencia de voluntad posible, no porque no haya los recursos suficientes. Eliminar el hambre en el mundo no es una utopía. Hay estudios que demuestran que es posible. El problema es que los gobiernos no quieren”. Arcadi, seguramente, recomendaría, pues, seguir haciendo camino hacia la utopía.
La gran frustración: la noche del 26 de septiembre de 1975
Una de las derrotas que más le sobrecogieron fueron los últimos cinco asesinatos por condena a muerte del franquismo, entre los cuales, el caso de Txiki, Juan Paredes Manot, que vivía en Barcelona y había sido acusado de formar parte de ETA. Fue un 26 de septiembre del año 1975. Desde entonces, Arcadi dormía mal todos los 26 de septiembre de cada año.
Cuando el Consejo de Ministros de Franco dio el enterado final, Oliveres y todos quienes formaban parte de la campaña contra la pena de muerte se encerraron en la sede de Justícia i Pau para gastar los últimos cartuchos para salvarlos de una muerte inminente. Incluso, llamaron al Vaticano porque pensaban que el único a quién Franco escucharía sería el papa. Y, de hecho, Pablo VI llamó al Palacio del Pardo aquella noche, pero el secretario de Franco espetó al teléfono: “A su Excelencia no se le llama a las tres de la madrugada, aunque sea el Papa de Roma”, y colgó.
Al día siguiente, durante los funerales, la policía cargó duramente contra las 15.000 personas que se habían congregado en el cementerio de Collserola. “Desde aquella noche del 1975, cada 26 de septiembre duermo mal. Supongo que es por autosugestión.”