Los Herederos

3 de marzo de 2011.

hiroshi

Título Original: Los Herederos
Dirección: Eugenio Polgovsky
Fotografía: Eugenio Polgovsky
Montaje: Eugenio Polgovsky
Producción: Tecolote Films
País de producción: México
Año: 2009
Duración: 90 min.
Web oficial: Tecolote Films

Tres niños caminan por un resbaloso y angosto sendero. Arrean a un burro. Luego cargan la mayor cantidad de leña que sus espaldas les permita. La atan al escuálido animal quien carga la madera de regreso a sus casas. La cámara nos muestra de cerquita las manos jalando la gruesa cuerda que es atada con destreza por el mayor de los niños. Tendrá unos 10 años. La cuerda produce un sónido áspero, tenso. La cámara los sigue a unos pocos metros. Ahora escuchamos los pies al pisar las hojas secas, los jadeos de los niños, los troncos que truenan. Este sonido se parece al de un machete cortando cañas. Así, de pronto, estamos en una secuencia en la que otro niño trabaja en la zafra. Luego en la que un niño hace ladrillos, cubierto de barro hasta las narices. Luego en la cosecha de jitomate. Luego en el nixtamal. En la navaja, el fuego o el azadón.

No tardamos en darnos cuenta que la película nos mostrará a partir de ese momento únicamente niños trabajando. (Y un par de ancianas que funcionarán como un efectivo contrapunto poético). Sin embargo, el tema del trabajo en los niños no sólo alcanza para hacer una enérgica denuncia, sino que gracias a la sensibilidad del director, da para generar reflexiones que no sólo abarcan un tema social local, sino que rebasan ese ámbito y nos llevan a pensar por ejemplo, como logra un niño jugar a darse marometas después de haber completado una jornada laboral de diez horas.

Porque si existe algo como mostrar el espíritu infantil, esta cinta lo logra a cada instante. Y lo logra con el recurso más puro y simple: la acción filmada tal cual es, apenas editada, sin montajes efectistas ni soundtracks de inducción.

En Los Herederos todo es cercanía e intimidad. Polgovsky y su cámara entra a las cocinas reducidas que escupen brasas ardientes, camina al lado de los personajes sobrevolándolos como una mosca, se escabulle entre las patas de un burro y se posa quieto, callado, frente a una niña que al mirar directo al lente nos hace formularnos mil preguntas.

Polgovsky se arriesga en la elaboración de su discurso cinematográfico y elimina muchos de los recursos de un documental tradicional. Aquí no hay voces que nos platiquen lo que debemos reflexionar. No hay diálogos que expliquen. No hay citas, ni datos, ni gráficas. No hay conclusiones. Sólo hay un tiempo capturado que es suficiente para crear una realidad que nos atrapa fácilmente.

En ese sentido, la cinta de Polgovsky, aunque inscrita en el género documental, contiene más elementos poéticos que, valga la redundancia, documentales. Y se encuentra más cerca de películas que se atreven a jugar con los límites del género.

(...)

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