Lolita Lebrón, una luchadora por la libertad de Puerto Rico

5 de agosto de 2010.

Dolores ’Lolita’ Lebrón Sotomayor se marchó el 1 de agosto de 2010 a a los 90 años de edad. Complicaciones de salud le arrebataron la vida que hace más de cinco décadas ofrendó en su ataque a tiros al hemiciclo de la Cámara de Representantes de Estado Unidos en reclamo de la independencia de Puerto Rico.

Discurso de Lolita Lebron en 1979, poco después de su liberación
La noticia de la acción en el Congreso en los noticieros de la época

¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!, gritó Lolita -como le llamaban sus allegados- en los momentos en que era arrestada por disparar en el Congreso federal. Estaba decidida a morir en esa lucha. Tanto que llegó al Congreso sin pasaje de regreso.

Lolita nació en Lares el 19 de noviembre de 1919. A principios de la década de 1940 emigró a los Estados Unidos donde trabajó como operaria de máquina de coser. Era delegada del Partido Nacionalista en Nueva York cuando se unió a Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero para atacar el Congreso. El ataque fue el primero de marzo de 1954.

El ataque a la Cámara de Representantes fue llevado a cabo por Lebrón con la ayuda de Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero. La fecha fue escogida para repudiar el hecho de que había sido el 1 de marzo de 1917, cuando los Estados Unidos, necesitados de tropas para la I Guerra Mundial, implantaron la ciudadanía americana en la isla con el fin de reclutar soldados para el frente.

La misión de Lolita fue la de atraer la atención del mundo sobre la causa de la independencia puertorriqueña. Cuando el grupo de Lolita llega hasta la galería de las visitas en el piso superior de la "Cámara", se incorporó y gritó "¡Viva Puerto Rico Libre!" y sacó la bandera monoestrellada de Puerto Rico.

Luego el grupo abrió fuego utilizando armas automáticas. Alrededor de treinta disparos fueron hechos y cinco representantes fueron heridos, entre ellos Alvin Bentley, Representante del estado de Míchigan, quien fue seriamente herido en el pecho. Un agujero del tamaño de un centavo se puede apreciar en el escritorio que es usado por los Republicanos cuando se dirigen a hablar en el piso de la Cámara. Era la primera vez en la historia de Estados Unidos que se atacaba a los congresistas en el recinto del Capitolio.

Lolita y sus compañeros de lucha fueron sentenciados por atentado de asesinato y otros delitos, y sentenciados a morir. El Presidente Truman conmutó la sentencia de muerte a perpetua y Lolita fue encarcelada en la Institución Federal Industrial para Mujeres en Alderson, Virginia del Oeste, mientras que los otros comandos nacionalistas sobrevivientes cumplieron largas décadas de condena en otras prisiones federales.

En 1979, después de 25 años de cárcel, bajo la intensa presión que ejercía la comunidad internacional, el presidente Jimmy Carter concedió el indulto a Lebrón y a un par de sus compatriotas. El entonces gobernador de Puerto Rico, Carlos Romero Barceló públicamente se opuso la amnistía otorgada por Carter, afirmando que esto fomentaba el "terrorismo" y socavaba la seguridad pública.

Lolita fue bienvenida de vuelta por varios grupos independentistas como una heroína al regresar a la isla, continuó activa en la causa de la independencia.

Lolita volvió a ser arrestada por federales en el 2001, esta vez en suelo puertorriqueño. El arresto se produjo mientras realizaba desobediencia civil en la zona restringida de Vieques. Por esos hechos fue sentenciada a 60 días de cárcel.

Declaraciones poco después de ser detenida

La ética revolucionaria de Lolita Lebrón. Por Carlos Rivera Lugo

Nuestra América se consternó desde México a Argentina al saber del fallecimiento, el pasado domingo en la mañana, de la insigne patriota puertorriqueña Lolita Lebrón Sotomayor, víctima a los noventa años de edad de una condición cardiopulmonar. Murió así “un símbolo de la América todavía irredenta pero indómita”, como ya en otra ocasión había descrito el Che Guevara al maestro de Lolita, Pedro Albizu Campos. Ya luego de su liberación de las cárceles estadounidenses, donde cumplió 25 años de su condena por encabezar el comando nacionalista que atacó el 1 de marzo de 1954 al Congreso de los Estados Unidos, la Revolución cubana le reconoció su gesta histórica, otorgándole la Orden José Martí.

El acto épico protagonizado por ella y sus compañeros Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero se vino a sumar a ese otro intrépido atentado realizado por Oscar Collazo y Griselio Torresola en la capital estadounidense, casi cuatro años antes, contra el entonces presidente Harry Truman. “Soy una revolucionaria”, afirmó a preguntas de los periodistas que la interrogaron a pocas horas del ataque. Según el Washington Post, Lolita se consagró para la historia latinoamericana como una de sus más grandes símbolos revolucionarios.

Su heroica gesta le devolvió sentido ético a un momento histórico que pretendió borrar la memoria colectiva puertorriqueña a raíz de la consagración de esa farsa llamada “estado libre asociado de Puerto Rico”, la cual apenas fue legitimada, bajo las fuertes presiones de Washington, un año antes por la Asamblea General de la ONU. Con ello se validó todo el andamiaje colonial montado en la Isla a partir de su conquista por la fuerza de las armas estadounidenses en 1898 y del más reciente operativo represivo contra las fuerzas independentistas. De golpe y porrazo, se quiso enterrar para siempre el derecho del pueblo de Puerto Rico a su autodeterminación e independencia, someter por la fuerza de los hechos a nuestro pueblo.

“Juran los que te matan que eres feliz…¿Será verdad?”, se preguntó el ilustre poeta cubano Nicolás Guillén. Era la misma pregunta que se hacían –y se siguen haciendo– todos y todas a través de la América nuestra. Lolita y sus compañeros se encargaron de dar la más contundente de las respuestas. Lo hicieron en el Congreso federal, sede del ejercicio del poder plenario del imperio para gobernar y reglamentar unilateralmente la vida de la nación puertorriqueña. Su acto fue constitutivo del nuevo sendero de la nacionalidad puertorriqueña, irredenta pero indómita, ya en sus nuevas circunstancias de colonia perfumada.

Contrario a los deseos imperiales del momento, nuestra historia patria no llegó a su fin. Con la acción de Lolita Lebrón y los demás, recomenzó con un fervor y un compromiso sin igual. La guerra de liberación no se libraría sólo en Puerto Rico, sino que de ahora en adelante también en las entrañas mismas del monstruo. Ningún otro movimiento de liberación de la América nuestra ha tenido tal audacia de llevarle la guerra al corazón mismo del imperio.

Cuando compareció en 1997 ante un Comité del Congreso de Estados Unidos, Lolita se encargó de aclarar que su acción armada “no fue un acto de odio, fue el tercer grito de libertad de un pueblo amenazado con la extinción”. Con ello reiteraba lo que había declarado hacia 47 años con motivo de su hazaña histórica: “Todo el mundo tiene derecho a defender su derecho a la libertad que Dios les dio”, sentenció, para seguidamente advertir: “Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico”. Ello me recuerda aquel verso del himno nacional cubano que dice: Morir por la patria es vivir.

Y es que Lolita se caracterizó siempre por un ideal revolucionario del más alto contenido ético. La política no tendría sentido si no está asentada en fines éticos. En el caso de una ética revolucionaria como la encarnada por la heroína boricua, la ética está determinada siempre por el sueño vital de trascender el reino de la necesidad y sus tiránicas sumisiones por el de la libertad común y sus potencialidades emancipadoras.

Dio testimonio de ese ideal ético cuando respondía a las preguntas de periodistas a raíz del asesinato por agentes del FBI (Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos) en septiembre de 2005 del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos que si bien “estamos adoloridos, estamos estremecidos” por ese crimen, hay que pensar bien la respuesta.

“Tengamos mucho cuidado, si porque nosotros estamos tan heridos, tan sufridos y queremos castigar a los Estados Unidos de Norteamérica por el crimen que ha cometido, tenemos que tener mucho cuidado. Ellos sí son asesinos y merecen que se les pague con la misma moneda…Pero yo no lo recomiendo compañeros”, indicó.

Y abundó: “P’alante con valor, con sacrificio a liberar a este pueblo, a unirse, a reunirse y a organizarse para ser libres, no para mandar a dos o tres a la cárcel por 25 años y a otros más…y sigue la misma cosa de siempre. Ahora, es definitivo, ahora tienen que pensar cómo van a actuar…Ahora definitivamente nosotros tenemos que liberar a Puerto Rico…Ahora, hay que saber cómo se va a hacer”, señaló.

“Tenemos líderes aquí que nos ayudan, ustedes tienen sus líderes, vamos a reunirnos con ellos y con nosotros mismos y vamos a ver qué rutas vamos a tomar y cómo vamos a defender la patria, si nos vamos a ir por ahí a tirar tiros o nos vamos a organizar y hacer una revolución verdaderamente ética”, puntualizó.

En una entrevista que en 1998 le concedió al periódico español El Mundo, Lolita Lebrón explicó así el descenso de fuerzas vivido por el independentismo desde la década de los cincuentas del pasado siglo: “ Porque el independentismo se quedó anclado en los 30, en los 40. ¡Mire esas autopistas, la gente conduciendo esos automóviles enormes! ¿Cómo le vamos a pedir que renuncien a todo eso y se tiren al monte con la guerrilla? Ese tiempo pasó”.

¿Y si el pueblo optara por la anexión a Estados Unidos?, preguntó el periodista. “Se rebelaría toda la isla. La anexión provocaría una guerra civil en la que todos moriríamos. No quiero que se vierta sangre, pero tienen que saber que no nos quedaríamos de rodillas. EEUU es consciente de eso e impedirá que se concrete la unión. No quieren crear una nueva Irlanda del Norte”, contestó Lolita sin titubeos .

¿Se arrepiente de lo que hizo en 1954?, fue la nueva pregunta. Su respuesta no se hizo esperar: “No. Lo haría de nuevo. La lucha armada es el último recurso de los pueblos. Los libertadores no somos unos matones, pero no existía otra manera de reclamar. Además, ¿con qué derecho hablan de terrorismo países que han asesinado a miles de personas para conseguir su condición de nación?”.

“Creo que los tiempos han cambiado y que ahora no hay necesidad de matar para conseguir la libertad. Yo no empuñaría hoy las armas, pero admito que el pueblo tiene el derecho a usar todos los medios a su alcance para liberarse”, concluyó.

Para Lolita, la heroicidad, contrario a lo que se nos quiere hacer ver, no tiene por obligación una vocación trágica. Está determinada por el principio de la esperanza. Y los medios más adecuados para ello son aquellos que nos posibilitan aquella transformación ética de nuestras circunstancias que nos permita traspasar el presente oprobioso hacia el porvenir soñado.

Recuerdo de Lolita Lebrón. Por Enrique Ubieta Gómez

En diciembre de 1995 tuve el privilegio de asistir, en representación de Cuba, a los actos que el movimiento independentista puertorriqueño –hablo de todos los partidos, organizaciones y aún de personalidades a título propio, sin distinción-, organizó en San Juan con motivo del centenario de la bandera borinqueña. Asistía en aquella ocasión como director del Centro de Estudios Martianos, responsabilidad académica que ocupé entre 1994 y 1999.

La ciudad, tan parecida a La Habana en su arquitectura colonial, y en su gente, me hicieron sentir una experiencia alucinante: por unos días viví en una Cuba capitalista. Podía olvidarme de que estaba en otro país, excepto por un detalle doloroso: la presencia constante en edificios y lugares públicos de la bandera norteamericana. Conmemorábamos sin embargo el centenario de una bandera surgida en el seno de un Partido creado por Martí para la independencia de las dos islas; una bandera con el mismo diseño que la cubana y los colores invertidos, como si ya entonces se barruntara el destino opuesto de las dos naciones: en la isla de Puerto Rico se aplicaría la solución capitalista más radical, la del coloniaje “autonómico”; en la de Cuba, la resistencia al imperialismo nos conduciría por el único camino que garantizaba la independencia real: el anticapitalismo. La ciudad parecía dormida, indiferente al suceso, hasta que amaneció el día de la conmemoración y ocurrió una transformación radical: miles de banderas puertorriqueñas aparecieron en balcones, ventanas, autos, edificios públicos y privados, aún en la ropa de los transeúntes. El espíritu nacionalista de un pueblo avasallado se redimía en ese acto simbólico. Hay que recordar que desde 1898 –año de la ocupación norteamericana—, hasta 1952, fue un delito izar esa bandera, que Lolita Lebrón, esa mujer extraordinaria que acaba de fallecer a los 89 años de edad, estuvo 25 años presa en cárceles estadounidenses por desplegarla en el Congreso de Washington al grito de ¡Viva Puerto Rico Libre!, junto a un comando armado integrado por Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero (este último falleció en prisión, antes del indulto presidencial). “¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!”, dijo al ser arrestada.

Precisamente, los organizadores de la actividad central por el centenario que se produjo en un teatro de la Universidad de Río Piedras –a la que estábamos invitados intelectuales de Cuba, Haití y República Dominicana—, habían concebido un instante conmovedor: en representación de la isla libre, hube de entregarle (aunque no era yo, sino Cuba, mi falta de méritos ante ella hacía excesivo el encargo) a Lolita Lebrón, representante de la isla aún en lucha, la bandera de Puerto Rico. Así conocí yo a esa mujer que era ya un icono del independentismo latinoamericano, y cuya sola presencia en el teatro despertó extensos aplausos. Después, la visité en su casa. Recuerdo que mantenía con fuerza sus convicciones independentistas. Los muchos años de cárcel habían acentuado, como asidero para la sobrevida, sus creencias religiosas y la habían transformado en una poetisa “cósmica”. En aquella oportunidad me obsequió su poemario Grito Primoroso. Después de aquel encuentro, supe de su activa participación en las protestas contra las maniobras militares y la presencia de la Marina estadounidense en Vieques, y de su reafirmación histórica: “Tuve el honor de dirigir el acto contra el Congreso de los Estados Unidos el 1 de marzo de 1954 –dijo en noviembre de 2000—, cuando nosotros demandamos la libertad para Puerto Rico y le manifestamos al mundo que nosotros somos una nación invadida, ocupada y abusada por los Estados Unidos de Norteamérica. Me siento muy orgullosa de haber actuado ese día, de haber contestado el llamado de mi Patria”. Hoy será sepultada, después de haber sido velada en el Ateneo Puertorriqueño, como heroína de un pueblo que no ha dejado de luchar. Que continúa dando héroes y mártires por la independencia.

Que bonita bandera. Silverio Pérez y Quinteto Puertorriqueño en el concierto "Abril en Managua" en 1983

Lolita, seguiremos caminando juntos. Por Ricardo Alarcón de Quesada

Quisiera unirme a las mujeres y a los hombres que en este momento en Puerto Rico se juntan para rendir homenaje a Lolita Lebrón.

La conocí personalmente en Nueva York una noche del otoño de 1979 cuando fui a buscarla a Park Avenue para acompañarla hasta el edificio de la Misión Permanente de Cuba ante la ONU que estaba rodeado por un férreo dispositivo policial. Allí la esperaba Fidel quien no quiso regresar a Cuba sin antes encontrarse con ella y sus compañeros recién liberados tras cumplir 25 años de encierro en prisiones norteamericanas.

Nos abrazamos y caminamos charlando como si fuéramos viejos amigos. En realidad lo éramos. Lo primero que hizo Lolita fue preguntarme por Margarita, mi esposa, con quien había estado en comunicación durante los largos años de encierro por intermedio de las pocas personas que a ella podían visitarla.

Caminar bajo la noche estrellada, abrazado a una leyenda viviente, es algo que jamás puede olvidarse. Todavía la recuerdo repitiendo con su dulce energía que ella nunca dejaría de luchar por la independencia de su Patria. Ella, que, como su maestro, definió siempre a la Patria como valor y sacrificio.

La joven bella y resuelta que, rodeada por quienes la apresaban, el 1ro de marzo de 1954 dijo simplemente: “Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico.”

Por Puerto Rico sacrificó su juventud y soportó los mayores sacrificios bajo un sistema carcelario que con ella fue especialmente cruel. Pero el Imperio nunca pudo doblegarla.

Que no se diga que Lolita ha muerto. Ella vive porque Puerto Rico no morirá jamás, porque, gracias a ella, su Patria será libre.

Seguiremos caminando juntos, abrazados, hasta la Victoria siempre.

Fuentes:


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