La no violencia: mito y realidades

14 de julio de 2012. Fuente: Red Voltaire

El libro «La non-violenza. Una storia fuori dal mito», del profesor Domenico Losurdo explora el concepto de no violencia y su uso en la historia contemporánea. Dejando de lado las ideas preconcebidas, muestra también sus ambigüedades. Lo que a menudo ha sido una exigencia de carácter pacifista, también puede ser una manera de huir de las responsabilidades y se convierte hoy en un disfraz de la propaganda para justificar todo tipo de injerencias. El profesor Domenico Losurdo responde a las preguntas de Marie-Ange Patrizio sobre este tema.

Por Domenico Losurdo

Marie-Ange Patrizio: El concepto de no violencia nos hace pensar inmediatamente en Gandhi. ¿Qué piensa usted de esa gran personalidad histórica?

Domenico Losurdo: Hay que separar la evolución de Gandhi en dos fases. Durante la primera fase, Gandhi no tiene para nada en mente la emancipación general de los pueblos colonizados. Por el contrario, lo que hace es exhortar a la potencia colonial, Gran Bretaña, a no confundir el pueblo indio –que, al igual que los ingleses, proviene de una antigua civilización y cuyos orígenes raciales son «arios»– con los negros, ni tampoco con «los rústicos cafres, quienes tienen la caza como ocupación y cuya única ambición consiste en reunir cierta cantidad de cabezas de ganado para conquistar una mujer y llevar posteriormente una existencia de indolencia y desnudez» (sic).

En aras de obtener la aceptación de la raza dominante, del pueblo de señores (arios y blancos), a principios del siglo 20 Gandhi llama a sus compatriotas a ponerse al servicio del ejército imperial, que había emprendido por aquel entonces una feroz campaña de represión contra los zulúes.

Lo más importante es que, durante la Primera Guerra Mundial, el presunto campeón de la no violencia decide reclutar 500 000 hombres para el ejército británico. Pone tanto celo en esa tarea que incluso envía una carta al secretario personal del virrey: «Me parece que si me convirtiera en reclutador en jefe, yo sería capaz de sumergirlo de hombres». Al dirigirse a sus compatriotas y al virrey, Gandhi insiste de manera casi obsesiva en su propia disposición a asumir el sacrificio del que todo un pueblo está llamado a dar prueba: hay que «ofrecer al Imperio nuestro apoyo total y decidido»; la India debe estar dispuesta a «ofrecer, en el momento crítico, sus hijos sanos para que se sacrifiquen por el Imperio», a «ofrecer en este momento crítico todos sus hijos aptos para el combate como ofrenda al Imperio»; «en defensa del Imperio debemos dar todos los hombres de que dispongamos».

Dando muestra de una coherencia de acero, Gandhi expresa el deseo de que sus propios hijos se enrolen y participen en la guerra.

Marie-Ange Patrizio: En ese sentido, usted contrasta la actitud de Gandhi con la del movimiento antimilitarista de inspiración socialista y marxista y el que sale mejor parado [en la comparación] es precisamente este último.

Domenico Losurdo: Sí. Yo refuto el mito de que el marxismo es sinónimo de culto a la violencia. Como ejemplo cito en particular a Karl Liebknecht, quien fue posteriormente uno de los fundadores del Partido Comunista alemán, antes de ser asesinado con Rosa Luxemburgo. Después de haber luchado durante mucho tiempo contra el rearme y contra los preparativos para la guerra, al ser llamado a partir para el frente, antes de su arresto por pacifista, Liebknecht envía a su esposa y sus hijos una serie de cartas: «No voy a disparar […] Yo no voy a disparar aunque me lo ordenen. Podrán fusilarme por eso».

Marie-Ange Patrizio: Queda el hecho de que Liebknecht acaba por saludar la violencia de la Revolución de Octubre, dirigida por Lenin.

Domenico Losurdo: No hay que perder de vista que al principio de la Primera Guerra Mundial, Lenin, lejos de celebrar como Gandhi el valor de la vida militar y de la lucha en el frente, expresa su «profunda amargura».

La esperanza, que reviste un carácter moral antes de ser de carácter político, renace en él gracias a un fenómeno que pudiera quizás frenar la infernal máquina de la violencia: se trata de la «fraternización entre los soldados de las naciones beligerantes, incluso en las trincheras». Lenin escribe: «Está bien que los soldados maldigan la guerra. Está bien que exijan la paz. La fraternización puede y debe convertirse en fraternización en todos los frentes. El armisticio de hecho en un frente puede y debe convertirse en armisticio de hecho en todos los frentes».

Desgraciadamente, esa esperanza no se cumple. Los gobiernos beligerantes tratan la fraternización como una traición. Es en ese momento que se plantea la necesidad de escoger, no ya entre la violencia y la no violencia, sino más bien entre la violencia a través de la continuación de la guerra o la violencia de la revolución llamada a poner fin a una carnicería carente de sentido.

No existe diferencia alguna entre los dilemas morales de Lenin y los dilemas morales que enfrentan, en Estados Unidos, los pacifistas cristianos de las primeras décadas del siglo 19 (mi libro parte de ese momento de la historia). Contrarios a cualquier forma de violencia así como a la esclavitud de los negros (que constituye en sí misma una forma de violencia) en momentos en que se perfila y finalmente estalla la guerra de Secesión, los pacifistas cristianos se ven ante una trágica disyuntiva: ¿dar su apoyo directo o indirecto a la continuación de la forma particularmente horrible de violencia que es la institución esclavista o unirse a esa especie de revolución abolicionista que acaba siendo la guerra de la Unión? Los pacifistas más maduros escogen la segunda solución. Adoptan una posición similar a la que más tarde habrá de caracterizar a Lenin, Liebknecht y los bolcheviques en su conjunto.

Marie-Ange Patrizio: Dejamos a Gandhi en su papel de reclutador al servicio del ejército británico. Usted mencionó una segunda fase. ¿Cuándo y cómo se produce?

Domenico Losurdo: Dos acontecimientos lo condujeron a ella: uno de carácter internacional y otro nacional. La Revolución de Octubre y la difusión de la agitación comunista en las colonias y en la propia India imprimen un formidable impulso a la ideología de la pirámide racial y convierte en algo obsoleto la aspiración a obtener la aceptación de la raza blanca o aria, que se verá entonces ante la rebelión generalizada de los pueblos de color.

Pero el factor decisivo es una experiencia directa y dolorosa para el pueblo indio. Este último esperaba mejorar su condición luchando valientemente en las filas del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, apenas terminadas las celebraciones por la victoria, el poder colonial comete la masacre de Amritsar, durante la primavera de 1919.

Esa represión no sólo cuesta la vida a cientos de indios desarmados sino que constituye además una terrible humillación nacional y racial ya que se obliga a los habitantes de las ciudades rebeldes a arrastrarse a cuatro patas para regresar a sus casas o salir de ellas. Como dice el propio Gandhi, «hombres y mujeres inocentes fueron obligados a arrastrarse como gusanos, sobre el vientre».

El resultado es una ola de indignación provocada por las humillaciones, por la explotación y la represión impuestas por el Imperio británico. Su comportamiento es un «crimen contra la humanidad, posiblemente sin paralelo en la historia». Todo eso hace que desaparezca entre los indios el deseo de ser aceptados como miembros de una raza dominante que ahora les parece odiosa y capaz de cualquier infamia.

Marie-Ange Patrizio: ¿A partir de qué momento toma Gandhi realmente en serio su compromiso con la no violencia?

Domenico Losurdo: En realidad, en el segundo Gandhi la disposición a llamar a sus compatriotas a lanzarse a los campos de batalla al lado de Gran Bretaña no ha desaparecido en lo absoluto, sólo que ahora pone la independencia de la India como condición a ese llamado a las armas.

Resulta sin embargo difícil imaginar a ese segundo Gandhi promocionando la participación de sus compatriotas en la represión de una rebelión como la de los zulúes (pueblo cruelmente oprimido por el colonialismo). A partir de la Revolución de Octubre y de la represión de Amritsar el movimiento independentista indio se convierte en parte integrante del movimiento de liberación de los pueblos oprimidos. Y Gandhi se identifica plenamente con ese movimiento, sin hacer ningún tipo de distinción entre violentos y no violentos.

En junio de 1942, Gandhi expresa su «profunda simpatía» y su «admiración por la heroica lucha y los infinitos sacrificios» del pueblo chino, decidido a defender «la libertad y la integridad» del país. Se trata de una declaración contenida en una carta dirigida a Chiang Kai-Shek, por entonces aliado del Partido Comunista Chino. Todavía en septiembre de 1946 –o sea cuando ya Churchill había comenzado la guerra fría con su discurso de Fulton– Gandhi expresa su simpatía por el «gran pueblo» de la Unión Soviética, dirigido por «un gran hombre como Stalin».

Marie-Ange Patrizio: Usted hace un juicio muy positivo sobre el segundo Gandhi, pero se muestra muy crítico con respecto al Dalai Lama, tan celebrado en nuestra época como heredero de la tradición no violenta.

Domenico Losurdo: Yo cito en mi libro a un ex funcionario de la CIA que declara tranquilamente que la no violencia era una «pantalla» que el Dalai Lama utilizaba para las relaciones públicas de la revuelta armada que él mismo estimulaba en el Tibet, gracias al financiamiento y las armas provenientes de los arsenales estadounidenses [1]. Pero esa revuelta fracasó porque carecía del apoyo de la población. Este ex funcionario de la CIA agrega que, a pesar de su fracaso, aquella operación arrojó, para Estados Unidos, una serie de enseñanzas posteriormente aplicadas «en lugares como Laos y Vietnam», o sea en guerras coloniales que clasifican entre las más bárbaras del siglo 20.

Mientras que el Dalai Lama era recompensado en Washington con reconocimientos y homenajes, Martin Luther King organizaba la oposición contra la guerra de Vietnam y acababa muriendo asesinado precisamente por esa causa.

No menos clara resulta la total contradicción entre Gandhi y el Dalai Lama. El primero habla de «métodos hitlerianos» y de «hitlerismo» al referirse al bombardeo atómico contra Hiroshima y Nagasaki. Abramos ahora el Corriere della Sera del 15 de mayo de 1998. Junto a una foto del Dalai Lama, en la que aparece con las manos unidas como para rezar, encontramos un pequeño artículo muy claro desde el propio título: «El Dalai Lama se pone del lado de Nueva Delhi: “Ellos también tienen derecho a la bomba atómica”», para que sirva de contrapeso –según se precisa después– ante el arsenal nuclear chino. Por supuesto, no aparece [en ese artículo] ni una palabra sobre la amenaza que representa el arsenal nuclear de Estados Unidos, frente al cual se concibió el modesto arsenal chino.
Y así pudiéramos seguir citando ejemplos similares...

Marie-Ange Patrizio: ¿Existe algún otro factor?

Domenico Losurdo: La identificación de Gandhi con el movimiento anticolonialista es tan fuerte que el 20 de noviembre de 1938, al denunciar la barbarie de la Noche de los Cristales Rotos y las «persecuciones antijudías» que «parecen no tener precedente en la historia», Gandhi no vacila en condenar la colonización sionista en Palestina como «incorrecta e inhumana» y contraria a todo «código moral de conducta».

No creo que el Dalai Lama haya expresado nunca simpatía por las víctimas de la colonización sionista, y no puede ser de otra manera ya que los protectores estadounidenses de «Su Santidad» son los principales responsables, junto a los dirigentes israelíes, del interminable martirio impuesto al pueblo palestino.

Marie-Ange Patrizio: Además del Dalai Lama, usted expresa también bastantes críticas sobre las «revoluciones de colores», cuyo origen sitúa usted en los incidentes de la Plaza Tiananmen.

Domenico Losurdo: Los documentos hoy disponibles, y que fueron publicados y celebrados en Occidente como la revelación final de la verdad, los llamados Tienanmen Papers, demuestran sin que quede sombra de duda que las manifestaciones que se desarrollaron en Pekín (y en otras ciudades de China) durante la primavera de 1989 fueron cualquier cosa menos pacíficas. Los manifestantes utilizaron incluso gases asfixiantes y disponían de medios técnicos tan sofisticados que les permitieron falsificar la edición del Diario del Pueblo. Fue claramente un intento de golpe de Estado [2].

Las sucesivas «revoluciones de colores» [3] han explotado aquel fracaso creando técnicas más sofisticadas, que se exponen y se enseñan con pedagógica paciencia en un manual estadounidense traducido a los diferentes idiomas de los Estados a los que se pretende desestabilizar y que se divulga gratuita y masivamente [4]. Este manual es una especie de «Instrucciones para el golpe de Estado», que se ponen en práctica con ayuda de las embajadas y de ciertas fundaciones estadounidenses y occidentales. En mi libro lo analizo minuciosamente.

Yo me interrogo –en referencia también a los recientes acontecimientos de Irán [5], y utilizando siempre mayoritariamente fuentes y testimonios occidentales– sobre el significado estratégico que han adquirido actualmente, en el marco de la política de los cambios de regímenes, herramientas como Internet, Facebook, Twitter, la telefonía móvil, etc. [6]

Marie-Ange Patrizio: En su libro usted analiza también el debate teológico y filosófico sobre la violencia, debate que viene desarrollándose desde el siglo 20 y cuyos protagonistas son grandes teólogos, como Reinhold Niebuhr y Dietrich Bonhoeffer, y grandes filósofos, como Hannah Arendt y Simone Weil. Da la impresión que las simpatías de usted van hacia los teólogos...

Domenico Losurdo: Sí, reconozco el encanto de Dietrich Bonhoeffer quien, a pesar de haber sido por un tiempo admirador y discípulo de Gandhi, al enfrentar el horror del III Reich conspira para organizar un atentado contra Hitler, lo cual lo llevará al patíbulo. A quienes tratan de tildar de orgía de sangre el episodio histórico que comenzó en Octubre de 1917 y que prosiguió con las otras grandes revoluciones del siglo 20, yo quisiera sugerirles que reflexionen sobre la polémica Bonhoeffer con aquel que «prefiere el asilo de la virtud privada».

En realidad, es solamente «engañándose a sí mismo [que puede uno] mantener pura su propia irreprochabilidad privada y evitar que esta se manche al actuar de forma responsable en el mundo». Esa es la actitud –afirma el teólogo cristiano– del «fanático» que «se cree capaz de oponerse al poder del mal con la pureza de su voluntad y de su principio». En realidad, «está poniendo su propia inocencia personal por encima de su responsabilidad para con los hombres».

Marie-Ange Patrizio: Partiendo del Dalai Lama y de las «revoluciones de colores», usted denuncia la transformación del lema de la no violencia en una ideología de la desestabilización, del golpe de Estado y, a fin de cuentas, de la guerra. Pero, ¿contiene su libro un mensaje positivo?

Domenico Losurdo: El libro concluye con un llamado a imprimir un nuevo impulso a la lucha por la paz a través de la reactualización de la gran tradición del movimiento antimilitarista. Posiblemente nunca, a través de la historia, el homenaje a la no violencia haya sido tan insistente como en nuestros días. Rodeado de una aureola de santidad, Gandhi goza de una admiración y de una veneración indiscutidas y universalmente reconocidas.

Los héroes de nuestra época reciben la consagración en la medida en que, en base a motivaciones reales o a cálculos de realpolitik, se les incluye en el panteón de los no violentos. Pero la violencia no ha disminuido por ello y se manifiesta no sólo en las guerras y en las amenazas de guerra, sino también a través de bloqueos, embargos, etc. La violencia sigue expresándose, incluso bajo sus formas más brutales.

Recientemente pudimos leer en el Corriere della Serra a un ilustre historiador israelí que mencionaba tranquilamente la posibilidad de «una acción nuclear preventiva por parte de Israel» contra Irán. La paradoja reside en que, para ser eficaz, la lucha por la paz tiene que ser capaz de desenmascarar la transformación, promovida por el imperialismo, de la no violencia en una ideología llamada a justificar la prevaricación y la ley del más fuerte en las relaciones internacionales y, finalmente, en guerra.


Domenico Losurdo. Profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Urbino (Italia). Dirige, desde 1988, la Internationale Gesellschaft Hegel-Marx für Dialektisches Denken y es miembro fundador de la Associazione Marx XXIesimo secolo. Último libro publicado: La non-violenza, Una storia fuori dal mito (Laterza, 2010).

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