La bomba que nunca explotó
17 de noviembre de 2016. Fuente: E’a
Increíbles errores evitaron que el Ejército Popular Revolucionario (EPR) tuviera éxito en sus atentados contra el dictador Alfredo Stroessner en 1974.
Tato Ramírez Villalba yacía agónico, ensangrentado, en el piso del pasillo que llevaba a la cámara de torturas del Departamento de Investigaciones. Su torturador se había esmerado en crueldades con él aquella calurosa madrugada de diciembre de 1974. El que quizás fue el cuadro militar más preparado del Ejército Popular Revolucionario (EPR) llevaría íntegramente su causa hasta las últimas consecuencias. Antes y después de él había caído en manos de la policía estronista casi toda la dirigencia central del EPR.
Por Arístides Ortíz
Los orígenes del EPR
Dimas Piris Damota es hoy un hombre cercano a los 70 años. Han pasado 41 de aquellos hechos, pero él tiene recuerdos frescos y nítidos. De familia liberal, militar y antiestronista, Damota creció en un clima de férrea oposición política y desprecio al dictador, inculcados sobre todo por su madre Praxedes Sosa. De niño se exilió con su familia en Posadas, Argentina. Convertido en un requerido profesional de contaduría pública, con importantes ingresos económicos, tuvo tiempo y dinero para ocuparse de su principal pasión: complotar contra Stroessner. En 1970 comenzó a organizar un grupo político que pensara y planificara cómo se podría acabar con la dictadura estronista, que entonces ya llevaba 14 años. Con su cuñado Clodomiro González, un político e intelectual febrerista de larga trayectoria, su madre y su esposa Mirtha González, iniciaron los contactos y las conversaciones con buena parte de los centenares de políticos paraguayos opositores a Stroessner exiliados en ciudades argentinas. Esta ardua tarea resultó, hacia 1971, en la articulación de más de 30 personas que acudieron a una reunión política con entrenamiento militar realizada en la localidad de Cerro Corá, Posadas, situado lejos de los centros urbanos. Para el año siguiente, un Congreso con más de 100 participantes individuales –provenientes del Paraguay y de varias ciudades argentinas, de diferentes signos partidarios e ideológicos- realizado en la localidad de El Dorado, Misiones, Argentina, expresaba su voluntad para que se ejecute un programa que contribuyera a la caída de la dictadura. También delegó las acciones a un equipo político militar, que fue tomando decisiones operativas pero a partir del objetivo resuelto por el Congreso: atentar contra la vida de dictador para que su aniquilación física abra grietas en la estructura del régimen y posibilite cambios políticos. Este era el mandato.
Con una estructura compuesta de personas compartimentadas, incomunicadas, con funciones muy específicas, el EPR comenzaba a operar en los últimos meses de 1972. Las células aisladas serían operativamente articuladas por una dirección que estaría en Posadas, la que recayó en Piris Damota y Goiburu. Todos usaban seudónimos. Pocos se conocían entre sí. Esta estructura pretendía evitar que un miembro descubierto y detenido por el régimen informara sobre los demás miembros y acerca de las operaciones que ejecutaba la organización. Y funcionó: el EPR operó su plan de atentado durante más de un año en las mismas narices del dictador, en Asunción, sin que su sistema de seguridad obtuviera una sola información de aquel plan. Sin embargo, la policía logró vulnerar la organización en noviembre de 1974 a raíz del ingenuo error cometido por uno de sus miembros.
A ciegas hacia el campo de entrenamiento
En enero de 1974, una mujer de unos cuarenta años, de piel morena y de mirada apacible estaba parada en un lugar de la ciudad de Posadas, Argentina. De pronto llega una camioneta y se estaciona ante ella. “Antes de subirme a la camioneta, metieron mi cabeza en un bolsa de tela negra. Me subí a la camioneta como una ciega, y así llegué al lugar donde nos iban a entrenar. Yo no conocía a Tato. Después nomás ya supe quien era él…”, relata Agripina Portillo, quien entonces -cinco meses después de aquel entrenamiento- se había convertido a sus 44 años en miembro del núcleo central del EPR. Conocida con el alias de “Monja” por su fe y su militancia cristianas mezclados con su fuerte sentimiento patriótico, Agripina era una mujer firme y decidida, pese a su apariencia bonachona. Aquellos 3 años de tortura y encierro en los calabozos estronistas debilitaron su cuerpo, pero no su espíritu: “Hice la que tenía que hacer por la liberación de mi pueblo…”, sentencia serena esta anciana que hoy, a 41 años de aquellos atentados, apenas camina sostenida en un bastón.
Rodolfo Tato Ramírez Villalba fue el instructor de los entusiastas jóvenes del EPR que acudieron con los ojos vendados al campamento de entrenamiento militar. Estaba situado en medio de la agreste e impenetrable selva misionera, en la localidad de Cerro Corá. La mayoría tomaría por primera vez en sus manos un arma de fuego. Fueron 15 días de adoctrinamiento ideológico y prácticas militares.
A sus 34 años, Ramírez Villalba era el más indicado para adiestrar y orientar a sus compañeros. Tato estaba hecho como mandaba el imaginario revolucionario de aquellos años: con experiencia militar, con sólida formación ideológica y dispuesto a morir por su causa. Siendo adolescente, comenzó militando en el Movimiento Popular Colorado (Mopoco). Después de la represión de 1959 contra los miembros del Mopoco perpetrado por la dictadura, se exilió en la Argentina. A mediados de 1960 formó parte de una delegación de jóvenes de distintos partidos políticos que viajó a La Habana, Cuba. Allí fue entrenado por militares cubanos en tácticas, estrategias y prácticas de combate. En 1971 participó de la espectacular fuga de Agustín Goiburu de la Comisaria Séptima de Asunción para asilarse en la embajada de Chile. En su periodo de estudiantes en la Universidad de la Plata, tomó contacto con Mario Roberto Santucho, el mítico líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que combatió contra la dictadura militar argentina. También recibió entrenamiento militar del ERP.
“Todos, incluyendo los instructores, usábamos seudónimos. No nos conocíamos, salvo algunos.”, recuerda el actual senador del Partido Liberal, Luis Alberto Wagner, quien también participó de aquellos entrenamientos. Ante el temor de la infiltración y la delación, agrega, se tomaron severas medidas de seguridad para llegar al campamento.
Para junio del ‘74, Amilcar Oviedo, Tato Ramírez Villalba, Carlos Mancuello y Benjamin Ramírez Villalba ( Wagner había regresado antes) -el denominado grupo de La Plata- habían retornado al país para integrarse a la ejecución del plan de atentado. Todos habían recibido la orden de abandonar sus estudios en la Universidad de la Plata, Argentina, y regresar al Paraguay para luchar desde dentro contra la dictadura. Pero antes que estos llegaran, la otra célula del EPR que hacía más de un año se había radicado en el país y trabajaba sigilosamente en el plan, ya había ejecutado los atentados fallidos contra Stroessner.
Las dinamitas de Goiburu
Por aquel 1971, el trajín en el Sanatorio Misiones, en Posadas, era siempre intenso y estaba lleno de paraguayos. Aquí trabajaba el doctor Agustín Goiburu, traumatólogo, miembro del Mopoco; hombre sagaz, fue secuestrado y encarcelado en 1969 por el régimen, pero protagonizó una increíble fuga del calabozo de la Comisaria Séptima de Asunción en 1971. Temerario, tras su exilio, Goiburu había entrado clandestinamente en varias ocasiones al país, aún sabiendo que si lo descubrían sería liquidado. Fue un decidió adversario político de Stroessner. Fue con Piris Damota el ideólogo y director del plan de atentado.
Goiburu había tomado rápidamente contacto con Piris Damota, como resultado de la telaraña de contactos que este tejió con opositores colorados, liberales, febreristas y comunistas a la dictadura exiliados en Argentina. Ambos coincidieron gratamente en que no estaban dadas las condiciones para una guerra popular prolongada que derrotara al régimen. Paraguay no era ni Cuba ni Argentina, y el régimen, pensaban, entraba en su más sólida etapa de legitimación y control en los años ‘70. Había que liquidar al Rubio, luego podría debilitarse la estructura dictatorial. Piris Damota afirma que “fue Goiburu el de la idea de la bomba a control remoto”. Acordado el método de eliminación del dictador, echaron a rodar el plan con los otros capitanes del EPR.
Tres años después, a inicios de 1974, el médico colorado se puso en campaña para conseguir los explosivos y el dispositivo de control remoto para detonarlos. Unos meses después, tenía en su poder 20 kilos de trinitrotolueno (TNT o dinamita) en forma de panes. Este explosivo solo estalla si el detonador dispara los 3.000 grados de temperatura en una fracción de segundo, no menos. Aquella cantidad de dinamita, usada comúnmente para explotar montañas y abrir caminos, era suficiente como para hacer volar toda una cuadra de 100 metros cuadrados de viviendas. Por esta razón, en el atentado usarían solo 10 kilos de dinamita de aquellos 20. El trasmisor del dispositivo de control remoto era un aparato no más grande que una radio portatil, con una palanca vertical y otra horizontal. Requería de cuatro pilas de 1,5 volts para funcionar. El receptor era transistorizado y en circuito impreso. Tenía una pequeña antena. Debía estar conectado eléctricamente a garrafas de gas abiertas, con las dinamitas encima de ellas. En espacios con edificios tiene un radio de control de 200 a 300 metros. El cargamento de dinamita y el dispositivo de control estaban listos para ser enviados a Asunción.
El pescador complotado
Roberto Martínez, un viejo pescador de las aguas del río Paraguay, remaba en su canoa de Clorinda hacia el Puerto Ita Enramada. En su bote iban las cajas de madera que contienen los panes de dinamita. Martínez sabía lo que llevaba. Goiburu lo había convencido de que complotara en el plan. En el preciso lugar del río convenido, ancló su lancha y esperó. “Allí me quedé más de una hora, hasta que ví la señal convenida. Tenían que ser cinco pescadores que tiraban fondeo en la costa. Cinco pescadores, pero solo dos liñadas. Arranqué mi lancha y me acerqué. Me preguntaron si yo era Beto (su seudónimo). Eran las seis o siete de la noche…”, relata Martínez. Ya cerca de la costa, divisa a una mujer. Era Gilberta Verdún, con otros miembros de la organización. Estos descargaron la canoa y llevaron en hombros las cajas de madera a una camioneta, que las transportaría a la casa de Gilberta, en Villa Elisa, un municipio aledaño a Asunción. Semanas después, el aparato de control remoto llegaba a Asunción de la mano de Estanislao Mujica, un hombre de confianza de Goiburu.
Las chipas de Camarada La vieja
Alias Camarada La vieja (Gilberta Verdún) era una mujer dura y acérrima opositora al régimen. Gilberta había jurado hacer justicia por el asesinato de su marido, el teniente Blas Ignacio Talavera -miembro del movimiento guerrillero 14 de Mayo- y la liberación de su pueblo. Talavera, mal herido, fue detenido en 1961 con Gilberta, quien presenció cómo los esbirros del régimen degollaron a su esposo. Fue recluida en Investigaciones y sometida a cruentas torturas. En 1968 la dejaron libre. Pero tres años después, se volvía a integrar, resuelta, a la rebelión contra la dictadura. Con este legajo, incluyendo su fuerte adicción al alcohol, se sumó en primera línea al equipo de Asunción en la ejecución del atentado. La vieja realizó varias tareas importantes, entre ellas la de vestir un delantal blanco y colocarse con su canasto atiborrado de chipas en la Plaza Uruguaya, para observar el movimiento y relevar información de la zona donde se ajusticiaría al dictador.
El grupo de Asunción venía operando hacía meses. Piris Damota recuerda el seguimiento que él, Tomas González Díaz y Antonio Lezcano (alias Tony) realizaban al trayecto diario que Stroessner recorría en el automóvil presidencial, escoltado por un camión repleto de efectivos militares. Alrededor de cuatro meses antes de las fechas en las que se intentó el atentado se relevaron horas, velocidades, arterias de recorrido, presencia de transeúntes, lugares de salida y de destino del vehículo, con el fin de definir el lugar, la hora y la forma en que se detonaría la bomba. “Aquello fue una rutina dura y trabajosa. Fueron meses de seguimiento…”, rememora.
Finalmente, el equipo de operación definió el lugar: en la esquina de las calles Eligio Ayala y Antequera, a menos de cien metros de la Estación del Ferrocarril, se estacionaría la camioneta Volskwagen tipo Kombi cargado con garrafas de gas abiertas y los 10 kilos de dinamita conectados eléctricamente al receptor del control remoto. Por ese pasaje pasaba dos o tres veces a la semana el vehículo marca Lincoln Continental negro en el que iba Stroessner. Una estrecha adyacencia casi siempre sin transeúntes en la que el vehículo reducía su velocidad. Desde una distancia aproximada de 150 metros, alguien movería las palancas de mando del trasmisor, y el vehículo presidencial volaría por los cielos.
Probablemente un día de otoño (abril) de 1974, cuatro de los miembros del EPR intentaron ejecutar el mandato del Congreso de 1972, realizado en El Dorado, Argentina. En el primer intento, Tony se paró en las cercanías de la iglesia San Roque, sobre Eligio Ayala, con el aparato de control remoto en la mano a la espera de que pase el cortejo presidencial proveniente de Mburuvicha róga hacia el Palacio de Gobierno. Todos estaban en sus puestos: Gilberta miraba ansiosa desde la Plaza Uruguaya hacia aquella esquina mientras simulaba la venta de las chipas; lo mismo hacía Tomas González Díaz, pero desde enfrente del Ferrocarril. El que no había llegado manejando la Kombi con la dinamita para estacionarla en aquella esquina era Evasio Benítez. Todos vieron con rabia y desesperación cómo el imponente Lincoln Continental pasaba a escasa velocidad por el lugar donde la muerte debía encontrar a Stroessner. Un minuto después, Evasio estacionaba la Kombi.
Días después se produjo un segundo intento. Todos se ubicaron en sus lugares. Esta vez la Kombi estaba estacionada. Tony vió venir el vehículo negro con el camión lleno de soldados escoltas, y cuando pasaba al lado de la Kombi, accionó las palancas de mando del control: nada sucedió, porque –luego lo comprobaron- las cuatro pilas del trasmisor se habían oxidado por el paso del tiempo; sin batería, el control remoto no funcionó.
Hubo un tercer intento de acabar con la vida del dictador. Esta vez la kombi fue estacionada sobre la calle Cerro Corá entre Antequera y Tacuary. Pasó una vez más el automóvil presidencial cerca de la dinamita. Tony accionó las palancas de mando. Ese día Stroessner llegó tranquilo, como siempre, a la residencia presidencial ubicada sobre la avenida Mariscal López.
En el mar de frustración del equipo, saltó una hipótesis sobre las causas de la no explosión de la bomba en el último intento. Tony y Tato eran los más preparados militarmente en el EPR. No se sabía bien si Tony participó en los combates del movimiento guerrillero 14 de Mayo, aquí en Paraguay, o del ERP argentino, durante su estadía en el vecino país. El hecho es que había demostrado manejo de armas y coraje. Solo un detalle de su vida no manejaba: el alcohol. Su adicción era fuerte. Algunos, iracundos, lo acusaron directamente de esta supuesta irresponsabilidad.
“Mba’ére la peche jukase”
Luis Alberto Wagner, detenido y torturado en Investigaciones en aquel tiempo, describe esta escena: El 20 de setiembre de 1976, los hermanos Tato y Benjamin Ramírez Villalba, Carlos Mancuello y Amilcar Oviedo, presos considerados especiales, fueron trasladados a la oficina de Pastor Coronel, entonces director del Departamento de Investigaciones; sorpresívamente aparecen antes ellos los más altos jerarcas del régimen, incluyendo el mismísimo Stroessner, para interrogarles. En un momento del interrogatorio, el dictador preguntó a Tato Ramírez: “Mba’ére la peche jukase…”. “Porke hetaiterereíma remonda ñande retâme, upévare…”, le respondió Tato, mirándolo, con las manos esposadas a la espalda, sentado en una silla. Wagner agrega, para resaltar la fortaleza síquica y física de Rodolfo Ramírez Villalba: “Una vez, en diciembre de 1974, lo vi tirado en el piso del pasillo que lleva a la cámara de tortura de Investigaciones. Su cuerpo estaba ensangrentado, sanguinolento. Estaba casi muerto…pero sin embargo sobrevivió”.
A partir del 24 de noviembre de 1974, la policía del régimen cayó con furia sobre el EPR. Rabiosos y buscando responsables del fracaso de los atentados, en una fecha entre mayo y junio de aquel año, se reúnen en un lugar del centro de Asunción los miembros de la organización residentes en el país. En esta especie de plenaria de la conducción, los más jóvenes relevan a los más viejos. Carlos Mancuello se convierte en el comandante político a sus escasos 23 años. Era, para todos, el cuadro político más lúcido del EPR. El ala militar quedaba a cargo de Tato Ramírez Villalba. Goiburu y Piris Damota quedaban relegados de la dirección. La postura de la política de la guerra popular prolongada, tipo Cuba y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) argentino, sostenido por el grupo de La Plata, había ganado. Ahora era estratégico acumular armas, municiones y explosivos.
Aquel 24 de noviembre, probablemente por el cambio de estrategia, Evasio Benítez Armoa fue a entrevistarse con el sub oficial Juan S. Bálmori en el local del Cuerpo de Defensa Fluvial de la Armada. Gestionaba la compra clandestina de más TNT. Armoa sabía que los jefes militares de la Armada hacían pingües negocios con la venta ilegal de armas y explosivos. Bálmori había sido camarada de Evasio cuando éste realizó el servicio militar en la Armada. Pero el sub oficial, sospechando de sus intenciones con los explosivos, informó a sus superiores del hecho. Ese 24, en ese lugar, en horas de la mañana, fue detenido y torturado. Evasio fue asesinado en horas de la noche. Pero antes, en medio de los tormentos, había dado información valiosa sobre los demás miembros del EPR.
El 25 de noviembre son detenidos Amilcar Oviedo, Carlos Mancuello y Benjamin Ramírez Villalba. El 26 fue detenido Tato Ramírez. En los siguientes cuatro días de aquel aciágo noviembre cayeron en cadena Wagner, Agripina Portillo, Magdalena Galeano (pareja de Benjamín), Gilberta Verdún, Darío Elias, Miguel Angel Aquino, Gladys Mancuello, Juvencio Salinas, Carlos José Troche, Pablo Pietrafesa y Derlis Torres. Los demás miembros burlaron por minutos y horas a los policías que asaltaron sus residencias, y salieron del país.
El día siguiente de aquella entrevista con Stroessner, el 21 de setiembre del ‘76, Mancuello, los hermanos Ramírez Villalba y Oviedo fueron desaparecidos. Hasta hoy se desconoce el lugar donde fueron enterrados sus cuerpos. Agustin Goiburu fue secuestrado el 9 de febrero de 1977 en Entre Ríos, Argentina, por militares argentinos. Fue desaparecido. Dimas Piris Damota, avisado, huyó a Venezuela tres días antes de que secuestraran a Goiburu. Todos los demás miembros del EPR quedaron detenidos entre dos y tres años en la cárcel de Emboscada. Luego fueron puestos en libertad.
Fuentes:
- Libro en preparación sobre la vida de Agustin Goiburu, del doctor Alfredo Boccia Paz
- Testimonio de Dimas Piris Damota. Entrevista del autor en Luque
- Testimonio de Mirtha González Díaz. Entrevista del autor en Luque
- Testimonio de Luis Alberto Wagner. Entrevista del autor en Asunción.
- Testimonio de Agripina Portillo. Entrevista del autor en Villa Elisa.
- Investigación “El Paraguay Exiliado: Memorias de Resistencia 1970-1989”. Escrita por Evelyn Wellbach.
- Memorandum del Departamento de Investigaciones sobre el EPR. Documento del Archivo del Terror.
- Declaración jurada expresada por Gladys Meilinger de Sannemann ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso desaparición forzosa de Agustin Goiburu, Rodolfo y Benjamin Ramírez Villalba y Carlos Mancuello.
- Libro “El Último Supremo. La crónica de Alfredo Stroessner ”, de Bernardo Nery Fariña.
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