La Huelga de los 100.000 contra la ocupación nazi

10 de junio. Fuente: Jacobin

En mayo de 1941, los trabajadores belgas iniciaron una de las primeras huelgas en la Europa gobernada por los nazis. Decenas de miles de huelguistas se arriesgaron a sufrir una terrible represión para luchar contra los salarios de miseria y demostraron la determinación de la clase obrera para resistir la ocupación.

Por Daniel Kopp y Stan De Spiegalaere, traducción: Pedro Perucca

Acería Cockerill en Seraing, Bélgica, donde comenzó la «Huelga de los 100.000» en 1941. (Patrick Viaene / Colección Museo Industrial de Gante vía Wikimedia Commons)

En estos dìas en que los países europeos celebraban sus tradicionales conmemoraciones del final de la Segunda Guerra Mundial, el papel de los sindicatos en la resistencia contra el fascismo se suele pasar por alto. Pero fueron los sectores más militantes y con más principios de la clase obrera los que lideraron algunas de las revueltas más poderosas contra la guerra y sus efectos, incluida la «Huelga de los 100.000» en Bélgica.

El sábado 10 de mayo de 1941, exactamente un año después de la invasión alemana de ese país, un grupo de mujeres abandonó la acería Cockerill de Seraing, cerca de la ciudad de Lieja. Desde la mayor empresa metalúrgica local, el movimiento se extendió como la pólvora por toda Bélgica. En el momento álgido de la huelga, que duró ocho días, sesenta mil trabajadores del cinturón industrial de la Valonia francófona estaban en huelga. La acción se extendió también a la región flamenca de Bélgica, en ciudades como Aalst.

La principal queja de los huelguistas era la escasez de alimentos. Pero su protesta fue la chispa que encendió una de las mayores protestas laborales en tiempos de guerra en Bélgica, y un punto álgido de la resistencia en la Europa ocupada.

La historia laboral de Bélgica

Pero, ¿cómo surgió una huelga tan poderosa en condiciones de ocupación? Ya mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, los sindicatos belgas se habían convertido en una poderosa fuerza en el panorama institucional del país. Las tres corrientes del movimiento obrero seguían las líneas de las tradiciones políticas modernas del país —socialismo, liberalismo y democracia cristiana— y aún hoy existen en forma de tres confederaciones.

En los cincuenta años anteriores al estallido de la guerra, los sindicatos habían conquistado el derecho de sindicación, el derecho de huelga y formas embrionarias de diálogo social a escala industrial entre los sindicatos y las empresas, incluso a través de múltiples huelgas generales en 1886, 1893 y 1936. En particular, los comités paritarios que empezaron a crearse en 1919 permitieron negociar salarios mínimos y aumentos salariales acordes con la inflación para sectores económicos enteros. En 1923, más de la mitad de los obreros estaban cubiertos por estos comités paritarios. La invasión y ocupación alemanas pusieron fin a esta situación.

De acuerdo con la política nazi de Gleichschaltung (coordinación forzosa), los sindicatos belgas fueron fusionados a la fuerza en un único sindicato unitario. La confederación sindical establecida por el gobierno de ocupación quería una cooperación corporativista entre trabajadores y patronos para el «avance de la nación». Esto significó la abolición del derecho de huelga, tan duramente conquistado, y el congelamiento de los salarios.

Sin embargo, el fin del diálogo social libre en toda la industria dejó un vacío para que el Partido Comunista de Bélgica (PCB), fundado en 1921, se organizara a nivel de empresa. Tras un año de huelgas y paros a pequeña escala en el cinturón industrial y en otras partes de Bélgica, como Gante, el 10 de mayo los militantes sindicalistas lanzaron lo que más tarde se llamaría la «Huelga de los 100.000».

Resultados de la huelga

En abril, en lugar de los quince kilos de papas mensuales para los que realizaban trabajos físicamente agotadores, sólo se entregó la mitad, mientras que el resto de la población tenía que conformarse con apenas dos kilos. Pero después del 7 de mayo de 1941, ya no quedaban papas para nadie ni ninguna posibilidad de abastecerse en otra parte. Los precios oficiales habían subido hasta un 100%. En consecuencia, los trabajadores en huelga exigieron mejoras en la distribución de alimentos y un aumento salarial del 25 por ciento. Las reivindicaciones se centraron en los empresarios, para evitar un enfrentamiento directo con las fuerzas de ocupación.

Aunque las huelgas estaban prohibidas y los salarios los fijaba el gobierno, los trabajadores belgas consiguieron movilizarse y hacer huelga incluso bajo el régimen de ocupación. Incluso consiguieron concesiones en cuanto a la distribución de alimentos y un aumento salarial global del 8%. Todo esto se hizo sin una represión general de la oleada huelguística, a diferencia de la huelga de mineros de Nord-Pas-de-Calais de 1941, al otro lado de la frontera con Francia —una de las huelgas más grandes y largas de la Europa ocupada por Alemania—, que a su vez estuvo inspirada en parte por los acontecimientos de Bélgica.

La huelga belga también tuvo un impacto material en la economía de guerra alemana. Como dijo entonces el general alemán Franz Halder: «Cada día de huelga significa 2.000 toneladas de acero perdidas». Según el historiador José Gotovitch,las reivindicaciones de los huelguistas fueron satisfechas tras la intervención personal de Adolf Hitler. Según admitieron las propias fuerzas de ocupación, la huelga constituía una amenaza directa para el esfuerzo bélico alemán. Con el tiempo, la huelga también condujo a la creación del «pacto social» de posguerra, que otorgó derechos adicionales a los sindicatos y amplió la seguridad social, pacto que rige las relaciones laborales de Bélgica hasta hoy.

La huelga fue también un momento decisivo para el Partido Comunista. Al participar activamente en la preparación de la huelga y ver su éxito, el partido se comprometió posteriormente en gran medida con la creación de comités sindicales (Comités de lutte syndicale), que desempeñarían un papel importante en el movimiento de resistencia belga durante toda la guerra. Sin embargo, un mes más tarde, al finalizar el Pacto Molotov-Ribbentrop con la invasión alemana de la Unión Soviética, el régimen de ocupación detuvo a más de mil militantes por considerlos implicados en la huelga.

Algunos, como el dirigente comunista Julien Lahaut, fueron enviados a campos de concentración en Alemania. Lahaut, que había empezado a trabajar en Cockerill a los catorce años, se implicó rápidamente en el movimiento sindical, convirtiénsose en un importante organizador de la Huelga de los 100.000 y llegando a encabezar la delegación que viajó a Bruselas el 13 de mayo para negociar con el gobierno. Lahaut sobrevivió a la guerra en Alemania y regresó como uno de los políticos más populares y antimonárquicos. Dirigió el Partido Comunista hasta que fue asesinado en 1950. Fue el único asesinato político de un parlamentario en la historia de Bélgica. En 2015 se reveló que su asesinato fue cometido por una red anticomunista con conexiones con el departamento de investigación criminal del Estado y varias empresas importantes.

Recordando la resistencia obrera contra la guerra

Hoy en día, a pesar de la evidente importancia de la Huelga de los 100.000, en gran medida no se reconoce en Bélgica y es desconocida en el extranjero. No hay grandes conmemoraciones ni monumentos que reconozcan este acontecimiento histórico. El Día de la Victoria en Europa, el 8 de mayo, ya no es fiesta nacional en Bélgica, estatus del que gozó hasta 1978.

Por ello, los sindicatos y la sociedad civil del país están haciendo campaña para que se refuerce la conmemoración colectiva del movimiento de resistencia, publicando historias personales de héroes de la resistencia y presionando para que se restablezca el 8 de mayo como fiesta nacional. La huelga de los 100.000 —y el papel del movimiento obrero en general— debería formar parte de este esfuerzo.


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