Ivan Z, un documental de Andrés Duque
21 de enero de 2011.
Ivan Z registra el encuentro de su realizador con el cineasta de culto Iván Zulueta que, locuaz, lúcido y con cierta desazón, rompe ante la cámara de Andrés Duque el hermético silencio que había mantenido durante años. Lejos de ser una hagiografía exhaustiva, el documental se centra en el universo creativo de un director clave en la vanguardia española que habla sin tapujos de los fetiches y obsesiones que alimentan su imaginario. El diálogo verbal y visual que Duque establece con Zulueta y sus películas acaba componiendo un singular retrato que opera como un juego de espejos: a medida que da las claves de su obra se muestra en ella, subiendo a la superficie el carácter autobiográfico de su filmografía.
El documental se estructura como un recorrido ascendente por la casa donde el director ha establecido su refugio en las últimas décadas que se verá puntuado por una serie de entrevistas en el jardín. Con una cámara inestable, Duque sigue a tientas a un Zulueta especialmente cómplice –no en vano le recibe en albornoz- que al tiempo que muestra las diferentes estancias, y tras un inesperado y emotivo encuentro con su madre, va dando cuenta de sus recuerdos infantiles y su encierro actual. Es así como se desprende que muchos de los motivos que sustentan su obra persiguen al Zulueta de hoy: su complejo de Peter Pan, su relación amor odio con la sociedad, su pasión eterna por el cine o su fascinación fetichista por los cromos de Walt Disney (“no es que sea la imagen maravillosa, es el objeto”). El rodaje de su obra magna, Arrebato (1979), y su relación con la heroína como experiencias límites y definitivas acaban de perfilar un personaje agridulce, suspendido en el tiempo: incapaz de abandonar la infancia y que aceleró su destino.
Asimismo el montaje opera como un túnel en el tiempo que anula las distancias entre presente y pasado, entre el director y el personaje interpretado por Will More en Arrebato, entre vida y obra. Duque contrapone fragmentos de las películas de Zulueta con las mismas situaciones, objetos y paisajes del Zulueta actual. La superposición de la banda sonora de Arrebato con su colección de cromos evoca no sólo el reencuentro con la infancia y sus vampíricos y eróticos placeres sino también el abismo que inducía a Pedro a la pausa, a la fuga. La misma ilusión crea el documentalista cuando presta su cámara a Zulueta que graba embelesado el movimiento ondulante de las enredaderas que cubren la fachada, una imagen que define como “veneno instantáneo”: de nuevo planea la sombra de Pedro y su urgencia por la sensación, la posibilidad de manipular, transformar y arrebatarse con la imagen. El escenario único del documental, la casa, se propone pues no sólo como metáfora de un asilamiento, sino también como epicentro de la obra de un cineasta cuyo cine, siguiendo el más estricto patrón vanguardista, nace, como ha apuntado Josetxo Cerdán, “de situaciones demasiado pegadas a la cotidianeidad y ahora sabemos que demasiado pegadas a su cotidianeidad”.
Rodado en solitario, con una pequeña cámara digital y en tan sólo tres días como rezan sus créditos finales, el primer documental de Andrés Duque es también el que ha alcanzado mayor visibilidad y relevancia. Se presentó en San Sebastián, ha participado en más de una docena de festivales internacionales y obtuvo una nominación al Goya en la categoría de Mejor Corto Documental.
“La película se dirigía a mí, o mejor dicho, despertaba en mí recuerdos de la infancia con una fidelidad emocionante. El placer de mirar álbumes de cromos y de perderse en esos paisajes, toda la carga erótica que pueden despertar Betty Boop o Peter Pan, las texturas pegajosas que tienen algunos objetos, los destellos de luz que rebotan cuando el sol entra por la ventana. Todo un mundo de recuerdos comenzó a repoblar mi mente para luego inducirme al arrebato. A partir de entonces no he podido sacarme esta película de la cabeza”.
(Andrés Duque)
Fuente: Naranjas de Hiroshima