Hacia una nueva normalidad
21 de abril de 2020. Fuente: Quebrantando el silencio
Desde hace unos días se repiten los mensajes de políticos y demás ralea acerca de recuperar la normalidad. Pero no una normalidad cualquiera, no. Una nueva normalidad que requerirá de un esfuerzo titánico (con todo lo que eso suele implicar) por parte de todos porque al parecer ya nada será como antes.
Mucha gente, ingenuamente a mi parecer, cree que algo mejor está por venir. Se basan en la idea de que todas vamos a salir “mejores personas” de esta terrible situación. Y lo creen porque se encargan a cada instante de recordarnos como la solidaridad se ha apoderado de la población y que eso, esa ola solidaria, ya no podrá detenerse. Por fuerza nos conducirá a una normalidad más amable, más humana. Pura propaganda para espíritus reblandecidos por el confinamiento y la melancolía producida por todo lo que ha dejado de ser posible.
La normalidad es la cualidad de lo que se ajusta a la norma. Lo que es normal es su base constituyente. Y esto, la norma, es precisamente lo que ninguno de nosotros podemos elegir, podemos decidir. Porque para que fuera posible una nueva normalidad es imprescindible que haya una nueva norma y eso no va a suceder. Las normas las dictarán los de siempre, los que no tienen la más mínima intención de cambiarlas.
La normalidad se basa en la necesidad de trabajar para poder vivir de la inmensa mayoría de la población mientras unos pocos disfrutan de la ganancia que esos trabajos producen.
La normalidad se basa en la necesidad de consumir porque es la única vía libre que nos han dejado para que esta vida normal merezca la pena ser vivida según sus mismos criterios. Si no puedes consumir, no mereces formar parte de la normalidad.
La normalidad se basa en explotar uno tras otro, o todos a la vez, todos los recursos naturales (incluidos nosotros mismos) para mantener ese nivel de consumo imprescindible para que nos consideremos suficientemente valiosos.
La normalidad se basa en la aceptación de la delegación como método de gestión de todo aquello que nos concierne.
La normalidad se basa en la creencia de que lo justo y lo legal son una misma cosa sin cuestionarnos ni por un momento quién hace esas leyes y con qué finalidad.
La normalidad se basa en la necesidad de que el monopolio de la violencia esté en manos ajenas que se presuponen neutrales y que sólo desean el bien común.
La normalidad se basa en mil y un aspectos que en ningún momento han sido cuestionados radicalmente. En el mejor de los casos, es probable que los pequeños matices puestos en tela de juicio sean absorbidos y maquillados por el sistema, tal y como siempre lo ha hecho tras cualquier tipo de crisis. En el peor, saldremos de esta aceptando recortes a nuestros derechos y libertades en favor de un mayor control y seguridad.
Porque si alguien va a salir beneficiado al final de todo esto será el Capital y, por encima de todo, el Estado que está recuperando una centralidad en el tablero de juego que había ido perdiendo en esta fase de Capitalismo globalizador.
Desde luego, los perdedores seremos los de siempre. Me temo que lo que tendrá de nuevo la normalidad que se acerca es la interiorización del miedo, de eso que ha sido llamado distanciamiento social. Dirán que es por nuestro bien, por nuestra salud, por el futuro de nuestros hijos. Conseguirán que seamos nosotros mismos los que nos encarguemos de que esto sea así (sólo hay que ver el fenómeno de la policía de balcón). Pero lo cierto es que una sociedad basada en el distanciamiento social es humana y políticamente invivible, inhabitable.
Sin el esfuerzo consciente de muchos, seremos atomizados hasta desintegrar cualquier opción de mantener vivos los lazos emocionales sobre los que desarrollar un verdadero ataque a los grandes mecanismos de reproducción y conservación social. Eso es, las instituciones y los mecanismos a través de los que se destilan los valores dominantes y se inocula su reverencia.
Cuando todo esto suceda debemos ser capaces de mantener en pie la capacidad de amar, de pensar, de decir y, sobre todo, de actuar en consecuencia. No debemos refugiarnos en pequeños lugares seguros. En burbujas que nos insuflan una falsa sensación de seguridad, ni en esa red omnipresente por muy intolerable que nos puede parecer lo que nos rodea. Justo esa reclusión, es la condición necesaria para seguir formando parte de su normalidad.
La tarea a la que se enfrenta cualquier persona que ansía una vida fuera de los parámetros establecidos es enorme. Luchar para que su nueva normalidad no cristalice pero también, para que la vieja normalidad no vuelva jamás. Desatar toda la potencia de resistencia al tiempo que la creatividad ocupe el lugar que le corresponde no es tarea fácil. Es tarea imprescindible.