Gran Bretaña. Las mujeres y la huelga de mineros de 1984-1985

1ro de agosto. Fuente: Viento Sur

En Gran Bretaña, la huelga de mineros de 1984-1985 [bajo el gobierno de Margaret Thatcher, que comenzó en mayo de 1979] es un momento rico en lecciones e historias, a la vez trágicas y estimulantes. Una de ellas es la increíble historia de las mujeres de la cuenca minera.

El movimiento de apoyo a las mujeres de las cuencas mineras se puso en marcha apenas unas semanas después del inicio de la huelga, el 6 de marzo de 1984. En cada cuenca minera se crearon grupos de apoyo formados por mujeres locales, principalmente esposas, hermanas e hijas de mineros. Apoyaron la huelga durante 12 largos meses.

La clase

En Never the Same Again, publicado en 1987 (The Women’s Press Ltd), Jean Stead [periodista que desempeñó un papel importante en la formación de The Guardian desde los años 60, fallecida en 2016] escribió sobre los valores tradicionales de las comunidades mineras. Aunque no es inusual que las mujeres trabajen, el número de mujeres con un empleo remunerado es menor en las zonas mineras que en otros lugares. Por lo general, se espera que las mujeres cuiden de los niños y niñas y se ocupen de las tareas domésticas. Jean Stead escribió:

En el fondo, siempre supieron que estaban siendo explotadas, pero también sabían que su explotación era paralela a la de los hombres con los que compartían su vida. Por eso, en general, las esposas de los mineros no derraman contra los mineros su amargura por el pasado. Se quejan de los prejuicios de sus maridos, pero intentan cambiarlos, mientras cuidan de los niños y niñas y preparan la comida para el final del turno.

Lo que quiere decir es que este nuevo movimiento no era feminista en el sentido habitual de la palabra. Por supuesto, los hombres formaban parte del problema, pero su situación también era producto de la explotación de su clase.

Para las mujeres de la cuenca minera era importante demostrar que apoyaban a sus hombres. La mayoría de ellas no pretendían alterar el orden de género y se contentaban con coordinar el apoyo entre bastidores, proporcionando alimentos a los huelguistas y a sus familias. Con el tiempo, muchas mujeres se implicaron cada vez más en las dimensiones más políticas de la huelga: organizando mítines, hablando con la prensa y formando piquetes. Pero también en este caso se impuso una política de género normativa: las mujeres aparecían en los piquetes con pancartas y carteles para apoyar a los hombres de verdad en huelga y condenar a los esquiroles que, según ellas, habían renunciado a su masculinidad al cruzar los piquetes. Qué triste situación, decían, que estos hombres necesiten que las mujeres les pongan en su sitio.

El apoyo a la huelga no fue unánime. Muchas mujeres estaban preocupadas por el coste de la huelga para sus familias. La huelga tuvo lugar varios meses después de la prohibición de las horas extraordinarias por parte del NUM (Sindicato Nacional de Mineros), y muchos hogares ya tenían dificultades para llegar a fin de mes. La antipatía hacia Arthur Scargill [dirigente del NUM desde 1982 hasta 2002] estaba muy extendida entre las esposas de los mineros. Pero en las comunidades mineras prevalecía una fuerte cultura de solidaridad y, fuera cual fuera la opinión sobre la huelga de cada cual, para la mayoría de la gente era inconcebible romper un piquete de huelga. Muchas mujeres de la cuenca minera procedían de familias mineras y su lealtad al sindicato era profunda.

Mujeres políticas

En su nuevo libro Women and the Miners’ Strike 1984-1985 (Oxford University Press, octubre de 2023) Florence Sutcliffe-Braithwaite y Natalie Thomlinson señalan que mujeres con experiencia política dirigieron grupos de apoyo de las mujeres en muchos lugares. En algunas zonas, como Chesterfield, en Derbyshire, los grupos de solidaridad surgieron de las redes políticas existentes. Betty Heathfield, miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB) y esposa de Peter Heathfield, secretario general del NUM, creó allí un grupo que apoyó a Tony Benn [figura representativa de la izquierda laborista y antiimperialista nato] en las elecciones parciales de Chesterfield en febrero de 1984 [después resulto elegido repetidamente en esta circunscripción hasta 2001]. Unas semanas más tarde, era natural que el mismo colectivo se uniera para apoyar la huelga de los mineros. Las mujeres activas en la campaña por el desarme nuclear y las sindicalistas también tomaron la iniciativa.

Las mujeres de Barnsley, la ciudad natal de Arthur Scargill, fueron de las primeras en organizarse. En mayo, organizaron una marcha nacional de mujeres por la ciudad que terminó con un mitin en el Barnsley Civic Hall. Contra todo pronóstico, acudieron más de 10.000 mujeres. Jean Miller, activista política del Grupo de Apoyo de Barnsley, describió el día: “Realmente, fue la experiencia más emocionante de mi vida. El ambiente era estupendo. Había tantas mujeres que parecía que el suelo se iba a derrumbar”. Maureen Douglas, del Comité de Apoyo a los Mineros de Doncaster, habló desde el podio: “El papel tradicional de la mujer se ha visto seriamente socavado en las últimas ocho semanas... Es una experiencia nueva: hemos tenido que empezar de cero y crear nuestras propias organizaciones. Es desalentador, pero ya se ha hecho”.

Ese día marcó un punto de inflexión en el movimiento. A partir de ese día, los grupos de mujeres construyeron una red nacional y se organizaron conjuntamente. Fue el mitin de Barnsley el que inspiró la creación del colectivo National Women Against Pit Closures [Colectivo nacional de Mujeres contra el cierre de los pozos], lanzado oficialmente tres meses después, en agosto de 1984.

Alimentos y fondos

Las mujeres tuvieron que superar grandes obstáculos para crear sus grupos de apoyo. En South Kirby, Yorkshire, utilizaron una tienda de campaña sin agua corriente para preparar 570 comidas al día. A pesar de las dificultades, consiguieron coordinar cocinas y paquetes de alimentos a una escala colosal. El grupo de apoyo de Swansea, Neath y Dulais Valleys, en Gales, preparaba unos 400 bolsas de comida a la semana en mayo de 1984, 900 a la semana en julio y más de 1.000 a finales de diciembre. En Hatfield, Yorkshire, el grupo de apoyo servía 300 cenas al día al Centro de Bienestar de los Mineros en junio; en noviembre, preparaba 500 comidas al día y enviaba 700 bolsas de alimentos cada semana.

Los grupos de apoyo también recaudaban fondos, tanto para financiar sus actividades como para contribuir al fondo de lucha del sindicato. Muchas mujeres tuvieron que abandonar sus pueblos para viajar por todo el país y el extranjero y hablar en reuniones y mítines.

Entre julio de 1984 y septiembre de 1985, el colectivo National Women Against Pit Closures recaudó más de 710.000 libras esterlinas (casi 3 millones de libras en dinero de hoy, o 3,5 millones de euros). En Londres se recaudaron unas 40.000 libras al mes a través del Comité de Apoyo oficial de NUM Londres. Esta cifra no tiene en cuenta los innumerables esfuerzos locales de recaudación de fondos. También se recaudaron fondos a través de un programa de hermanamientos, por el que grupos de apoyo de comunidades mineras externas, locales sindicales o grupos políticos adoptaban una mina. Women’s Fightback hizo un llamamiento a los grupos locales de Fightback y a las secciones femeninas del Partido Laborista para que hicieran lo mismo.

Hablar en público

Cuando los grupos de apoyo de las mujeres empezaron a atraer la atención de la prensa, a menudo fueron descritos como tradicionales y ordinarios. De hecho, se trataba de una historia convincente: un ama de casa oprimida convertida en activista. Esto pudo haber molestado a algunas de las mujeres de la cuenca carbonífera, que, en general, eran educadas, elocuentes y muy capaces.

Dicho esto, muchos testimonios muestran hasta qué punto la huelga fue un factor de transformación personal, sobre todo a la hora de hablar en público. Las mujeres participaron en ejercicios colectivos, discutiendo de política y debatiendo cuestiones sindicales. Lo hicieron con tanta eficacia que muchos de sus maridos se sorprendieron cuando tomaron la palabra en el estrado. Doreen Hamber, de Blidworth, en Nottinghamshire, habló de su experiencia:

Me metí de lleno en el tema y me dejé llevar. No paraban de ponerme avisos delante que decían cállate ya, cállate ya, pero ni siquiera los miré; simplemente me dejé llevar. Cuando terminé y bajé del escenario, mi marido se me acercó y me besó. Me dijo: ‘El discurso ha sido fantástico’. Estaba asombrado de que pudiera levantarme y hablar de política. Tuvo que ir a una reunión para escucharme hablar y darse cuenta de todo lo que había progresado en ocho meses.

Los piquetes de huelga

Algunos huelguistas se mostraban reticentes ante la idea de una línea de mujeres en el piquete. Además de temer por su seguridad, algunos pensaban que las mujeres agravarían las tensiones entre los huelguistas y la policía. Pero muchas mujeres estaban decididas a mostrar su apoyo de la forma más directa posible, situándose junto a sus hombres en el piquete de huelga.

En algunos casos, las mujeres se involucraron en el piquete casi por accidente. En una entrevista para Women’s Fightback, Sheila Jow, de Thurnscoe, en Yorkshire, describió una de esas ocasiones en abril de 1984. Un grupo de mujeres había viajado a Ollerton, en Nottinghamshire, para hablar con las esposas de los mineros que estaban rompiendo la huelga. Querían convencer a las mujeres que, pensaban ellas, luego podrían persuadir a los hombres de que la huelga no era tan difícil como parecía en un principio. Mientras estaban allí, también conocieron a las esposas de los mineros en huelga, que estaban montando una cocina y pedían ayuda. Así que regresaron a Thurnscoe, reunieron algunas manos extra y, unos días más tarde, partieron de nuevo hacia Ollerton. Cuando llegaron a las afueras de Nottinghamshire, les paró la policía, que les bloqueó el autobús y amenazó con detenerles. Sheila Jow cuenta:

Decidimos que si la policía nos iba a tratar como piquetes volantes, mejor que fuéramos piquetes volantes... Así que nos fuimos a pie a Harworth Colliery, a tres millas de distancia.

El piquete estaba formado por unas pocas huelguistas, a las que se unieron encantadas más de 35 mujeres de Thurnscoe, escoltadas por un cordón de más de 100 policías.

Los grupos de apoyo de mujeres también organizaron piquetes exclusivamente femeninos. La noche del 11 de octubre, 150 mujeres formaron un piquete frente a la mina de Florence, en West Midlands. La acción reunió a mujeres de toda la región, que habían decidido elegir esta mina por el elevado número de esquiroles, más de lo habitual. Jill Mountford, que escribía para Women’s Fightback en aquella época, dijo: “Se decidió que toda la noche sería una celebración... La alegría comenzó en cuanto las mujeres llegaron a las puertas. Sus incesantes cantos, bailes y burlas generaron energía, confianza y solidaridad”. Esa noche consiguieron rechazar a tres esquiroles.

Los piquetes de mujeres fueron tratados con extrema violencia por la policía. Fueron arrastradas, empujadas y golpeadas. Fueron detenidas y acosadas mientras estaban bajo custodia. Aggie Currie fue detenida tras formar un piquete en Nottinghamshire: “Te pegan, no les importa si eres hombre o mujer”. La ahora famosa foto de Lesley Boulton, de Mujeres contra el Cierre de Fosos en Sheffield, siendo atacada por un policía armado con una porra a caballo durante la batalla de Orgreave, en junio de 1984, es quizá la mejor ilustración.

Comisión Nacional de Mujeres Contra el Cierre de Pozos (NWAPC)

La conferencia inaugural de la NWAPC se celebró en Barnsley en julio de 1984. Asistieron unas cincuenta mujeres de diversos grupos de apoyo. Un grupo reducido se reunió con Arthur Scargill y Peter Heathfield antes de la conferencia para discutir la dirección de la organización. La dirección del NUM quería asegurarse de que la facción eurocomunista anti-Scargill del Partido Comunista Británico –CPGB– (Scargill estaba próximo al ala estalinista del partido) no pudiera ocupar puestos de influencia. Esta división perduró durante toda la huelga, y Scargill mantuvo a raya a la organización.

Los scargillistas querían limitar la afiliación de las esposas de los mineros para minimizar la influencia política exterior. Otros querían construir un movimiento que aprovechara la fuerza de sindicalistas, socialistas y feministas que se comprometieran a ayudar. En la conferencia de noviembre en Chesterfield, sólo tres delegadas no eran esposas de mineros. Dos de ellas, Ella Egan e Ida Hackett, ambas eurocomunistas, abogaron por “establecer vínculos con el movimiento pacifista y las organizaciones progresistas de mujeres”. Esperaban que la construcción de un frente popularcon esa orientación apoyaría la huelga, a la vez que remodelaría la política de la clase obrera para que fuera más inclusiva en relación al movimiento feminista y a otros movimientos sociales. Betty Heathfield se opuso a esto, defendiendo la línea de Scargill: la única prioridad del NWAPC era apoyar las estrategias del NUM. Heathfield y otros partidarios de Scargill ganaron el debate, pero las tensiones continuaron en muchos grupos locales. En algunos casos, como en Barnsley, los colectivos de apoyo se dividieron por cuestiones como éstas.

Greenham Common

El feminismo fue a veces un tema controvertido en los pueblos mineros. Una mujer, entrevistada justo después de la huelga por Betty Heathfield, equiparó el feminismo con la antifamilia:

Conocimos a muchas feministas y fuimos insultadas por muchas feministas. No es que quisieran insultarnos, pero seguimos queriendo ser mujeres casadas. Seguimos queriendo amar a nuestros maridos. Amar a nuestros hijos.

No obstante, se establecieron importantes vínculos con el movimiento feminista en el sentido amplio del término. En el verano de 1984, se contrataron autocares para llevar a las mujeres del campamento de Greenham Common [1] a los piquetes de Gales y Nottinghamshire. Jean Stead describe estas visitas:

Llegaban a los centros de apoyo de forma inesperada e impulsiva, como hacían casi siempre. De repente aparecía un grupo en el grupo de apoyo a los mineros... oliendo a humo de leña. Y empezaban a hablar preocupadas por no entrometerse en el mundo extremadamente privado de las comunidades mineras; sin embargo, estaban decididas a ayudar en lo que hiciera falta.

Las mujeres de Greenham crearon su propio distintivo –“En Greenham o en el piquete”– y pasaron el resto del verano haciendo piquetes junto a los mineros y sus familias. A cambio, las mujeres de las comunidades mineras visitaron Greenham Common y se forjaron lazos de solidaridad y amistad entre los dos campamentos.

Ahora bien, hubo profundos desacuerdos políticos. Greenham era un campamento pacifista y las mujeres discutían con los mineros llamando a la no violencia en los piquetes, una postura que fue recibida con incomprensión. Los mineros se enfrentaban a batallas diarias con la policía. [Para ellos] La no violencia no era una opción. En algunos casos, las mujeres de Greenham convencieron a los mineros para que organizaran protestas con sentadas, pero estas experiencias resultaron desastrosas. Lynn Clegg describe un intento de sentada en Hatfield, Yorkshire, en agosto de 1984:

Los muchachos fueron apaleados hasta la muerte... [Ni siquiera] tuvieron la oportunidad de entender [lo que pasaba] o levantarse. La policía entró con porras, golpeando a todo el mundo y un chico fue ingresado en cuidados intensivos. Fue el peor día que conocimos en Hatfield.

Esquiroles

En Nottinghamshire, más de 27.000 mineros rompieron la huelga. Fue la batalla decisiva del conflicto: mineros contra mineros. Durante toda la huelga, mineros procedentes de otros lugares viajaron para formar piquetes en las minas de Nottinghamshire. Miles de policías altamente entrenados y semimilitarizados fueron enviados para aterrorizar a estos piquetes volantes y a los huelguistas locales.

Quienes se declararon en huelga, y las mujeres que les apoyaron, lucharon para salir adelante. Las mujeres de Nottinghamshire se vieron obligadas a ocupar centros de asistencia social para poder volver a poner en marcha sus cocinas. En la mina de Clipstone un grupo de mujeres tomó un centro juvenil perteneciente a la National Coal Board [empresa gestora de la industria del carbón, creada en 1946]. Elsie Lowe, una de las responsables de la ocupación, describe la situación de entonces: “La gente empezaba a tener hambre. Sabíamos que literalmente mil personas no tenían nada que comer... Sabíamos que teníamos que hacer algo”. Tras seis noches de ocupación, los administradores accedieron a cederles un espacio y se trasladaron al centro St John’s Ambulance, donde sólo había un viejo y sucio horno. “¡Lo primero que hicimos fue limpiar la cocina!”.

En algunos antiguos pueblos mineros, las divisiones aún se sienten con fuerza. En Nottinghamshire, los huelguistas tuvieron que enfrentarse a una violencia extraordinaria por parte de la policía, que puso los pueblos bajo asedio. Los coches de policía recorrían las calles día y noche, los agentes golpeaban los piquetes al azar y entraban por la fuerza en las casas de los mineros en huelga para detenerlos. John Lowe, el marido de Elsie Lowe, fue detenido mientras estaba sentado en la hierba fuera de su mina: “Seis policías se abalanzaron sobre mí a la vez y encima me acusaron de golpear a dos policías y causar lesiones corporales”.

Un grupo de mujeres de Nottinghamshire acudió a la Marcha de las Mujeres en Barnsley en mayo de 1984. Cuentan que al principio se sintieron culpables: “La gente parecía pensar que todas éramos esquiroles, no se daban cuenta de cuántas huelguistas había en el condado”. Pero al poco tiempo fueron aclamadas como héroes y colocadas en un lugar destacado en medio de la manifestación. Marcharon orgullosos por Barnsley cantando “¡Notts está aquí! ¡Notts está aquí!”. Fue una grata recompensa por los sacrificios y penurias que habían soportado.

El NUM

En junio de 1984, Jean McCrindle, del WAPC de Sheffield, escribió al Sunday Times pidiendo que se permitiera a las mujeres de los grupos de apoyo afiliarse al NUM como personas asociadas. El NUM de Yorkshire y el sindicato en su conjunto se opusieron abrumadoramente a la idea, pero el debate resultó importante. Incluso cuando se trataba de dirigir cocinas, el sindicato impedía a menudo que las mujeres lo hicieran. En Hetton, condado de Durham, las mujeres insistieron para que se organizase una reunión para acordar las actividades del colectivo. Fue una experiencia humillante: “Las mujeres tuvieron que sentarse en las escaleras, esperando a que los hombres decidieran si les daban permiso para servirles en los comedores”. En Woolley Edge, cerca de Barnsley, Betty Crook vivió una experiencia similar. En una entrevista para Women and the Miners’ Strike, recuerda que tuvo que utilizar la fuerza para conseguir lo que quería:

Me convocaron a una reunión con sindicalistas sobre la asistencia social de los mineros, y lo primero que me dijeron fue que no podíamos dirigir el comedor. Respondí: Claro que podemos. Nos dijeron: No sabéis cómo hacerlo. Respondí: Claro que sabemos. Me dijeron: No tenéis cubiertos ni vajilla. Respondí: Tenemos todo lo necesario. Me dijeron: No podéis garantizar el comedor. Respondí: Lo haremos.

Una se pregunta por qué las secciones locales del NUM actuaban así. En algunos casos era sexismo puro y duro: los miembros de estas secciones pensaban que las mujeres debían quedarse en casa y no implicarse en los asuntos sindicales. Pero las mujeres también socavaron el sindicato. Jean Stead escribe:

Las mujeres se dieron cuenta de que ellas mismas eran más rápidas para iniciar proyectos, para llevarlos a cabo, para tener ideas y ponerlas en práctica... Los hombres eran más lentos y conservadores, menos inspirados. Por eso tenían miedo de dejar que las mujeres se acercaran al sindicato.

Algunas de las mujeres afiliadas al NUM trabajaban en los comedores de los pozos mineros como limpiadoras o administrativas. Para estas mujeres a menudo era difícil implicarse en el sindicato. Jean Stead cuenta la historia de Alfreda Williamson, una trabajadora de comedor de 18 años en huelga. Todas las mañanas, a las 4, preparaba té en la sala de descanso antes de unirse al piquete a la puerta de la mina de carbón de Murton, en Durham. Más tarde, volvía a la cantina para hacer el té antes de lavar la vajilla. “Trabajábamos mucho más que los hombres, y se lo dije a algunos de ellos cuando vinieron a quejarse”, dice. Pidió unirse a las demás huelguistas en el autobús NUM que iba al piquete y que la dejaran hacer el té, pero el sindicato no accedió. A pesar de ello, luchó para convencer a las demás trabajadoras del comedor del NUM para que apoyaran la huelga, una batalla que a menudo perdió: “En su fuero interno, las que volvieron a trabajar lo hicieron porque el sindicato nunca se preocupó por ellas”.

Fin de la huelga

La asamblea que decidió poner fin a la huelga tuvo lugar el 3 de marzo de 1985. Una ajustada votación –98 delegados contra 91– devolvió a los mineros al trabajo tras horas de tenso debate. Las consecuencias fueron amargas. 10.000 mineros fueron detenidos durante la huelga y cientos fueron encarcelados. Más de mil fueron despedidos. Varios autocares de mineros escoceses despedidos se encontraron con los delegados cuando abandonaban la Casa del Congreso. Mientras Scargill confirmaba los resultados, uno de ellos gritó: “Os dimos nuestros corazones, os dimos nuestra sangre, os lo dimos todo y nos vendéis... Estáis embreados y emplumados con el resto de bastardos sarnosos”. Y se echó a llorar.

Las mujeres estaban igual de desoladas. Al comienzo de la huelga, Sheila Jow se había dirigido a Women’s Fightback y había dicho: “Comeremos hierba antes de volver. Tenemos que luchar hasta el final”. Algo que se repitió miles de veces en reuniones y mítines por todo el país. En su retrospectiva de 1987, Jean Stead escribió:

Casi todas las mujeres se oponían a que los mineros volvieran al trabajo. No habían soportado un año entero de privaciones y penurias para ceder en ese momento... Pero, al final, no tenían voto ni voz real en el asunto.

Los mineros volvieron al trabajo bajo las banderas de los sindicatos. En muchos sitios, los grupos de apoyo a las mujeres ocuparon su lugar en el frente.

Una semana después de la fatídica votación, Ian McGregor, presidente de la Junta Nacional del Carbón, afirmó: “La gente está descubriendo ahora el precio de la insubordinación y la insurrección. Y vamos a asegurarnos de que no lo olviden”. Se perdieron miles de puestos de trabajo en los primeros meses tras el fin de la huelga. En 1991, sólo quedaban 15 de las 174.000 minas y se habían perdido 160.000 empleos.

La situación de las familias de los mineros era desastrosa: las deudas se habían acumulado durante la huelga y ahora tenían que pagar facturas, alquileres e hipotecas que se habían congelado. Los colectivos de mujeres continuaron funcionando en algunos lugares durante otros dos años para ayudarles.

No olvidar la huelga

En 1985, el WAPC de North Yorkshire publicó un folleto titulado Huelga 84-85. El prólogo dice:

En las cuencas carboníferas hay una nueva generación de mujeres que tienen la edad de la huelga y que se han ganado la admiración de la gente de todo el mundo. No lucharon detrás de sus hombres, sino codo con codo con ellos. Cuando se escriba la historia de la huelga, todo el mundo estará de acuerdo en que las mujeres fueron magníficas.

Esto reproduce una narrativa habitual y bastante condescendiente: antes de la huelga, las esposas de los mineros eran atrasadas y sencillas, pero la huelga las transformó. Esta narrativa pasa por alto a las innumerables activistas de las comunidades mineras que construyeron el movimiento de apoyo desde la base, así como a los sindicalistas, socialistas y feministas que compartieron sus conocimientos y pasaron un año construyendo quizás la más impresionante solidaridad que haya conocido nunca el país.

Pero es cierto que las mujeres no se limitaron a apoyar a sus hombres. Se convirtieron en las líderes de la huelga. Muchos miembros del NUM querían asegurarse de que las mujeres siguieran siendo auxiliares del sindicato, proporcionando alimentos y fondos, pero manteniéndose al margen de la política. Al final, muchas de ellas se convirtieron en las responsables de la toma de decisiones en sus hogares, asegurándose de que sus hombres seguían la línea. Viajaron por el país y por el extranjero para hablar en reuniones y mítines. Libraron sus propias batallas políticas para decidir las estrategias de su movimiento. Sin su esfuerzo, los mineros nunca habrían podido hacer huelga durante tanto tiempo.

Las líneas de la guerra de clases quedaron al descubierto con la huelga de los mineros. El gobierno de Thatcher se propuso destruir una de las industrias mejor organizadas del país y, al hacerlo, allanó el camino para la sociedad desregulada de desigualdad rampante en la que vivimos hoy. Cuarenta años después, es más importante que nunca echar la vista atrás y aprender las lecciones de aquel año decisivo. Y también podemos inspirarnos en las historias de coraje, solidaridad y orgullo que jalonaron la huelga.

Cuando se desconvocó la huelga, la esposa de un minero y activista, Marlene Thompson, escribió un poema para conmemorar el día:

“Con la cabeza alta seguiremos luchando
Pero un esquirol sigue siendo un esquirol hasta que muere”.


https://alencontre.org/societe/syndicats/grande-bretagne-les-femmes-et-la-greve-des-mineurs-de-1984-1985.html

Traducción: viento sur

Notas

[1 El Campamento Femenino por la Paz de Greenham Common fue un campamento de protesta pacifista contra la instalación de misiles nucleares en la base de la Real Fuerza Aérea de Greenham Common, en Berkshire, uno de los condados más antiguos de Inglaterra y sede del castillo de Windsor (Red. Al’Encontre).

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