El neoliberalismo se desmorona: de nosotros depende el futuro
20 de abril. Fuente: Jacobin
Puede que el neoliberalismo no haya muerto, pero ya no es la ideología incuestionable de otros tiempos. Esto es una oportunidad para quienes deseamos un orden político y económico basado en la democracia y la solidaridad y no en la búsqueda desenfrenada de beneficios.
Por Gary Gerstle Traducción: Florencia Oroz
El movimiento apolítico se convierte en orden político cuando sus premisas empiezan a parecer ineludibles. En la década de 1950, los republicanos estadounidenses se plegaron a la realidad política y apoyaron los programas de bienestar social del New Deal; en la década de 1990, los demócratas abrazaron el afán desregulador de Ronald Reagan.
Pero como sostiene el historiador Gary Gerstle en su nuevo libro, The Rise and Fall of the Neoliberal Order:America and the World in the Free Market Era, ningún orden político es inmune al poder desestabilizador de las crisis económicas.
Para Gerstle, la estanflación de los años setenta socavó el orden del New Deal del mismo modo que la Gran Depresión había contribuido a su nacimiento. Y hoy, a la sombra de la Gran Recesión de 2008-2009, con la inflación galopando y la pandemia extendiéndose aún por todo el planeta, el orden neoliberal parece tambalearse. ¿Qué puede venir ahora?
Jen Pan le hizo esta y otras preguntas a Gerstle en un reciente episodio de The Jacobin Show, una serie de YouTube y podcast de Jacobin Magazine. En su conversación, que ha sido editada para mayor claridad, Pan y Gerstle discuten cómo Donald Trump y Bernie Sanders son síntomas por derecha e izquierda del crack neoliberal, cómo la Nueva Izquierda ayudó involuntariamente al ascenso del neoliberalismo, y por qué piensa que «el capitalismo [no está] en el asiento del conductor» en este tumultuoso momento.
Usted se refiere a algo muy concreto cuando habla de «orden político». ¿Qué distingue un orden político de, por ejemplo, un movimiento o una ideología? ¿Cuáles han sido los principales órdenes políticos en Estados Unidos?
Un orden político es una constelación de instituciones respaldadas por un partido, en la que participan redes de responsables políticos y personas que tratan de definir la buena vida en Estados Unidos. Es una estructura política que permite a un movimiento ganar autoridad y poder durante un largo periodo de tiempo.
Cuando Steve Fraser y yo escribimos sobre el orden del New Deal, que surgió en los años 30 y 40 y cayó en los 60 y 70, argumentamos que una prueba clave para un orden político es si puede obligar al partido antagonista, en este caso el Partido Republicano, a jugar según las reglas del Partido Demócrata. En otras palabras, ciertas creencias básicas se vuelven tan arraigadas, tan hegemónicas, que definen el terreno de juego. Y así, cuando un presidente republicano fue elegido por primera vez en veinte años en 1952, la gran pregunta era si acabaría con el New Deal. No lo hizo; preservó los pilares básicos del New Deal, incluidos los derechos laborales, la Seguridad Social y un impuesto sobre la renta progresivo que superaba el 90%.
¿Qué es lo que obliga a un partido de la oposición a seguir las reglas del partido dominante? La respuesta es el orden político. No todo el mundo en Estados Unidos tiene que hablar ese idioma, pero si quieres ser elegido, si quieres tener influencia política dentro de la estructura dominante de la política en Estados Unidos, tienes que hablar ese idioma.
El orden neoliberal surgió con el Partido Republicano en los años setenta y ochenta. En mi opinión, se convirtió en un orden cuando Bill Clinton, en la década de 1990, incorporó al Partido Demócrata. Podría decirse que Clinton hizo más que el propio [Ronald] Reagan para facilitar los principios del orden neoliberal: el compromiso con la desregulación, la celebración de la globalización y la idea de que debería haber mercados libres en todas partes. Eso indica que el movimiento político del neoliberalismo se había establecido como un orden, con capacidad para definir el terreno de la política estadounidense.
Hoy estamos viviendo lo que yo defiendo como el fin del orden neoliberal. Eso no significa que las ideas del neoliberalismo vayan a desaparecer. Al fin y al cabo, la Seguridad Social sigue existiendo, pero el orden del New Deal no. Habrá elementos del pensamiento neoliberal que seguirán caracterizando la vida estadounidense durante mucho tiempo.
Pero el orden neoliberal ya no tiene la capacidad de empujar a la aquiescencia, de obligar al apoyo, de definir los parámetros de la política estadounidense. Jacobin no tendría la influencia que tiene si hubiera surgido en 1995 o 1996. Bernie Sanders era un actor completamente irrelevante en la política estadounidense de los años noventa y la primera década del siglo XXI, y de repente sus ideas importan mucho. Trump es también un testimonio del declive del orden neoliberal. Él también era inimaginable como presidente en la década de 1990.
El hecho de que las voces antes relegadas estrictamente a la periferia se consideren ahora la corriente dominante es una señal de que la autoridad que una vez tuvo un orden político se está resquebrajando.
Quiero seguir con esta cuestión del paso de la periferia al centro, porque eso también forma parte de la historia del neoliberalismo. ¿Cuáles fueron las condiciones políticas y económicas que permitieron que las ideas de gente como Milton Friedman pasaran de la periferia al centro?
Me fascinan esos momentos en los que ideas que se creían relegadas a la periferia se liberan para siempre y de repente adquieren gran importancia en el discurso político dominante. En la política estadounidense de los siglos XX y XXI, esas ideas suelen escapar de la periferia y entrar en la corriente dominante a causa de una gran crisis económica.
Si nos remontamos a los años treinta, fue la Gran Depresión la que permitió a los pensadores y políticos del New Deal convertirse en la corriente dominante. La recesión de los años setenta no fue tan extrema como la Gran Depresión, pero el sufrimiento económico fue real e intenso; un mundo que había funcionado bastante bien mostraba signos, en términos económicos, de venirse abajo.
El conjunto de herramientas keynesianas que tanto había servido para gestionar el capitalismo —para mantenerlo en marcha y tener en cuenta el bien público— ya no funcionaba. Ocurrió algo que se suponía que no debía ocurrir: «estanflación» (no se suponía que la inflación subiera al mismo tiempo que el desempleo; se suponía que funcionaban en proporción inversa la una de la otra). Una crisis que no tenía fácil solución envolvió al mundo industrializado. Es este momento de crisis económica el que permitió que ideas que habían sido bien articuladas pero marginales ganaran voz.
La crisis para el orden neoliberal se produjo a raíz de la Gran Recesión de 2008-2009, y esto también permitió que ideas que habían estado en la periferia entraran en la corriente principal de una manera muy profunda. Sitúo los orígenes de los nuevos órdenes económicos en estos momentos de crisis económica.
Usted señala que el neoliberalismo no es solo un nuevo tipo de conservadurismo. De hecho, sostiene que las ideas de la Nueva Izquierda e incluso de figuras anti establishment como Ralph Nader contribuyeron a legitimar el orden neoliberal. ¿Cómo es que algunos valores que ahora asociamos con las llamadas actitudes progresistas —cosmopolitismo, multiculturalismo y liberación personal— se convirtieron en algo tan central para el orden neoliberal?
Este es un argumento controvertido; he recibido algunas críticas y espero recibir más. Lo digo como alguien que fue miembro de la Nueva Izquierda a principios de la década de 1970.
No veo el neoliberalismo enteramente como un esfuerzo de las élites por encadenar a las masas y socavar sus derechos democráticos. Ese es ciertamente un elemento del neoliberalismo: privilegiar la propiedad, especialmente el capital, por encima de cualquier otra consideración. Pero en mi opinión, si queremos entender la popularidad de estas ideas en Estados Unidos, tenemos que ver también cómo las ideas neoliberales pudieron unirse a las ideas liberales clásicas del siglo XVIII y principios del XIX, ideas de libertad y emancipación.
Aquellos liberales clásicos creían seriamente en un tipo de libertad que no consideraban disponible. Veían un mundo aplastado por monarquías, aristocracias y élites, en el que la gente corriente no tenía nada que hacer. Transmitieron un mensaje de emancipación: derrocar aristocracias y monarquías, liberar el talento del individuo de limitaciones y permitir que la gente trabaje duro y sea recompensada por ello.
No se trata de una concepción errónea de la libertad; es una noción profundamente atractiva de la libertad. Y está muy arraigada en el pensamiento y la mitología de la vida estadounidense, asociada a la Revolución Americana del siglo XVIII, que formaba parte de este movimiento para derrocar a la aristocracia y la monarquía.
Este sueño del liberalismo clásico resultó muy eficaz para liberar las fuerzas del capitalismo en Estados Unidos y en Europa. A finales del siglo XIX y principios del XX, empezaron a aparecer nuevas voces, que se hacían llamar socialistas y comunistas, diciendo: «Un momento, la libertad que ofrece el liberalismo clásico es una libertad falsificada; simplemente está permitiendo que el capitalismo se desate y privilegiando a las élites capitalistas». Los socialistas y los comunistas se encargaron de redefinir la libertad de forma que beneficiara a los trabajadores y no a las élites y se convirtieron así en algunos de los movimientos más poderosos y populares del siglo XX.
- Stewart Brand en una conferencia en 2010. (Wikimedia Commons)
Pero en la década de 1960, la opresión de la gente corriente se consideraba no solo obra de las élites capitalistas, sino también del gobierno. Los Estados se habían vuelto demasiado fuertes y poderosos, como en la Unión Soviética. En el centro de la ideología de la Nueva Izquierda estaba la noción de que «el sistema» —una alianza decorporaciones privadas y reguladores estatales— estaba despojando a la gente de su libertad.
A los ojos de muchos neoizquierdistas, incluso las agencias del New Deal creadas para regular el capital habían sido capturadas por intereses privados. Ya no estaban regulando el petróleo o el acero u otras empresas en interés público; los reguladores estaban sirviendo a los intereses de las corporaciones y a los intereses del capital. Así que lo que surgió como parte de la Nueva Izquierda fue un antiestatismo y un privilegio del individuo y su conciencia sobre todas las grandes estructuras, públicas y privadas, que pudieran limitar indebidamente su libertad.
Una vez que se entra en esa línea de pensamiento, se empieza a ver cómo podría haber una intersección entre algunas ideas de la Nueva Izquierda y los neoliberales. Eso no quiere decir que se hayan fusionado, y no estoy argumentando que la Nueva Izquierda se haya vendido. No es un argumento sobre gente que pretende ser una cosa y en el fondo es otra. Es más bien una historia de cómo las críticas a las estructuras establecidas desde la izquierda surgieron de formas que las llevaron a conversar con gente del otro lado del espectro político.
Una de las formas concretas en que esto se manifestó fue en la revolución informática. El sueño de Apple, Steve Jobs y Stewart Brand —que era hippie y escribió una de las biblias del hippismo, el Whole Earth Catalog—era liberar al individuo de todas las estructuras de opresión. Así es como la Nueva Izquierda empieza a contribuir al desarrollo y triunfo final del pensamiento neoliberal.
Los años de Clinton ponen de manifiesto esta tensión en cómo la gente de centroizquierda puede defender nociones de libertad personal y, al mismo tiempo, ser culturalmente muy distinta de los conservadores. ¿Qué fue lo que ocurrió durante aquellos tiempos que consolidó el orden neoliberal?
En parte fue la revolución informática y el tecnoutopismo que la rodeaba. Se generarían tantos datos —tantos conocimientos sobre los mercados estarían disponibles instantáneamente en cualquier parte del mundo con solo pulsar una tecla— que lo que antes había requerido la intervención del gobierno en aras del interés público ya no la necesitaba.
En esto se basa la que considero una de las leyes más extraordinarias aprobadas por los demócratas en el siglo XX: la Ley de Telecomunicaciones de 1996, que básicamente permite que la revolución de Internet esté libre de cualquier regulación pública seria.
Estados Unidos tiene una rica tradición de regulación pública de los medios de comunicación, incluidos el teléfono, la radio y la televisión. Dado que la información se consideraba tan vital para una democracia, las instituciones que proporcionaban este sistema infraestructural tenían que estar reguladas de alguna manera. Es parte de la herencia del New Deal de Franklin Roosevelt.
- Bill Clinton toca el saxofón que le regaló el presidente ruso Boris Yeltsin en una cena privada en Rusia, el 13 de enero de 1994. (Wikimedia Commons)
A finales de la década de 1940 se implantó la llamada Doctrina de la Imparcialidad, según la cual si la televisión o la radio emitían una opinión política controvertida, debían dedicar el mismo tiempo a la otra parte. Reagan se deshizo de ella en los años 80, y Clinton y su administración no hicieron ningún esfuerzo por restaurarla. Y cuando llegó el momento de redactar un proyecto de ley que respondiera al reto de esta revolución tecnológica, abandonaron la herencia de la regulación de los medios de comunicación que había sido tan fundamental para el Partido Demócrata durante la mayor parte del siglo anterior. En parte se debe a su tecnoutopía.
El otro factor es la caída del comunismo y de la Unión Soviética, un colapso espectacular que nadie vio venir. Tuvo dos efectos importantes. En primer lugar, abrió el mundo entero a la penetración capitalista en una medida que no había existido desde antes de la Primera Guerra Mundial. De repente, todos estos mercados en países que habían estado fuera de los límites del desarrollo capitalista eran terreno fértil para la expansión de capitales. Esto alimentó un sentimiento de arrogancia de que Occidente había ganado, de que el capitalismo liberal no tenía ningún rival serio en el mundo, de que su mayor antagonista había sido derrotado.
Para la izquierda, supuso una crisis del análisis marxista, porque el esfuerzo más ambicioso por establecer el socialismo había fracasado de forma espectacular. Al no saber cómo reorganizar la economía sobre una base socialista, la gente empezó a definir su izquierdismo en términos alternativos. Los años 90 se convirtieron en una época de rico desarrollo del pensamiento cosmopolita.
Uno de los puntos que planteo en el libro es que este pensamiento cosmopolita es algo con lo que un mundo globalizado y neoliberal se siente muy cómodo. Esto no quiere decir que las personas que perseguían la liberación en la izquierda fueran a su vez neoliberales, pero esta consonancia, sin embargo, fomentó la legitimidad de las ideas neoliberales, que a su vez tenían un componente cosmopolita.
- Un peatón camina junto a los restos de la Packard Motor Car Company, en Detroit, Michigan (Estados Unidos), 2008. (Spencer Platt / Getty Images)
¿Cuándo comenzó el fin del neoliberalismo y cuáles son los factores que han provocado este declive?
Siempre hay grietas en un orden político. Los órdenes políticos son formaciones complejas. Reúnen a instituciones y electorados que en algunas cuestiones clave coinciden y en otras no. Así que siempre hay puntos de tensión, y siempre hay puntos en los que las cosas pueden divergir.
Creo que George Bush preparó el terreno para la crisis del neoliberalismo de dos maneras. Llevó a cabo una política de vivienda barata que, en su opinión, debía aumentar el número de propietarios minoritarios en Estados Unidos. Como no estaba dispuesto a destinar dinero real para ello —que solo se puede hacer ampliando la deuda y las hipotecas a personas a las que los bancos habían denegado hipotecas anteriormente—, los abocó al fracaso. Una vez más, esto pudo ocurrir debido al utopismo que rodeaba a la revolución tecnológica.
Bush también intentó reconstruir Iraq sobre una base neoliberal. Desechó los planes que Estados Unidos había utilizado para reconstruir Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial y básicamente entregó el trabajo de reconstrucción a empresas privadas, la mayoría de ellas con sede en Estados Unidos. A través de sus agentes en Iraq, también desmanteló toda la infraestructura de la economía iraquí, promulgando una terapia de shock que los neoliberales creían que era la única manera de tratar con Estados hinchados que no habían tenido éxito en el desarrollo económico. Este experimento neoliberal fue brutal para los iraquíes; provocó una guerra civil y disparó la popularidad de Bush.
La combinación de la política de Bush en Iraq y la crisis inmobiliaria que condujo a la Gran Recesión persuadió a muchos estadounidenses a pensar más seriamente en el tipo de economía política con la que se habían comprometido a través de su liderazgo.
Las protestas se desarrollaron lentamente. Pero en la década de 2010 se volvieron extraordinarias, empezando por el Tea Party en la derecha y Occupy Wall Street y luego Black Lives Matter en la izquierda. Hubo un resurgimiento del socialismo en la izquierda y un poderoso proteccionismo etnonacionalista en la forma de Donald Trump en la derecha. Las elecciones de 2016 así lo demostraron. Las dos personas más poderosas e importantes de esas elecciones, Donald Trump y Bernie Sanders, eran inimaginables como figuras políticas significativas en el apogeo del neoliberalismo. Fue en esas elecciones cuando decidí escribir el libro.
El orden neoliberal obligaba a todos los actores de la política a atenerse a un determinado conjunto de creencias y reglas, y está claro que ese no es el caso hoy en día. Eso no significa que vaya a llegar el socialismo, pero sí que la ortodoxia y el poder del pensamiento neoliberal se han resentido.
El orden del New Deal se definió por una especie de compromiso entre el capital y el trabajo, mientras que el orden neoliberal representó un triunfo del capital sobre el trabajo que se tradujo en una transferencia masiva de riqueza hacia arriba. Es lógico que los capitalistas estuvieran muy interesados en preservar el orden neoliberal, mucho más de lo que lo estaban en el orden del New Deal. ¿Ve señales de que se están formando otros órdenes políticos? ¿O cree que el capital puede revivir el orden neoliberal?
¿Los capitalistas van a hacer todo lo posible por conservar su riqueza y sus privilegios? Por supuesto que sí. Pero no está claro que vayan a poder hacerlo. Parte de la lección del orden del New Deal es que hay circunstancias que inclinarán al capital a comprometerse de formas que pueden no desear, pero a las que sin embargo se sienten obligados, como la mejor de las alternativas a las que se enfrentan. Una pregunta importante ahora es: ¿qué infundirá miedo en los corazones del capital? ¿Qué les inclinará a transigir?
Un factor importante es el resurgimiento del movimiento obrero. Estamos viendo signos de ello, pero no en el punto en que pueda dominar las alturas. Sin embargo, la revuelta obrera de los años 30 tuvo unos comienzos muy modestos.
Acabo de revisar el nuevo libro de Thomas Piketty, que es un argumento optimista a favor de la igualdad y la posibilidad de alcanzarla en el siglo XXI. Creo que es demasiado optimista porque pasa por alto lo que esbozó tan brillantemente en su primer libro, La crisis del capital en el siglo XXI: que la Primera y la Segunda Guerra Mundial provocaron una catástrofe que el capital no pudo controlar. De esa catástrofe surgió, según él, un notable avance para la política socialdemócrata y la política liberal de izquierdas, que dominaron las alturas desde los años cuarenta hasta los setenta.
Obviamente, no queremos que una catástrofe de la magnitud de la Primera o la Segunda Guerra Mundial vuelva a envolver nuestras vidas —aunque la crisis climática y la pandemia nos han obligado a pensar que tales catástrofes no son imposibles—, pero las crisis económicas pueden desarrollarse hasta el punto de que los capitalistas no puedan controlar el resultado.
No veo este momento como uno en el que el capitalismo esté en el asiento del conductor, manejando las cosas en su interés. ¿Podría el resultado de nuestra crisis actual ser el resurgimiento de un orden neoliberal, que privilegie profundamente al capital, a finales de la década de 2020? Sí, es una posibilidad. Pero es solo una de varias. Creo que estamos en un momento de inflexión, en un momento de transición, y no sabemos realmente cuál va a ser la forma del mundo dentro de cinco o diez años.
No solo no debemos suponer que el capital va a triunfar, sino que también debemos darnos cuenta de que es un momento en el que quienes tienen otras ideas para reorganizar la economía, para reorganizar la política, deben dar un paso al frente y luchar por lo que creen.
Sobre el entrevistador:
[1] J. C. Pan es copresentador de The Jacobin Showy escribe para The New Republic, Dissent, The Nation y otras publicaciones.
Gary Gerstle
Profesor de Historia de Estados Unidos en la Universidad de Cambridge y columnista de The Guardian. Su libro más reciente es The Rise and Fall of the Neoliberal Order: America and the World in the Free Market Era.