El anarquista español que robó el primer banco en Chile
14 de noviembre de 2021. Fuente: The Clinic
El primer asalto a mano armada de un banco ocurrió el 16 de julio de 1925. La prensa bautizó a los arrojados asaltantes del Banco de Chile como “Los Apaches”. Lo que pocos supieron, es que ese grupo de cuatro extranjeros, que pusieron a Chile dentro de la modernidad criminal, eran célebres revolucionarios anarquistas que recorrieron distintos países para recaudar fondos para la causa. Entre ellos estaba Buenaventura Durruti, un héroe popular de la guerra civil española.
Por Gonzalo Peralta
Santiago, jueves 16 de julio de 1925. En calle San Diego, oficina del Banco de Chile barrio Matadero, los empleados se disponen a almorzar. De improviso, cinco sujetos armados penetran violentamente en la sucursal. Uno de ellos, cubierto por un antifaz de cuero y portando un revólver en cada mano, advierte con marcado acento español “¡Manos arriba! ¡Esto es un asalto!”. Los empleados, estupefactos, lo toman a broma. Rompiendo la sonriente expectación, el enmascarado salta la reja de bronce que separa las cajas del público y amenaza al cajero para que entregue la plata.
Recogido el botín, la banda corre a un taxi que espera a las puertas del banco. Sacudidos por el timbre de la alarma, varios empleados se precipitan a la calle pidiendo auxilio. En la excitación del momento el cajero Alfredo Muñoz se lanza, impulsivo, a la parte trasera del taxi, sujetándose de la rueda de repuesto. Otro audaz, su colega Manuel Moya Concha, agarra vuelo y se afirma a su lado. Así parten, a toda velocidad, por calle San Diego al norte. Los forajidos se percatan de la presencia de los imprevistos ocupantes y abriendo sendos forados en el techo de lona, asoman sus armas y disparan. El cajero Muñoz es alcanzado en la cabeza y rueda por el suelo. Moya Concha también cae y queda levemente herido.
Al día siguiente, viernes 17 de julio de 1925, la prensa estalla en titulares de primera plana informando del audaz asalto bancario. El motivo de tanta resonancia es que constituye el primero ocurrido en la historia de Chile. Los periódicos reproducen los testimonios de empleados y testigos, especulan sobre la identidad de los asaltantes y se lanzan a investigar el caso. En vista de la falta de noticias sobre la identidad de los hechores, los periodistas locales los bautizan como “Los Apaches”. Este apodo tribal proviene del nombre de una banda de asaltantes que operó en Francia unos años atrás y que, tal como los atracadores de la sucursal Matadero, utilizaban armas de fuego, vehículos motorizados y mostraban una especial predilección por los bancos. Chile ha entrado en la más moderna criminalidad.
Solo unos pocos iniciados conocen la verdadera identidad de los asaltantes. El 9 de junio había arribado a Valparaíso en el vapor “Oriana” procedente de La Habana, un grupo de cuatro anarquistas españoles conocidos como “Los Solidarios”: Buenaventura Durruti, Gregorio Jover y los hermanos Francisco y Alejandro Ascaso. Fogueados militantes de la acción directa, habían huido a Francia tras una fracasada intentona revolucionaria que pretendió derribar a la dictadura fascista de Primo de Ribera. Acosados por la policía francesa y sin recursos para continuar la lucha revolucionaria, decidieron trasladarse a América, tierra de promisión, con el objeto de eludir la persecución policial y recaudar fondos para la causa anarquista. Su periplo, iniciado en Le Havre y tras breve escala en Nueva York, incluyó sensacionales “expropiaciones” de bancos y casas comerciales en Cuba y México. Una vez en Chile, se reunieron con Gregorio Martínez “El Toto”, un viejo camarada que los habría contactado con grupos anarquistas locales.
El militante anarquista chileno Félix López relata como se presentó en su casa, tarde en la noche, su compañero de la agrupación anarcosindicalista “Luz y Acción” Pedro Nolasco Arratia, para llevarlo rápidamente y con el mayor sigilo a la sede de la agrupación anarquista internacional IWW (Industrial Workers of the World) en Avenida Matta.
Ahí estaban los cinco anarquistas españoles. De fuerte acento castizo, dos de ellos hablaron. Uno pequeño, delgado, muy serio y muy nervioso. El otro alto, fornido, amistoso y apasionado, lleno de carisma. El primero era Francisco Ascaso, el segundo Buenaventura Durruti. Éste les dijo “Ustedes están necesitados de fondos económicos. Nosotros vamos a conseguírselos”. Los anarquistas chilenos ya tenían noticias de Durruti y sus compañeros. Conocían su fama de audaces revolucionarios fogueados en la acción directa. Pero los libertarios criollos nunca habían llegado tan lejos. Poseían una larga experiencia en propaganda política, organización sindical, manifestaciones y asonadas callejeras, pero jamás habían perpetrado asaltos y atentados. No es difícil imaginar la compleja mezcla de inquietud y admiración que embargó a los camaradas chilenos con el arribo del legendario grupo. Conjurando sus aprehensiones, los españoles aclararon que a cambio de su ayuda no les pedirían auxilio en hombres, tan solo requerían un mínimo de información muy precisa para planificar las recuperaciones.
Pocos días después, una tranquila y reposada tarde de domingo invernal, cuando los capitalinos se entregan a la sobremesa y a la siesta, tres altos empleados del Club Hípico conducen por calle 21 de Mayo los cuantiosos valores de las entradas de las carreras del fin de semana. Estando a las puertas de la secretaría de la administración, emerge de súbito un grupo de individuos que los amenazan apuntándoles con sendos revólveres. Los empleados vislumbran a dos de los asaltantes. Uno, de recia estatura; el otro bajo, cubierto con una bufanda gris y que los apremia a entregar el dinero con un marcado acento extranjero. Es tan insólita la escena, tan como de broma o comedia, que los empleados, tras salir del estupor inicial y sin medir el peligro, extraen sus armas y repelen el asalto a balazos. El plácido domingo se convierte en un infierno de plomo. Los asaltantes, al verse rechazados, huyen en un automóvil que los aguardaba y que, según los testigos, es muy similar al taxi del asalto al banco de Chile.
Las similitudes entre ambos atracos confirma las sospechas policiales de hallarse ante una banda de criminales profesionales, altamente peligrosos. La filiación aún es desconocida y el modus operandi – uso de armas de fuego, automóviles y elementos de enmascaramiento- enteramente novedoso. Estos antecedentes orientan las pesquisas hacia la búsqueda de una banda internacional. Se teme la infiltración a través de la cordillera de elementos anarquistas, disolventes y maximalistas apresados en la Argentina por numerosos crímenes.
Las pesquisas se han concentrado en el barrio Avenida Matta, escenario del atraco y lugar que concentra una importante población de individuos de filiación anarquista. La Sección de Seguridad ha infiltrado sus lugares de reunión y ha activado a soplones, informantes y agentes de incógnito. La prensa informa que la policía ya les pisa los talones y que han allanado una pensión que los Apaches acababan de desocupar.
Sin embargo, estas informaciones no pasaban de ser meras especulaciones. Durruti y sus hombres poseían larga experiencia en evasiones y clandestinidad. Conocedores del ciego clasismo de las fuerzas de la ley, confundían a sus perseguidores asumiendo el papel de elegantes burgueses, alojándose en los mejores hoteles y dándose la gran vida. Por eso, para una nueva reunión entre los españoles y sus ayudistas locales con el objeto de entregarles una parte del botín, los chilenos les llamaron la atención por sus atuendos de finos caballeros. Durruti explicó que tanta elegancia se debía a que querían pasar inadvertidos. Sus anfitriones no pudieron reprimir la risa; su acento era tan marcado que los delataba de inmediato. Durruti respondió riendo que si les revelaban cualquier otra cosa, probablemente ellos andarían por ahí con una cara de asombro aún más sospechosa. No hubo más preguntas ni se dieron más explicaciones.
A la noche siguiente, viernes 17 de julio, según declaraciones del señor Alfonso Infante, cajero de Ferrocarriles del Estado y quien tenía a cargo la caja de remesas de la Estación Alameda, cuando se dirigía a su casa en el sector de Providencia y estando a mitad de la cuadra entre Seminario y Las Quintas, le salieron al paso tres individuos “decentemente vestidos”, quienes de improviso lo tomaron violentamente de los brazos y lo redujeron utilizando, según dijo “hábiles llaves de jiu jitsu”. Para su mayor sorpresa, los asaltantes no le extrajeron dinero ni documentos. El motivo del extraño asalto se develó cuando el sujeto que lo revisaba exclamó con acento extranjero “No lleva las llaves”. El objetivo de los hampones era, seguramente, atracar la caja de los ferrocarriles de la Estación Central.
Advertida la policía, redobló las guardias de los ferrocarriles y lanzó a sus sabuesos en busca de los escurridizos Apaches.
La audacia y la impunidad con que cometían sus asaltos, esa rara capacidad de atacar y desaparecer a un ritmo vertiginoso, omnipresente, como si fueran una legión de espectros, arrastró a la capital en una oleada de psicosis colectiva. Se les creyó ver en todas partes. Los confundieron con comerciantes españoles, con elegantes clientes extranjeros o con boxeadores retirados; se les supuso argentinos o cubanos. Un experto en criminología acusó a un ex presidiario de apellido Madriaza, quien coincidiría en sus rasgos fisiológicos, sociológicos y frenológicos con el líder de Los Apaches. Agregó el criminalista que los audaces asaltos eran producto de delincuentes chilenos, declarándose orgulloso de la industria criminal nacional profesionalizada y un decidido proteccionista de ésta.
Entre fines de julio y principios de agosto, mientras la policía chilena se agotaba en estériles pesquisas, Durruti y sus compañeros ya habían abandonado el país. El Toto se escabulló por Valparaíso llevándose 47 mil pesos del atraco. Durruti, Jover y los hermanos Ascaso cruzaron a Argentina portando pasaportes falsos. Allí perpetraron nuevos y espectaculares asaltos. Finalmente, al verse acosados por los gendarmes, se escurrieron a Montevideo donde, en el papel de millonarios, disimularon el trato simple y campechano de Durruti haciéndolo pasar por exitoso futbolista. Ya en Francia, utilizaron el dinero del robo al Banco de Chile en un atentado contra el Rey Alfonso XIII de España, quien visitaba Francia. Capturados por los franceses y pedidos en extradición por los argentinos, recién entonces las autoridades chilenas conocieron la identidad de los escurridizos Apaches.
Durruti y sus camaradas seguirían en la lucha revolucionaria por largo tiempo. Estallada la guerra civil española, Durruti fue comandante de una célebre columna anarquista con la cual llegó al rescate de Madrid cuando la capital se hallaba amenazada por los franquistas. Durante el sitio, Durruti fue muerto por una bala misteriosa. Elevado a la categoría de héroe popular, sus funerales fueron seguidos por una muchedumbre gigantesca. Fue tanta la gente que quiso despedirlo, que el féretro no pudo llegar hasta el cementerio y el entierro debió prolongarse hasta el día siguiente. Por toda herencia, se le encontraron las siguientes posesiones: una muda de ropa interior, dos pistolas, unos prismáticos y unos lentes de sol.
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