El Orgullo, Ciudadanos y la política

17 de julio de 2019. Fuente: Espacio Público

Pasados ya varios días del Orgullo más mediático de los últimos años podemos hacer un análisis claro de lo sucedido. Para empezar me gustaría recordar que Ciudadanos lleva acudiendo al Orgullo muchos años y que su presencia nunca ha sido pacífica. Casi desde el comienzo su vinculación con el Orgullo tenía que ver con la defensa de una igualdad formal que no requiere de ninguna transformación social para disfrutarse y, al mismo tiempo, con la defensa a ultranza de los vientres de alquiler. Ciudadanos se ha convertido en el máximo representante y defensor de las empresas que ofertan estos “servicios” y ha convertido la defensa de una ley que regule esta práctica en una de sus señas de identidad como partido, además de su casi única vinculación con la comunidad gay, suponiendo falsamente que esta es una reivindicación generalizada en el colectivo. Debido a esto ya el año pasado hubo gente que les abucheó en varios tramos del recorrido, pero aún Vox no había llegado a las instituciones. Este año se ha dado un paso más y hemos vivido la expresión masiva de rechazo a la presencia de Ciudadanos en el Orgullo, lo que tiene que ver con la situación política general, y con la lucha de la derecha por ganar posiciones en las batallas culturales alrededor de algunos consensos sociales que en los últimos años se están configurando desde posiciones contrahegemónicas que están contribuyendo a cambiar un mapa político que parecía confirmar una derrota global de la izquierda; tiene que ver con cuestiones algunas más coyunturales y de consumo interno y otras claramente relacionadas con la resistencia a las políticas neoliberales en todo el mundo. El feminismo anticapitalista, alejado del feminismo liberal que ha dominado los discursos y las instituciones en los últimos años; el movimiento LGTBI, obligado a reaccionar ante los ataques de la extrema derecha; el movimiento ecologista, necesariamente alejado del capitalismo verde…y otros movimientos, como el de personas con discapacidad, tienen que ver con el empeño de Ciudadanos por convertir este Orgullo en una muesca más que añadir a su ya larga trayectoria mamporrera. Ahí está la necesidad, por parte de la derecha, de despojar de cualquier significado transformador a aquellos movimientos que parecen estar ganando posiciones sociales, y así poder reducirlas a sus significados más inanes. No les está saliendo bien.

Por Beatriz Gimeno

En primer lugar, el boicot a Cs tiene que ver con la coyuntura política relacionada con la llegada a las instituciones de un partido de extrema derecha, visceralmente opuesto a los derechos de las personas LGTB (y de las mujeres), partido con el que Ciudadanos está pactando sin complejos y al que está contribuyendo a blanquear. Así que para el colectivo LGTBI ya no hablamos de cuestiones más o menos opinables, sino que entramos en el terreno de la lgtbifobia explícita, la que busca acabar con nuestras vidas (ya sea de manera real o simbólica). No hay mucha discusión ahí, quien pacta con quienes nos quieren hacer desaparecer, no puede tener espacio en una manifestación política de reivindicación de derechos. Los organizadores de la manifestación exigen que para participar como organización en la manifestación se firme un compromiso explícito de no cooperación con la extrema derecha. PP y Cs no quieren firmarlo y se les niega entonces su participación como partidos.

En segundo lugar, al encontrarse vetados para participar como partido, Ciudadanos se encuentra con la oportunidad deseada de organizar otra de las performances que vienen organizando por toda España y que, según ellos mismos desvelan en comunicados internos, les permiten ser objeto de atención pública y salir en los medios. Ir allí donde no los quieren les confiere un aura de valientes, de rebeldes y de víctimas. En el caso del Orgullo, mi opinión es que no les ha resultado bien. Pretender ocupar el lugar de las víctimas ante un colectivo que ha sido históricamente encarcelado, torturado y asesinado, es grotesco. Impugnar una exclusión que se fundamenta en el hecho, absolutamente cierto, de que Cs está pactando con quienes quieren devolver al colectivo LGTB a la oscuridad, tampoco resulta de recibo. Acusar de fascistas a quienes hemos sido víctimas del fascismo no tiene mucho recorrido.

Pero, en tercer lugar, y volvemos al principio, lo ocurrido en el Orgullo y el tratamiento que se ha hecho en los medios de este asunto permite sacar varias conclusiones que creo que merecen atención más allá del caso concreto del Orgullo y que están relacionadas con los intentos de Ciudadanos (de la derecha, en realidad) por socavar ciertos nuevos consensos que se están construyendo en torno a cuestiones políticas que reflejan la resistencia global al neoliberalismo. La pugna se está produciendo en torno al empeño neoliberal por escindir completamente la idea de libertad de las condiciones materiales que la hacen posible. Este empeño se ha referido tradicionalmente a las condiciones materiales pero ya ni siquiera a estas, va más allá y alcanza incluso a las cuestiones de reconocimiento simbólico que son imprescindibles (recordamos a Fraser) para que la libertad de quienes están oprimidos pueda ejercitarse. En los últimos años algunos movimientos sociales han ido construyendo nuevos consensos sociales en torno a sus reivindicaciones. Algunos son más disputados y más frágiles, aunque se están extendiendo, caso del feminismo de raíz anticapitalista; otros son mayoritarios, como la igualdad LGTBI; otros en fin, pueden convertirse en mayoritarios rápidamente, como el ecologismo.

El Partido Popular, abiertamente opuesto a las reivindicaciones LGTB, no buscó nunca participar en la manifestación del Orgullo porque ha sostenido abiertamente posiciones contrarias a los objetivos de esta manifestación. El PP ha reivindicado siempre en este punto, sus posiciones reaccionarias, alineadas con la derecha tradicional y con la jerarquía católica. Ciudadanos, en cambio, pretende ser una derecha puramente neoliberal, despojada de cualquier principio conservador (de cualquier principio en realidad), y defensor de una igualdad puramente formal basada en la capacidad de consumo; una igualdad que no impugne en ningún caso ni el privilegio ni las desigualdades estructurales. Ciudadanos ha sido el partido que ha defendido un concepto de libertad más abstracto, el más alejado de cualquier idea de igualdad, alejado también de cualquier principio moral. Para los representantes de Ciudadanos, libertad puede ser casi cualquier cosa siempre que no se altere el statu quo. Y mientras que el Partido Popular parece optar por no meterse de lleno en estas batallas ya que su nicho sociológico de votantes ya está construido, Ciudadanos ha optado por pelearlas todas, desde los derechos LGTBI hasta el feminismo pasando por el ecologismo o la discapacidad. Su estrategia es muy conocida. Consiste en proclamar que las reivindicaciones de estos movimientos son “de todos”, en escenificar un apoyo enfático pero puramente estético y, sobre todo, en utilizar la palabra “política” con la intención de socavar cualquier reivindicación transformadora. Parece obvio que los derechos de las mujeres, la situación de las personas LGTB o el ecologismo son cuestiones puramente políticas, pero sin embargo existe una fuerte corriente (política por cierto) que en su lucha por la hegemonía social trata de utilizar “política” en ese sentido despolitizador. Es una lucha por el sentido. Se trata de una estrategia que busca conectar con un cierto sentimiento social de hartazgo y crítica de la política tradicional y que busca, al mismo tiempo, imponer un nuevo consenso sobre la idea de que la política es mera gestión de lo existente, que la gestión de los asuntos públicos no es política, que no hay alternativa al capitalismo y que lo único que está en discusión, por tanto, es como lo hacemos funcionar. Ciudadanos no está solo en esto. Carmena utilizó esta misma estratagema cuando afirmó que la política municipal era una cuestión de gestión y que, por tanto, no buscaba perfiles políticos; lo mismo está haciendo ahora Pedro Sánchez cuando afirma que sólo acepta ministros de Podemos que no tengan perfil político. Es un movimiento peligroso que busca el beneficio rápido al sumarse al descredito popular de la política institucional pero que puede volverse rápidamente en contra y degenerar en un cuasi fascismo social.

Ciudadanos llegó a la política asumiendo como bueno el término “violencia doméstica” y tenía a Toni Cantó como máximo exponente de su neomachismo. Posteriormente, según la ola feminista crecía, pretendió surfearla sumándose a las manifestaciones, diciendo que el feminismo es de todas y oponiéndose furibundamente al manifiesto, no porque estuvieran en contra del mismo (lo que habría requerido más explicaciones) sino porque era “político”. Con el Orgullo le ha pasado lo mismo. Pensaban que podían sumarse a la visibilidad LGTBI leyendo su visibilidad como un ejercicio de visibilidad despolitizada, ignorando que la propia visibilidad contrahegemónica ya es política y que es imposible despolitizar un movimiento que pretende trastocar (y que lo está consiguiendo) lo que hasta hace poco eran consensos mayoritarios acerca de la sexualidad, el amor la identidad, la familia o la heterosexualidad…pero que ahora se están convirtiendo en consensos simplemente conservadores.

Ciudadanos pretende apropiarse del capital simbólico de movimientos sociales de transformación y, mediante una operación supuestamente despolitizadora, volverlos inanes e inútiles. Y en esta operación tan evidente cuentan con el apoyo masivo de unos medios de comunicación capaces de convertir en agresiones gravísimas una protesta pacífica que consistió en una sentada, en la expresión del rechazo a la participación de este partido en una manifestación a la que se les había pedido que no asistieran, y en el lanzamiento de una botella vacía de plástico. Días y días en los que todos los medios, a pesar de los informes policiales que lo negaban, han alimentado el bulo de las agresiones y en los que han pretendido ganar un relato que resulta imposible ganar, porque llamar fascistas a víctimas tradicionales del fascismo no resulta fácil ni para ellos.

En los próximos años les veremos tratando de sumarse a la ola ecologista pretendiendo que es posible serlo sin transformar las pautas de consumo y de producción, igual que ahora (lo sé por mi experiencia con ellos en la Asamblea de Madrid) pretenden erigirse en los defensores de los derechos de las personas con discapacidad mientras que se defienden los recortes que convierten en un infierno las vidas de estas personas. Me parece que con el Orgullo no les ha salido bien. El 8 de marzo que viene veremos a Arrimadas y Cía. pretender convertirse en víctimas de un feminismo “politizado”. No les va a ser fácil.


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