El Movimiento Popular en Euskal Herria. Pasado, presente y futuro

18 de enero de 2023. Fuente: Kimua

Difícilmente podemos entender qué ha sucedido en Euskal Herria en los últimos 50 años sin reparar al movimiento anti-nuclear y la insumisión; a la lucha anti-represiva y en favor de las presas y presos políticos; a la lucha contra el TAV, la autovía de Leizarán o la presa de Itoiz; a los cientos de gazte asanbladas de pueblos y barrios y a otros tantos gaztetxes y espacios okupados autogestionados; a los grupos y asambleas de mujeres que han luchado por la auto-organización y auto-defensa feminista; a las luchas en defensa del euskera, la Korrika o las ikastolas en el tardofranquismo; a los grupos de montaña, de danza o de deporte populares; al asociacionismo vecinal y a las asambleas de parados; al movimiento de pensionistas... Una amalgama de luchas tremendamente diversas pero arraigadas a su vez en la realidad local de barrios, pueblos y comarcas, a la que la mayoría de nosotras, normalmente de forma intuitiva, nos referimos como “Movimiento Popular” (MP). Tal ha sido la importancia de ese Movimiento Popular en Euskal Herria, que prácticamente cualquier lucha que se haya llevado a cabo en nuestro territorio durante las últimas décadas ha partido directamente del MP o ha sido atravesada por él en algún momento. De ahí que la apelación al MP en Euskal Herria nos remita a un imaginario ampliamente compartido de auto-organización y lucha contra el sistema.

Ciertamente, el Movimiento Popular ha sido uno de los pocos lugares comunes en los que han convergido prácticamente todas las tradiciones de lucha con cierto arraigo en Euskal Herria. Tanto es así que a más de una le habrá sorprendido cómo durante los últimos meses las disputas en torno al MP, el cuestionamiento mismo a lo que ha sido y lo que es, hayan ido ocupando un lugar cada vez más notorio en el escenario político vasco. No obstante, en estos tiempos en los que se va reconfigurando un nuevo ciclo político en Euskal Herria, no debería de sorprendernos que se pongan en duda los ejes que vertebraron el ciclo anterior y que surjan nuevas lecturas al respecto. Desde Kimua compartimos la necesidad de profundizar en ese análisis crítico, y el Movimiento Popular no puede librarse de dicho escrutinio. Más aún en nuestro caso y para categorías como la del propio MP u otras similares, como Poder Popular, en torno a las cuales se fundamenta buena parte de nuestra propuesta política. Ese es el objetivo del presente texto: analizar de forma crítica lo que fue el MP en el pasado, en qué situación se encuentra a día de hoy y presentar una propuesta de debate que impulsen la reconfiguración de dicho espacio político en clave revolucionaria.

Para todo ello, sin embargo, antes de nada es necesario aclarar lo que entendemos por Movimiento Popular. Lo cual, aunque parezca lo contrario, no es tarea sencilla. Y es que más allá de ese reconocimiento generalizado a lo que ha sido el MP en Euskal Herria, en realidad, como concepto encierra cierta vaguedad y no es fácil de definir. Su naturaleza ecléctica y heterogénea, siempre fluctuante y dependiente de contextos muy específicos, hace que presente unos límites difíciles de trazar. ¿Qué es, por lo tanto, eso que comúnmente conocemos por Movimiento Popular?

1. Lucha de masas y Movimiento de Liberación Nacional Vasco

La modernidad capitalista requiere de una violencia estructural permanente, de tal forma que los cuerpos, el trabajo y en general la vida de la mayoría de la sociedad quede subordinada a una minoría que, por medio de dicha subordinación, acumula cada vez más poder. Esa violencia estructural genera irremediablemente una tensión de clase, cuyo resultado primero, e igualmente irremediable, es la reacción espontánea de aquellas que la padecen. Esa reacción primaria, dependiendo del contexto político-ideológico, económico y social podrá tomar muy diversas direcciones: desde el fascismo reaccionario a la insurrección armada revolucionaria. Pues bien, lo que hoy en día entendemos por Movimiento Popular en Euskal Herria, fue la forma concreta que adoptó esa reacción de la sociedad en un contexto muy determinado de nuestra historia: aquel que desde la década de los 60 del siglo pasado hizo que la opresión nacional y la contradicción capital-trabajo se expresaran por medio de una conflictividad social creciente. Por momentos incluso al borde de la insurrección armada.

En ese contexto, durante años el MP en Euskal Herria fue un estadio superior de esa reacción primaria a la tensión de clase estructural, en el que la sociedad logra organizarse a escala local y barrial y, ante una problemática particular, comenzar a desarrollar su propio programa. Una potencia social de carácter eminentemente espontáneo, sectorial, descentralizado y auto-organizado, que en un contexto de fuerte conflictividad social (incluida su vertiente armada), cobraba pleno sentido en relación a lo que fue el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV). Ciertamente, el MLNV fue en aquella época la expresión política organizada de mayor relevancia dentro del espacio revolucionario vasco, capaz tanto de catalizar aquel momento histórico, como de liderarlo en numerosos aspectos. De ahí que el significado de lo que hoy se entiende por Movimiento Popular, no se pueda desligar de la existencia y desarrollo del MLNV. Y que, dadas las circunstancias y como no podía ser de otra manera, el MP quedara tendencialmente canalizado en torno al espacio organizativo y estratégico que componía el propio MLNV. Dicha canalización no era homogénea, ni estaba exenta de tensiones. En unas ocasiones se daba conscientemente, en otras por inercia; a veces de manera amistosa, otras mediante operaciones de entrismo en las que se intervenían determinadas expresiones del MP para dirigirlas hacia los intereses particulares del MLNV. Por todo ello, para analizar correctamente el MP es necesario, aunque sea brevemente, esclarecer cuál era el lugar del MP dentro de la lógica estratégica y el marco organizativo del MLNV.

Una de las conclusiones que podemos extraer en ese sentido es que, en realidad, el MP no existía como sujeto político en sí mismo. Las diferentes expresiones locales y sectoriales que lo componían no estaban articuladas entre sí, ni disponían de un programa estratégico en común que les permitiera establecer una hoja de ruta propia. Tampoco estaba dotado de las herramientas organizativas que le permitieran erigirse en agente revolucionario. Y es que más allá de la función que cumplía en relación al MLNV, el MP no era un “movimiento” como tal. Igualmente, su potencial revolucionario dependía de la dirección que le otorgara el MLNV, en concreto los órganos decisorios de éste último, que sí estaban dotados de ese carácter estratégico-revolucionario. Se trataba de unos órganos con los que las diferentes expresiones organizativas y de lucha que constituían el MP no estaban formalmente vinculados: esto es, dentro del esquema organizativo del MLNV, el centro y motor estratégico quedaba fuera (o por encima) del MP. De las expresiones de lucha que hemos enumerado inicialmente, muy pocas llegaron a contar con una representación directa y formal en esos marcos de decisión centrales. Más allá, claro está, de las propias militantes del MLNV que participaban de esos espacios del MP.

Tal esquema organizativo respondía a la lógica masa-partido propia de la tradición marxista-leninista, en la que un espacio organizativo de carácter estratégico, más o menos escindido de la masa en sus labores de vanguardia revolucionaria, establece la dirección que ha de tomar ésta última. De este modo, el movimiento de masas queda orgánicamente fuera de la organización revolucionaria (el Partido), a pesar de lo cual esa organización legisla sobre las masas, guiándolas en la dirección revolucionaria mediante los denominados “frentes de masas”. En Euskal Herria tal esquema se fue consolidando a raíz de la Alternativa KAS, si bien es cierto que en nuestro caso se optó, en vez de por el Partido único, por el modelo de Bloque Dirigente, en el que convergían distintas organizaciones y perspectivas revolucionarias. A pesar de lo cual con el tiempo ese espacio estratégico fue quedando cada vez más encuadrado dentro de la esfera de influencia de ETA militar. En cualquier caso, en lo que respecta al MP, éste no dejaba de ser una exterioridad al espacio estratégico revolucionario: un conjunto de expresiones de luchas locales y sectoriales que debían de ser guiadas por la vanguardia revolucionaria.

Todo esto no significa que el MP careciera de importancia para el MLNV. Muy al contrario, el MP era un espacio de vital importancia, ya que cumplía una función de retaguardia, de colchón social y sostenimiento popular, así como de espacio para el reclutamiento de nuevos militantes. También como forma de incrementar o disminuir la conflictividad social según el contexto general de lucha contra el Estado. Quizá en eso residía uno de los problemas principales: que necesitaba del MP, pero éste no estaba realmente integrado en su esquema organizativo, y por tanto en la toma de decisiones.

De igual modo, todo esto tampoco significa que el MLNV controlara por completo al MP. Ni que al interior de éste último dejaran de existir fuerzas independientes al MLNV, también de carácter revolucionario, pero que contaban con su propia hoja de ruta. Algunas de ellas con esquemas organizativos similares, basados en el planteamiento masa-partido de inspiración marxista-leninista, pero que se situaban fuera del marco de liberación nacional vasco. Otras, con propuestas en las que se defendía que el potencial revolucionario y estratégico debía de surgir y articularse desde el interior de las propias masas, no desde su exterior, rechazando con ello planteamientos basados en el verticalismo, la jerarquización y el autoritarismo. Entre estas últimas, destacamos las diferentes expresiones que fue tomando la Autonomía a lo largo del ciclo político anterior: desde las asambleas de fábrica de los 70; los Comandos Autónomos en los 80; el peso que tuvo en las luchas en defensa del territorio (Leizarán, Itoiz, TAV), y en los Gaztetxes y el movimiento de okupacón-autogestión desde los 90; en el movimiento feminista desde sus inicios y hasta la actualidad... Se trató de una forma de entender la lucha y la organización que llegó a ejercer una influencia política notable en Euskal Herria (y de la que nos sentimos herederas), pero que por distintas circunstancias no supo, o no quiso, aglutinar sobre sí la capacidad política y organizativa suficiente como para disputarle la hegemonía al MLNV.

Por todo ello, entendemos que la existencia de lo que comúnmente hoy conocemos por Movimiento Popular estuvo estrechamente ligada al desarrollo y auge del MLNV. Con sus ventajas e inconvenientes, se trató de un conjunto de luchas y organizaciones de carácter popular o “de masa” que operaban, fundamentalmente y de forma más o menos consciente, en la órbita del MLNV y en relación a la dirección estratégica que éste establecía. Nunca llegó a articularse como sujeto político con una capacidad organizativa y programa estratégico propio, aunque tuvo potencial para hacerlo. Dicho esto, cabe preguntarnos ahora qué ha sucedido con ese Movimiento Popular tras la desaparición de ETA y el progresivo desmembramiento y desintegración de las estructuras político-organizativas que constituían el MLNV.

2. Diagnóstico del Movimiento Popular hoy en día

Si una cosa está clara en relación al Movimiento Popular en la actualidad es el sentimiento generalizado de crisis y desmovilización que lo recorre. Lo cual, visto lo visto, es del todo comprensible: una vez desaparecido el MLNV, sin poder cumplir la función que desempeñaba en su órbita, ha dejado de tener sentido tal y como existía hasta ahora. Esto es, si en el ciclo político anterior nunca llegó a ser un sujeto político en sí mismo, articulado en torno a un planteamiento estratégico propio, lo normal es que quede fuera de lugar una vez ese ciclo se agote y las fuerzas que lo constituyen desaparecen o comienzan a reconfigurarse. Además, la ausencia de esa agencia política a nivel estratégico y nacional dificulta la tarea de reorganización y adaptación a la nueva realidad política. Y eso es básicamente lo que está ocurriendo. De todo ello sacamos varias conclusiones.

Por un lado, el Movimiento Popular a día de hoy no es un “movimiento”. Como hemos dicho anteriormente, la intensidad que alcanzó la lucha de clases y por la liberación nacional en Euskal Herria se reflejaba a nivel local en barrios, pueblos y comarcas de toda nuestra geografía, de tal forma que lograba activar, aunque fuera de forma indirecta, toda una serie luchas de carácter popular y más o menos espontáneo. Lo que daba lugar a ese “estadio superior de la tensión de clase primaria” con el que definíamos el Movimiento Popular al inicio del texto. Pues bien, en la actualidad, tras la desaparición de ETA y el desmantelamiento de lo que fue el MLNV, la disminución de la conflictividad social en Euskal Herria ha sido notoria, y ese “estadio superior” ha descendido algunos peldaños. No es que no existan gaztetxes y gazte asanbladas, grupos feministas, luchas en defensa del territorio, o cuales quiera que sean las expresiones de lucha y organización popular en relación a la coyuntura del momento: en los últimos años sindicatos de vivienda, redes de acogida a personas migradas, huelgas de trabajadoras, pensionistas o movilizaciones de respuesta a la pandemia. La tensión de clase sigue atravesando igualmente la sociedad actual y sigue generando una respuesta espontánea y auto-organizada que va adoptando diversas formas. Y lo seguirá haciendo en el futuro mientras perduren los ejes de opresión y explotación. La cuestión es que, por un lado, esa respuesta ya no emerge con la intensidad con la que lo hacía en el pasado. Y por otro, todas esas expresiones de auto-organización y lucha popular más o menos espontáneas no están articuladas entre sí, ni por medio de vínculos organizativos formales, ni por medio de una propuesta política y estratégica común. No funcionan como un “movimiento” –ni en sí mismo (cosa que nunca fue), ni en relación a un MLNV que ya no existe– por lo que no sería justo calificarlo como tal. Se trataría más bien de un conjunto no articulado de expresiones organizativas populares.

Por otro lado, la gran mayoría de esas expresiones organizativas no van más allá de la escala local, y en el caso de que así sea, les cuesta superar el marco de trabajo sectorial: ya sea la vivienda, la ecología, la alimentación, el feminismo, el espacio juvenil y el cultural... Del mismo modo, es innegable la dificultad que han tenido la mayoría de ellas para conectar con las capas más precarizadas de la sociedad y especialmente con los sectores racializados. Aunque en los últimos años han ido emergiendo notables excepciones (véanse los sindicatos de vivienda, colectivos de auto-defensa anti-racista o las redes de acogida de personas migradas), el MP en su conjunto ha respondido durante años a un perfil muy determinado: personas blancas y euskaldunes, y a partir sobre todo de los 90, con el decaimiento general del movimiento obrero, mayormente de clase media.

Todo ello dificulta enormemente la articulación, siquiera en el plano programático, de una respuesta que aspire a transformar la sociedad en su totalidad. Si bien favorece un fuerte arraigo en la realidad local de ciertos pueblos, barrios y estratos sociales, ese mismo localismo y perspectiva sectorial impiden el desarrollo de una profundidad estratégica suficiente que permita proyectar su lucha más allá de los límites que presenta el estado de cosas actual. Desde esa posición de parcialidad, además de que ciertas expresiones de opresión y de violencia pueden no ser visibles, la totalidad del Sistema, cuando se presenta, lo hace como algo inabarcable, que no se puede abordar con las capacidades con las que cuentan. Con lo que la respuesta lógica suele ser retrotraerse a ese pequeño rincón de la sociedad desde el que operan. En esas condiciones, este tipo de experiencias de lucha quedan continuamente condenadas a maniobrar dentro de los límites de lo posible y de lo que es “realista” dentro de esos límites. Esto es, a reproducir un carácter esencialmente reformista que difícilmente logrará ir más allá del asistencialismo o la performance del movimiento-espectáculo. En realidad, no es que esas luchas y expresiones organizativas renuncien conscientemente a transformar el sistema de forma integral. Es que tal y como están configuradas en la actualidad es imposible desplegar la capacidad política y organizativa necesaria para tal fin. De hecho, aquellas que opten por llevar a cabo una lucha revolucionaria efectiva sin tratar de superar esa configuración actual están condenadas a quedar atrapadas en una espiral de voluntarismo, inoperancia e impotencia.

Por último, todo lo anterior hace que ese conjunto de expresiones organizativas populares quede tremendamente condicionada por lo que establecen aquellos sujetos que sí presentan un plano organizativo a nivel nacional y una propuesta estratégica propia. Los marcos de referencia para la interpretación de la realidad política, el sentido de lo común que configura su respuesta ante las problemáticas sociales, se construyen en torno a lo que establecen esas organizaciones nacionales de carácter estratégico. En la actualidad, principalmente Sortu-EH Bildu, el Movimiento Socialista y en menor medida Jarki. Es decir, una vez más bajo la lógica masa-partido, con unas estructuras organizativas sin vinculación orgánica con “las masas”, pero sobre las que tratan de legislar y de dirigir, con mayor o menor fortuna, en el sentido que cada cual considera oportuno. Con una diferencia respecto al pasado que no es menor: salvo Jarki, ni Sortu ni el Movimiento Socialista parece que contemplen la figura del Movimiento Popular dentro de sus planes. Con todo, de forma resumida nuestro diagnóstico respecto a la situación actual del MP en Euskal Herria es el siguiente: eso que comúnmente conocíamos como Movimiento Popular a día de hoy no existe en Euskal Herria. No existe en tanto que movimiento y, además, el conjunto de expresiones organizativas populares que lo componen, dadas las capacidades organizativas, políticas y estratégicas con las que cuentan no pueden aspirar más que a maniobrar dentro de los límites de la reforma y el asistencialismo.

Que no se nos malinterprete. Con todo esto no estamos impugnando la existencia de ese espacio político, ni que haya que desechar la labor que realizan ese conjunto de expresiones organizativas populares. Nosotras mismas hemos participado en muchos de ellos, desde la lucha anti-TAV, gaztetxes y okupación, movimiento feminista, lucha por la vivienda, soberanía alimentaria, redes de acogida de personas migrantes... y lo seguimos haciendo. Su carácter local y sectorial, la mayoría de las veces centrado en lo pequeño, en lo cotidiano, fuera de los focos de la realidad política nacional, hace que entren en contacto con las contradicciones reales de una parte importante de la sociedad, y que por tanto, queden impregnadas de esa pulsión de la sociedad que trata continuamente de liberarse de la dominación. A pesar de que hoy en día tengan un carácter reformista y asistencialista, o justamente por eso, también son una expresión genuina del sentir espontáneo de las masas populares ante la tensión de clase estructural que impone sobre nosotras la modernidad capitalista. Así que no tiremos al niño con el agua sucia. Gran parte de lo que se viene haciendo en esos espacios organizativos populares es la condición necesaria para aspirar a algo aún mayor, pero he ahí la cuestión, que hay que aspirar a ello. Como integrantes activas de esos espacios, solo tratamos de señalar sus contradicciones y limitaciones; el hecho de que con la configuración actual no es posible ir más allá. Que no cuentan con una capacidad de transformación revolucionaria propia.

Igualmente, con todo esto tampoco decimos que todas estas limitaciones sean de carácter intrínseco y que no puedan superarse. Es decir, que las masas populares sean en sí mismas reformistas y que requieran de una vanguardia que se separe de ellas para poder guiarlas. Que no puedan constituirse en movimiento político real, capaz de articular una estrategia de lucha propia y de carácter revolucionario. Al contrario, eso es justamente lo que estamos planteando. Y justamente por ello, para poder tomar una forma nueva, el “Movimiento Popular” ha de renunciar a lo que fue en el ciclo político anterior.

3. Propuesta para un proceso de debate y confluencia estratégica. Estructuras Populares y Movimiento Popular Revolucionario

Llegados a este punto la pregunta fundamental sería la siguiente: ¿es posible el desarrollo endógeno de las capacidades organizativas de tal modo que ese espacio político, a día de hoy desarticulado y sin agencia política, llegue a erigirse en sujeto estratégico revolucionario? No es una pregunta de fácil respuesta. De entrada, el carácter endógeno de ese desarrollo supone impugnar en cierta medida la lógica masa-partido, en la que un grupo orgánicamente escindido de la masa cumple las funciones de dirigirla y establecer las directrices estratégicas que la guíen. Subrayamos “en cierta medida”, porque en realidad, de lo que hablamos es de reformular dicha lógica: no se trata de prescindir de las herramientas y capacidades con las que se dota al Partido o a la “organización estratégica”, sino de que dichas funciones y capacidades surjan y permanezcan al interior de las masas populares. No como una exterioridad a ellas sino fundidas en las mismas. Hablamos de que esas masas populares cuenten con un espacio común de toma de decisiones estratégicas, con unas estructuras que permitan profundizar en la formación integral de sus participantes, con una masa crítica de militantes que estén dispuestas a volcarse en el proceso organizativo y de lucha... Y que todo ello se despliegue a escala nacional, sobre el conjunto de las esferas de la vida y que avance en un sentido revolucionario.

¿Es posible tal cosa? Desde Kimua entendemos que sí, y ése es el sentido de nuestra propuesta. Renunciar a tal posibilidad implica que ese espacio de expresión popular quede condenado, o bien a operar dentro de los límites de la reforma, o bien a orbitar una vez más en torno a lo que se determina más allá de sus límites formales. Lo que no significa que se trate de un proceso sencillo. Al contrario, lograr que la capacidad revolucionaria surja y se mantenga al interior de las masas populares es mucho más complejo que reproducir la lógica masa-partido. Entre otras cosas, porque es una forma de articular la lucha de clases que en Euskal Herria nunca se ha materializado hasta ahora. Al menos no con una intensidad suficiente, ni siquiera cuando existía el Movimiento Popular y el MLNV. Es decir, no existe ni un conocimiento ni una tradición política arraigada al respecto. En ese sentido, hablamos de un proceso que esencialmente no va a consistir en la confluencia de organizaciones estratégicas de carácter nacional, lo cual le confiere una lentitud y un ritmo propios que de entrada no son los del escenario macropolítico de Euskal Herria (donde efectivamente sí operan organizaciones con una gran capacidad estratégica y de toma de decisiones). Se trata de ir construyendo una serie de complicidades, de lazos organizativos e ideológicos entre un conjunto de expresiones de organización popular que en la mayoría de los casos puede que ni siquiera compartan un diagnóstico común. Probablemente muchas de ellas ni siquiera existan a día de hoy, ya que irán apareciendo en el futuro. Pues bien, además de un diagnóstico común que aún no existe, se requiere también de un método, y una hoja de ruta en común. He ahí la dificultad del proceso.

Dicho esto, creemos que, precisamente por la dificultad que conlleva, no va a ser un proceso que vaya a suceder de forma espontánea. Se requiere de un impulso consciente y de una fuerza militante que sirva de catalizadora. De ahí la presente propuesta de Kimua y el reconocimiento de la necesidad de que en las condiciones actuales existan espacios de organización estratégica que impulsen ese proceso de reconstrucción del MP en clave revolucionaria. Sin embargo, no conviene aquí confundir catalizar e impulsar con dirigir o tomar bajo control. Kimua no quiere, y aunque quisiera tampoco podría, dirigir ese proceso. Entre otras muchas cosas, porque las integrantes de Kimua solo somos un ínfima parte de ese conjunto de expresiones populares, y ni siquiera representamos a ninguna de ellas (más allá de la propia Kimua), con lo que difícilmente podemos recoger ni representar las sensibilidades existentes en todas ellas. Por ello, la cuestión aquí no es que ese proceso se desarrolle según lo que establecemos aquí, sino que comience a avanzar cada vez con más intensidad. Esto es, que el diagnóstico que hemos desarrollado más arriba y las claves en relación al método y la hoja de ruta que presentamos a continuación hay que entenderlas como factores de discusión y debate. Y por tanto, con la pretensión de que sean superados lo más rápido posible, lo cual indicaría que el proceso está en marcha.

3.1. Ejes de debate

De este modo, en primer lugar vemos necesario impulsar un proceso de debate que nos permita ir construyendo una perspectiva común; resolver los miedos e inquietudes y tejer complicidades; aclarar y debatir posturas y en el caso de que sean contradictorias, tratar de superarlas mediante nuevas síntesis. En definitiva, generar las condiciones de posibilidad para que en un momento dado sea posible abordar una confluencia estratégica de base. Para tal fin, entendemos que el método a emplear, dado el lugar en el que nos encontramos, inicialmente no puede ser muy complejo. Como punto de partida, proponemos cuatro ejes de tensión o contradicción en torno a los cuales poder ir avanzando el proceso de debate. Aunque puede haber más, consideramos que las siguiente cuatro líneas de debate atraviesan las problemas y contradicciones fundamentales que condicionan la confluencia estratégica. Además, se trata de líneas de discusión que cuentan con un largo recorrido histórico y que aún hoy siguen vigentes, por lo que a la mayoría nos resultarán familiares:

  • Local/nacional. En qué medida las expresiones de organización popular han de ir proyectándose más allá de los espacios que ocupan hoy en día en barrios y pueblos y empezar a adquirir una escala mayor: ya sea comarcal, provincial y hasta la escala nacional (Euskal Herria) o incluso más allá. Mientras sólo se expresen a escala local difícilmente podrán aspirar a enfrentarse al conjunto del sistema. Sin embargo, si solo se expresan a escala nacional y carecen del arraigo y presencia local en pueblos y barrios, dejarán de ser la representación genuina de las masas populares.
  • Sectorial/integral. De forma similar al eje anterior, abordar un único aspecto de la reproducción de la vida o de lucha frente al sistema, implica renunciar a transformar su conjunto. E igualmente, tratar de abordar muchos ámbitos de trabajo al mismo tiempo puede llevar a perder la especificidad y la capacidad de profundización en cada uno de ellos. De ahí la tensión entre la aproximación sectorial e integral.
  • Agregación/integración de las estructuras organizativas. A medida que el proceso de confluencia vaya escalando, ya sea en el plano territorial y cuantitativo, como en relación a los ámbitos de trabajo que recoja en su interior, se manifiesta la necesidad de ir conformando órganos de decisión colectivos. ¿Qué carácter tendrán esos órganos? La tensión se establece aquí entre 1) la mera agregación de individuos y organizaciones que se reúnen a modo de coordinación/plataforma en un marco sin o con muy poca capacidad estratégica propia; y 2) un marco organizativo al interior del cual el conjunto de expresiones organizativas se funden, dando lugar a un espacio cualitativamente nuevo con capacidad de establecer una línea estratégica que es vinculante para todo el conjunto. Esta contradicción nos remite al grado de subordinación/vinculación que debiera existir de las partes respecto al todo; a la tensión entre la tendencia a centralizar ciertos marcos de decisión y los mecanismos democrático-revolucionarios que aseguren el sentido ascendente (desde abajo hacia arriba) de toda construcción organizativa.
  • Reforma/Revolución. Asumiendo que partimos de un supuesto en el que todas tratamos de lograr una sociedad igualitaria, libre de clases sociales y cualquier tipo opresión y explotación, éste de la reforma y la revolución es el eje de debate que establece la dirección estratégica de base. Nos remite a cómo han de vincularse 1) la lucha por la mejora de las condiciones de vida dentro de los límites actuales que establece el Sistema (reforma), y 2) la construcción de lo nuevo (revolución): entendiendo lo nuevo como la realidad material y simbólica que va más allá de esos mismo límites (más allá de la propiedad privada, del valor-mercancía, la lógica patriarcal y la colonial) y que se articula a través de la lógica del apoyo mutuo, los cuidados y la reconstrucción de los lazos comunitarios. De este modo, la pugna por lo existente (reforma), debiera de ir combinada con la construcción de lo nuevo (revolución), de tal forma que los avances que se realicen en el plano de la reforma sirvan para emprender de forma directa e inmediata la construcción de lo nuevo. Es decir que la reforma quede siempre subordinada a las necesidades que establezca el avance revolucionario. Asegurando a cada avance, claro está, las capacidades de auto-defensa que permitan hacer frente a cualquier ataque.

3.2. Metodología y hoja de ruta

Lo primero que cabe destacar de estas líneas de debate que proponemos es que las identificamos como ejes de tensión, ya que entendemos que no siempre han de resolverse necesariamente de forma dicotómica, hacia un lado, o hacia el otro, sino incluyendo los dos extremos. Las contemplamos más bien como un gradiente que en la mayoría de los casos puede y debe integrar esos dos extremos.

Igualmente, no contemplamos que el abordaje de todas estas problemáticas deba darse inmediatamente a modo de proceso formal y preestablecido. Se trataría más bien unas líneas de debates que inicialmente irían avanzando con flexibilidad, tanto en el plano formal como informal, adaptándose a la realidad específica de cada espacio o grupo organizativo. Sin olvidar, es sí, que tendencialmente deberían de ir tomando una expresión cada vez más formal. A medida que la discusión en torno a cada uno de esos ejes de tensión fuera avanzando y resolviéndose, el proceso iría madurando de tal manera que haría posible enlazar saltos cualitativos. A modo de congresos, primeramente sectoriales, pero que cada vez fueran integrando más expresiones de lucha y más esferas de la reproducción de la vida. Dentro de esa hoja de ruta, lo que hoy en día son un conjunto de expresiones organizativas populares devendrían en Estructuras Populares. Esto es, un estadio de la auto-organización de las masas populares en el que esas expresiones organizativas, aún esencialmente en el plano local y comarcal, van aglutinando sobre sí cada vez más ramas de lucha y de trabajo, a la vez que se dotan ya de un marco ideológico común. Un corpus compartido de categorías políticas y para el análisis de la realidad, que permitirían conectar, tanto en la práctica como en el plano simbólico-político todas esas expresiones populares.

El proceso, sin embargo, no se detendría ahí, y por medio de diferentes procesos congresuales y de confluencia a escala nacional e internacional, en un momento dado se estaría en disposición de articular el Movimiento Popular Revolucionario. Ahí sí, el Movimiento Popular existiría como sujeto estratégico revolucionario, y por tanto estaría en disposición de trasladar a la escala social la lucha y transformación revolucionaria que ya vendría articulándose a nivel local y sectorial. Puntualizar aquí que la presente propuesta no aspira a establecer ni concretar los detalles de esa hoja de ruta: se trata más bien de un esbozo hipotético de cómo podría resolverse óptimamente la pregunta realizada al inicio de este apartado.

3.3. Premisas organizativas

Otra cuestión a tener en cuenta es que, al menos inicialmente, la incorporación al proceso de confluencia no va a ser simétrica. Es decir, que en el proceso de debate participarán agentes que cuentan con distintos grados de desarrollo organizativo y profundidad estratégica. Por ejemplo, Kimua es un espacio organizativo que ya funciona a escala nacional y que cuenta con su propia perspectiva estratégica. Y presumiblemente no será la única, con lo que una pregunta que no podemos eludir es la siguiente: ¿cómo evitar que ese proceso devenga en una lógica masa-partido, en la que, además, diferentes “partidos” pugnan por hacerse con la dirección del proceso? No podemos obviar que tales riesgos existen y en consecuencia identificamos una serie de premisas que entendemos es necesario asumir para evitarlos y a las que Kimua se adscribe:

  • Vanguardia y fagocitación. Ha sido común, y aún sigue siéndolo, que en la lógica masa-partido las organizaciones-partido traten de desarrollar el potencial de ciertas capas de la sociedad con el fin último de poner a disposición de la organización dicho potencial. Si realmente optamos por superar la lógica clásica masa-partido, el objetivo ha de ser el de liberar el potencial revolucionario que existe en la sociedad, no fagocitarlo. De esta manera, la cuestión no consiste en integrar las estructuras populares dentro de Kimua (o de cualquier organización estratégica actualmente existente), ni siquiera de que las estructuras populares se organicen como nosotras proponemos. Al contrario, el objetivo ha de ser que esas estructuras desarrollen las capacidades organizativas y políticas que les permitan cuestionar esa propuesta (y cualquier otra) y construir una propia. Y de esta manera hacer posible que las organizaciones estratégicas que hoy existen fuera de esas estructuras puedan disolverse en ellas. Por lo tanto, si el proceso de confluencia llega a una situación de avance suficiente, toda organización estratégica debiera de estar dispuesta a disolverse en dicho proceso. Kimua, por ejemplo, a día de hoy cobra sentido porque desempeña una serie de funciones cuya ejecución no es posible dentro de las estructuras populares, dado que actualmente carecen las capacidades políticas y organizativas para llevarlas a cabo. En el momento en el que se superen dichas limitaciones, la existencia de Kimua tal y como se concibe ahora no tendría sentido.
  • Autonomía del proceso popular. En relación con el punto anterior, a día de hoy nadie posee la “verdad revolucionaria”. O lo que es lo mismo, nadie tiene acceso al conjunto de conocimientos teórico-prácticos que permita superar la dominación actual y construir una sociedad libre. Cada una cuenta con una aproximación a dichos conocimientos, que le permiten acceder a ciertas fracciones de lo que en un momento dado pudiera llegar a ser la síntesis revolucionaria. Por lo tanto, sólo mediante la combinación dialéctica de esas fracciones es posible (y no queda asegurado) construir el proceso revolucionario. Y dicha combinación solo es posible con la participación del conjunto de actores revolucionarios, de diferentes capas de las clases desposeídas y en oposición a un sistema de dominación que irá mutando a medida que las fuerzas transformadoras de la sociedad vayan avanzando. De ahí la necesidad de otorgar autonomía a ese proceso en su conjunto, ya que solo en la medida en que sea popular, es decir, participado por el conjunto de las clases desposeídas, será posible acceder a una síntesis realmente revolucionaria. Por todo ello, cualquier agente u organización que se perfile como participante de dicho proceso debiera de asumir que su propuesta es fragmentaria y estar dispuesta a renunciar a ella en favor de una síntesis superior.
  • Participación activa en las estructuras populares. Las integrantes de aquellas organizaciones o líneas ideológicas estratégicas que quisieran participar del proceso de confluencia debieran de participar activa y públicamente en las distintas expresiones de organización popular. Pisar el barro y compartir militancia junto con militantes pertenecientes a otras líneas estratégicas, con aquellas que no se adscriben a ninguna línea estratégica y sobre todo con todas aquellas (la mayoría) que a día de hoy ni siquiera saben lo que es una “línea estratégica”.
  • Respeto de los tiempos. Como hemos dicho previamente, el proceso de reconstrucción que planteamos, en esencia, no va a ser un proceso de confluencia de organizaciones de carácter nacional, en el que las ejecutivas de dichas organizaciones pueden reunirse y negociar con relativa rapidez cómo ha de implementarse el proceso. Eso le confiere una lentitud y un ritmo propios que es fundamental respetar si queremos que sea exitoso. Hablamos de un proceso a medio o incluso largo plazo, que deberá de ir avanzando paulatinamente, pero que es probable que se alargue años o incluso décadas.

4. Hacia la apertura de un nuevo ciclo

Por último, y para cerrar el análisis y la propuesta, es necesario subrayar que, en cierta medida, el proceso de reconfiguración de lo que fue el Movimiento Popular en Euskal Herria ya está en marcha. Ahí tenemos las dos últimas acampadas de la ITA y la que se celebrará este próximo verano, las Ekotopaketak de este otoño, el reflejo e implantación de la cuarta ola feminista en Euskal Herria o el proceso de confluencia que han emprendido diversos sindicatos de vivienda. Expresiones de lucha y organización popular que de nosotras depende que prosperen y vayan entrelazándose y ampliándose cuantitativa y cualitativamente. Todas ellas nos muestras aspectos que podemos destacar por lo que aportan de novedoso respecto a lo que fue la práctica y la teoría del Movimiento Popular, y por tanto con potencial para servir de acicate y lugar de referencia en este nuevo ciclo. Hablamos del impulso a un modelo de militancia integral, que va difuminando la separación entre vida-militancia tan común en el pasado; de la conexión con las capas de población más precarizadas, migradas y racializadas, abriendo espacios compartidos de lucha, organización y aprendizaje mutuo; de la importancia que se le concede al conjunto de la reproducción social, más allá de lo puramente económico, y a la interconexión de todas las problemáticas que conforman el Sistema de la Dominación (propiedad privada, género, raza, salario, vivienda, alimentación...). Qué duda cabe que se trata de expresiones a día de hoy mayormente inconexas, a las que les falta aún por madurar y desarrollarse, pero que pueden ir esbozando un marco de referencia con mucho potencial desde el que comenzar a articular unas hipotéticas Estructuras Populares. Una circunstancia de gran importancia en un contexto general de desmovilización, en el que las formas de organización y lucha del pasado parece que ya no son válidas y la falta de referentes reales de lucha puede conducir al abatimiento.

Con todo, podemos constatar que se está abriendo cada vez con más fuerza un nuevo ciclo dentro de lo que fue el Movimiento Popular y esta de Kimua es otra propuesta más que trata de consolidar dicha apertura. Si prestamos atención al panorama político de Euskal Herria es patente que se trata del último espacio político en reconfigurarse, como si estuviera llegando tarde a una fiesta a la que nadie le ha invitado. No nos debiera de sorprender. Se trata de un espacio político que nunca ha tenido una dirección propia, que nunca ha existido como sujeto en sí mismo. De ahí la complejidad del proceso, su lentitud y las numerosas dificultades que deberá ir superando. Y no pasa nada, es la condición necesaria para que el proceso sea genuinamente popular y se construya desde abajo hacia arriba. Recordemos siempre que la paciencia revolucionaria es uno de los valores fundamentales en todo proceso de lucha.


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