Christian Rakovsky y el marxismo europeo

18 de mayo de 2023. Fuente: Jacobin

Nacido en Bulgaria, Christian Rakovsky se convirtió en un importante líder de la Revolución Rusa que quería que la Unión Soviética fuera una verdadera asociación de naciones. Pero cuando desafió la dictadura de Stalin fue juzgado y ejecutado bajo una acusación falsa.

Por Roger Markwick, traducción: Florencia Oroz

Resulta casi imposible concebir que el ascenso y la caída del movimiento marxista internacional en la primera mitad del siglo XX puedan encarnarse en el destino de un solo individuo. Sin embargo, la vida de Christian Georgievich Rakovsky (1873-1941) ejemplifica, casi como ninguna otra, a toda una generación de intelectuales europeos de izquierdas que se integraron en los movimientos socialista y obrero, un compromiso inquebrantable que definió sus vidas de principio a fin.

Rakovsky fue borrado de la historia por su verdugo, Iósif Stalin. Pero podemos trazar el drama de las convulsiones que asolaron Eurasia en aquellas décadas por el arco de su vida: estudiante, activista obrero y antibelicista, publicista político, prolífico autor en numerosos idiomas, médico, líder bolchevique, jefe del naciente Estado ucraniano, líder del Ejército Rojo, diplomático soviético, antifascista y antiestalinista.

Cuestiones balcánicas

Búlgaro de nacimiento, Rakovsky era vástago de una familia relativamente rica que en la década de 1860 había luchado activamente por la independencia de Bulgaria frente al Imperio Otomano. En esta época turbulenta, la «cuestión nacional» y los problemas sociales marcaron su pensamiento. Su politización le llevó a ser excluido de la educación búlgara a los quince años por encabezar una protesta estudiantil. A partir de entonces, su educación y su compromiso político fueron cada vez más multinacionales.

A partir de 1889 participó activamente en los movimientos socialdemócratas de Bulgaria y Rumanía. En 1891 partió de Bulgaria con destino a Ginebra, semillero de emigrantes políticos de izquierdas, donde se unió a un círculo estudiantil socialista y publicó en la revista búlgara Social-Demokrat. Estudió medicina y conoció a personalidades marxistas como Friedrich Engels, Georgi Plejánov y Rosa Luxemburgo.

Pronto se convirtió en un prolífico periodista y enérgico activista político. En 1893 organizó el Segundo Congreso Internacional de Estudiantes Socialistas y representó a Bulgaria en el Congreso Socialista Internacional de Zúrich. Tres años más tarde fue delegado en el IV Congreso de la II Internacional, celebrado en Londres. Esta reunión se caracterizó por fuertes disputas, especialmente entre Vladimir Lenin y Rosa Luxemburg sobre la cuestión de la autodeterminación nacional.

El joven Rakovsky destacó como estudiante de medicina. Se licenció en la Universidad de Montpellier en 1897 con una tesis provocadora y muy apreciada que defendía un enfoque socioeconómico de las «causas del crimen y la degeneración» en lugar de uno antropológico y atávico. Pero su verdadera vocación no era la medicina, que solo ejerció durante seis meses en el ejército rumano, sino la política (y de alto riesgo, además).

En 1899 se vio obligado a huir del San Petersburgo zarista para evitar ser detenido tras hablar de los debates entre los populistas rusos, que veían en la comuna campesina tradicional un vehículo para la revolución, y los marxistas, que miraban, como él, a la clase obrera. Un año después, tras ser de nuevo deportado de la capital rusa por pronunciar discursos «incendiarios», viajó a París para participar en el Congreso Socialista Internacional.

Allí se unió a los socialdemócratas búlgaros y serbios, a los que representó en el Congreso de la II Internacional celebrado en Ámsterdam en 1904. Al año siguiente marchó a Rumanía, donde fundó Rumanía Obrera, el periódico del Partido Socialista Rumano. Al mismo tiempo, dirigió una campaña en defensa de los marineros que habían huido a Rumanía tras el famoso motín en el acorazado Potemkin durante la Revolución Rusa de 1905.

Resistencia a la guerra

La deportación y el encarcelamiento pasaron a formar parte del currículum vitae de Rakovsky. Las autoridades rumanas lo declararon agitador socialista y lo consideraron responsable de las revueltas campesinas que asolaron el país, y en 1907 fue deportado. Hicieron falta cinco años de campaña masiva en su favor para que se le permitiera regresar.

No desperdició esos años en el exilio. Representó a los socialistas rumanos en los congresos de Stuttgart y Copenhague y al Buró de la Internacional Socialista en la primera conferencia de partidos socialistas balcánicos, celebrada en Belgrado en 1911. Pronto demostró sus convicciones antibelicistas, denunciando la primera guerra de los Balcanes (1912-13) como una «infame y criminal (…) guerra de conquista». Para Rakovsky, la única guerra legítima era la guerra de clases.

La respuesta inicial de Rakovsky al estallido de la Primera Guerra Mundial fue ambigua. No condenó a los socialdemócratas de los países beligerantes que votaban a favor de los créditos de guerra. Aunque consideraba que Serbia, Francia y Bélgica estaban siendo atacadas por Alemania y Austria, hizo campaña con los socialdemócratas rumanos a favor de la neutralidad rumana frente a dos partidos competidores favorables a la guerra: rusófilos y germanófilos.

Sin embargo, el establecimiento de la Union Sacrée en Francia, que vio cómo el veterano socialista Jules Guesde se unía al gobierno, se combinó con la influencia de las discusiones con su amigo León Trotsky y las feroces críticas de Lenin para radicalizar rápidamente la postura de Rakovsky. Pasó de abogar por la neutralidad a oponerse a la guerra imperialista y empezó a identificarse con la postura de Trotsky de «paz sin indemnización ni anexión, sin vencedores ni vencidos».

Lenin, sin embargo, llamó a la «transformación de la guerra imperialista en una guerra civil». Condenó el no luchar por este objetivo como una «maldad kautskista» oportunista. Las tensiones entre Rakovsky y Lenin se hicieron patentes en la conferencia antibelicista de Zimmerwald, celebrada entre el 5 y el 8 de septiembre de 1915, en la que Rakovsky fue una pieza clave.

Rakovsky apoyó el manifiesto final de la conferencia redactado por Trotsky. Lenin y sus delegados de la Izquierda de Zimmerwald votaron finalmente a favor de este documento, considerándolo un paso hacia la ruptura con el oportunismo socialdemócrata, a pesar de sus reservas sobre la falta de análisis del oportunismo o de cómo luchar contra la guerra en el manifiesto.

Sin embargo, Zimmerwald marcó un verdadero punto de inflexión para Rakovsky, que finalmente repudió la II Internacional en favor de una nueva internacional revolucionaria. Ahora rechazaba la idea del «defensismo» nacional. Abandonó la oposición indeterminada a la guerra que se había adoptado en la conferencia de Stuttgart de la II Internacional en 1907, buscando en su lugar la revolución en los Estados beligerantes como la forma de poner fin al conflicto y tratando de formular las tácticas necesarias para promoverla.

En la conferencia de Berna de febrero de 1916 de la ejecutiva del movimiento de Zimmerwald, Rakovsky se jactó de estar «al lado de Lenin». Condenó categóricamente la unidad nacional en tiempos de guerra, apoyó el objetivo de establecer una Tercera Internacional que sustituyera a la Segunda y abogó por la revolución socialista como medio para poner fin a la guerra. Como dijo entonces un periódico de Berna, era la «figura más internacionalista del movimiento revolucionario europeo».

La revolución rusa

Tras regresar a Rumanía, Rakovsky fue detenido en septiembre de 1916, un mes después de que el ejército rumano se uniera al conflicto en el bando de las potencias de la Entente. La revolución de febrero de 1917 en la Rusia Imperial resultó ser su salvación. Fue liberado el 1º de Mayo de 1917 «en nombre de la Revolución Rusa» por una guarnición rusa destacada en Rumanía.

Con cuarenta y cuatro años, viajó inmediatamente a la Rusia revolucionaria y se unió al Partido Bolchevique de Lenin inmediatamente después de la Revolución de Octubre. En nombre del pueblo rumano, Rakovsky saludó «el triunfo de la revolución proletaria y campesina en Rusia». Por su parte, los bolcheviques saludaron a un ilustre nuevo recluta, el «famoso líder rumano» y «renombrado internacionalista».

La incipiente revolución soviética se vio amenazada por las fuerzas alemanas que ocuparon Ucrania en la primavera de 1918. A Rakovsky se le encomendó la tarea de negociar con Pavlo Skoropadsky, que se había convertido en hetman de Ucrania en un golpe apoyado por Alemania, para desactivar posibles hostilidades. La Revolución Alemana de noviembre de 1918 puso fin a esa amenaza inmediata.

Sin embargo, los militares alemanes detuvieron a Rakovsky en su nuevo papel de emisario de los soviets panrusos en el Congreso de Consejos Obreros y de Soldados de Berlín. Tras su liberación, Lenin asignó a Rakovsky un papel aún más desafiante como líder bolchevique en Ucrania, ahora uno de los principales campos de batalla de la guerra civil entre los Ejércitos Rojo y Blanco.

En este caldero, Rakovsky lució múltiples distinciones bolcheviques: ejerció como presidente del Soviet Ucraniano de Comisarios del Pueblo, como presidente de su consejo de defensa, como comisario de asuntos exteriores y como miembro del politburó del Partido Comunista (Bolcheviques) de Ucrania (PC(b)U). El currículum multiétnico de Rakovsky, por no hablar de su valentía, energía y experiencia política, lo convirtieron en la elección adecuada para las tareas que tenía que desempeñar.

La incipiente República Socialista Soviética de Ucrania (UkSSR), declarada el 10 de marzo de 1919 en Kharkiv, casi nació muerta. El Ejército Rojo tuvo que enfrentarse a una sucesión de feroces adversarios contrarrevolucionarios, entre ellos el Ejército Popular Ucraniano de Symon Petliura y las fuerzas blancas de Anton Denikin, así como a intervencionistas franceses y polacos. La marea de la batalla cambió drásticamente varias veces, al igual que las alianzas político-militares, hasta que el tratado soviético-polaco de marzo de 1921 puso fin a la lucha.

Nacionalismo e internacionalismo

Las condiciones sociales de 1919-21 distaban mucho de ser propicias para el gobierno soviético ucraniano de Rakovsky. Las condiciones de una despiadada guerra civil, combinadas con las draconianas políticas bolcheviques del «comunismo de guerra» y la requisición agrícola, destrozaron la economía y enfurecieron a la población, especialmente al campesinado, que constituía el 80% de la población y era predominantemente ucraniano.

Los centros urbanos eran los baluartes del PC(b)U, sobre todo en el Donbass industrial. La población de esas zonas era mayoritariamente de etnia rusa y judía, lo que reforzaba los estereotipos antirrusos y antisemitas sobre la naturaleza del bolchevismo.

Rakovsky no tenía nada que ver con el nacionalismo ucraniano: en vista de lo que consideraba la «debilidad y anemia» del proletariado ucraniano, creía que la idea de una Ucrania independiente era una peligrosa concesión a la contrarrevolución y al imperialismo occidental. En este punto, descartó cualquier distinción etnográfica entre ucranianos y rusos o preocupación por la amenaza de rusificación.

Según Rakovsky, el nacionalismo ucraniano era una fuerza artificial impuesta por la intelectualidad. Desde su perspectiva, los imperativos de la lucha de clases y la revolución socialista internacional eran decisivos, y describió la lucha revolucionaria ucraniana como «el factor decisivo de la revolución mundial».

La perspectiva de Rakovsky sobre el nacionalismo ucraniano cambió drásticamente con el fin de la guerra civil, la introducción de la Nueva Política Económica (NEP) en marzo de 1921 y las negociaciones sobre la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922-23. En el transcurso de estas discusiones, se enfrentó a Iósif Stalin, que pretendía construir una URSS centralizada y dominada por su mayor república, Rusia. Esto ignoraba los temores de un Lenin moribundo sobre el retorno de la dominación rusa.

Como jefe de la Ucrania soviética, Rakovsky defendió con vehemencia la igualdad federal entre las repúblicas fundadoras de la URSS (Ucrania, Rusia, Bielorrusia y Transcaucasia). Denunció el «centralismo de mano muerta» de Stalin y su «insensibilidad» hacia las nacionalidades campesinas no rusas como una amenaza para el «poder soviético».

El nuevo líder soviético acabó derrotando a Rakovsky en esta cuestión: aunque Stalin aceptó formalmente el principio de una federación soviética de iguales nacionales, en realidad pasó a establecer una URSS hipercentralizada con Moscú a la cabeza. Nunca perdonó a Rakovsky, que fue destituido como jefe del gobierno ucraniano en julio de 1923.

Rakovsky fue nombrado embajador soviético en el Reino Unido (1923-25) y posteriormente en Francia (1925-27). Como escribió a Stalin, estos destinos no eran más que un pretexto «para desterrarme de mi trabajo en Ucrania». No iba a ser el último periodo de exilio de Rakovsky.

Oponerse a la burocracia

Rakovsky estaba cada vez más preocupado por la aparición de una burocracia gubernamental en la URSS que ahogaría tanto la independencia nacional republicana como la democracia soviética. Justo antes de su destitución como jefe del gobierno ucraniano, Rakovsky advirtió contra el surgimiento de un «estamento separado de funcionarios que unieran su destino a la propia centralización».

La oposición de Rakovsky al proyecto centralizador de Stalin le llevó a apoyar a la Oposición de Izquierda liderada por Trotsky, a la que se adhirió públicamente en agosto de 1927. Poco después, las autoridades francesas declararon a Rakovsky persona non grata en su territorio y regresó a la URSS. Inmediatamente se lanzó a la campaña de la Oposición de Izquierda durante el periodo previo al décimo aniversario de la Revolución de Octubre y al Congreso del Partido Comunista de toda la Unión, que debía celebrarse en diciembre de 1927.

Durante este periodo, Rakovsky intervino en reuniones de fábrica y del partido, especialmente en Ucrania, a pesar del acoso y el matonismo del régimen de Stalin. Pronto fue expulsado del Comité Central del Partido Comunista Soviético, del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista y, finalmente, del propio Partido Comunista en diciembre de 1927.

Tras la derrota de la Oposición de Izquierda, Rakovsky fue detenido y exiliado al sur de Rusia y a Siberia. Durante su exilio, desarrolló su pensamiento sobre la burocratización estalinista en un análisis fundamental titulado «Los “peligros profesionales” del poder», que se publicó en el boletín clandestino de la Oposición de Izquierda en 1929. Como observó su biógrafo Pierre Broué, el análisis de Rakovsky fue «el primer intento serio de la oposición de abordar histórica y teóricamente el fenómeno de la degeneración burocrática».

El artículo era un análisis profundo de la degeneración y burocratización del Partido Comunista y del Estado soviético. El punto de partida de la explicación de Rakovsky era la pasividad y despolitización de la clase obrera soviética. Argumentaba que esta clase no era la misma fuerza social que había tomado el poder en octubre de 1917. La clase obrera posrevolucionaria no había experimentado el mismo bautismo de fuego que antes la había unificado e impulsado la revolución.

La guerra y las terribles condiciones económicas habían pasado factura. Sin embargo, Rakovsky creía que la causa principal era el fracaso del Partido Comunista a la hora de educar a esta clase obrera reconstituida en el espíritu del socialismo soviético. Atribuía ese fracaso, a su vez, a la bancarrota de las élites del partido y del Estado, cuyas condiciones de vida privilegiadas estaban muy alejadas de las de la clase obrera:

Cuando una clase toma el poder, una de sus partes se convierte en el agente de ese poder. Así surge la burocracia. En un Estado socialista, donde la acumulación capitalista está prohibida por los miembros del partido dirigente, esta diferenciación comienza siendo funcional; más tarde se convierte en social (…). Ciertas funciones antes satisfechas por el partido en su conjunto, por toda la clase, se han convertido ahora en atributos del poder, es decir, solo de un cierto número de personas del partido y de esta clase.

El resultado fue «la intoxicación del poder», escribió Rakovsky, citando al líder revolucionario francés Maximilien Robespierre. Como remedio a este problema, la Oposición de Izquierda debería proponer no solo una depuración a fondo del aparato del partido, sino también la reeducación de los miembros del partido y de la población en general.

Rakovsky sugirió modestamente que esto no era más que un análisis preliminar del malestar de la revolución. Sin embargo, su aliado Trotsky elogió con entusiasmo el ensayo e instó a que se difundiera lo más ampliamente posible. Más tarde proporcionó el punto de partida para el famoso tratado antiestalinista del propio Trotsky, La revolución traicionada, publicado en 1936.

Entre el fascismo y el estalinismo

La expulsión del partido, el exilio y el brutal encarcelamiento hicieron mella en los opositores bolcheviques. Algunos intentaron volver al redil del partido, especialmente después de que Stalin pareciera haber adoptado algunas de sus políticas clave, como la industrialización acelerada, a partir de 1928. Por su parte, Rakovsky rechazó la idea de una «capitulación» basada en concesiones parciales de Stalin a la plataforma de la Oposición, exigiendo la restauración completa de la democracia del partido, los soviets y los sindicatos.

Tras la expulsión de Trotsky de la Unión Soviética en enero de 1929, Rakovsky pasó a ser considerado el líder de la Oposición de Izquierda dentro del país. A pesar de su aislamiento y del deterioro de su salud, escribió varias declaraciones francas en 1929-30, dirigiéndose directamente al Comité Central y estableciendo las condiciones previas necesarias para que la Oposición volviera a la vida política. La democratización total era la esencia de lo que buscaba Rakovsky.

En efecto, estas declaraciones eran propuestas de readmisión en el partido, que implícitamente pedían una alianza con la facción «centrista» de Stalin contra figuras de la «derecha» como Nikolai Bujarin. Este planteamiento preocupó a algunos oposicionistas, incluido Trotsky, que expresó encubiertamente sus reservas a Rakovsky.

Sin embargo, las declaraciones de Rakovsky eran críticas intransigentes y mordaces contra «la autocracia del aparato» y la «violenta» represión política que había ejercido. Un comunicado exigía provocativamente la «abolición del cargo de secretario general», que ocupaba el propio Stalin.

Rakovsky y sus cofirmantes denunciaron la visión de Stalin del «socialismo en un solo país», la marcha forzada hacia la colectivización agrícola y la industrialización, y el centralismo burocrático de la Gran Rusia que estaba asfixiando a las repúblicas nacionales de la URSS. Subrayaron la importancia de restaurar la «democracia de partido y obrera» como forma de revigorizar la caduca «iniciativa revolucionaria de las masas».

En la década de 1930, estas esperanzas resultaron vanas. El estalinismo triunfaba en la URSS y el fascismo estaba en marcha en el resto de Europa. Deportado a Asia Central en 1932, el enfermo Rakovsky perdió todo contacto con Trotsky. La noticia de que Rakovsky había sido herido en un intento fallido de huida llegó a Trotsky a finales de ese año.

El legado de Rakovsky

Lo peor estaba por llegar. El 23 de febrero de 1934, el periódico ruso Izvestiia publicó el texto de la capitulación de Rakovsky ante el partido. En él se aludía a la toma del poder por los nazis en Alemania unas semanas antes como razón para apoyar el liderazgo de Stalin:

Frente al ascenso de la reacción internacional, dirigida en última instancia contra la revolución de octubre, considero que es el deber de un comunista bolchevique someterse completamente y sin vacilaciones a la línea general del partido.

La rendición de Rakovsky fue un golpe devastador para la asediada Oposición de Izquierda y para Trotsky personalmente: «Rakovsky era prácticamente mi último contacto con la vieja generación revolucionaria», escribió en su diario. «Después de su capitulación no queda nadie». Sin embargo, no condenó personalmente a Rakovsky, culpando en cambio a las extraordinarias presiones políticas a las que había sucumbido: «Podemos decir que Stalin consiguió a Rakovsky con la ayuda de [Adolf] Hitler».

Cuatro años más tarde, en marzo de 1938, en el apogeo del terror estalinista, Rakovsky fue nombrado en el tercer juicio de Moscú a antiguos bolcheviques como miembro de un llamado «Centro Trotskista». Fue acusado de conspirar con agencias de inteligencia extranjeras para derrocar al gobierno soviético. «El viejo luchador, roto por la vida», escribió Trotsky al enterarse de la acusación, «va ineludiblemente a conocer su destino».

Y así fue, aunque su ejecución no llegó hasta el 11 de septiembre de 1941. Rakovsky había confesado crímenes inventados a causa del «engaño, el chantaje y la violencia psicológica y física», en palabras de una resolución del Soviet Supremo de abril de 1988 que rehabilitaba póstumamente a Rakovsky y lo readmitía en el Partido Comunista.

El arco de la vida de Rakovsky subió y bajó con el periodo más heroico del movimiento marxista y obrero internacional y su derrota en el siglo XX, aplastado entre el martillo fascista y el yunque estalinista. Las repercusiones de esa derrota siguen hoy entre nosotros, y no solo en Ucrania, sino en todo el mundo.

El legado de Rakovsky es a la vez histórico y contemporáneo. Forjado en el caldero de las guerras de los Balcanes y la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, sus escritos nos ofrecen una rica visión de las sensibilidades de la opresión nacional y los peligros del chovinismo nacional cuando es aprovechado por potencias imperiales beligerantes y rapaces. El internacionalismo y la democracia participativa definieron el socialismo de Rakovsky, manifiesto no solo en su adhesión a la Revolución de Octubre, sino en su inquebrantable determinación de defender esos principios hasta el final.


Versión PDF: Descargar artículo en PDF | Enlace permanente: https://info.nodo50.org/6561