Calibán, la bruja y El Capital

21 de agosto de 2013. Fuente: Reseña y crítica de Calibán y la bruja, de Silvia Federici. Por David Karvala.

Este libro abarca tantas cosas que es imposible hacerle justicia en una breve reseña. (...) Muy brevemente, Federici presenta como elementos clave para la transición del feudalismo al capitalismo los cercamientos —la toma por parte de los ricos de las tierras comunes—; el colonialismo y la esclavitud; y la caza de brujas. Los dos primeros puntos son ampliamente reconocidos, aunque el libro tiene el mérito de rescatar importantes luchas, perdidas en el pasado. El tercer punto es más novedoso, y controvertido. Creo que hace un gran trabajo al explicar un fenómeno casi ignorado —como comenta la autora— por la historia.

Reseñas y críticas a "Calibán y la bruja", de Silvia Federici.

Pero no convence su tesis global acerca de la centralidad de la caza de brujas para el auge del capitalismo. Aquí sólo cabe un esbozo de algunas discrepancias.

La principal tiene que ver con la propia concepción de la transición hacia el capitalismo. Para Marx, el surgimiento del capitalismo fue algo muy contradictorio. Por un lado, como escribió en El Capital, “el capital nace chorreando sangre y lodo… desde los pies a la cabeza”. Por otro, al hacer avanzar la producción, pone las bases materiales necesarias para una nueva sociedad más justa, y crea la clase trabajadora, que tiene el poder colectivo de establecer este nuevo mundo.

Federici sólo ve la primera parte: el capitalismo es simplemente “la contrarrevolución” ante “las posibilidades que habían emergido de la lucha anti-feudal: unas posibilidades que, de haberse realizado, nos habrían evitado la inmensa destrucción… que ha marcado el avance de las relaciones capitalistas.” (pág. 34).

Describe al capitalismo como “la respuesta de los señores feudales, los mercaderes patricios, los obispos y los papas”. En un argumento que es idealista, en un sentido filosófico, Federici presenta una transición del feudalismo al capitalismo conscientemente planificada por parte de “la clase dominante europea” —en realidad, toda una serie de grupos divididos en base a la clase y la nación— cuando fue más bien producto de una serie de luchas a muerte entre los representantes del viejo sistema y la naciente burguesía, ésta a menudo respaldada por las clases populares a las que luego traicionó.

Con esta visión unidimensional, la revolución inglesa del s.XVII —que cortó la cabeza al rey— se reduce a “la llegada al poder de los puritanos después de la Guerra Civil (1642-1649)” (pág. 126). Y estoy seguro de que los “señores feudales” que perdieron la cabeza en la revolución francesa de 1789 —ausente en el libro— no celebraron, ni mucho menos planificaron, la llegada de sus verdugos burgueses.

Y finalmente, está muy bien recuperar las luchas anti-feudales del s.XII en adelante, pero sugerir que éstas podrían haber llevado directamente a una nueva sociedad también es idealista. Para que todo el mundo pueda vivir mejor, no basta con buenas ideas y voluntad, también hacen falta los medios materiales. Estos medios faltaron en la Rusia revolucionaria, imposibilitando el socialismo en ese país (es significativo que Federici se refiera al bloque estalinista como “Estados socialistas”, pág. 21). En 1917 sí existieron las bases materiales en el ámbito global, y hoy aún más; pero en el s.XIII o XV, no.

Igual que la propia transición al capitalismo, la caza de brujas se presenta como una estrategia planificada. Federici es convincente cuando explica su enorme alcance, pero las terribles cifras —“en menos de dos siglos cientos de miles de mujeres fueron quemadas, colgadas y torturadas”— no confirman su tesis. Es innegable que la transformación de la opresión de las mujeres en la transición al capitalismo fue imprescindible para la nueva sociedad de clases (aunque sospecho que Federici pinta una imagen edulcorada de la vida de las mujeres bajo el feudalismo), pero no convence de que la caza de brujas fuera “uno de los acontecimientos más importantes del desarrollo de la sociedad capitalista y de la formación del proletariado moderno”. En parte, porque como ella demuestra, las cazas de brujas también afectaron zonas y épocas en las que la transición al capitalismo aún quedaba muy, muy lejos, como Castilla o México en el s.XVI. Un fallo del libro es que, al intentar abarcar tanto, mete tiempos y lugares muy diferentes en un mismo saco uniforme.

Dicho esto, se puede aprender mucho de este libro aun sin compartir su visión general.


Respuesta de Manel Ros en La Hiedra a la crítica de David Karvala.

David en su reseña saca a relucir algunos aspectos de la obra de Federici que considera que no se demuestran bien en el libro y que como mínimo generan muchas dudas.

Básicamente los puntos de desacuerdo que pretendo discutir en este artículo son dos: la importancia de la caza de brujas en la transición al capitalismo como parte de la acumulación originaria y si esta transición fue una respuesta planeada de las clases dirigentes.

El debate sobre qué aspectos han tenido más relevancia en la acumulación originaria y por tanto en la aparición del sistema capitalista es largo, complejo y no se ha resuelto en más de cien años de marxismo. Por tanto no pretendo aquí dar una respuesta definitiva a la pregunta, sino esbozar algunas dudas respecto a la negación de Karvala de la importancia de la caza de brujas.

Para Marx lo más importante a nivel de acumulación originaria, o dicho de forma más clara, acumulación previa al capitalismo, fueron los cercamientos de tierras, básicamente la privatización de las tierras a través de su expropiación. Este proceso no era más que “el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción”, que a su vez incluye también el saqueo de las colonias y la trata de esclavos. El economista marxista Ernest Mandel cita al propio Marx cuando dice que “el descubrimiento de los países del oro y de la plata en América; el exterminio, la reducción a la esclavitud y el entierro en las minas de la población indígena; el principio de la conquista y del saqueo de la India oriental; la transformación de África en un territorio de caza comercial de pieles negras, fueron los procedimientos que caracterizaron la aurora de la época de producción capitalista. Estos idílicos procesos constituyen los momentos principales de la acumulación primitiva”. Aunque va más allá, diciendo que pese a ese reconocimiento se podría incluso afirmar que el filósofo alemán podría haber “subestimado la importancia del pillaje del tercer mundo para la acumulación del capital industrial en Europa occidental”.

Con esta afirmación pretendo remarcar la posibilidad de que Marx, a pesar de detectar muchos de los factores que propiciaron la acumulación originaria, pudo haber subestimado algunos. Entre ellos, el papel que tuvo el control del cuerpo de la mujer como única forma de reproducción de la fuerza de trabajo, ya fuera esclava o asalariada. Y es que cuando hablamos de caza de brujas hablamos de uno de los métodos que usaron las clases dirigentes de la época para controlar a las mujeres y por tanto su cuerpo. De hecho, el propio Karvala admite en su reseña la importancia de la opresión de las mujeres en la transición al capitalismo. ¿Por qué no aceptar entonces la caza de brujas, o mejor dicho el intento de controlar el cuerpo de las mujeres, como una parte importante de la creación de esta opresión? A lo que hoy se le dice bruja no era nada más que una mujer independiente y que se escapaba al control del estado. Marx en su análisis tiene poco en cuenta el papel de la reproducción de la fuerza de trabajo. Tener en cuenta los factores que reproducen el sistema capitalista, formen parte o no del trabajo asalariado, es fundamental para entender el sistema en su conjunto.

A nivel cuantitativo, algo a lo que Karvala también le da importancia en la reseña, la profesora de la UB y experta en historia de las mujeres, Isabel Pérez Molina, afirma que, a pesar de que es difícil contabilizar aún hoy en día la magnitud de los asesinatos de mujeres entre los siglos XIV y XVII, el período donde se desarrolla más la caza de brujas, los estudios que más reducen las cifras las sitúan en 200.000, mientras otros las sitúan en hasta nueve millones de mujeres3. Siempre es polémico tener en cuenta un aspecto de la transición al capitalismo de forma cuantitativa, pero lo que queda claro es que las cantidades de asesinatos no fueron pocas.

Contradicción o contrarrevolución

En cuanto al segundo punto, la transición del feudalismo al capitalismo fue un proceso dialéctico y, como tal, se deben tener en cuenta muchos aspectos que interactúan entre sí. Ni fue solo algo planificado hasta el último detalle por las clases dirigentes frente a las crecientes rebeliones, ni tampoco fue solo, como afirma Karvala en su reseña, una “lucha a muerte entre los representantes del viejo sistema y la naciente burguesía”. En ese sentido, aunque quizá se puede hacer una crítica a Federici por una excesiva hiper-politización de algunos de sus argumentos, el libro muestra de forma muy contundente como la clases dirigentes de la época construyeron durante todo este proceso una ideología, en el sentido marxista de la palabra, para tratar de sostener una serie de políticas encaminadas a consolidar su creciente poder. Y tal como afirma Federici, uno de los elementos principales fue “el control de las mujeres, de la reproducción, de su sexualidad y de su cuerpo”.

Los ejemplos del intento de las clases dirigentes de la época para tratar de controlar el cuerpo, no solo de las mujeres sino de ser humano en general, quedan muy bien reflejados a partir del análisis de las políticas aplicadas por parte de los estados y las iglesias, sostenidas muchas veces por los estudios de filósofos como Thomas Hobbes, que sin duda sentaron muchas de las bases actuales en las cuales se basa el capitalismo. Tal y como afirma el propio Karvala en su publicación Marxismo para anticapitalistas, “la ingeniosa solución, impulsada por respetables pensadores de la época como David Hume y Thomas Hobbes, fue inventar la idea de ‘diferentes razas’ […] De ahí empezó toda una industria de teorías racistas, que sigue hoy en la sociobiología y algunas aplicaciones de la genética”.

En una línea similar, el autor marxista Alex Calllinicos explica en su trabajo Racismo y clase que “la esclavitud no surgió del racismo; al contrario, el racismo fue la consecuencia de la esclavitud”. Curiosamente, Callinicos también señala a través de un texto del escritor y periodista marxista Peter Fryer que uno de los objetivos de la construcción de esta ideología era precisamente “en gran parte defensiva, como el arma de una clase que se sentía cada vez más atacada por su riqueza, su forma de vida y su poder”.

¿No podemos considerar todo esto como algo planificado para hacer frente a las cada vez más frecuentes rebeliones de las clases populares? No hay espacio aquí para desarrollar las múltiples formas de resistencia a esa transición, pero está claro que no fueron pocas. Y es que tal y como afirma Federici, “la primera máquina desarrollada por el capitalismo fue el cuerpo humano y no la máquina de vapor, ni tampoco el reloj”. Es decir que detrás del control del cuerpo humano en general, y del cuerpo de las mujeres en particular, existieron políticas concretas para controlar el cuerpo en todos sus aspectos.

Por falta de espacio no podré desarrollar una respuesta a otras de las críticas de Karvala al libro de Federici, como el debate sobre lo imprescindible del capitalismo y por tanto la pre-condición del desarrollo de las fuerzas de producción para la liberación humana. De todas formas, son debates que el libro de Federici pone encima de la mesa, que no están cerrados y que nos haríamos un flaco favor si así lo hiciéramos, porque si una cosa nos enseñó Marx y el marxismo es que sus teorías son una herramienta viva que en el momento en que paran de avanzar y de repensarse pierden todo su sentido.

El libro de Federici, más que una crítica al marxismo, se debe considerar como un análisis de la lucha de clases y por tanto de la historia, donde se incluye la visión de las mujeres pero en ningún momento de forma separada del sector masculino de la clase trabajadora. Federici tiene claro que es el capitalismo quien más se beneficia del trabajo de las mujeres y que eso acaba dividiendo a la clase trabajadora en su conjunto, produciendo lo que ella llama “acumulación de diferencias y divisiones”. Todo esto desde un análisis materialista de la historia, teniendo en cuenta las relaciones de producción y de clase y alejándose de las explicaciones transhistóricas del patriarcado y la opresión de las mujeres de algunas corrientes de pensamiento feministas.


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