Entrevista al exministro Juan Ramón Quintana: «La vanguardia del golpe en Bolivia fueron los medios de comunicación»
15 de enero de 2021. Fuente: Rebelión
Contexto entrevistó al exministro de la Presidencia durante el gobierno de Evo Morales, Juan Ramón Quintana, quien explicó cómo se conformó el bloque golpista, señaló que «hay que investigar en profundidad el papel de la Unión Europea en el golpe de Estado en Bolivia» y analizó los motivos que llevaron a la rápida recuperación de la democracia en ese país.
Juan Ramón Quintana Taborga fue ministro de la Presidencia durante el gobierno de Evo Morales (2006-2010, 2012-2017 y nuevamente desde enero de 2019 hasta el golpe de Estado en noviembre de ese año) y también se desempeñó como embajador del Estado Plurinacional de Bolivia en La Habana, Cuba (2017-2019). De formación militar, se licenció en sociología y realizó un posgrado en filosofía y ciencias políticas. Es considerado uno de los cuadros más importante del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia y tuvo un rol clave en el combate al injerencismo norteamericano en Bolivia.
En una extensa charla con Contexto (de la que hoy publicamos la primera parte), Quintana explicó cómo se conformó el bloque golpista, señaló que «hay que investigar en profundidad el papel de la Unión Europea en el golpe de Estado en Bolivia» y analizó los motivos que llevaron a la rápida recuperación de la democracia en ese país.
– Si el golpe de Estado en Bolivia sorprendió a muchos, la rápida recuperación de la democracia por parte del pueblo y su conducción política también fue una gran sorpresa para muchos analistas. ¿Cómo se logró recuperar la democracia en tan corto tiempo?
– Esa es una pregunta medular que tiene que ver no solo con los episodios de golpe, sino con procesos de larga y mediana duración en la construcción de identidades en la formulación de proyectos políticos que vienen de tiempo atrás.
Tengo la impresión de que esta victoria tan contundente, en tan poco tiempo después del golpe, es la suma de varios factores: por un lado, el golpe mismo. La ruptura, el quiebre institucional, la forma en que se sacó al presidente Evo Morales a través del pronunciamiento militar, la sedición policial, etc. La manera en que se expulsa del poder a un presidente legítimamente electo, que no había concluido su mandato, es un factor fundamental, porque es el pueblo boliviano el que lo eligió con más del 60 % de los votos en el año 2015. Por lo tanto, ello se expresó como una usurpación del poder democrático por parte de los golpistas.
Un segundo elemento que llevó a este resultado electoral tiene que ver con las características de la gestión de gobierno por parte del régimen golpista. En líneas muy claras a identificar, se puede decir que fue una gestión que apuntó a desmantelar los grandes logros económicos, sociales y políticos de los catorce años de gobierno de Evo Morales y las organizaciones sociales.
Es un régimen que, por encargo extranjero, tuvo la política de desmantelar la filosofía del vivir bien, del Estado de bienestar. Por lo tanto, apuntó a desmantelar el proceso de la nacionalización de los recursos naturales, del desarrollo de las empresas estatales, y frenar en seco el proyecto de la industrialización. Esa característica de la gestión ha tenido un impacto muy fuerte en la población boliviana, porque es una población que ha sentido durante catorce años que se ha beneficiado de la nacionalización a través de la distribución de los recursos económicos, a través de un mejor manejo de la riqueza nacional, de una distribución más equitativa de los recursos entre las regiones, los municipios, entre la población más vulnerable. El régimen optó por quebrar la nacionalización.
Otro aspecto que caracterizó a la gestión del golpe es el saqueo, el robo. Si hay algún régimen que ha logrado batir records de saqueo del país, ese es el de Jeanine Áñez, que en muy poco tiempo le ha demostrado al país lo que jamás se debe hacer, pero además en un momento de una crisis sanitaria como la desatada por la pandemia. Desmantelaron empresas, hicieron negociados entre bambalinas, hicieron adquisiciones con sobreprecio.
El pico más alto de la corrupción fue la compra con sobreprecio, por varios millones de dólares, de respiradores que se suponía debían salvar la vida de la gente y nunca llegaron a Bolivia. Escándalo en el que estuvieron involucrados ministros de Salud, asesores e incluso la propia Jeanine Áñez. Es una investigación que está pendiente.
Una cuarta línea que caracteriza a la gestión del gobierno de facto tiene que ver con la violación flagrante de los derechos humanos. Estos factores son los que generan un gran sentimiento de indignación, de ira popular. Además de otros que hay que sumarlos, como fueron las postergaciones sucesivas de las elecciones para restablecer la normalidad democrática.
Por otro lado, lo que también tiene que ver con esta respuesta electoral es esta suerte de intento de aplastamiento a los grandes logros en materia de construcción de la nación, construcción de la subjetividad del Estado Plurinacional, de la colectividad del pueblo boliviano. El hecho de haber humillado al pueblo boliviano a través del aplastamiento de los símbolos como la wiphala, haber agredido a las mujeres de pollera, llamando salvajes a los pueblos indígenas, a los bolivianos que se revelaban. Esa suma de factores fue la que enervó la conciencia política del pueblo boliviano.
– ¿Esos son los principales factores?
– A eso se sumó un elemento interesante, que es el tiempo político. La respuesta a la pregunta de cómo es posible que en tan poco tiempo el pueblo boliviano haya derrotado la dictadura y haya logrado una victoria tan contundente tiene que ver con que hay toda una generación de jóvenes que en algún momento fue seducida por el lenguaje y la narrativa que planteaba que «el gobierno de Evo Morales era una dictadura», que «Evo Morales era un dictador» y que, por lo tanto, «había que derrocarlo».
Cuando se produjo el golpe de Estado y empezó la persecución, la violación de los derechos humanos y las detenciones arbitrarias, el pueblo boliviano, pero especialmente los jóvenes, tomaron conciencia de lo que en verdad era una dictadura. Eso hizo que, en menos de un año, un par de generaciones de bolivianos comprendieron lo que realmente era una dictadura.
En menos de un año se condensó todo ese tiempo que era inherente a la dictadura y la gente tomó conciencia de ello: corrupción, violación de los derechos humanos, violación de las normas, terrorismo de Estado, etc., etc.
Después de que en 2019 habían votado contra Evo Morales, porque habían consumido la narrativa de que el gobierno de Evo Morales era «un régimen autoritario, dictatorial», esos miles de jóvenes tomaron conciencia, en esos once meses de la gestión de Jeanine Áñez, y con ese desdoblamiento de su conciencia, de su subjetividad, asistieron a las urnas, y es por eso que el resultado fue sorprendente.
– Por un lado está esta gran base social que usted ha descrito y que permitió la recuperación de la democracia, pero ¿hubo algún tipo de fractura en el bloque golpista, que parecía tan consolidado en 2019 y ya no se lo vio así en 2020?
– Creo que hay dos momentos de este proceso golpista. El primer momento fue el de la construcción convergente de los actores que promovieron el golpe. Obviamente la vanguardia del golpe en Bolivia fueron los medios de comunicación. La mayoría de los medios de comunicación, analistas, articulistas, periodistas, conformaron «todo un ejército» que se convirtió en un bloque muy potente que barrió con toda posibilidad de defensa del gobierno en materia de disputa, de debate. La jerarquía de la Iglesia católica estuvo fuertemente comprometida con la desestabilización; también un conjunto de organizaciones no gubernamentales (ONG) que desde distintos ámbitos («el medioambiente», «los derechos humanos», «la democracia», etc.) jugaron su papel, los dirigentes de la derecha con un financiamiento muy fuerte desde el extranjero, el empresariado, etc. Ese bloque se fue consolidando y, por supuesto, ingresaron las universidades públicas y privadas, y finalmente hizo su ingreso sedicioso la Policía y, como corolario, las Fuerzas Armadas.
Hasta el 10 de noviembre [de 2019] ese bloque trabajó, hizo su papel, fue ensamblado y articulado desde la Embajada de Estados Unidos con recursos norteamericanos y el apoyo, además, de algunos países de la Unión Europea (UE), de hecho, hay que investigar en profundidad el papel de la UE en el golpe de Estado en Bolivia, porque durante el año 2019 sus embajadores se encargaron de desacreditar al Tribunal Supremo Electoral (TSE). Hubo toda una estrategia de descrédito del TSE por parte de la UE y sus operadores políticos, que son las ONG a las que transfieren recursos económicos.
Como decía, ese bloque fue muy sólido, se articuló mucho, impulsó actos de vandalismo, de violencia, etc., etc., con un guión muy bien armado, y funcionó perfectamente hasta el 10 de noviembre, cuando se produjo el golpe.
A partir del momento que la presidenta transitoria golpista, Jeanine Áñez, optó por ingresar en la arena electoral, empezó a debilitarse este bloque y a maximizarse el uso de la fuerza pública.
Después de las masacres en Senkata y Sacaba, en noviembre, a partir de diciembre/enero el sector del monopolio de la fuerza pública empezó a hacer un trabajo vinculado al terrorismo estatal. El ala terrorista estatal se instaló muy fuertemente y empezó a despegar, mientras el ala más política empezó a debilitarse. No creo que haya habido una fractura, sino un debilitamiento de ese bloque, que hasta el final funcionó unido. Carlos Mesa continúo apoyando al gobierno de Jeanine Áñez, Tuto Quiroga fue un personaje siniestro que, más allá de haberse postulado a la presidencia, después de haber retirado su candidatura, porque es uno de los operadores más sofisticados de Washington, no le restó su apoyo a la presidenta, que era obviamente un alfil de la Embajada americana. Pero empezaron a tomar distancia a partir del momento en que la presidenta se empezó a debilitar, y se debilitó mucho más en la medida en que se fue denunciando la corrupción, en la medida en que las Fuerzas de Seguridad eran más brutales, en la medida en que el abuso de poder se hizo más visible y en la medida en que el régimen fue más inepto para gestionar la pandemia. Ahí hubo una especie de debilitamiento, más que una fractura.
En ese marco, el movimiento social empezó a adquirir más fuerza y empezó a desarrollar más capacidad de resistencia frente al régimen.
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