El legado de Marcuse

13 de diciembre de 2016. Fuente: La Esfera Gris

Herbert Marcuse (1898-1979), uno de los miembros más beligerantes de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (1), es uno de los referentes más significativos de la filosofía crítica y del uso que se ha hecho de ella en forma de consciencia social, política y humana, en todos sus ámbitos.

Por Patricia Terino

En 1978, poco antes de su muerte, Marcuse concede una entrevista al profesor Bryan Magee, donde aborda las grandes cuestiones por las que ha transitado su pensamiento desde sus inicios en el pensamiento crítico. Y en ella analiza, quizás de un modo más claro que a través de su obra escrita, las claves del funcionamiento actual del sistema, los peligros inherentes (y en la actualidad explícitos) al modelo capitalista, así como la deuda del propio Marcuse para con Marx sobre el estudio tan profundo que este llevó a cabo de la historia y de la sociedad en la que se inserta su pensamiento, a pesar de salvar ciertas distancias, matizar algunas de las propuestas marxistas e incluso rechazar otras por su inviabilidad en el mundo actual (2).

Algunas de esas ideas y tesis que Marcuse expone en esta charla representan claramente las raíces de los movimientos sociales y políticos actuales erigidos contra un sistema devastador por las desigualdades e injusticias que genera, por la acumulación de capital y poder que concentra en sectores muy reducidos y por la destrucción que lleva a cabo de nuestro entorno, de nuestro ecosistema vital, y en un sentido más puramente filosófico y psicológico, de nuestro mundo interior.

Por ello, creo necesario atender a la labor que la Escuela de Frankfurt, y en este caso concreto Marcuse, desarrollaron al desvelar las claves de los mecanismos empleados por el orden imperante para perpetuarse en el dominio y el control ejercido sobre una ciudadanía que creían poder adoctrinar bajo el signo del llamado estado del bienestar, el ocio dirigido, las nuevas tecnologías al servicio del sistema para disuadir las conciencias y la crítica, y la triunfante sociedad de consumo, uno de los mayores logros del capitalismo. El propio Marcuse sintetizaba los principios y aspiraciones del sistema capitalista resumiéndolos bajo el lema "Vivir para trabajar. Trabajar para consumir", lo que consigue de manera eficaz a través de una serie de mecanismos de control que tanto Marcuse como el resto de miembros de la Escuela de Frankfurt ponen de manifiesto, en un intento por devolver a la ciudadanía la consciencia que el sistema le ha arrebatado, sustituyéndola por toda una suerte de actitudes impasibles, imperturbables, casi como si de una ataraxia social se tratase, ante un mundo que se desmorona, para unos más que para otros, fruto de la desigualdad connatural al modelo imperante.

Es en su obra El hombre unidimensional (3) donde Marcuse analiza en profundidad este nuevo tipo de ser humano al que ha dado lugar el sistema capitalista, el individuo medio occidental al que, por lo general, se le cubren sus necesidades más primarias al mismo tiempo que se le crean otras absolutamente ficticias, dando lugar a una insatisfacción constante y a un impulso de expansión inagotable, coincidiendo con los propios conceptos capitalistas de acumulación, concentración, avaricia, ambición y crecimiento permanente. Son las actitudes más destacadas de lo que comúnmente se denomina el sueño americano (4), donde cualquier persona puede llegar a lo más alto del poder económico, social o político con su trabajo y esfuerzo. Pero la realidad es algo más oscura en este punto, puesto que para ello no solo podemos servirnos del trabajo y el esfuerzo, sino que hemos de incorporar al proceso nociones tan familiares para la élite dominante como explotación, alienación, corrupción, especulación en su sentido más despreciable, extorsión y sobre todo estar imbuido completamente por la necesidad de poder y dominación para conseguir dicho enriquecimiento en todos los ámbitos por medios que van más allá del trabajo y el esfuerzo. Cierto es que este macronivel solo se reserva a los más versados en estas actitudes alineadas con los principios más feroces del capitalismo. Al resto de occidentales se les dedica los cada vez menos esfuerzos por parte del sistema, dado el proceso permanente de adoctrinamiento, de insuflar esas falsas necesidades de las que hablábamos, insertándolas en un bucle de consumo insaciable. "Vivir para trabajar. Trabajar para consumir": la definición más acertada del ser humano occidental, de ese hombre unidimensional.

En la mencionada entrevista con el profesor Magee, Marcuse adelanta muchas de las situaciones de carácter político y social con las que habríamos de lidiar en los próximos años, atendiendo a la propia evolución del sistema capitalista y a su afán desmedido de crecimiento, poder y dominio. La globalización, a pesar de ser un concepto inherente a la idiosincrasia de este sistema desde sus orígenes, se materializa de manera efectiva en las últimas décadas, a través de tres vertientes diferenciadas y al mismo tiempo alineadas, de tal forma que acaben confundiéndose entre ellas, amalgamando principios y propósitos comunes, como ocurre en la actualidad: política, economía y cultura, en el sentido más occidental del término, cuyos respectivos representantes directos son el neoliberalismo, el capitalismo y el pensamiento único.

La hábil confluencia de estos tres paradigmas conforma la realidad de nuestra historia reciente. Se trata, en primer lugar, de un sistema económico, el capitalista, creado para generar las mayores cotas de concentración de riqueza jamás concebidas, al mismo tiempo y ritmo que produce las tasas más altas de pobreza, miseria y desigualdad. He aquí una de las grandes contradicciones inherentes a un sistema que aboga por un crecimiento infinito sustentándolo sobre recursos finitos. Y es también una de las razones por las que Marx vaticinó el futuro colapso de este sistema en un plazo medio, dada la insostenibilidad del mismo.

Precisamente Marcuse es interpelado por un ingenuo profesor Magee, quien se opone al hecho incuestionable en la actualidad del poder ejercido por la macroeconomía sobre la política y la supeditación de los gobiernos democráticos a los mercados financieros que dirigen el mundo, a explicitar aquellas cuestiones sobre las que se equivocó Marx en su análisis y futura progresión del capitalismo. La historia y los propios miembros de la Escuela de Frankfurt convienen en señalar dichos fallos de predicción y de ejecución, en cuanto a los regímenes comunistas surgidos en el S.XX se refiere. Pero hay otras muchas cuestiones sobre las que el análisis de Marx resulta tan exhaustivo y acertado que Marcuse sigue defendiéndolo con las matizaciones, revisiones y adaptaciones pertinentes, según argumenta a su interlocutor.

Pues independientemente de la afinidad ideológica o no que pueda establecerse con el marxismo, o más correctamente, con Marx (5), para Marcuse es innegable la importancia de su trabajo al llevar a cabo uno de los análisis más profundos y clarividentes del sistema capitalista realizados hasta el momento, de su funcionamiento interno, de los mecanismos que lo hacen posible y de sus pretensiones últimas.

Más allá de su filosofía de la historia, y de la dialéctica que el joven Marx hereda de Hegel, y de su concepto del trabajo y del ser humano, incluso más allá de sus predicciones y vaticinios (muchos erróneos y otros acertados), Marx analiza los entresijos del sistema para intentar demostrar que el modelo económico adoptado por una determinada sociedad o comunidad, determina y condiciona el resto de factores insertos en dicha sociedad. Es solo una teoría, despreciada por muchos y venerada por tantos otros, pero la humilde observación del curso de la historia en su totalidad, en sus diferentes etapas, en sus distintos acontecimientos y contextos, puede llevarnos a plantear la posibilidad del acierto de Marx al introducir los interesantes conceptos de infraestructura y superestructura, con los que técnicamente podemos referirnos a esta idea.

Según Marx, toda estructura social está determinada por el modelo económico adoptado previamente por dicha sociedad o comunidad. Este es el concepto más originario de infraestructura en la teoría marxista. Un modo concreto de economía, de sustento, dará lugar a una forma determinada de sociedad, acorde con sus mecanismos económicos, y no al revés. Por tanto, si cambiamos el sistema económico imperante, el capitalismo, por otro modelo económico basado en parámetros diferentes, de ello resultará un tipo distinto de sociedad. He aquí, a grandes rasgos, pues no estamos atendiendo a la lucha de clases de la que habla el marxismo, la visión histórica y social del ser humano que mantiene Marx, y una de las tesis que Marcuse sigue defendiendo.

Como decíamos, se trata solo de una teoría más de las muchas con las que contamos a este respecto. Pero es innegable que el sistema capitalista, que comienza siendo, como apunta Marx, un modelo económico concreto, no se detiene exclusivamente en este ámbito, sino que se encuentra revestido de una serie de valores, de actitudes, de principios y de mecanismos propios de funcionamiento que hacen identificar a una sociedad o cultura como capitalista y no solo por su sistema económico. Es en este punto donde entra en juego el concepto de superestructura. Según Marx, todo orden económico necesita de un soporte que lo justifique y que mantenga vigente el poder adquirido, es decir, toda infraestructura necesita de una superestructura.

Marx observa que este hecho se repite en nuestra historia al menos desde la Antigüedad. Se instaura un determinado sistema económico (6) que, al mismo tiempo, genera un tipo de sociedad concreta y para que este status quo se mantenga, se requiere de una serie de mecanismos y estrategias, especialmente ideológicas, que cumplan con esa labor de perpetuación a través del adoctrinamiento, del miedo, del entretenimiento o de las libertades ilusorias. En su época, Marx cita como principales formas de superestructura a la Filosofía, el Derecho, el arte o la religión. No en vano, para ejemplificar esta idea, Marx populariza la famosa expresión, empleada ya por muchos antes que él, que afirma que "la religión es el opio del pueblo".

La Escuela de Frankfurt y el propio Marcuse como miembro de ella, llevan a cabo un profundo análisis de estas superestructuras y el papel que juegan en la actualidad como anuladoras de consciencia, en ese intento por mantener el orden hegemónico y disuadir cualquier atisbo de rebelión o disidencia ante el mismo, contribuyendo así a generar toda una suerte de conformismo, resignación y pasividad ante la realidad que contemplamos. Ellos se centraron en los elementos más destacados de su tiempo a este respecto, tales como la radio, la publicidad o la televisión, con los que no tuvo que toparse Marx. Pero también inciden en aquellos que su predecesor mencionaba con especial interés, por su capacidad para sustentar al modelo dominante, como la Filosofía, una determinada filosofía y corriente de pensamiento auspiciada desde el sistema establecido; el Derecho o un sistema de justicia favorable a aquellos que ostentan el poder; la religión, que mantiene su papel redentor y de consuelo ante las injusticias del mundo sin plantearse eliminarlas, puesto que los grandes poderes religiosos forman parte del mismo entramado capitalista que las élites se esfuerzan por mantener; o el arte, que se convierte en una mercancía más, sujeto a los mismos patrones que rigen el mundo moderno (7).

En la actualidad esas superestructuras se hacen más necesarias que nunca para seguir sosteniendo al modelo capitalista a pesar de la creciente desafección de la ciudadanía en los últimos tiempos. Por ello, el fútbol, la tecnología, la macroindustria del entretenimiento, entre otras y, por encima de todo, la sociedad de consumo de la que estamos imbuidos, cumplen con este objetivo, convirtiéndose en el nuevo opio del pueblo para garantizar la permanencia del sistema a pesar de las penurias que genera.

El capitalismo pues, con todo lo que supone y abarca, representa la primera materialización del concepto de globalización que citábamos anteriormente, en este caso, identificado con su versión económica. Y como tal modelo económico, siguiendo la tesis marxista que defiende Marcuse, necesita de sus correspondientes abales que aseguren su perpetuidad en el dominio y el poder que ejerce. Es por ello que la globalización capitalista se manifiesta igualmente a través de otras dos facetas, como decíamos: la política y la cultural o ideológica, que se han convertido en nuestros días en uno de los mejores modos de superestructura, dado su propio carácter globalizante o expansionista bajo la forma del neoliberalismo y del pensamiento único, lo que se traduce en la imposición del modelo occidental de vida y existencia, más que cuestionable, en todos sus ámbitos y sobre todos los rincones del planeta.

Marcuse hace un análisis de todos estos componentes que constituyen el mundo actual y en la citada entrevista con el profesor Magee detalla la perspectiva desde la que lo construye, atendiendo por una parte a las tesis marxistas, ya mencionadas, y por otra, a las freudianas, en una acertada síntesis de ambas para alcanzar la tan perseguida comprensión acerca del ser humano, del mundo que habita y de la sociedad que hemos construido. Fruto de esta convergencia entre ambas posiciones, que muchos califican de antagónicas, como el propio entrevistador, y otros de tremendamente apropiada, surge la corriente que se ha dado en llamar freudomarxismo, como el mismo Marcuse la denomina (8).

Los ya clásicos conceptos estudiados por Freud en el ámbito del psicoanálisis acerca de la pulsión, la represión, el instinto, el principio de placer, el principio de realidad, o el simbolismo de Eros y Tanatos, entre otros, se insertan en los mecanismos de la sociedad capitalista analizada por Marx y revisada por los trabajos de Marcuse.

Las teorías de Freud intentan probar que el malestar interno que sufre el ser humano actual, así como las enfermedades de tipo psicológico y emocional que padece como nunca antes en su historia, viene dado por la inhibición y la represión constante de sus instintos y deseos más primigenios, en favor de una construcción social y cultural que exige nuestra sumisión ante la misma y una cada vez mayor desconexión con la naturaleza de la que formamos parte. Si incluimos esta idea que Freud desarrolla y prueba a través de sus investigaciones y de las sesiones con sus pacientes, en el análisis que tanto Marx como posteriormente Marcuse hacen de la sociedad capitalista, tal simbiosis cobra sentido dentro de los parámetros de poder, dominio y control que rigen nuestro sistema, propiciando un bucle de retroalimentación entre ambas situaciones. El capitalismo crea a un determinado tipo de ser humano, el hombre unidimensional, cada vez más enfermo por aquello que le exige en su adaptación al orden impuesto. Y al mismo tiempo, el individuo que reprime aquello que es, que sucumbe ante los convencionalismos establecidos, que permanece en su inexpresado y constante malestar en la cultura, que se desvincula con asombrosa facilidad de su naturaleza, propicia un modelo de sociedad como la capitalista, que requiere para su perpetuación, de humanos dóciles, susceptibles de adoctrinamiento y enfermos por la angustia vital que ocasiona nuestro mundo, arrebatándoles la consciencia crítica que se enfrenta a él.

El capitalismo redefine el freudiano principio de realidad como un principio de rendimiento del que se abastece la minoría dominante bajo el señuelo del estado del bienestar. Marcuse se basa especialmente, como decíamos, en el análisis de la sociedad norteamericana, a la que define como totalitarismo dulce y sutil, donde la libertad del individuo se reduce a su libertad como consumidor, a elegir entre una variedad de productos estandarizados, lo que lleva a la integración en el sistema de las propias fuerzas revolucionarias que pretendían derrocarlo.

Como decíamos anteriormente, la sociedad de consumo exacerbado en la que habitamos, se ha convertido en el mecanismo más arraigado y eficaz para controlar, dominar y perpetuar el sistema, protegiéndolo de toda conciencia crítica ante el mismo. Así, la superestructura de la que hablaba Marx cobra más sentido si cabe en nuestros días, extendiendo todo su poder e influencia a las personas, las instituciones y a la propia naturaleza. Desde el ámbito más propiamente filosófico, se trata de la razón instrumental (9) sobre la que tanto teorizaron los miembros de la escuela de Frankfurt, impregnada de ideología al servicio del orden establecido.

Además del análisis de la sociedad actual que hace Marcuse desde la Teoría Crítica, una de sus notas más distintivas en la lucha por la transformación social es su insistencia en el concepto de revolución y su convicción de que esa es la única vía para que dicha transformación sea posible. El resto de sus compañeros frankfurtianos, en un ejercicio de revisión de las tesis marxistas, habían abandonado ya la idea de la revolución como punto de partida para una nueva sociedad justa, solidaria, igualitaria y libre (10). Marcuse la reivindica según los viejos términos marxistas, pero también revisa y matiza: el sujeto revolucionario solo puede estar representado por los excluidos de esta sociedad, por los pobres, por los colectivos oprimidos, por los pueblos colonizados, por los jóvenes, por los intelectuales radicales, por las mujeres que deben recuperar los derechos que les fueron arrebatados por el régimen patriarcal, y por todos aquellos castigados por un sistema que proclama e impone por el mundo su peculiar concepto de democracia.

No en vano, Marcuse termina su célebre Hombre unidimensional con la cita de W. Benjamin que inspiró esta idea:

"Solo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza".

Esta tesis sobre la revolución desde los sectores más oprimidos de la sociedad se conoce como teoría del gran rechazo, por la que se pone de manifiesto que solo aquellos a los que ya no convencen ni consuelan los mecanismos adormecedores empleados por el sistema, son los que pueden sublevarse contra él, rechazando el modelo de vida y existencia derivado del orden establecido en todo los ámbitos de la realidad.

Y precisamente en este punto, Marcuse destaca especialmente la labor de la mujer y del feminismo en todas sus versiones como factor imprescindible para la transformación de la sociedad. Feminismo, que en la década de los sesenta, tan beligerante desde el punto de vista de la crítica, la toma de consciencia y la consecución de la justicia social, comenzaba a asentarse definitivamente, hermanándose con otros colectivos como el ecologista, el antibelicista o el sindical, cuyas posiciones coinciden, entre otras cuestiones, en el rechazo al status quo imperante.

El capitalismo, tal como fue concebido desde sus inicios, conduce inexorablemente a la perpetuación del régimen patriarcal en el que vivimos insertos, pues ambos se rigen bajo los mismos parámetros de dominio, control e imposición, implícitos en su propia razón de ser. Los mecanismos empleados en dicha finalidad también coinciden en ambas posiciones e ideologías, nutridas del miedo a alternativas factibles transmitido a la ciudadanía; la ilusoria seguridad que reportan y que tanto empeño han puesto en defender; las falsas necesidades creadas y la gran sociedad de consumo y bienestar, que permite disipar cualquier síntoma de malestar, pues mientras consumimos o deseamos consumir todo lo que el sistema decide que necesitamos irremediablemente para ser feliz, quizá ya no recordemos la opresión a la que sigue sometida la mujer en la actualidad, ni el sexismo que seguimos padeciendo en todos los ámbitos, porque después de todo, podemos votar, estudiar o trabajar; y puede que tampoco seamos ya conscientes de la crisis brutal de los refugiados que atravesamos en nuestros días, ni del drama de la inmigración , ni de cómo los gobiernos, supeditados a los intereses económicos, ignoran la cuestión u ofrecen soluciones moralmente inaceptables mientras la gente que huye del horror sigue muriendo delante de nuestras costas; ni del más que inquietante ascenso del neofascismo en Occidente. Esta es la razón de ser de la sociedad de consumo y del resto de mecanismos de control. Más allá del poder económico y del enriquecimiento que reporta para las grandes compañías el consumo exacerbado, se encuentran los motivos ideológicos que subyacen en la esencia propia del modelo capitalista y del patriarcal.

Marcuse se hace eco de este análisis, considerando a un modelo de feminismo conectado con la lucha y la justicia social, como un movimiento popular imprescindible para la auténtica transformación de la sociedad.

Algunas feministas reputadas como Silvia Federici, han profundizado en este vínculo existente entre ambas ideologías, concluyendo, como adelantábamos anteriormente, que el sistema capitalista es eminentemente patriarcal (11). Por ello, si abordamos la cuestión feminista desde su perspectiva más filosófica y antropológica, analizando el concepto histórico que define a grandes rasgos la situación de la mujer en los últimos milenios, esto es, el patriarcado y toda la dominación, la opresión, el dolor y las injusticias que ha traído consigo, entonces la lucha contra este nos conduce irremediablemente a situarnos contra el modelo económico, político y social que se encarga de perpetuarlo.

La última parte de la citada entrevista a Marcuse se centra en la influencia que este ha ejercido y que sigue haciéndolo en nuestros días, sobre la filosofía, el pensamiento crítico y los movimientos sociales a los que ha dado lugar. Dentro del ámbito intelectual se le recuerda, además de por sus importantes tesis filosóficas, por alentar entre los estudiantes muchas de las protestas que desembocaron en el famoso mayo del 68. Aunque él mismo atribuye dichos acontecimientos al desencanto generado por el sistema constituido y su carga sobre los sectores más desfavorecidos de la sociedad, lo cierto es que su influencia fue determinante para la toma de conciencia de dicho malestar en la ciudadanía, para asentar el concepto de la lógica de la dominación, como detalla en su célebre Hombre unidimensional y para convertirse en referente de la izquierda en su constante lucha por la emancipación humana.

La labor que Marcuse llevó a cabo y el legado que nos proporcionó llega hasta nuestros días, pues resulta imposible no percibir su sello en los primeros movimientos calificados de antiglobalización (12) en las protestas de Seattle en 1999 (13) y que después se extenderían al resto de Occidente; o en todas las plataformas civiles y ciudadanas que han proliferado en la actualidad, reclamando los derechos vitales que se le siguen negando o que les han sido arrebatados; o en todos aquellos colectivos feministas, ecologistas o animalistas, que exigen la libertad, el respeto y la dignidad que nos es propia y que seguimos demandando; o en la izquierda del siglo XXI, que a pesar de los viejos fragmentos que aún la componen, ahora es más consciente del mundo en el que vive, de su funcionamiento, de su lógica del dominio y del concepto tan superficial de democracia que instauraron, haciéndonos creer que era suficiente.

Esta nueva era de la toma de conciencia y de la crítica se inicia con la llamada por Ricoeur Filosofía de la sospecha, cuyos integrantes, Marx, Nietzsche y Freud, cuestionaron el orden establecido en el ámbito de la filosofía, de la sociedad, de la moral, de la política o de la razón humana, entre otras cuestiones, e inauguraron una nueva etapa, no solo para la historia del pensamiento filosófico, sino para el propio ser humano, que aunque lentamente, comienza a despertar del sueño dogmático (14) en el que el sistema lo había sumido.

Marx nos muestra al sistema capitalista al desnudo, con todas las consecuencias que este trae consigo; Nietzsche hace lo propio en el ámbito de la filosofía occidental y del tipo de moral impuesto por esta y por la tradición judeocristiana; y Freud desarticula los todopoderosos conceptos de sujeto y consciencia, imperantes desde la Modernidad filosófica e histórica, introduciendo la noción de inconsciente como referente último de toda acción y sentir humanos, desmontando las concepciones tradicionales al respecto.

Esta labor crítica ha sido determinante para iniciar un nuevo rumbo en la historia del pensamiento y las ideas, puesto que desde la célebre Tesis XI sobre Feuerbach (15), que definía la actitud y pretensión de Marx a este respecto, la filosofía deja de ser exclusivamente una actividad académica e intelectual, reservada solo a unos cuantos privilegiados, para convertirse en auténtica praxis y signo de lucha, cambio y transformación por los conocimientos históricos y prácticos que nos proporciona y la toma de consciencia hacia la que estos nos dirigen. La filosofía crítica pues, se torna un arma peligrosa contra el orden establecido, erigiéndose como una de las herramientas fundamentales para aquellos que intentan revertirlo (16).

Marcuse, junto con el resto de miembros de la Escuela de Frankfurt, es heredero de esta concepción filosófica fundamental para las generaciones presentes y futuras y para su conocimiento y consciencia sobre el mundo que les rodea, desembocando, a partir de estos fundamentos filosóficos, en corrientes, ideas o movimientos no adscritos necesariamente a la filosofía, pero se nutren de sus análisis y posicionamientos críticos. Es el caso del activismo social y político que desarrollan escritores, intelecuales, periodistas o historiadores como Naomi Klein, Ignacio Ramonet, James Petras, Michael Albert, Heinz Dieterich o Noam Chomsky, entre muchos otros y otras, además de las cada vez más abundantes plataformas ciudadanas, asambleas vecinales, múltiples voces y movimientos civiles, desencantados e indignados por un sistema que nos destruye bajo una apariencia de bienestar, y que a pesar de ello, no desisten en su lucha por la consecución de un mundo verdaderamente justo.

Este es uno de los más importantes legados de Marcuse en nuestros días, cuya voz subyace en cada protesta e inspira cada discurso pronunciado desde la más pura épica de la lucha de los pueblos y de la gente que los integran, en su anhelo por conseguir la vida libre y digna que queremos para todos.

Patricia Terino


Notas:

1. Los historiadores de la filosofía distinguen claramente dos generaciones dentro de la Escuela, correspondiéndose también con dos espíritus diferenciados en cuanto a las propuestas, los contenidos y el análisis y concepción de la realidad. Marcuse se ubica dentro de una primera etapa más combativa y consciente de los peligros que se ciernen sobre el ser humano en un mundo como el que hemos construido. El miembro más destacado de la segunda generación de este grupo es Habermas, cuyo discurso, claramente más aplacado que el de sus predecesores, aunque incómodo para el poder establecido por la etiqueta que representa, encaja más fácilmente en el orden hegemónico de las llamadas sociedades democráticas actuales.

2. Después de la implantación de los regímenes totalitarios inspirados en el marxismo que se desarrollaron en el S. XX, los miembros de la Escuela de Frankfurt llevan a cabo una revisión de las ideas de Marx en algunos ámbitos concretos de estudio. Marcuse, a diferencia de otros miembros de la Escuela, no abandona nunca el concepto de revolución como requisito indispensable para la transformación social, pero sí modifica su referente ejecutor, que deja de ser el Partido Comunista, elemento corruptor de las tesis de Marx en las dictaduras surgidas bajo dicho signo, para pasar a ser la propia ciudadanía y su conciencia social, auténtica clave de la revolución, apuntando a una posición mucho mas cercana a la realidad actual y al análisis que de ella hace el activismo social y político en nuestros días.

3. H. Marcuse, El hombre unidimensional, Ariel, Barcelona, 2008.

4. Marcuse se centra la sociedad norteamericana porque es allí donde desarrolla su trabajo y su actividad desde que se vio obligado a exiliarse tras la subida de Hitler al poder.

5. Muchos historiadores y filósofos como el propio Marcuse, insisten en la necesidad de distinguir entre la figura de Marx y las tesis de las que sabemos con total seguridad que este defendió, y el llamado marxismo o doctrina marxista, de la que se considera que muchos de los principios de la filosofía adoptada por Marx fueron corrompidos y desvirtuados, dadas las desastrosas consecuencias que trajo consigo su intento de implantación a través de los totalitarismos comunistas sobre los que se materializaron ideas que ni siquiera el propio Marx planteó.

6. El término economía es bastante reciente en la totalidad de nuestra historia pero el significado que entraña nos acompañada desde nuestros orígenes. Con el concepto de economía o modelo económico Marx se refiere a un determinado modo de sustento, de proveerse de todo lo necesario para subsistir. Por lo que siguiendo con el razonamiento marxista, el modelo de sustento adoptado (caza, recolección, trueque, esclavismo, sistema feudal o trabajo asalariado) generará un determinado tipo de sociedad.

7. Algunos de los frankfurtianos más beligerantes en este asunto fueron Adorno y Benjamin, quienes reclaman, en el caso del primero, un arte del impacto, que rompa con la simple contemplación entretenida del espectador y devuelva su autonomía a la obra y la conciencia a quien la observa. Y en el caso de Bejamin, este aboga por la recuperación del aura que le ha sido arrebatada al arte al quedar sometido a las leyes de la oferta y la demanda que imperan en nuestro régimen económico.

8. Esta tendencia se aprecia más claramente en obras de Marcuse como El hombre unidimensional, Psicoanálisis y política o Eros y civilización.

9. El concepto de razón instrumental es uno de los más propios y recurrentes para los miembros de la Escuela de Frankfurt, quienes lo remontan a la conocida razón ilustrada, de la emerge al ser desenmascarada y descubrir todas sus implicaciones.

10. Para las concepciones marxistas tradicionales el sujeto revolucionario se sitúa en el Parido Comunista, que integrando al proletariado, es el encargado de llevar a cabo la transformación de la sociedad. Los frankfurtianos rechazan esta idea, entre otras razones, por la gestión realizada por los diferentes partidos comunistas en los países en los que triunfó la revolución en nombre de los ideales marxistas.

11. A este respecto, goza de especial interés la obra de S. Federici Calibán y la bruja, donde analiza la historia y situación de la mujer durante la Edad Media, la Edad Moderna, con la caza de brujas que esta lleva a cabo, y la irrupción del sistema capitalista, con las repercusiones que este trae consigo para la mujer y su lucha por la igualdad y la dignidad.

12. Algunos activistas o intelectuales, como Noam Chomsky, adscritos a este movimiento, matizan el término que el propio sistema ha designado para identificarlos, utilizando el prefijo anti de manera pretenciosa para exaltar una cualidad negativa. Los antiglobalización explican que se posicionan contra la globalización capitalista en todos los ámbitos que esta abarca tal y como se nos ha impuesto, y en su lugar, abogan por una globalización de la auténtica libertad, de la cultura y de los recursos.

13. Se trata de una serie de manifestaciones que tuvieron lugar entre el 29 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999 en Seattle contra la cumbre que celebraba la Organización Mundial del Comercio en dicha ciudad durante estos días, congregando a activistas de diversos sectores.

14. Se trata de la célebre expresión que utiliza Kant para referirse a las consecuencias que trajo para su pensamiento la lectura de las obras de Hume, conduciéndole hacia las tesis que desarrollaría en su Crítica de la razón pura y al idealismo trascendental en el que estas se insertan.

15. "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Tesis sobre Feuerbach, escrito por Marx en 1845 y publicado por Engels en 1888.

16. No en vano, asistimos en nuestros días a la considerable reducción de la materia de filosofía en el sistema educativo de nuestro país, propiciada especialmente por los gobiernos conservadores, que ven peligrar su dominio sobre la ciudadanía si esta se compone de individuos críticos, concienciados, bien formados y capaces de enfrentarse, con argumentos fundamentados y bien conducidos, al sistema imperante.

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