Fundamentalismo neoliberal y mercado de trabajo
19 de abril de 2013.
Empecemos hablando de mercados. En concreto, de esa utopía neoliberal que es la autorregulación de los mercados, sean del tipo que sean esas mercancías que se intercambien en ellos. En el paradigma de los postulados neoliberales da igual que un mercado sea de combustibles fósiles, tarifas de ADSL o fuerza de trabajo: el Estado debe no intervenir o intervenir lo mínimo imprescindible, para que los mercados se autorregulen y pueda por fin operar libremente la Mano Invisible de Adam Smith.
Pero pronto descubrimos que, por poner ejemplos bien cercanos y conocidos de España, se pactan los precios de la gasolina, tenemos el ADSL más caro y de peor calidad de toda Europa, y los niveles de precariedad, subempleo, paro y pobreza están llegando a límites absolutamente insoportables. Y a pesar de que la realidad es tozuda y muestra cotidianamente los devastadores efectos de las políticas neoliberales, los distintos gobiernos insisten en políticas de desregulación de los mercados y de privatización de los servicios públicos. Un tipo de fundamentalismo igual de fanático que el religioso: el fundamentalismo de mercado.
El primer ministro de vivienda de España fue José Luis Arrese, al que se le atribuye la frase “queremos un país de propietarios y no de proletarios”. En 1961 arrancaba un plan de vivienda en que se edificaron seis millones de pisos, legislándose al servicio de la especulación, como ejemplifican las leyes del suelo de 1956 y 1975. Entre otras cosas, esas leyes aprobaron que el régimen podía expropiar -sí, sí, han leído bien- terrenos para dárselos a los promotores. Ahora, décadas después y pinchada la burbuja inmobiliaria, se quiere crear un país de emprendedores sobre las ruinas de la burbuja inmobiliaria y financiera. Se privatizan todos y cada uno de los servicios públicos, mientras se arrancan los pocos derechos laborales que quedaban. Reforma laboral tras reforma laboral, la mercantilización del trabajo es evidente: en caso de conflicto ya no habrá que acudir a sindicatos y/o abogados laboralistas, más bien a un experto en derecho mercantil. En el país de las y los emprendedores no hay jefes, hay clientes. No se vende fuerza de trabajo, se presta un servicio. Propietarios y emprendedores, desahuciados y parados, son las dos caras de la misma moneda, el resultado de una estafa programada y autodestructiva llamada capitalismo.
Debemos poner el foco en cómo la economía capitalista explota y vampiriza mercantilmente todo lo que es incapaz de generar. No hablemos del trabajo, sino de los trabajos. De todos. No limitemos nuestro análisis al trabajo asalariado –aunque sea un anatema para el sindicalismo clásico- e incluyamos todo aquel trabajo que produce y reproduce una sociedad -el trabajo doméstico es el más evidente, pero no es el único-. Un trabajo por lo general invisibilizado y no reconocido.
Se acumulan las preguntas: ¿queremos seguir trabajando para conseguir una remuneración que nos permita consumir como hasta ahora? ¿nos atrevemos a imaginar y crear otras formas de relación social para depender menos del dinero y poder vivir de otra manera? ¿qué hacemos, en definitiva, con el trabajo? Nos proponemos dar los pasos para una reconfiguración total del empleo y los trabajos, mientras reflexionamos sobre los trabajos existentes y cómo nos gustarían que fuesen, teniendo en cuenta factores tales como el género, la edad, la etnia, la diversidad funcional, la opción sexual etc., alertando de que las nuevas tecnologías no sólo no nos han liberado de tiempo de trabajo, sino que nos han esclavizado aún más.
Para continuar el debate y compartir propuestas, Qué hacemos con el trabajo, del que David García Aristegui es coautor junto a Juan José Castillo, Ruth Caravantes, Chus González García y Rocío Lleó.
Más información: Qué hacemos
David Garcia Aristegui en eldiario.es