"Saquen sus sucias manos de Euskal Herria". Jon Idigoras en el Congreso de los Diputados en 1995

26 de julio de 2011.

Breve biografía de Jon Idigoras. Por Fermin Munarriz.

Madrugada del 3 de mayo de 1936. Joxe Domin Idigoras espera ansioso la confirmación de la partera en el caserío Drunbillegane de Zornotza: el nacimiento ha ido bien; Juanita Gerrikabeitia acaba de dar a luz al tercero de los vástagos del matrimonio, quien días más tarde será anotado en el registro civil con el nombre, en obligado castellano, de Juan Cruz. Jon venía al mundo en vísperas del alzamiento fascista español y la guerra. Son, por tanto, pocos los recuerdos que guardaba de la contienda. Muchos, sin embargo, los del ambiente opresivo de la posguerra.

El padre de Jon, «siempre con la cara y las manos llenas de grasa», trabaja como mecánico en la fábrica Izar de Zornotza, mientras la madre se encarga de las tareas propias del hogar en el caserío, «siempre ajetreada lavando, cosiendo, cocinando, haciendo verdaderos milagros para criar una prole que iba en aumento con la escasa quincena que mi padre ganaba en la fábrica».

El pequeño Jon pronto se granjea la fama de travieso
En 1941, el espabilado niño de los Idigoras comienza a ir a la escuela de Etxano con una cartera de tela mahón, una pizarra y un silabario. Allá descubre que para estudiar hay que cantar también un himno llamado "Cara al sol", sazonado de vivas a España y un tal Franco, omnipresente en los retratos colgados en los edificios públicos. Allí conoce también las humillaciones y castigos como golpes de regla en las manos o pasar horas de rodillas en el rincón del aula por hablar en euskara, su lengua materna. Tampoco escapa de las visitas del siniestro jefe local del Movimiento ni de las represalias de cárcel que tiene que sufrir su maestro, don Marcelo, por negarse un día a que los niños desfilen uniformados con los Flechas y Pelayos.

Corren los tiempos de la cartilla de racionamiento, de los abusos de los delegados de Abastos y de las faenas en el molino Katarro. Así, el pequeño Jon pronto se granjea entre familiares, maestros y amigos fama de peleón y travieso. Entretiene sus ratos libres al aire libre, jugando con un balón macizo de goma, con la trompa, los iturris, las chapas, cogiendo cangrejos... y acumulando admiración por su tío Martín, un socarrón de izquierdas y anticlerical que solía estremecer a la familia con sus subversivos gritos de «¡Viva Rusia!» camino del caserío. Pero por encima de todo... sin parar de hacer trastadas y travesuras a maestros, padres, hermanos, compañeros de clase y todo aquel que se cruza en el camino de esa fuerza de la naturaleza que despunta indomable. En definitiva, y según sus palabras, como un niño «inquieto, independiente, como un potrillo salvaje pero tremendamente feliz».

A sus 62 años, desde la cárcel de Basauri, preso por octava vez en su vida, y con la salud ya quebrada, recordaba con nostalgia: «Aquel niño rebelde se ha convertido en este sexagenario, preso por defender sus ideas, por rebelarse, siempre por rebelarse contra la imposición, y llego a la misma conclusión: ¡Que se jodan todos! ¡Ha merecido la pena! Y no conseguirán dominar a aquel potrillo salvaje que hoy es un jaco renqueante. Que se jodan otra vez porque he vivido como he querido».

En 1947, al acabar la primaria, pasa a la Escuela de F.P. del Buen Pastor, donde se formaban los trabajadores de Forjas de Amorebieta e Izar. El futuro de Jon comienza a encaminarse según la tradición de la época: los hijos deben seguir los pasos de los padres. Los buenos resultados académicos van confiriendo también soltura en el medio urbano de Zornotza a un adolescente que comienza sus flirteos con las chicas, a acudir a romerías y verbenas y a disfrutar de la autorización de su tío Martín a discutir ya sobre temas políticos. Pero todavía con pantalones cortos. Hasta febrero de 1951, en que ingresa como aprendiz de laboratorio en Izar con un magro sueldo de 347 pesetas.

La fábrica aporta algo más importante al orgulloso adolescente; allá conoce a los obreros de los talleres, que le hablan de sindicatos, de la guerra pasada, de la represión y, sobre todo, del odio al régimen del dictador. «Sin leer a Marta Harnecker ­confesaba al desgranar su vida­ aprendí a pie de fábrica los principios del socialismo». En la primavera del 1952, toma su «bautismo de fuego» y, protegido por los viejos sindicalistas, se encamina a Bilbo para conmemorar el Primero de Mayo en medio de un desorbitado despliegue policial y con las únicas armas de un clavel rojo en la solapa y el tarareo de "La Internacional". Comienza para Jon en aquella jornada un camino sin retorno, una entrega para toda la vida.

Es la época en que empieza a codearse con los sindicalistas de la JOC (Juventud Obrera Católica) y la HOAC (Hermandad de Obreros de Acción Católica), actividad que compagina con la lectura ávida de los panfletos sindicales, revistas políticas y libros sobre el «socialismo blando» de Louis Blanc. Pero hay tiempo para todo, y aquella atracción por los toros suscitada años atrás en las novilladas de las fiestas de Santanatxu toma cuerpo. Sin pensárselo dos veces y con la fe en la gloria de los muletillas, debuta en los festejos locales como subalterno de la cuadrilla del Duque de Boroa con el nombre de Morenito de Gane o Morenito del Alto. La breve carrera taurina le depara algunos memorables revolcones y dificultades económicas como novillero y organizador de eventos, pero, ante todo, buenos ratos en compañía de los amigos del club taurino del bar Txilibitu de su localidad natal rememorando las tardes de brillo, que también las hubo.

La breve carrera taurina le depara algún memorable revolcón
Jon es ya un joven con acentuadas inquietudes sociales y comienza a implicarse cada vez más en los incipientes movimientos sociales y abertzales. Se relaciona con gente de EGI y de Mendigoizale, con quienes ingenia artilugios para lanzar panfletos, colgar ikurriñas o reventar carreteras.

El servicio militar obligatorio en Gasteiz apenas interrumpe la determinación del joven Idigoras, que también conoce los calabozos del Ejército por poseer una octavilla de EGI. Pero tampoco los uniformes ni la disciplina cuartelera consiguen meter en vereda al fogoso zornotzarra, que en unas maniobras de exhibición tirotea «inocentemente» una avioneta.

La década de los sesenta, con la efervescencia de los movimientos rebeldes y revolucionarios en el planeta, excita a una juventud vasca hastiada de la parsimonia del Gobierno Vasco en el exilio. Tras la experiencia de 1963 en Itsasu y varios intentos fracasados en Hego Euskal Herria, el Aberri Eguna de 1967 en Iruñea, convocado por ETA y el PNV, confirma a una generación en que la lucha es el camino. Jon sortea con sus amigos los controles para acceder a la ciudad y participa en los saltos callejeros ferozmente reprimidos por la Policía en una batalla campal en la terraza del Café Iruña.

En las calles de Euskal Herria se prodigan cada vez más los carteles efímeros, la rotura de las placas franquistas, los señalamientos de los chivatos, el robo y quema de banderas españolas, la colocación de ikurriñas, y la presencia de una organización que iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Y así lo ve Jon: «El nacimiento de ETA fue, sin duda, el acontecimiento más importante, que dio un nuevo giro a la historia contemporánea de Euskal Herria y fue el impulsor y acelerador de la conciencia nacional vasca. Sacó de las catacumbas la lucha por la liberación nacional y aportó un componente social que ubicaba la lucha de liberación nacional en el marco de la liberación de las clases más oprimidas. Además, el nacimiento de ETA fue un esperado marco de encuadramiento que muchas generaciones estábamos esperando».

A finales de 1966 y comienzos de 1967 se vive una convulsión en las organizaciones políticas y sindicales. Los sindicatos no satisfacen el ansia de liberación nacional de una parte de los trabajadores vascos. Desde ETA, que celebra su V Asamblea, se orienta la simbiosis de las luchas de liberación nacional y social. Es el preámbulo del Frente Obrero. La huelga de Laminaciones de Bandas en Frío de Etxebarri, abortada con 43 despidos y la detención de 400 trabajadores y el destierro y encarcelamiento de líderes sindicales de las Comisiones Obreras y otras organizaciones, supone una lección inolvidable: «Había que hundir el régimen franquista».

La dictadura percibe el peligro e instaura el estado de excepción en Bizkaia. En esos tiempos convulsos, Jon centra sus energías en organizar el Frente Obrero en Zornotza y el Duranguesado, sin olvidar los conflictos de su propia fábrica, en la que los trabajadores llegan a tirar al gerente al canal, o los enfrentamientos violentos con la Guardia Civil y sus amenazas de que «nos volveremos a ver». Y así fue, «íbamos a ser clientes habituales de cuartelillos y comisarías».

Pero habría más cambios en su vida. En 1968, la familia se traslada a vivir a un piso del barrio zornotzarra de Kaitana. Era una época nueva, en la que el joven revoltoso se mostraba «hecho un dandy». El hijo de Juanita Gerrikabeitia, según el decir de las gentes del lugar, «era un chico educado, alegre, simpático, que se peinaba con raya ancha al estilo Mario Cabré e, incluso, olía bien. Eso sí, algún defectillo había de tener: juerguista, follonero, siempre metido en todos los líos y capaz de hacerle una faena a su propio padre». Con ese carisma y la tenacidad de potro bregado conquista en 1968 la atención de Begoña Azurmendi, compañera de trabajo con quien se casa dos años más tarde.

«El nacimiento de ETA dio un giro a la historia de este país»
El 7 de junio de 1968 la Guardia Civil mata al militante de ETA Txabi Etxebarrieta. Iñaki Sarasketa, detenido, es condenado a muerte. Una oleada de protestas recorre Euskal Herria. La represión se extiende durante meses por todo el país. Como la furia para hacerle frente. En setiembre, la Guardia Civil detiene a Jon Idigoras, acusado del robo de explosivos y detonadores en una cantera de Zornotza. Tras dos días de palizas brutales y negarlo todo, queda en libertad. Pero de nuevo pende la amenaza de «nos volveremos a ver». Y así será un sinfín de veces. La consigna de la época es contundente: «La libertad se gana en comisaría». Hay que aguantar lo máximo en los interrogatorios y no delatar a nadie.

Jon tiene oportunidad de volver a comprobarlo. Apenas tres meses más tarde y tres días después de la muerte de su hermano Josetxu en accidente de tráfico, agentes de la Brigada Político Social irrumpen en casa de los Idigoras y se llevan de nuevo a Jon. En los sótanos policiales, donde pende una polea para colgar a los detenidos, bastones y correas, es torturado hasta orinar sangre e interrogado de nuevo sobre los explosivos y la desaparición de una multicopista. De allá es conducido a la prisión de Martutene.

La caída de prácticamente todos los cuadros del Frente Militar en 1969 ­un año más tarde serían juzgados en el Proceso de Burgos­ también afecta al Frente Obrero, al que Jon se había reincorporado tras su puesta en libertad. Siguen meses de «vacío», de urgencia por recomponer la estructura.

En diciembre de 1970, Jon acude a Burgos a expresar su solidaridad a los familiares y a los militantes vascos juzgados en la Capitanía General. «Pasé unas horas inolvidables junto a amigos y familiares ­recordaba años más tarde-; era llamativo el grado de optimismo y sobre todo la moral de victoria que a todos nos animaba». Sin embargo, las nueve penas de muerte y casi ochocientos años de prisión para los procesados cae como una descarga eléctrica en tierras vascas. «Estábamos preparados para ello y fue la señal para lanzarnos una vez más a la calle, pero esta vez con todo el odio concentrado hacia el criminal régimen franquista».

En los meses posteriores al juicio, ETA intensifica su actividad armada, lo que conlleva una mayor implicación del Frente Obrero, que acaba desembocando en su desmantelamiento. El 3 de setiembre de 1972, tras un tiroteo en Lekeitio en el que mueren los militantes Benito Mujika Xenki y Mikelon Martínez de Murgia, la Policía detiene a Jon en la fábrica de Zornotza y lo traslada al cuartel de La Salve. Allá es salvajemente torturado de nuevo y conducido a la cárcel de Basauri y, después, a Carabanchel.

Los catorce meses pasados en prisión no merman el humor y la picardía que siempre acompañaron a Jon, inconfundible a partir de entonces por su característico y ya perenne bigote tipo mexicano, y bautizado por sus compañeros de presidio más jóvenes como El Viejo. Recobrada la libertad a finales de 1973, se reincorpora de nuevo al movimiento, inmerso en las tensiones generadas por el intento de reorganizar el Frente Obrero y de crear las Comisiones Obreras Abertzales (COA).

1974 acaba con una huelga general en Euskal Herria que exaspera al régimen y responde de manera brutal. Jon es detenido en dos ocasiones más por la Guardia Civil, una de ellas en el propio centro de trabajo, donde los empleados se hacen fuertes «con barras de hierro y todo lo que pillamos a mano».

Para entonces, el sindicato LAB ha comenzado su andadura clandestina y ya en mayo de 1975 da a conocer sus once puntos inspiradores. Los militantes encargados de la organización del sindicato se reúnen en verano en una cueva del monte Urbia con miembros de ETA pm. Días más tarde, una cantada ante la Policía de uno de los asistentes desata redadas por el solar vasco para detener a los activistas. Ha llegado la hora de la huida. En compañía de su amigo Alberto Aldana, permanece escondido durante unas semanas en un piso de Ezkerraldea, bajo el cobijo «de la señora Joaquina, que nos trataba como si fuéramos hijos suyos». Las medidas de seguridad y precaución revientan con la noticia de los fusilamientos de Txiki, Otaegi y tres miembros del FRAP, y los dos jóvenes abandonan el refugio para salir a pelear a la calle. Al fin, el 12 de octubre de 1975, aprovechando el relajo de la festividad de la patrona de la Guardia Civil, Jon y su compañero de fuga son conducidos por un mugalari al otro lado del Bidasoa.

Las tensiones entre las dos ramas de ETA se palpan en la comunidad de refugiados en Iparralde. Jon es «exclusivamente militante de LAB, aunque en mi fuero interno siempre he simpatizado más con los milis por una sencilla razón: tenía mucha más confianza en ellos y en sus dirigentes que en los polimilis».

Se instala en Donibane Lohizune y trabaja como peón de obra. Pero en sus ratos libres sigue dedicado a potenciar el sindicato y colaborar con la estructura clandestina del sur. Llega el momento de volver «al interior», y lo hace con documentación falsa a nombre de Julián López Antolín, mecánico, natural de Miranda de Ebro, y con un retrato de fotomatón «con pinta de facineroso». La asamblea clandestina del sindicato en el convento de Arantzazu acaba como el rosario de la aurora, con los 80 delegados escapando por un pasadizo hacia el monte tras ser cercados por la Guardia Civil. Huyen todos menos uno, que se esconde en una celda de la zona de clausura. Al anochecer, Jon es descubierto por el franciscano que ocupa la dependencia, y que al día siguiente le facilita la escapada hacia Arrasate oculto en la furgoneta del convento. Y retorna al norte.

Escapa de la Guardia Civil en la furgoneta del convento
Al amparo del indulto general que no afectaba a los delitos de sangre, vuelve a Zornotza en las Navidades de 1977 para proseguir con la consolidación de LAB. El I Congreso del sindicato, en mayo de 1978, vive las tensiones de los bloques EIA y HASI, en las que Jon hace tareas de mediador para impedir la fractura. Es elegido para la Secretaría Nacional, cargo que renueva tras la reedición de las tensiones en el II Congreso.

Simultáneamente, Euskal Herria vive la generación de una nueva plataforma política que cambiará el rumbo del país en los años posteriores. Jon reparte su energía entre el sindicato y la nueva criatura. Representantes de los partidos abertzales y de sectores populares ponen los cimientos de la que será conocida como Mesa de Alsasua. En abril de 1978 se da luz verde al proyecto, que se presenta oficialmente en sociedad en octubre, en Bergara. Su nombre, Herri Batasuna. Los resultados obtenidos en las elecciones de 1979 sorprenden a la propia formación abertzale recién creada: 175.000 votos en las generales y 223.000 en las municipales, plantando cara y superando a otras formaciones que renunciaban a la ruptura democrática. La victoria ha tenido, sin embargo, costes previos, entre ellos el encarcelamiento de los promotores y candidatos de la formación, incluido, otra vez más, el propio Idigoras y Telesforo Monzón.

Los buenos resultados hacen aún más urgente la organización y estructuración de HB. Y Jon no puede escapar a la demanda de sus compañeros, en especial de Santi Brouard, quien un día encuentra al Viejo trabajando de peón en las obras de una piscina en Bilbo tirando de una carretilla. «Pero Jon, ¿qué coño haces tú aquí? ­le espeta el médico y dirigente abertzale-. Tú te tienes que dedicar por completo a la organización de HB». Dicho y hecho. Semanas más tarde, su inconfundible y característico rostro aparece en toda la prensa como portavoz de la irredenta y pujante Herri Batasuna.

El 28 de agosto de 1980 muere Juanita Gerrikabeitia. Con unas escuetas palabras recordaba Jon a quien le dio la vida, y que hoy podrían ser epitafio del propio hijo díscolo: «Tenía 77 años de trabajo, sacrificios y dedicación a los demás».

En diciembre del mismo año, una redada relacionada con el robo de explosivos en el polvorín de Soto de la Marina (Santander) se salda en la zona de Zornotza con 50 detenciones, 15 encarcelamientos y el exilio de al menos 12 personas, entre ellas su compañera Bego. El parlamentario Idigoras no lo duda. Hay que ayudar a los compañeros y se calza las botas de monte para guiar a un grupo de fugitivos hasta el otro lado.

En lo privado, Jon se convierte en un cliente fiel de las líneas de autobuses y trenes que le llevan todos los fines de semana libres a visitar en Iparralde a Begoña durante quince años. En lo público, la actividad del Idigoras portavoz está íntimamente ligada a los acontecimientos políticos que se suceden en Euskal Herria y el papel que en ellos ha jugado la izquierda abertzale: el plante ante el rey español en la Casa de Juntas de Gernika, que le cuesta un nuevo encarcelamiento en Basauri, el golpe de Estado del 23-F, la lucha contra la central nuclear de Lemoiz, el Plan ZEN, el proceso de Argel, las conversaciones con el PNV...

Todo ello salpicado con nuevas facetas del dolor, la pérdida de compañeros tan queridos como Andresín Izagirre Gogorza, Telesforo Monzón, Santi Brouard... Para entonces, el portavoz de HB acumula ya dos intentos de atentado, 75 sumarios por declaraciones políticas, 200 comparecencias judiciales por causas diversas como injurias al rey, apología del terrorismo... Pero la adversidad no merma el carácter jovial y socarrón del vizcaino, que sigue cosechando admiración y respeto en su tierra y también más allá de las fronteras, entre los jornaleros andaluces de Badolatosa, que le saludan con olés de entusiasmo, o en los países de América y Europa que visita para difundir la causa vasca.

En octubre de 1989, HB consigue cuatro diputados y tres senadores en las elecciones estatales. Pero con el acta de acreditación llega también la muerte. El 20 de noviembre, los electos abertzales desplazados a Madrid para realizar las gestiones cenan con un grupo de acompañantes en el Hotel Alcalá. Dos pistoleros entran en la dependencia y disparan. Uno de ellos apunta hacia Iñaki Esnaola, que resulta gravemente herido, y el otro lo hace hacia Jon Idigoras y Josu Muguruza, que muere casi en el momento. Sólo la suerte salva la vida de Jon, que subraya que «fuimos a Madrid con una propuesta de paz y volvimos con un compañero muerto y otro herido».

Tras aquel fatídico 20-N volvió a entrar en la boca del lobo
Pero el miedo no es compañero de viaje para un revolucionario e Idigoras, enviado por su formación, vuelve a la propia boca del lobo, al Congreso de los Diputados español, para denunciar el Tratado de Maastrich, la corrupción y los crímenes de Estado y el régimen heredado del franquismo. Culmina su intervención con un sonoro «Gora Euskadi askatuta!» que ni los abucheos y pataleos de los enfurecidos parlamentarios españoles pueden acallar.

Las elecciones de 1993 le confieren un nuevo acta de diputado. Esta vez el compromiso es diferente: entrevistarse con el rey de España. Tras llegar guiado por la Guardia Civil al Palacio de la Zarzuela, el hijo de Juanita Gerrikabeitia se coloca la corbata prestada por un amigo y camina con paso firme hacia el despacho del monarca, «dos metros de rey bajo la puerta». El encuentro dura once minutos, en los que Jon hace llegar al jefe del Estado, «que mira con ojos de pez», las ansias de libertad del pueblo vasco y la disposición a buscar soluciones al conflicto.

Ese mismo intento de hallar salidas lleva en 1996 a la izquierda abertzale a plantear la Alternativa Democrática. Tomando como pretexto la exhibición durante la campaña electoral de un vídeo en que aparecen unos militantes de ETA encapuchados, el juez Baltasar Garzón cita a los miembros de la Mesa Nacional de HB a declarar. El primero de ellos es Jon, que sufre ya los síntomas de su grave enfermedad pulmonar y que responde ante la prensa que «de Madrid a Zornotza hay la misma distancia que de Zornotza a Madrid», y no se presenta a la cita judicial. Agentes de la Ertzaintza lo detienen y es enviado ante el juez español, que le comunica la imposición de una fianza de 300 millones de pesetas para conseguir su libertad condicional. Con templanza y sorna, El Viejo vuelve la mirada hacia a su abogada, Jone Goirizelaia, y le pregunta: «Juanita, ¿tienes suelto?», lo que desata la ira del magistrado. Ingresa de nuevo en prisión, esta vez en Alcalá Meco, de donde saldrá cien días después.

Detenido por la Ertzaintza, una vez más es encarcelado
Un año más tarde, los mahaikides son condenados a siete años de prisión. Jon ingresa por octava vez en la cárcel. De nuevo en Basauri, donde comparte celda con su buen amigo Tasio Erkizia, quien debe cargar con las tareas «domésticas» porque su salud está cada vez más quebrada. Como en un intento de arrebatar más prórrogas a la vida y pese a las dificultades para llenar de aire sus menguados pulmones, no para de hacer bromas a sus compañeros de presidio, que le adoptan como «delegado sindical». El potrillo salvaje de Drunbillegane sigue revolviéndose.

El 29 de mayo de 1997 es excarcelado ante su preocupante estado de salud. A partir de ese momento, la vida de Jon, sometido a un férreo seguimiento médico, se vuelve más pausada. No tanto como para abandonar su compromiso con la historia de este país. Y desde sus menguadas fuerzas es capaz de imprimir una bocanada de oxígeno con su participación como fundador de EKHE, sociedad impulsora de GARA, o sus periódicas comparecencias para respaldar a sus compañeros de formación, ahora ilegalizada.

Su última gran aparición pública tiene lugar en el mitin de Anoeta el pasado 14 de noviembre. Miles de personas rindieron con su ovación tributo a uno de los grandes y más carismáticos líderes del movimiento obrero y de liberación nacional vasco. Sus palabras recogían la trayectoria de la izquierda abertzale y su apuesta de futuro, pero también, sin pretenderlo, el compendio de la vida de un militante excepcional: «Hemos pagado una cara factura de represión por mantener nuestros principios de soberanía e independencia, pero hemos pagado esa factura de pie y con el puño cerrado. Aquí está un pueblo en marcha, un pueblo en pie, un pueblo dispuesto a luchar hasta la victoria final».

Diario Gara junio de 2005

Mas información: La actitud de plante a las Cortes españolas cumple 30 años (2008)


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