Una sociedad amañada - I

22 de abril de 2013.

"Los conservadores están llevando este principio aún más lejos. Uno de sus buques insignia es crear «escuelas libres» organizadas y dirigidas por padres e instituciones privadas, pero financiadas por el Estado. No solo estas instituciones privadas quitarán dinero a otros colegios; ya tenemos una idea de dónde terminará el proyecto, porque se ha intentado en Suecia, donde fracasó con consecuencias desastrosas".

Fragmento de "Chavs: La demonización de la clase obrera", cortesía de Capitán Swing

[...] «Está ese estúpido argumento de gente que se considera neolaborista», dice el exlíder laborista Neil Kinnock, «de que si hacen que los colegios compitan entre sí el resultado será mejor. Pues bien, quizá valga para las judías o incluso los abrigos de piel, seguro que para el diseño de coches y teléfonos, pero es una estupidez cuando se aplica a los colegios. Porque nadie empieza desde el mismo lugar». A Kinnock, que después de todo preparó el terreno para el nuevo laborismo, esto le parece «peor que idiota. Está mal, es fundamentalmente malo».

Los conservadores están llevando este principio aún más lejos. Uno de sus buques insignia es crear «escuelas libres» organizadas y dirigidas por padres e instituciones privadas, pero financiadas por el Estado. No solo estas instituciones privadas quitarán dinero a otros colegios; ya tenemos una idea de dónde terminará el proyecto, porque se ha intentado en Suecia, donde fracasó con consecuencias desastrosas.

Como admitió el ministro conservador sueco de Educación, Bertil Östberg: «Hemos visto un descenso real en la calidad de los colegios suecos desde que se introdujeron las escuelas libres». Lo único que consiguieron fue más segregación. «A las escuelas libres suelen ir niños de familias más cultas y ricas, lo que pone las cosas aún más difíciles a los niños que van a colegios normales en zonas pobres... Casi todas nuestras escuelas libres han terminado siendo gestionadas por empresas con fines lucrativos.» En vez de eso, urgía a los políticos a centrarse en mejorar la calidad general de la enseñanza.

Pero, como insiste enérgicamente Fiona Millar, el colegio solo es un factor. «La mejor estimación que nunca he visto de la influencia de la escuela es de un 20% en los resultados de los chicos.» Para ella, factores como «la geografía residencial y la vivienda, la presión de sus compañeros, los logros educativos y la capacidad de sus padres para reforzar su aprendizaje», son, tomados en conjunto, mucho más importantes en el éxito educativo de un niño. El experto en educación Gillian Evans lo suscribe, y sostiene que las perspectivas de un niño de clase trabajadora se ven reducidas drásticamente por cosas como calles seguras para jugar; buenos colegios y viviendas; familias que los apoyen, tengan la estructura que tengan; buenos servicios locales; y una economía local fuerte con una amplia gama de empleos decentes de clase trabajadora.

Esto es por lo que los llamamientos de algunos tories del ala derecha a la reimplantación de la selección académica son tan equivocados. El diputado conservador David Davis considera «que la desaparición de los institutos selectivos causó un daño enorme a los niveles de movilidad social en el país». El argumento es que esos institutos daban a los alumnos brillantes de clase trabajadora la oportunidad de prosperar. John Goldthorpe rebate la percepción de que la movilidad social, en términos generales, haya disminuido: en el caso de los hombres se ha estancado, pero en el de las mujeres ha aumentado. Davis también argumenta que «casi todos los sistemas educativos del mundo menos el nuestro seleccionan de un modo u otro en función de la capacidad académica», pero pasa por alto que quedan institutos selectivos, y que el sistema educativo finés —considerado generalmente el mejor del mundo— no tiene ningún elemento de selección. En cualquier caso, los viejos institutos ingleses con pruebas de aptitud (como los que quedan en la actualidad) eran en su inmensa mayoría de clase media, y muchos chicos de clase trabajadora eran considerados unos fracasados y relegados a los viejos institutos de formación profesional.

Lo cierto es que debido a los otros factores importantes que condicionan los logros educativos de un niño, los viejos institutos selectivos ni siquiera ayudaban necesariamente a los chicos de clase trabajadora que ingresaban en ellos. Un informe del Gobierno de 1954 mostraba que, de los cerca de 16.000 alumnos de escuelas selectivas procedentes de familias semi o nada cualificadas, unos 9.000 no consiguieron aprobar tres exámenes para el título de bachillerato elemental. Unos 5.000 de estos chicos dejaron la escuela antes de terminar su quinto año. Solo uno de cada veinte aprobó dos exámenes para el título de bachillerato superior. Y a la inversa, estudios recientes han mostrado que los chicos de clase trabajadora que iban a institutos en zonas deprimidas sin exámenes de ingreso lo hacían muchísimo mejor que sus compañeros de estudios. Esto se debe a que, en una sociedad dividida en clases, el colegio al que vas es un factor entre otros muchos. Lo decisivo es la clase social.

Todos nosotros terminamos pagando por un sistema educativo segregado por clases. Según un informe de una consultoría líder mundial en gestión, el conjunto de la sociedad corre con los gastos del «rígido sistema de clases británico», debido a la «pérdida de potencial económico causada por los niños nacidos en familias con escasa educación e ingresos bajos...». El precio que ponían a eso era más de 50 millones de libras al año.

Con tantas desventajas desde la cuna, no es de extrañar que las clases medias sigan dominando las mejores universidades. Según un informe de la Oficina para la Equidad de Acceso, los chicos inteligentes de la quinta parte más rica de Inglaterra tienen siete veces más probabilidades de ir a la universidad que los del 40% más pobre. Esto es una probabilidad más de seis veces mayor que a mediados de los años noventa. A medida que subes puestos en la clasificación, con Oxford y Cambridge a la cabeza, el desequilibrio crece. En 2002-3, el 5,4% de los alumnos de Cambridge y el 5,8% de los de Oxford provenían de «barrios con baja participación». Hacia 2008-9, las cifras habían bajado a 3,7 y 2,7 respectivamente. O considérese el hecho de que, en el curso académico 2006-7, solo cuarenta y cinco chicos que solicitaron comidas escolares gratuitas entraron en Oxford o Cambridge, de entre unos 6.000 admitidos.


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