Tetuán de las Victorias

16 de agosto de 2013.

(Artículo escrito en la madrugada del 14 de agosto, cuando la orden de desalojo de Ofelia Nieto 29 aún estaba prevista para unas pocas horas después)

A la hora en que esto salga publicado quizá hayan entrado numerosos antidisturbios en la casa de Ofelia Nieto 29. O quizá, tanto en la azotea como en las calles, estemos todavía apuntalando la resistencia.

De suceder lo primero, habrán derribado la puerta de la entrada, subido las escaleras con sus pesadas botas, ensuciándolo todo, mientras arriba la gente estará en silencio, con algún grito ahogado por los nervios, por el miedo inevitable. Decenas de activistas de Stop Desahucios, de vecinos, de héroes y heroínas de esta ciudad de Madrid, esperarán conscientemente a que los agentes armados atraviesen lo que siempre había sido una acogedora cocina, que a esta hora debía estar envuelta en el aroma del café y las tostadas recién hechas, para irrumpir armados en la humilde y espléndida azotea de la casa. A golpes separarán a la gente, que seguramente trate de resistir en el suelo, entrelazados unos con otras, con los cuerpos flojos como fardos. La policía golpeará, cogerá de cuellos y cabellos, uno a una, para expulsarlos escaleras abajo hasta la calle. Quizá haya detenidos. Seguramente habrá heridos.

Pero quizá también, a las nueve de la mañana, hora en la que se prevé la intervención policial, seamos muchos quienes estemos apoyando a la familia Gracia González. Tantos que forcemos un retraso, o que incluso a lo largo de los días hagamos imposible el desalojo, la demolición de la que durante casi sesenta años ha sido el hogar de una familia que anoche se volcaba con los visitantes que íbamos a mostrarles nuestro apoyo.

Anoche no pude quedarme a dormir, y tuve que salir de la azotea de madrugada. Arrastro un problema en la espalda que me impide algunas cosas menores en la vida, y de vez en cuando alguna de las fundamentales. Como haber resistido esta noche en Ofelia Nieto 29 a la espera de la UIP.

Cuento esto porque hay noches que no son como las demás, donde no valen los escritos distanciados. Tengo hijos pequeños, y quizá por eso me he emocionado al ver a las niñas de la familia, con sus juegos, con esa seriedad tan honda que solo dan los siete años, con esa enorme sonrisa hacia los visitantes, ofreciéndonos bebida y cena. Mi abuelo de niño vivió en Tetuán, hasta que la aviación Cóndor mató a su padre en un bombardeo sobre el barrio que destrozó su casa y la vaquería familiar. Hacia el final de su vida, y ya sin más recuerdos que los de su niñez, no cesaba de hablar de “Tetuán de las Victorias”. Conociendo la historia familiar, yo veía una terrible paradoja en aquel nombre de resabio colonial. Quizá por eso el anciano que anoche dignamente observaba con sus ojos profundos el inusual ajetreo que le rodeaba en su cocina, sentado silencioso en una silla, ha contribuido de alguna manera a las emociones de esta noche.

Al poco de comenzar la asamblea en la azotea, se ha dado una falsa alarma. “¡Hay policía abajo!”, ha exclamado alguien, pero al asomarnos apenas eran seis municipales. He pensado en cualquier caso que era el momento de retirarme, pues no puedo permitirme el más mínimo golpe. Son cosas que comentar también cuando has hecho amigos arriba, te vas a casa y los dejas allí.

Al salir de Ofelia Nieto 29 he charlado con una de las hijas del anciano, María Ángeles, posiblemente madre de las niñas que he visto arriba; arrastraba una de esas sonrisas cansadas, agradecidas, de ojos brillantes. “Ojalá se pare el derribo; quizá, si sale en los medios…”, le comento para darle ánimos, rodeado justo entonces de varios fotógrafos que con sus cámaras vienen y van. Ángeles, lúcida y humana, me responde: “lo más importante, para mí, es el apoyo hoy de toda esta gente”. Y de nuevo esa sonrisa triste de ojos brillantes. “Esta noche toca no dormir, pero estoy acostumbrada. Llevo así varios días”.

A estas primeras horas del miércoles 14 de agosto, en Ofelia Nieto 29 quizá hayan entrado antidisturbios bien pertrechados dispuestos a emplear la violencia para expulsar a una familia de su casa. El Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el Partido Popular, así lo ha ordenado. Tras sus planes urbanísticos hay una historia demasiado conocida: un futuro solar muy jugoso en una zona de previsible expansión. Aquí podéis leer todos los detalles, ver un vídeo y obtener toda la información que preciséis.

Al llegar a casa he pensado que algo más sí podía hacer. Contar por ejemplo que anoche admiré a un grupo de gente que desde el anonimato, sin buscar protagonismos, sin pedir nada a cambio, sino desde la más básica, humana y especial de las solidaridades, está dispuesta a que la policía les abra la cabeza para evitar que se desaloje a la familia Gracia González. Para evitar que se derribe una casa que ayer, quizá por última vez tras 57 años de vivencias, fue una vez más un hogar acogedor. Para evitar que la brutalidad, la mediocridad, la avaricia y la ramplonería policial, judicial y gubernamental de este país cada vez más perdido en sus caducas instituciones, se salga con la suya burocráticamente a golpe de porra.

Si leéis esto a primera hora, quizá os dé tiempo a acercaros a Ofelia Nieto 29. Necesitarán gente apoyando también en la calle. Y es que van a derribar una casa en Tetuán. Los mismos policías que custodian celosamente la madrileña sede del Partido Popular en cada protesta ciudadana —en lugar de registrarla y arrestar a sus líderes—, son quienes van a desalojar por la fuerza a una familia por orden, en última instancia, de dirigentes populares como Ana Botella, alcaldesa, o Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno. Así está la cosa.

Pero podemos darle la vuelta. Y quizá así dentro de unos años recordar con una sonrisa que este barrio, sí, se llamaba Tetuán de las Victorias.

Victor Alonso Rocafort en Colectivo Novecento


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