Madrid 2020 y el precio de la entrada

10 de septiembre de 2013. Fuente: Madrid 2020 y el precio de la entrada

Cuentan que durante la posguerra, algunos avispados madrileños se parapetaban en los soportales de la Plaza Mayor a la espera de que llegaran autobuses de fuera de Madrid. Aprovechando el desconcierto de los recién llegados (muchos provenientes de pueblos que venían a la ciudad buscando un porvenir mejor), pedían a los infelices forasteros que pagasen su “entrada” en la capital. Algún despistado caía y apoquinaba como si se tratase del ticket para el cine o el teatro. Eran los tiempos del timo de la estampita, los carteristas de la línea 27 o los trileros moviendo el garbanzo a la caza de algún pringao en Atocha. Consecuencia, entonces, de combinar hambre e ingenio para sacar cuatro perras.

Jacobo Rivero

A varios de los miembros de la delegación que marchó a Buenos Aires en busca de la gloria olímpica se les asocia en cierta forma con los cobradores actuales de las entradas a Madrid; aquellos que están recortando en sanidad, educación o beneficios sociales a un ritmo propio de Michael Phelps en una piscina. La desafección hacia la clase política es palmaria. El 54’5% de los ciudadanos españoles no se reconoce en ninguna opción electoral según una encuesta realizada hace unos días por la Cadena SER. Lo cierto es que así las cosas es difícil convencer a cualquiera de que no se suba a un avión en busca de mejores horizontes, incluso con 31 parados menos. Madrid 2020 como estadio de liberación (aunque sólo fuera económica, que no es poco), lejos de ahuyentar esos fantasmas, provocaba miedo en parte de la sociedad. Para otra parte, una mayoría según las encuestas, las olimpiadas eran una oportunidad para conseguir empleo o para disfrutar de un impresionante espectáculo deportivo.

Así las cosas, la deriva de unos posibles Juegos Olímpicos en Madrid 2020 -con sus consiguientes obras, retrasos y promociones- se habría justificado presumiblemente como parte de “los esfuerzos derivados” y el consabido espíritu de “arrimar el hombro”. Nueva letanía para una renovada fase de ladrillazos y contratas elegidas a dedo donde vale todo. Aunque ya había “mucho avanzado”, algo así como “el 80% o el 90% de las infraestructuras”, meterse de nuevo a hacer cemento sin aclarar las cuentas de los desfases anteriores debería producir cierto sonrojo. La falta de respuestas de la alcaldesa Ana Botella a la pregunta sobre la tasa de desempleo en el país, no parece sólo un problema de falta de entendimiento del inglés. En su discurso de cierre de campaña, la alcaldesa parecía señalar que una burbujita más y todos tan contentos.

Madrid 2020 ha pecado de los mismos excesos que vivimos en los últimos tiempos, donde la honestidad ha quedado reducida a fosfatina: la corrupción (o el dopaje) se parchea con excusas, la marca se vende por encima de cualquier consideración y el deporte (como la vivienda, la sanidad o la educación) sólo se concibe como negocio de unos pocos. A Mariano Rajoy le preguntaron durante la exposición de la delegación por cómo justificaría ante los ciudadanos que en estos tiempos de crisis se celebrasen unos Juegos Olímpicos, a lo que el presidente del Gobierno contestó: “Sería darles una gran alegría, que tenemos derecho todos”. Es un lástima que el concepto alegría ciudadana no se vislumbre a pie de calle con prácticas políticas sugerentes. Al contrario, televisiones de plasma y lavado de manos cuando se habla de sobres, suenan a hilillos de plastilina, irresponsabilidad política y chapucismo Made in Spain. De derechos ciudadanos mejor ni hablar.

Es poco probable que el Madrid que soñaban los promotores de la candidatura tuviera algo que ver con el que tenemos algunos ciudadanos. En una ciudad en la que no se puede usar un baño público ni pagando y donde la hostilidad urbanística es la señal de identificación del concepto reforma y rehabilitación de las autoridades, lo que se avecinaba podía ser aún peor. La bajada del turismo internacional un 10,7% en el último año es un indicador de que a muchos visitantes no les parece Madrid un destino atractivo. Mucho más si se tiene en cuenta que algunas de sus señas de identidad están totalmente dinamitadas en beneficio de no se sabe qué. La noche madrileña suena a película de la Filmoteca y la comparativa con otras ciudades deja cierta sensación de estafa en los precios, también a la hora de pagar el café con leche.

A pie de cancha, Madrid es un drama. Parece lógico que las autoridades competentes planteen la obligatoriedad de llevar casco si se usa la bici, toda vez que el conjunto de mamporros que se llevan los que optan por prácticas deportivas como aficionados no dejan de ser una constante. Para muestra un botón: La XXXV Carrera Popular de las fiestas de La Elipa, que se va a celebrar el próximo 15 de septiembre, ha quedado en suspenso (que no suspendida). Según la administración para ese día “no hay dispositivos de seguridad suficientes” al coincidir esta carrera con la última etapa de la Vuelta Ciclista a España. Con una plantilla aproximada (según fuentes de la Policía Municipal) de 7.000 agentes, el razonamiento suena a broma de mal gusto.

Pero es peor. La Asociación de Vecinos La Nueva Elipa, organizadora de la carrera, lleva 20 años gestionando y cuidando las instalaciones deportivas del barrio: “En este tiempo hemos logrado entre todos la transformación de los campos de tierra en campos de césped artificial, hemos sido capaces de crear y mantener un club deportivo infantil para que unos 600 niños y niñas del barrio pudiesen jugar al fútbol y hemos apostado por el deporte popular con precios asequibles para todos y sin ánimo de lucro”, señalan en un comunicado. Ahora las instalaciones se han privatizado, han salido a concurso y se ha cedido su gestión a una empresa. En palabras de la concejala del Distrito de Ciudad Lineal, Elena Sánchez Gallar: “Se ha acabado ese tiempo en que el deporte es gratuito o a precio reducido”. Tremendo, el deporte únicamente como negocio. Cuestiones que no salían en el vídeo de la candidatura Madrid 2020, pero que para muchos aficionados al deporte es el pan nuestro de cada día.

Si algo ha fructificado en estos últimos cursos en Madrid son microrelatos ciudadanos basados en la cooperación, impensables hace no tanto y que generan dinámicas de construcción de tejidos sociales muy positivos. También alrededor del deporte. Hay margen de tiempo para que estos nuevos protagonismos se hagan notar en Madrid. Sea para practicar y disfrutar del deporte de base, sea para construir una ciudad más agradable desde la cooperación entre vecinos y profesionales. En ese sentido, un mínimo de sensibilidad de las administraciones podría vislumbrar un escenario que no sea únicamente la reiteración por conseguir unos Juegos Olímpicos en la ciudad dilapidando presupuestos públicos. Pero, al gobierno municipal hace años que el concepto “participación ciudadana” (sin anunciantes) le suena a chino mandarín.

En la posguerra madrileña había una expresión muy castiza ya desaparecida: “Joyas con dientes no gustan a nadie”. Si el deporte se convierte en un espectáculo que devora nuestras economías, cuyo acceso solo se pueden permitir los amigos y aspirantes del Grupo Bilderberg, cuyos beneficios repercuten en los mismos que nos han enfangado en la situación actual y en los que venden botellines de agua a precio de whisky escocés, es lógico que muchos no confíen en el sueño olímpico madrileño. Ni siquiera los miembros del Comité Olímpico Internacional que han dejado en la cuneta a Madrid 2020 a la primera de cambio en Buenos Aires. Quizá ha llegado la hora de pensar la ciudad desde otro lugar. Muchos ciudadanos lo agradeceríamos porque la entrada que nos iban a cobrar sonaba a timo.

Jacobo Rivero es periodista, autor del libro El ritmo de la cacha: historias del mundo alrededor del baloncesto (Editorial Clave Intelectual, 2012). En la actualidad prepara un ensayo sobre ética y deporte con el profesor de la Universidad de Estocolmo Claudio Tamburrini y un libro sobre la vida del exjugador de baloncesto Fernando Romay.


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