Mayo del 68: Bajo los adoquines tan sólo hay estiércol

2 de junio de 2008.

"Un equipo de La Felguera repartió bolsas con estiércol a los espectadores que asistieron, el pasado día 29 de Mayo, a las proyecciones de las películas "Sur le passage de quelques personnes à travers une assez courte unité de temps" (1959, Guy Debord), así como "Critique de la séparation" (1961, Guy Debord). Ambas películas se exhibían en el Museo Reina Sofía de Madrid dentro del ciclo de cine "Con y contra el cine: en torno a Mayo de 1968". Junto al estiércol, ya en evidente estado de descomposicón, se acompañaba el panfleto "Mayo de 1968: bajo los adoquines tan sólo hay estiércol". Del mismo modo, por el centro de Madrid La Felguera ha fijado el cartel "Yo también disparé a John Lennon", el cual también reproducimos (más una foto con el panfleto-objeto) en archivo adjunto."

Este es el tiempo en que los revolucionarios se encuentran en todos los lugares y, al mismo tiempo, en ninguno. La cultura de la contracultura, exaltada en conmemoraciones culturales como la de Mayo del 68, se expresa por medio de un estilo de vida alternativo que busca complacer un cierto deseo de vida satisfecha, aún cuando la violencia y la dominación ocupen ya todas y cada una de las parcelas en que la vida cotidiana se expresa.

Lo cool, el buenrollismo y lo post han logrado semejante alquimia: Debord es “guay” y los anarquistas, cómo no, “super radicales”. Se importan ideas con sabor a podrido (Reclaim the streets, antiglobalización…), porque siempre es mejor apuntarse a lo que ya no asusta ni a las viejas. Este es el triunfo de una sociedad que, para su supervivencia (es decir, su anhelo de caminar junto a la Historia), necesita de la disidencia y la rebeldía, a los artistas modernos. Sin ellos, bajo el ruido de sables, se descubre el velo y emerge el hecho de que la revolución, el Terror, jamás será permitido. Los mínimos éticos han sido rebajados a la altura del suelo, porque renunciando a la felicidad se persigue una banal satisfacción y una devaluación grotesca de revolución parcial y siempre lúdica: la fiesta o la mani-fiesta-acción, la apariencia. Esta protesta es, casi siempre, multitudinaria y divertida. Triunfa. No obstante, como dijo Breton hace ya mucho tiempo, cuando otra revuelta del espíritu era fagocitada (Dada): “Hace tiempo que el riesgo ya no está allí”. Pero esto no parece importar, porque entonces las ideas se convierten en cultura, sin excitación, sin que tengan la virtud de ser un asalto a nuestras vidas. El movimiento se encuentra actualmente privado de vida porque participa directa y
únicamente de la cultura y no de la revolución.

El fuego, igualmente, hace tiempo que tampoco está allí. Ni siquiera el juego, motivado por el placer del disfrute, el movimiento anárquico, incluso el anonimato… hace tiempo que ya no está allí. Mayo del 68, totalmente dirigido, programado y conmemorizado, en busca de un cierto consenso, por los directores, programadores y conmemoradizadores (¡que cada cual escriba sus nombres!), todos cómplices y actores de la buena
conciencia en este año 2008 de la rata, despojan lo último que le quedaba
a la revuelta.

Con la conmemoración de Mayo del 68 no se persigue, como algunos han señalado, abrir un debate, sino cerrarlo. En último termino, se pretende reconciliarse con la Historia. Para ello, medios de comunicación de todo tipo, políticos, intelectuales, filósofos, casi todos ellos espectadores ocasionales de los disturbios, tipos de segunda o tercera categoría en la revuelta sin nada que decir hoy, fósiles como Glucksman, gentes que no
dudaron en comer de cualquier plato y que a buen seguro serían repudiados por más de un enragé, han acudido allí donde se les ha llamado. Esto es hoy Mayo del 68. Tal grado de equlibrismo resulta inaudito. Guardan disciplinados la instantánea y no hay quien se atreva de decir que no estuvo allí, en Mayo. Jamás un acontecimiento le sirvió a tantos
personajes de rédito vitalicio ad infinitum.

Nadie, a derecha e izquierda, ha perdido la ocasión para opinar, comentar y, por supuesto, en muchos casos, decirse heredero del sesentayochismo. Cabe preguntarnos desde que instancias se ha impulsado esta masiva conmemoración. Podemos, efectivamente, pensar que los actos programados para este mes han sido promovidos por los mismos militantes, pero nosotros no somos tan estúpidos. Por supuesto, existen casos honestos (pocos, muy pocos), pero o bien son aislados, o son el resultado de una incorporación crítica y a posteriori a un evento que ya había sido programado.

La libertad de expresión no sólo implica el derecho a opinar y expresarse sin límite alguno sobre cualquier asunto, sino también el poder escoger el “asunto”. La conmemoración de Mayo del 68 vino ya servida desde el Poder. No hay capital que se precie (Madrid, París, Londres…) en cuyos museos, fundaciones o filmotecas no se alabe el sentido estético de aquella revuelta. El Poder nos ha dado el tema sobre el que hablar este mes, ha puesto suficiente pasta sobre la mesa y, en no pocos casos, ha actuado
como buen topo “dejando hacer” a militantes para que estos elijan los autores, eventos y lugares comunes.

La conmemoración del mayo francés pretende eso mismo: convertirlo en Historia, mediante un falso consenso según el cual se respete siempre la versión oficial y se incida en aquellos aspectos más espectaculares. El movimiento se encuentra actualmente privado de vida porque participa directamente de la cultura y no de la revolución. Viejas y nuevas generaciones llegan, por fin, a un acuerdo “histórico”. Bajo el pretexto del recuerdo se ensalza una fecha, unos mitos y una iconografía de la que todos se dicen herederos. A la izquierda, pero también a la derecha, resulta sospechoso ese consenso plural y pacífico. A todos estos radicales prêt a porter Mayo les sirve como una forma snob de tener buena conciencia y demuestra, en último término, la incapacidad absoluta por vivir el presente, es decir, por impugnar la miseria contemporánea, instalándose en
la nostalgia y en lo peor de un pensamiento que no conduce a la acción.

Llegados a este punto, para nosotros Mayo de 1968 no tiene hoy otro valor cultural que el de la coca-cola, la tecnología o el último disco de moda. Es cadáver porque su conmemoración crea ideología (pensamiento socialmente condicionado y falsa conciencia). Todo código y toda ideología existen para ser derribados. La mitificación de cualquier belle epoque genera un resultado aún más perverso, porque hace pervivir una ilusión a modo de historia masticada y luego devuelta a la cultura popular, un cuento de
hadas y una miserable evocación del porvenir pasado.

Hoy, la única lección útil de Mayo de 1968 sería la de denunciar la increíble capacidad recuperadora de todos aquellos que renunciaron a la utopía y abrazaron un mundo que un día dijeron rechazar y del hecho de que el arte y la cultura, es decir, el Poder, se mantiene a costa de producir la falsedad del placer, el juego y la libertad. Desvelar los
mecanismos modernos de la dominación.

Donde todo es fagocitado y la rebeldía es otro momento más del orden y la cultura, ¿Cuál es el papel del revolucionario? Si Mayo del 68 tuvo la sana costumbre de cuestionar e interrumpir a la autoridad allí donde está se expresase (en facultades o en la calle), una buena dosis de “pedagogía sesentayochista” sería interrumpir todos y cada uno de los actos que se han programado durante este mes.

No, no está allí, no busquéis rebelión en los actos de Mayo del 68.

Bajo los adoquines tan sólo hay estiércol.

Colectivo La Felguera, mayo 2008.

Fuente: La Felguera


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