La última cena de Pier Paolo Pasolini

3 de febrero de 2009.

"Sporco comunista", "mascalzone", "frocio", "fetuso"... ("sucio comunista", "sinvergüenza", "golfo", "maricón"...). Son las últimas palabras que escuchó Pier Paolo Pasolini antes de ser apalizado hasta morir en la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975. Los mismos insultos que hasta hace poco ensuciaban su monumento funerario, que recuerda el lugar donde se perpetró el homicidio en un desolado paraje de Ostia, a 30 kilómetros de Roma. El Ayuntamiento de Ostia Lido decidió cercar la estatua con alambre y unas rudimentarias vallas de madera para evitar las pintadas que deshonraban al artista que amaba a los ragazzi di vita (muchachos de la vida).

Ramón Muñoz

Sobre el páramo yermo donde fue reventado a palos hace 31 años se alza ahora una columna más cursi que simbólica, coronada por una paloma que sostiene en el pico una luna llena. Se supone que se puede visitar de lunes a sábado, entre las 9.00 y las 13.00, pero casi nunca está el guarda que abre el candado de la verja. "Venían los chicos y la ensuciaban con sprays. Por la noche se reunían para beber o chutarse. Aquí hay mucha droga, ¿sabe?", dice Giampietro Falcone, taxista de profesión.

"Gente normal, / me condenáis: / a temblar, / a odiar, / a ocultarme, / a desaparecer...", decía el director italiano que, tres décadas después de su muerte sigue levantando ampollas como prueban las verjas del monumento de la Via del Idroscalo, una calle-carretera que discurre entre barbechos salpicados de barracas deshabitadas y galpones que alojan coches polvorientos. Las autoridades programan allí homenajes periódicamente, así que había que mantenerlo a salvo de pintadas y de yonquis.

¿Qué conmemora en realidad el monumento? Según la versión oficial, que Roberto Pelosi, apodado Pino Rana, un chapero de 17 años, golpeó hasta la muerte a Pier Paolo Pasolini, de 53 años. La otra versión, defendida por sus allegados y espoleada por la periodista ya fallecida Oriana Fallaci es que fue víctima de una conspiración política, y que Pelosi sólo fue el cebo que le condujo a la emboscada en la que participaron al menos tres sicarios.

Sea como fuere, si alguien quisiera rememorar hoy el crimen no encontraría muchas dificultades. Los escenarios siguen casi intactos. Como la estación Termini, donde el cineasta recogió al joven prostituto y le invitó a subir en su coche, un Alfa Romeo GT plateado. Los chaperos que amó Pasolini siguen allí. Ya no se amparan bajo los restos de la muralla aureliana, que apesta a orines. Ahora lo hacen en el interior de la estación, en la entrada de la Via Giovanni Giolitti, junto a las escaleras mecánicas. Basta un guiño y se acerca un veinteañero de tez cobriza. "Soy Rocco", afirma, entre descarado y amenazante mientras sus hermanos de oficio contemplan la escena. La única diferencia es que hoy llevan cinturones con unas enormes hebillas en las que se lee D&G y se calan gafas de sol de imitación de grandes marcas. Rocco ofrece sus servicios con dos tarifas. En los aseos de la estación, 50 euros; si hay que salir, el precio sube.

Pino Rana declaró en el juicio que Pasolini le ofreció 20.000 liras de entonces (unos 10 euros). El chapero, que ahora tiene 48 años, subió al Alfa del artista, que cogió la Via Nazionale para salir de la ciudad. En el trayecto, al muchacho le entró hambre. Pasolini conocía una trattoria, junto a la basílica de San Pablo, en la Via Ostiense, que conduce a la costa. Se llamaba y se llama Biondo Tevere. Un local alojado en una casa de dos pisos, de paredes encaladas y una luminosa terraza con vistas al Tíber (Tevere) del que toma el nombre. Al artista boloñés le encantaba pasar allí las horas muertas "pensando y escribiendo sus cosas". Las comillas son de Giuseppina Panzironi, cocinera y regente del local desde hace cinco décadas. Ahora tiene 76 años. Ella preparó la última cena de Pasolini y de su homicida. Sentada en la misma mesa donde ambos compartieron mantel rememora la escena: "Nos dijo que le preparáramos algo al chico, que él no tenía hambre porque ya había tomado un bocado en Roma". En su voz hay cierta inquietud, como si esperara aún una revelación que esclareciera lo sucedido aquella fatídica noche. "Era el día de Todos los Santos y no había mucha gente. Mi marido, Vincenzo, les tomó nota. El muchacho pidió spaghetti all’aglio, olio e peperoncino y pechuga de pollo. Pero él insistió en que no tenía apetito, que le bastaba con una birra y una banana. Sólo eso". Ésa fue la última cena del director de El Evangelio según San Mateo. "Se le veía tranquilo. Hablaba en voz baja con el muchacho mientras éste comía... Pino no tenía cara de asesino. Tenía cara de... chiquillo", apunta.

La sala de la planta de abajo de la trattoria se ha convertido en un pequeño museo en torno a la figura del director de Edipo Rey. De la pared cuelgan fotos suyas junto a sus amigos y los actores con los que trabajó como Ana Magnani, dibujos y poemas manuscritos. Sus íntimos en Biondo Tevere eran el escritor Alberto Moravia y su esposa Elsa Morante, y el poeta Dario Bellezza. "Él era muy tranquilo, nunca armaba jaleo, ni bebía. Si acaso una cerveza. Cuando acababa no esperaba la cuenta. Le daba a Vincenzo un cheque en blanco y le decía ’pon tú la cantidad", dice la anciana cocinera.

Giuseppina no tiene constancia de que nadie siguiera al Alfa Romeo hasta su local, ni que le estuvieran esperando a la salida, como apunta la versión conspirativa que hizo reabrir el caso hace tres años. Sólo sabe que el auto partió sobre las doce de la noche hacia Ostia.

Pasolini era un maldito y el malditismo le ha perseguido hasta después de su muerte. El lugar donde cayó muerto, perteneciente a Lido de Ostia, no es el destino turístico ideal. "Entonces venían aquí personas importantes, gente del cine como Fellini y Sordi. Pero ahora nos cae esta chusma de la droga y los turistas se espantan", dice el taxista Falcone. Porque en la estación de Lido Nord no sólo se bajan bañistas, sino muchos enganchados que vienen a buscar su dosis. Pietro es uno de sus camellos. Trabaja en los alrededores de la plaza Lorenzo Gasparini, en el mismo centro del Bronx, como le llaman a este barrio los lugareños. La policía hace redadas periódicas, pero no ha conseguido acabar con la reputación como uno de los supermercados de la droga romana.

Pasolini celebró a estos desharrapados, a los accattone, el proxeneta que protagonizó su primera película. Pietro conoce a casi todos estos muchachos del bogarte (de la calle). Pero no tiene ni idea de quién fue Pasolini, el muerto más ilustre de su localidad. Viéndole trapichear, uno imagina que Pasolini volvería a morir aquí si le dejaran elegir, junto a Pietro, junto a Pino Rana, sin monumentos.

::Fuente: El País 2007

Pier Paolo Pasolini, la conciencia crítica

Gustavo A. Urquidi T.

En la Italia de la posguerra, después de Mussolini, paradójicamente hubo una recaída hacia el fascismo; la pequeña elite gobernante pretendía resolver los problemas económicos que la guerra le acarreo levantando banderas caducas, convenientes a sus intereses, destruyendo valores ancestrales y primarios. Así, en el florecimiento de esa aculturización que endiosó a la burguesía, a finales de los sesenta y principios de los setenta, Italia se convirtió en un país de filisteos, con una casta dominante aburguesada, superflua y acrítica.

Solo un hombre tuvo el valor de criticarlos: Pier Paolo Pasolini. Fustigador de los nuevos valores que nacían y se consensuaban, Pasolini se convirtió en una especie de conciencia crítica de la Italia de su tiempo, cuando se anunciaba el final del milenio. Pasolini fue un rebelde con causa que se embarcó en una lucha personal contra la autoridad, contra la sociedad burguesa y sus iconos, entablando disputas tanto con los pensadores de derecha como de izquierda, quienes todavía defendían posiciones marxistas. Su guerra particular incomodaba a propios y extraños, con su actuación heterogénea, agresiva y al mismo tiempo culta y populista, polémica y desarmada, con prosa lúcida y dura en su humilde libertad estilística. Por eso, en la madrugada del 2 de noviembre de 1975, fue víctima de un clásico asesinato cultural: Después de haber sido torturado y golpeado hasta la muerte fue abandonado en la playa de Ostia, un joven delincuente, Giuseppe Pelosi, asumió la responsabilidad del crimen, la justicia italiana sospechosamente no llevó la investigación hasta el final, contentándose con la versión de Pelosi. La noticia fue recibida con alivio encubierto incluso por personalidades del mundo literario, el cadáver de Pier Paolo Pasolini, ensangrentado, con el rostro deformado por los golpes y con varios huesos fracturados, después de treinta y dos años, ha sido devorado por nuestra sociedad y por nuestro tiempo, pero su palabra continua interrogándonos acerca de nuestra responsabilidad civil, cultural y personal en este mundo de consumismo globalizado, organizado e hipermoderno.

Pasolini fue multifacético: periodista, ensayista, actor, dramaturgo, pintor, poeta y por sobre todo crítico; sin embargo, era más conocido por el público (internacional) por su trabajo como cineasta, pasión que ejerció por ser (el cine) el medio de comunicación mas inmediato para dialogar, especialmente con los jóvenes. Pasolini empezó como ayudante de renombrados cineastas como Giovanni Soldati, Federico Fellini, Floretano Vancini, Francesco Rosi; colaborando con Mauro Bolognini logró importantes realizaciones como El Bello Antonio, Los amores da Marisa, Un Día para Enloquecer, pero por sobre todos, Larga Noche de Locuras o Noche Brava, por su contenido que ya dejaba ver al poeta trágico y la experiencia que fue fundamental para él, que llegaba a Roma para hacer una carrera artística.

Cuerpo de Pasolini, tal como fue encontrado tras su asesinato

Por sus dos primeras películas como director Accatone y Mamma Roma fue catalogado como neo-realista, después vinieron, cada una más polémica que la otra, La Ricotta, La Pasión según San Mateo, Teorema, Decameron, etc. Pasolini muestra en ellas claramente sus ideas, en especial el desprecio por la acumulación de la sociedad de consumo, el conformismo de la sociedad italiana, la recuperación simbólica de un tiempo mítico todavía no contaminado por el racionalismo industrial, la generosidad con los humildes, la pasión por el arte y todo aquello que “oxigenaba la vida mezquina, sofocante y estrecha adoptada por su Italia natal, por europa y por el mundo”. Se puede decir que sus películas, que celebraban la belleza del cuerpo humano y del sexo, eran como antídotos ante el neo-moralismo que se anunciara en la década de los setenta. Sin embargo, su película Saló o los 120 días de Sodoma, una respuesta brutal al fascismo, fue la película más terrible e insoportable jamas proyectada en pantalla de cine; en ella Pasolini adapta la obra del Marqués de Sade a Saló, la república fascista creada por Mussolini como último refugio para el fascio al final de la segunda guerra mundial. En Saló las escenas de sexo son tristes, contrariamente a sus anteriores películas, la tortura, mientras la humillación y perversión sugieren lo que acontece cuando los instintos descontrolados se vuelven contra si mismos; Pasolini asocia el fascismo a esa difusa pulsión de muerte, parece sugerir a cada instante que esa “doctrina” y práctica no han muerto, esperando apenas una oportunidad para resurgir, y no deja de ser profético. Basta ver a nuestro alrededor para verificar que no hay paz, prosperidad, tolerancia sexual ni religiosa, y que el racismo esta vigente con todas sus taras. Saló terminaría siendo el testamento que reproduce fielmente la impresión que Pasolini tenía del mundo antes de ser retirado de escena.

Sin embargo Pasolini no puede ser solo recordado por la suma de su arte heterogéneo, ni por la batalla monumental perdida contra la impunidad, que lamentablemente en nuestros días ya esta globalizada y pasteurizada. Pasolini, hereje medieval y maestro contemporáneo, no solo lucho contra una sociedad, contra un país, contra el mundo real, sino y por sobretodo contra un mundo metafórico, contra una influencia angustiante: “Maté a mi padre, comí carne humana, tiemblo de alegría.”

En Pocilga, película autobiográfica de Pasolini, nos da luces en dos líneas sobre su obra: “mi experiencia me llevó inicialmente a concebir el horror y después a expresarlo con distanciamiento y humor”. Su mayor arma fue una visión religiosa permeable a la perspectiva herética y profundamente filtrada por la literatura herética-irónica-mística italiana del pasado: Dante, Boccaccio, Bruno. Su posición puede ser comparada con la de figuras injustamente olvidadas como San Joaquin de Fiore, el mismo que fue puesto por Dante en el paraíso de la Divina Comedia, o como la de Tomas Campanella, el monje herético autor de Ciudad del Sol, quien afirmó: “el mundo se volvió loco y los sabios, pensando curarlo, fueron llevados a decir, hacer y vivir como los locos, pero en secreto, tenían otra opinión.”

Finalmente nos queda su palabra de esperanza, pues Pasolini auspició: “Serán los poetas un día, en un futuro cercano, quienes salvarán al mundo.”

Gustavo a. Urquidi T.


Descargar
Peso: 49.2 KB
Res: 295 x 475 px
Descargar
Peso: 17.2 KB
Res: 353 x 355 px
Descargar
Peso: 528 KB
Res: 1043 x 1618 px
Descargar
Peso: 107.9 KB
Res: 358 x 500 px
Descargar
Peso: 39.9 KB
Res: 362 x 501 px
Versión PDF: Descargar artículo en PDF | Enlace permanente: https://info.nodo50.org/1361