El discurso de hace diez años

9 de mayo de 2018. Fuente: La Marea

Un día como hoy de hace diez años recibí el Premio Ortega y Gasset de Fotografía. Aquel 7 de mayo de 2008 también hice un discurso de menos de cuatro minutos. Fue recibido con aplausos, vítores y caras de circunstancias por gran parte de los ocupantes de las primeras filas, entre los que destacaba la entonces vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, y media docena de ministras y ministros, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, el alcalde de la capital, Alberto Ruiz Gallardón, el presidente del Senado, exministros del Partido Popular e, incluso, del Partido Socialista de la época de Felipe González.

Por Gervasio Sánchez

Me centré en la venta de armas autorizadas por nuestros gobernantes desde el primer gobierno de la transición en los años setenta a países en guerra o conflictos internos que violaban nuestras propias leyes de control de armas. Mi desilusión se hizo presente cuando me enteré de que no iba a venir al acto el entonces presidente, José Luis Rodríguez Zapatero. Mi intención era romper el protocolo y acusarle públicamente de ser el “mejor traficante de armas” de toda la democracia. Tres años y medio después escribí un texto con ese titular en Heraldo de Aragón coincidiendo con el final de su periplo gubernamental.

La venta de armas se había duplicado desde que Zapatero ocupaba la Moncloa y las cifras que se barajaban predecían que se iba a batir todos los récords, tal como ocurrió definitivamente. Entre 2004 y 2011 España sextuplicó la venta de armas españolas. Es decir, pasamos de vender 405 millones de euros en 2004 cuando José María Aznar abandonó la Moncloa a 2.431 millones de euros en 2011. Apliquen la tabla de multiplicar del cuatro: cuatro por seis igual a veinticuatro.

En aquel discurso recordé a Martin Luther King, asesinado cuarenta años antes, y concluí con las siguientes palabras: “Yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”.

Me sorprendieron los elogios posteriores. Juan Luis Cebrián, consejero delegado del grupo Prisa, me felicitó muy cariñosamente. Fernando Savater, miembro del jurado que me otorgó aquel premio, me reconoció que no recordaba un discurso tan corto y contundente. Una portavoz socialista se comportó como si fuera una groupie. Aunque cambió su expresión de felicidad cuando le pedí que llamara a la mañana siguiente al presidente Zapatero para quejarse de su vergüenza pública al enterarse que su partido multiplicaba cínicamente la venta de armas mientras instrumentalizaba un discurso pacifista.

A un alto cargo editorial de El País le recordé que el debate sobre el descontrol armamentístico de nuestro país era inexistente porque personas como él impedían su salida a la luz pública. Un alto cargo del equipo de comunicación de Zapatero me intentó reñir: “Te has pasado de la raya. A este tipo de actos no se viene a criticar”. Yo le contesté: “Me hubiera pasado de la raya si hubiera roto el discurso en el escenario y os hubiera insultado en público por vuestro cinismo desaforado. Fui muy educado y no te consiento que me abronques en uno de los mejores días de mi vida”. Y lo dejé allí con su copa y canapé.

Decenas de personas me pidieron que les mandase el texto, algo que hice unos días después en un envío masivo. Los responsables de algunos portales de Internet, incluido el ya desaparecido soitu.com, me pidieron permiso para publicarlo.

Estaba en Iraq cuando me llamaron para informarme de que había sido galardonado con el Ortega y Gasset. Tenía claro qué tipo de acto era y quería aprovechar el tiempo de los agradecimientos para decir lo que pensaba. Creo que los periodistas debemos ser siempre políticamente incorrectos en este tipo de actos o, como decía el gran maestro Ryszard Kapucinski, “indeseables, inoportunos y certeros en nuestra impertinencia”.

El periodismo se nutre del etiquetado. Un medio se autodenomina de referencia y todo el mundo se lo traga. Un periodista se llama a sí mismo independiente y se presenta ante la sociedad como el custodio de los principios básicos del periodismo. Otro obvia aquel periodo en que los menoscabó y pisoteó cuando estaba en un puesto de responsabilidad.

Es intolerable que algunos periodistas investiguen las corruptelas de sus enemigos políticos y se desinflen cuando sus amigos gobiernan. Como lo es escuchar a un político fanfarronear sobre su cercanía al poder hasta el punto de insinuar que ha recibido un trato de favor y sentir que nadie protesta. Las manchetas son como las orlas. Puedes esconderte de tus responsabilidades y obviar los tiempos de las componendas, pero ahí quedan las pruebas del pasado deshonesto.

Lo que más me alegró es saber que mi discurso sirvió de inspiración para que un joven traductor de 29 años llamado Rafael Lafuente Blanco le hiciera al presidente Zapatero unos meses después (26 de enero de 2009) la pregunta más dura sobre la venta de armas españolas que se escuchó en el programa Tengo una pregunta para usted, de Televisión Española. Pregunta que posibilitó que el presidente Zapatero tuviese que mentir ante seis millones de televidentes para escurrir el bulto y evadirse de la respuesta verdadera sobre nuestras ventas de armas a Israel.

Aquel discurso dio varias vueltas al mundo y todavía hoy diez años después hay personas que me lo siguen recordando y algunos párrafos se siguen en las presentaciones antes de iniciar mis conferencias. También me convenció de que las redes sociales pueden ser utilizadas como un arma poderosa e influyente aunque los prohombres de la política y los negocios quieran imponer la censura. Que ya no es necesario escribir en un diario autodenominado de referencia para llegar al gran público.

Es verdad que mi discurso tuvo mucho recorrido, pero la mejor alocución de aquella entrega de premios la hizo la periodista mexicana Sanjuana Martínez, ganadora del Premio Ortega y Gasset al Mejor Trabajo de Investigación. Al finalizar el acto le pedí que me regalara sus cuartillas, las guardo desde entonces y las he podido releer varias veces. Sus primeras palabras eran muy bellas y no rechinaban porque las pronunciaba una periodista de verdad: “El periodismo es crítica, confrontación, enfrentamiento. Es denuncia, agente de cambio, catalizador. Lo demás es propaganda”.

El siguiente párrafo era igual de rotundo: “Cualquier persona puede negarse a participar en una mentira, pero el periodista no solo puede si no que debe derrotarla a base de información rigurosa”. Y continuaba: “México se ha convertido en el segundo país más peligroso para ejercer el periodismo después de Iraq. Pero lo que sobra en mi país es el periodismo que obedece a intereses de grupos empresariales y políticos. El mayor peligro es perder la vida, el segundo es perder el trabajo”.

Incluso se atrevió a criticar algunas prácticas empresariales y políticas del Grupo Prisa en América Latina aunque no lo nombró y, por ello, quizá pasó desapercibido.


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