Discurso para un homenaje a La Realidad en Lavapiés

20 de julio de 2008.

Reproducimos aquí el texto escrito por Patxi Ibarrondo para el homenaje realizado a su persona y al periodico cántabro La Realidad el pasado 14 de junio en el Solar de Lavapiés.

Patxi Ibarrondo fue director del períodico, cerrado tras la ejecución provisional de una sentencia que le condenó en 2001 por “mancillar” el honor del entonces secretario general del PP cántabro, Carlos Sáiz, entre otras causas. El acoso constante al medio y al propio Patxi no han podido, sin embargo, arrebatarle su arma más preciosa: la palabra.

Patxi Ibarrondo

Al bajar de las nubes populistas de Cantabria para tomar tierra en el alma madrileña y multicultural de Lavapiés, debo decir, todo lo alto que puedo, que es para mi un privilegio encontrarme en tan acogedora y alegórica compañía. Desde mi perspectiva, encuentro que existe un simbolismo no casual en el nombre de los puntos para adquirir los bonos de la cena-homenaje. La mayoría evocan un indisimulado combate al conformismo: Free Press(como su propio nombre indica), Ecologistas en Acción (por un planeta menos emponzoñado), Ateneo republicano (hacia la Tercera), Traficantes de sueños (ójala fueran así todos lo tráficos), La Luciérnaga (iluminando oscuridades y sombras), La Tertulia (amistad, debate de ideas, el placer de hablar por hablar), Centro Social Haydée “Yeyé” Santamaría (recuerdos fértiles de Moncada). Y luego Kaos en la Red (frente a tanto Orden rectilíneo y amazacotado); Poesía Salvaje (silvestre debe ser la poesía y nunca domesticada). Y todo este aire de generoso compañerismo envuelto con el soplo de las páginas del Viento Sur, un cuadrante que tiene la cualidad de alterar los ánimos y hace perder el norte bienpensante. Al menos en el norte donde yo vivo.

Como todo hombre de letras, lo que yo pretendía era ser como aquel personaje de Borges que escribió otra vez el Quijote, palabra por palabra. Sólo que a mi me salió “la Realidad”, un empeño en teoría menos inútil. Con su novela cumbre “Don Quijote de la Mancha”, el colosal Miguel de Cervantes refleja el eterno y esquizofrénico debate que se desarrolla permanentemente en el interior del alma humana. Existen no pocas interpretaciones acerca de las intenciones del escritor, reflejadas a través de sus dos personajes principales. Se habla sobre todo del Alonso Quijano idealista frente al Sancho Panza del sentido común apegado a la tradición timorata de preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer...

No he podido ver en ningún lado lo que para mí añade a la novela un plus de genialidad. A mi modo de ver, Quijote y Sancho son las dos caras de una misma persona. No son dos personajes sino uno sólo: el mismo que habita en el fondo de cada uno de nosotros mismos: la eterna y fluctuante dualidad que se debate dentro el alma humana. Esa confrontación constante que sólo interrumpe la muerte: el idealismo o el conformismo, el soñador o el pragmático, herejes u ortodoxos, el perseguidor de justicia frente al acatador del orden por injusto que sea.

Sin abandonar el territorio onírico y geográfico manchego, digresiones literarias y quijotescas aparte, una vez llegado al Solar de Lavapiés, me pregunto a mi mismo ¿cómo podría corresponder a tanta solidaridad con este desconocido que soy yo? La respuesta sólo puede ser una: Continuando. Esto no se acaba aquí, a pesar de todo lo ocurrido. Lo que uno acaba descubriendo es que el poder lo que quiere es comprar nuestros sueños y la vida sin sueños es un desierto de piedra. Donde sólo habita la soledad y algún lagarto perdido.

Una cosa es que vengan mal dadas y otra que se acabe la voluntad de lucha mientras haya aliento. Se lo digo sobre todo a la gente de Nodo50 y de Diagonal, mis anfitriones y organizadores de esta celebración. Me quedo con la palabra celebración, pues al tener matiz de fiesta me resulta más atrayente. Siempre he sostenido que la lucha no tiene por qué ser un muermo, sino al contrario, una alegría de vivir. En cuanto al homenaje, éste debe ser para “la Realidad”, un papel prensa ácido que corroyó especulaciones mafiosas contando verdades como puños mientras pudo. Y espero que haya dejado estela a seguir, caminando por la información veraz en diagonal y con la recta aritmética de la crítica radical.

Casi no me puedo creer que estoy aquí, en Lavapiés, rodeado por un magma subversivo de solidaridad. Sois el agua que erosiona la roca, empezando por mí, al que habéis felizmente desarmado. Aunque en este tipo de actos entre amigos o afines sea casi una obligación exagerar, no hay exageración alguna en lo que digo. Aparte de la intención de fondo, estoy agradecido y contento con el lugar y la evocación de los nombres que han participado en esta celebración-homenaje a lo que fue “La Realidad”. El solar de Lavapiés es un espacio okupado. Estamos vecinos al teatro Valle-Inclán, un genio enfrentado al eterno costumbrismo populista español, como lo hemos hecho nosotros a nuestra medida y saber. Y que, al igual que otros espíritus críticos hacia el sistema dominante, padeció hambre en vida y acabó en la miseria. En este país de intolerante roca berroqueña no hay perdón para la disidencia, y el poder está doctorado desde antiguo en persecuciones y cadalsos. Son cosas del acervo que no cambian. Además del marqués de Bradomín, la lista de los represaliados célebres en el uso de la palabra es larga como un río inabarcable: Quevedo, Larra, Machado, Hernández, León Felipe, Bergamín, Sender...y tantos, tantos. Asimismo, el reguero de los otros menos ilustres es casi infinito; y no tiene visos de cesar, ni siquiera en esta democracia desdibujada por los pactos contra natura.

En el garabato de libertades llamado Carta Magna, al día de hoy, siglo XXI, aún subsiste la posibilidad de esgrimir, como máximo resorte de censura, el honor de los personajes públicos. Pero superados los tiempos de D. Juan Tenorio y de los duelos a espada ¿qué es éso del honor?¿Cómo se pesa y se mide el honor?¿Por qué las organizaciones de la Prensa y los poderosos editores no arremeten contra esa entelequia del pasado rancio, que pone en peligro la libertad de expresión y cierra publicaciones legales como “la Realidad”? No interesa. Así, abandonada la investigación de verdades ocultas por los grandes consorcios multimedia, la información incisiva e inconformista queda en manos de las frágiles y amenazadas publicaciones del margen.

La respuesta del desinterés general por una libertad de represión, sin ambages ni herencias de un pasado dictatorial que aún rezuma, hay que buscarla en el viento de una democracia celosamente vigilada y controlada. Es así para que no se descosan los hilvanes de una Transición que dejó casi intactos los mecanismos profundos del franquismo. Y cuando no se cauteriza la raíz del mal, arando el pasado con sal, como hacían los romanos, éste toma nuevas formas y disfraces para perpetuar su dominio y los privilegios de guerra adquiridos en su momento.

El mecanismo del honor es una amenazante invitación a la autocensura. Los personajes públicos deben ser transparentes en su vida pública y no pueden parapetarse tras esa pared de opacidad. En tiempos de la dictadura fascista de los cuarenta años, la Prensa era amordazada por la censura y también mediante el llamado “fondo de reptiles”. Hoy se habla con normalidad de ayudas o subvenciones, lo que resulta menos embarazoso, aunque igualmente difícil de explicar cuando se predica independencia.

Independencia quiere decir no depender. Ni más ni menos. Ni palo ni zanahoria de perros paulovianos. Sometidos a un pacto de docilidad y negocio, los grandes medios de comunicación subvencionados, se trata de instalar la inseguridad en los periodismos autónomos que se apartan de la ortodoxia. Estos heterodoxos, cuanto más sea el rigor de su trabajo, más arriesgan caminar por la cuerda floja y ser ejecutados por los jueces.

Y las cosas están de tal modo que cualquier juez mindundi de primera instancia puede acabar con una publicación de un plumazo, sobre todo en provincias. Son esos jueces los perros guardianes de un sistema que traiciona constantemente la doctrina de Montesquieu y la separación de poderes que es la esencia mínima de cualquier democracia. Y a los jueces ¿quién los elige? En el estado español de hoy la carrera judicial depende directamente del poder legislativo. Los políticos por su parte no son como el común de los mortales. Están aforados, lo que es un blindaje que invita a delinquir impunemente. Y, como no es ningún secreto en el orden neoliberal, el poder legislativo, es un rehén del imperio de las finanzas.

Tan es así que se puede contar algo muy curioso. Botín, ese hombre con apellido de atraco, es el principal banquero de España y amo de Cantabria, su cortijo particular y su pedigrí genealógico. Presume de que un antepasado suyo fue el descubridor de las cuevas de Altamira. Y así.

Parafraseando el adagio católico se puede decir sin temor que en Santander, la ciudad logotipo del banco, todos los caminos, incluso los inmobiliarios y los avatares de “la Realidad”, llevan a Botin.

Por otro lado, la lentitud de la Justicia es algo que no ignora nadie, ni siquiera las estadísticas, como se ha demostrado recientemente con el fenomenal atasco de sumarios. Sin embargo, según proceda, la misma administración de Justicia puede funcionar de forma paralela a dos velocidades. Una con la celeridad de rayo fulminante como en nuestro caso. Ejecución provisional y preventiva de una sentencia no firme y recurrida ante tribunales superiores. Y otra a paso de asno negligente. El caso Botín, un proceso a Don Emilione por blanqueo de cuantioso dinero negro de más que sospechosa procedencia. Bastó un ejército de abogados bien engrasados y engrasadores para terminar inocente de toda culpa. Para ilustrar lo comentado acerca de Montesquieu y la imprescindible separación y equilibrio entre poderes, el propio fiscal general del Estado, Cándido Conde Pumpido, instó al sobreseimiento de la causa de las cesiones de crédito por excesiva demora del procedimiento. Poco después Botin se hacía la foto en color con Zapatero, a modo de respaldo de su inexistente política económica. Así fue.

Hay un axioma que deberíamos poner en evidencia los ciudadanos de abajo. Cuando el poder nos roba y manipula los símbolos del lenguaje nos roba el fuego de la libre voluntad. Cualquier posibilidad de cuestionar lo establecido y de construir otra cosa. Cuando eso ocurre se hace necesario demoler. Para recuperar y guardar como algo vivo el significado radical de las cosas.

El lenguaje es la quintaesencia de la evolución humana. El lenguaje es lo que hemos llegado a ser como especie. En este sentido, resulta una necesidad preguntarse: ¿dónde estamos? En el año 2008 estamos en el “1984” de Orwell. En “1984” se habla de la tergiversación del lenguaje para crear e imponer propaganda de dominación sin posible crítica. Lavado de cerebros se llamaba, y era aplicable al absolutismo estalinista. Hoy es absolutamente aplicable al absolutismo capitalista.

A propósito de “1984” y del control de las masas, afortunadamente no somos los únicos francotiradores que trabajamos contracorriente. En estos dias, Trevor Paglen, un fotógrafo especializado en desvelar instalaciones militares ocultas, muestra en la Universidad de Berkeley, California, la exposición titulada “Otro cielo nocturno”. Se desvela en ella el funcionamiento de 198 satélites espía del Tio Sam que “no existen oficialmente”.

Cuando el estado se impone por la fuerza y la coacción permanentes, manipulando el lenguaje de la moral, pierde su legitimidad a base de eufemismos que ocultan o disfrazan la verdad a los ciudadanos en nombre de la prevalencia del poder como un fin en sí mismo. .

Se impone pues el crecimiento cero y la lentitud de la reflexión en contra de la velocidad irreflexiva de la acción. Si no es posible que surja aún una revolución, yo me apunto a ser parte de una comunidad de hombres-libro. Un falansterio donde sus puertas sean el prólogo de la percepción. Una reserva salvaje de sensatez frente a la sociedad insensible que nos están preparando en este “1984” del siglo XXI.

Siempre he admirado la literatura con capacidad de percepción premonitoria. La visión de los autores para anticipar el mundo que se avecina. Antes hablaba de Cervantes y El Quijote y sus dos personajes son tan intemporales que podrían rodar hoy por las autopistas a bordo de un Rocinante o Rucio con motor y cuatro ruedas.

Por esa misma razón, da igual que “1984” no sea la fecha exacta, lo que importa es lo que anticipa. Y eso está ahora aquí y será mucho peor en adelante. En el presente estado de cosas siempre susceptible de empeorar por la brutal aceleración del capitalismo.

Hay otra novela que me hubiera gustado escribir. Se trata de “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. Es el siglo XXI de la conjunción copulativa entre “1984” y los parámetros sociales resueltos en “Un Mundo Feliz”. Se acaba de raíz con el criterio de los individuos mediante la propaganda goebbeliana y los estímulos caninos de Paulov. La idiotización programada de la feligresía, con el único fin de consagrar el sacrosanto consumo como única religión. En este siglo y en este país, mal que le pese al ectoplasma de Rouco y a los paladines del nacional catolicismo, la misa ya no se celebra en las catedrales góticas. Los templos son los hipermercados y la hostia consagrada circula en el carrito de la compra. El soma de este mundo feliz es la droga legal del consumo a crédito. Consumir hasta morir. Es lo que le dice el neoliberalismo global al ciudadano.

Frente a ese destino animal de matadero ¿qué hacer? Se me ocurre que lo primero de todo es ir a la contra: austeridad, resistencia y autodeterminación. Frente a cualquier religión optar por el laicismo. Y en definitiva, no creer en las grandes palabras que esconden grandes facturas a pagar con tiempo de vida. Hace mucho que la grandes palabras como pasión, libertad, éxtasis, son patrimonio favorito del triunfalismo publicitario. Siempre al servicio del cliente, cualquier cliente y venda lo que venda.

Cuando en 1998 dormía en difícil equilibrio sobre tres tablones desiguales en una barraca india de La Realidad, el corazón zapatista de la selva Lacandona, no podía atreverme a soñar que diez años después recibiría un homenaje en Madrid por ser superviviente del naufragio de una esperanza llamada alegóricamente “la Realidad”. En el Chiapas indigenista y sublevado decidí, tras ver lo que allá vi, que era hora de poner un periódico autónomo y a ras de tierra en los kioskos de Cantabria. En este lado cómodo del océano parecía imposible conseguir un medio de comunicación de la gente de abajo y con lenguaje de abajo, claro y meridiano. Sin contemplaciones con la corrupción. Parecía un imposible...pero se consiguió, mediante una suscripción popular; hablando casa por casa, encuentro a encuentro, día o noche con frío o calor, citándose en los sitios más inverosímiles (bares, escuelas, establos, almacenes, plazas públicas...). Un periódico francotirador, contrapoder, combatiente, que levantara el duro pellejo de las verdades escondidas y de las mentiras falaces que nos afectan a todos. Hasta el punto de agriarnos el humor y acarrear agresividad gratuita.

La navegación de “la Realidad”, por el tormentoso mar de las mafias bien establecidas, duró apenas dos calendarios. Si en Mexico Cortés consagró el imperio de la codicia colonialista, quemando naves por conquistar el oro azteca, el nuestro fue un sencillo naufragio de cáscara de nuez intentando libertad y justicia. Navegando contra la oposición férrea de unos elementos económicos desatados y dominantes. Estos poderes finalmente sesgaron su propia ley, con el objetivo de segarnos la cabecera y arrojarnos por el acantilado de las aguas muertas de la historia.

A pesar de lo que sucede en La Realidad de Chiapas y lo ocurrido con “la Realidad” y otros medios críticos, hoy la esperanza altermundista proclama que otro modelo de sociedad es posible. Pero la certeza más evidente es que este mundo es imposible. Resulta cuando menos irreal que los gobiernos de los paises opulentos no tengan otro discurso talismán que el crecimiento económico. La competición. Un desarrollismo insostenible de competición a piñón fijo. Este egoísmo monstruoso no sólo logra tragedias de pobreza inhumana por doquier sino que, al esquilmar los limitados recursos naturales del planeta, instala en nombre del dinero una cultura de muerte por desfallecimiento de la biodiversidad.

Pero salvar las economías del confort no puede contraponerse a la salvación del planeta. Hasta los más fanáticos partidarios de la existencia artificial deberían saber que el aire limpio y el agua clara son esencias absolutas y no negociables. Sin embargo, la depravación los ha incluído en el afán de lucro ilimitado y catastrófico al que estamos demasiado acostumbrados.

Ensimismadas en su caprichoso círculo de vanidad, las élites que dominan la Tierra no abandonan su juego malabar del tener y del ser. Obnubilados como están en sus torres de marfil, apuestan, sin límite, a la ruleta rusa de la capacidad de aguante del planeta. Se trata de un ejercicio delirante de poder. Pero el absurdo es la evidencia de que no tenemos otro planeta a donde ir y el tiempo está en contra nuestra, dada la velocidad y la intensidad de la destrucción del entorno. Apenas sabemos nada de las 100.000 millones de estrellas que nos acompañan en nuestra Vía Láctea, nuestro universo más cercano donde estamos suspendidos.

Con que no hay duda ni novedad alguna: el globalismo capitalista es una ceremonia con imprenta final de suicidio colectivo. Soslayamos las tragedias climáticas culpando a la crueldad intrínseca de la naturaleza. Disimulamos el absurdo constante de las guerras como una necesidad de la evolución tecnológica. Ignoramos o menospreciamos el desgarro del hambre con el rótulo peyorativo tercermundismo. Si juzgamos su teórica capacidad y los resultados de sus acciones, no se puede evitar la aprensión de que los humanos puedan ser una especie fallida, dotada con una irrefrenable inclinación a desaparecer por los desagües del espacio y el tiempo.

Para conjurar el terror de ese destino nos suministran las correspondientes dosis de evasión. Para ello se hacen imprescindibles los sacerdotes, los imanes, los profetas, los mesías, los más diversos publicitarios. El tinte litúrgico intenta disimular la lógica de la caducidad mediante la creencia de una salvadora intervención in extremis de la divina providencia. En definitiva, la fe; siempre la fe estupefaciente amparando las consecuencias del frenopático sistema de la propiedad capitalista. La única posibilidad de supervivencia racional y equilibrada es el crecimiento cero. Parar la rueda y pensar con lógica en el destino.

En este sentido, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿A qué estamos dispuestos a renunciar en el norte por un mundo más racional? ¿A qué y a cuánto por un equilibrio global que tenga muy en cuenta las imperiosas necesidades del sur, el reparto de recursos alimentarios y la progresión demográfica? Porque lo cierto es que, si no renunciamos al despilfarro, todo lo que se diga es juegos florales y demagogia más o menos hábil, más o menos afinada.

En estos momentos estamos sumidos en la cíclica crisis económica por culpa del petróleo. Fieles a su estilo propagandístico, los máximos depredadores empresariales se acogen cinicamente a la etiqueta del ecologismo, a modo de marketing engañabobos para seguir vendiendo. Consumir hasta morir. Dada esta constante criminal, los extremismos del sistema y sus habituales atentados contra la vida en general y contra la libertad y la justicia en particular, estaría plenamente legitimado contraponer al abuso de poder institucional un ecologismo revolucionario. Porque ¿qué mayor justificación para el sabotaje de una lógica demencial que el combate por la vida?

Gracias por vuestra presencia y por vuestro calor.

Patxi Ibarrondo


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