Ciencia ficción para explorar el cambio

4 de diciembre de 2013. Fuente: Terra Nova volúmen 2

La ciencia ficción es, probablemente, la literatura que mejor define nuestro presente cambiante. No en vano, desde la extrapolación y la metáfora del futuro, es la narrativa que más se preocupa acerca de los problemas, desafíos y oportunidades que brinda nuestra sociedad actual y venidera, y su propósito no es otro que analizar una realidad en continuo cambio.

Prólogo de Mariano Villarreal a la antología Terra Nova vol. 2

Al margen de su etiqueta comercial, que algunos estudiosos tachan de incorrecta (en puridad, el término anglosajón science fiction debería haberse traducido como ficción científica), cabe señalar que esta temática comprende no solo narraciones basadas en aspectos científicos y/o tecnológicos sino también, y sobre todo, aquellas que afectan directamente a las relaciones humanas y los conflictos sociales, como no podía ser de otra manera tratándose de un género literario.

En el último cuarto de siglo se ha dado un paso de gigante en cuanto a su normalización a nivel de lectores, publicaciones, editoriales, prensa y crítica académica. Hoy día la ciencia ficción impregna todos los órdenes de nuestra vida y es perfectamente natural mantener una conversación formada sobre avances futuros en ingeniería genética, clonación, implantes cibernéticos, criogenia, ciberespacio, inteligencia artificial, revolución informática, viajes espaciales y en el tiempo, futuro de la humanidad y del planeta Tierra e, incluso, sobre un posible contacto con una inteligencia extraterrestre, temas que hasta hace poco eran terreno exclusivo de científicos y aficionados a las publicaciones especializadas. La ciencia ficción es, pues, una herramienta magnífica para especular acerca de nuestra relación con el mundo y, en particular, los avances científicos y ofrece una gran oportunidad para conocernos mejor como seres humanos.

Pese a todo, es curiosa la imagen icónica que arrastra el género para un amplio imaginario colectivo, que tiende a asociar ciencia ficción con naves espaciales batallando en el espacio, pistolas de rayos desintegradores, malévolos alienígenas que invaden nuestro planeta y fornidos héroes al rescate de bellas damiselas en apuros; una situación que no suele ocurrir en otros géneros como el policiaco, el western o la novela histórica, que se recuerdan siempre por sus mejores títulos. Ciertamente, este tipo de obras siguen formando parte del acervo del género, y a ello sin duda ha contribuido de manera notable el séptimo arte con sus -en general- carísimos efectos especiales y pésimos guiones, pero esa imagen trasnochada, ingenua, ridícula, escapista y literariamente intrascendente está quedando afortunadamente atrás, arrinconada en el baúl de los recuerdos por obras excelentes escritas por grandes narradores actuales de prestigio.

Así, al margen de que porten o no una etiqueta genérica, podemos encontrar ciencia ficción literaria de calidad en libros como La carretera de Cormac McCarthy (novela sobre la paternidad enmarcada en un entorno postapocalíptico, ganadora del premio Pulitzer en 2007), La conjura contra América de Philip Roth (ejercicio de historia alternativa en la que el premio Príncipe de Asturias de las Letras fabula en torno al ascenso del fascismo en la América previa a la Segunda Guerra Mundial), El cuento de la criada de Margaret Atwood (en la que la también premio Príncipe de Asturias de las Letras imagina un estado totalitario puritano opresor en el que se instrumentaliza el papel de la mujer), El sindicato de policía yiddish de Michael Chabon (una trama detectivesca ambientada en un mundo alternativo donde el estado de Israel nunca existió y la diáspora judía se concentra en una ciudad remota de Alaska), La mujer del viajero del tiempo de Audrey Niffenegger (una excelente historia romántica sobre viajes en el tiempo), Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro (obra distópica que plantea con inusitada sensibilidad el uso terapéutico generalizado de clones humanos), La chica mecánica de Paolo Bacigalupi (un relato realista que destapa el uso perverso de la ingeniería genética al servicio de los grandes intereses económicos de las corporaciones multinacionales) o El mapa del tiempo de Félix J. Palma (una encantadora trama victoriana que homenajea las grandes novelas clásicas de H.G. Wells, y que mereció el premio Ateneo de Sevilla en 2008), primera parte de una trilogía cuya segunda entrega es El mapa del cielo (2012) y cuya culminación se espera con verdadera pasión.

Pero la ciencia ficción no está formada únicamente por novelas. De hecho, la narrativa breve ha sido uno de los espacios donde más y mejor se ha desarrollado el género a lo largo de toda su historia. Relatos y novelas cortas que exploran ideas originales e intelectualmente provocadoras, que plantean probables situaciones de conflicto y nuevos cursos de acción para la humanidad o un grupo determinado de personas, y que suelen responder al condicional contrafáctico: “¿Qué hubiera pasado si…?”

Podemos citar multitud de relatos memorables: antologías emblemáticas como Crónicas marcianas de Ray Bradbury, Visiones Peligrosas de Harlan Ellison, Mirrorshades de Bruce Sterling, Axiomático de Greg Egan o La historia de tu vida de Ted Chiang; cuentos brillantes de verdaderos especialistas como J.G. Ballard, Philip K. Dick, George R.R. Martin, Ursula K. Le Guin, Theodore Sturgeon, Roger Zelazny, Alfred Bester, James Tiptree, Jr., William Gibson, Arthur C. Clarke, Cordwainer Smith, Connie Willis, Vernor Vinge… y, por supuesto, autores españoles como Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, Rafael Marín, Elia Barceló, César Mallorquí, Rodolfo Martínez, Javier Negrete, Félix J. Palma, León Arsenal, Eduardo Vaquerizo, Ramón Muñoz, y un largo etcétera; cuentos ampliados posteriormente al mucho más comercial formato de novela (“El juego de Ender” de Orson Scott Card); relatos publicados de forma independiente, reunidos luego para formar una única obra (Fundación de Isaac Asimov, Dune de Frank Herbert); y hasta largometrajes basados en relatos (2001. Una odisea en el espacio de Stanley Kubrick está basado en el cuento “El centinela” del citado Clarke).

Fragmento del prólogo de Mariano Villareal a Terra Nova vol. 2.


La distinción entre ciencia ficción hard y soft es siempre muy compleja y casi tendenciosa. En muchos casos, de forma más o menos consciente, se asocia la hard a escritores y público masculino y adulto, a su mundo y valores, mientras que la soft se pierde en la frontera con la fantasía y se relaciona con un público más juvenil o infantil en el que, por asociación, entran las mujeres. Esta asunción se refuerza teniendo en cuenta las disciplinas de las que bebe una y otra. Mientras que la soft recurre a las ciencias sociales y las humanidades, fuertemente feminizadas en la universidad actual, la hard se basa en los conocimientos técnicos y científicos estudiados en carreras masculinizadas como las ingenierías.

Obviamente las cosas no son tan sencillas. Sin entrar en debates eternos y, sinceramente, algo aburridos y estériles, siempre he echado de menos dentro de las historias que incluyen “tecnologías, fenómenos, escenarios y situaciones que son práctica y/o teóricamente posibles” (traducción de hard scifi para la Wikipedia) aquellas que especulan con cierto rigor sobre una sociedad igualitaria. En ocasiones parece que trastocar los roles de género, las formas actuales en que se encasilla a todas las personas en hombres o mujeres y las expectativas que eso genera resulta más complicado y menos plausible que las branquias de alquiler o los coches voladores.

Fragmento de la reseña a Terra Nova volúmen 1 en Diagonal.


La ciencia ficción es un mecanismo inigualable para plantear preguntas que no podrían ser formuladas de otra manera (al no limitarse a tiempos y mundos ya existentes). Los panoramas especulativos que plasma el género son universos repletos de ellas: ¿Cómo funcionará una sociedad con tales principios? ¿Qué pasaría si…? ¿Cómo sería la vida en estas condiciones? Son laboratorios de ideas, pues permiten poner en práctica (aunque sólo de manera ficcional) juicios teóricos con gran flexibilidad. Por parte del escritor, la búsqueda del principio de verosimilitud aristotélico, pilar de toda narración de ciencia ficción, y de coherencia interna del mundo ficcional provocan un importante ejercicio intelectual en el autor para darles vida y consistencia a tales ideas. De este modo, obliga a una necesaria y profunda reflexión, un replanteamiento continuo del sentido. Para el lector, sumergirse en ese nuevo universo le permite observar su mundo y sus posibilidades con una dislocación espléndida para poder ganar distancia y perspectiva y, de este modo, analizar su realidad con detenimiento.

El mayoritario uso conservador que se ha dado a esta herramienta (aunque no es la parte que más ha trascendido el género), en temas, iconos, símbolos y enfoques, no invalida en absoluto sus capacidades. De hecho, es muy significativo que los primeros autores de ciencia ficción la utilizaran para mostrar otros mundos posibles (utopías socialistas, básicamente), con la transformación social como horizonte. Hay autores suficientes como ejemplos para caminar con esa perspectiva sin tener que partir de cero. Sólo hace falta voluntad, autocrítica y reflexión para evitar la reproducción automática e inconsciente de elementos reaccionarios asimilados en la tradición de la ciencia ficción. La distopía, con su carácter de hiperbolización de los asuntos socioeconómicos y políticos del presente más negativos para el autor, con su proyección desde el “si esto sigue así…”, es una herramienta importantísima para arrojar luz sobre los claroscuros de nuestros días.


Fragmento de un artículo de Alberto García-Teresa.


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