Causa 661/52, la insolencia del condenado

23 de diciembre de 2010.

Causa 661.52 Video

¿Qué diablos es la memoria Histórica?
Si toda memoria es por definición histórica, entonces, ¿por/para qué se usa esta expresión redundante?

La Transición Española se llevó a cabo gracias al Pacto de Silencio, que habría que denominar más correctamente como Pacto de Silenciamiento. El PSOE, el PCE, la UGT y otras organizaciones históricas silenciaron, ningunearon, depuraron, expulsaron y marginaron a aquellos que, desde sus filas, exigieron que se hicieran públicas las responsabilidades de los verdugos, confidentes y torturadores del franquismo. En 1978 sacar una bandera republicana en un mitin del PCE era considerado una auténtica provocación por parte del partido (1).

Así que, durante 30 largos años, la Memoria Política quedó relegada a las pocas organizaciones que no aceptaron el Pacto y a algunos individuos que llevaron a cabo sus investigaciones históricas sin apoyo ninguno.

Hasta que, en 2004, a instancias de la Fundación Pablo Iglesias (cuyo presidente es Alfonso Guerra) y dentro de una estrategia de lavado de cara del PSOE, se inició la gran campaña de Recuperación, no de la Memoria Política -lo cual hubiese implicado investigar el Pacto de Silenciamiento y exigir responsabilidades-, sino de un sucedáneo para consumo de ociosos denominado Memoria Histórica.

De repente, todo el mundo se interesó por los aspectos más duros de la Represión en los años de la Dictadura: congresos universitarios, homenajes, ediciones especiales de libros, documentales, películas, obras de teatro, novelas, monumentos, exposiciones, etc, etc, etc. Un aluvión de dinero al servicio de la sentimentalización del pasado, de su relectura en clave familiar, intimista, pequeñoburguesa, que el precarizado clan de los aspirantes a pesebrero recibió como agua de mayo (2).

La cultura progre es deudora directa del convento, se ha formado en el pasillo, en la puerta del despacho del catedrático, del editor, del productor. Eso le ha conferido, en tanto casta, un amplio conocimiento en el difícil arte de saber lo que no se puede decir pero que hay que saber. Oficiar de progre y no poseer esta sutil destreza es una pérdida de tiempo. Intentar darle gato por liebre a un progre, también lo es (3).

En 2004 aparecí en Sevilla con la idea de venderle un caramelo envenado a las instituciones autonómicas y a su medio televisivo. Presenté un proyecto documental de recuperación de la Memoria Histórica. Propuse un guión sobre la historia de un grupo de guerrilleros comunistas a los que traicionó su jefe. Drama, intriga, testimonios inéditos. Mi proyecto contaba con todos los requisitos para hacerlo atractivo a sus funcionariales cerebros. Y de hecho fue acogido con entusiasmo.

Mi idea era simple: cuando tuviese pasta les daría una patada en el cerebro a esos inquisidores del conocimiento contando la historia del silenciamiento, no sólo franquista, sino también izquierdista, al que habían sometido el pasado.

Quería lo imposible.

Evidentemente subestimé a mis oponentes. No contaba con que la productora, formada por antiguos conocidos de movilizaciones antisistema, ya había decidido sus fidelidades y se convertiría en un formidable enemigo para mis maquiavélicos planes.

El documental pasó de la sala de edición al despacho de un abogado, y ahí estuvo pudriéndose hasta que, gracias a ciertos fallos burocráticos de mis ex-compañeros, pude recuperar parte del material.

Con ese material he montado el presente documental, que ahora son dos documentales: uno el firmado por la productora y otro el firmado por mí.

El mío se llama CAUSA 661/52.

Y ya no es un documental propiamente dicho, sino un pequeño Frankenstein, hecho con los trozos de varios relatos, al que quiero dar vida para que siembre de
pesadillas audiovisuales las profilácticas noches de los emisarios del consenso y vengue el honor mancillado de su padre.

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