Can Vies: La razón de la fuerza en la Barcelona policial
31 de mayo de 2014. Fuente: Revista Argelaga (miércoles, 28 de mayo de 2014)
Cuando la fuerza de la razón es sometida por la razón de la fuerza, no todo el mundo puede hablar de ley ni de derecho. En esta situación la ley es arbitraria y su aplicación no se desprende de un Estado de derecho, sino de un Estado de abuso donde la violencia monopolizada por el gobierno está al servicio de intereses privilegiados. En este caso la resistencia al abuso es legítima; es más, el derecho a resistir y defenderse es el único derecho de verdad. Por tanto, desde el punto de vista de la libertad, la dignidad y la razón, las verdaderas fuentes del derecho, la protesta contra el derribo del espacio ocupado y autogestionado Can Vies, en el barrio de Sants, no puede estar más justificada. Su demolición no ha sido un pretexto para la violencia intolerable de minorías itinerantes que “se aprovechan del malestar”, tal como dicen las autoridades (y el sindicato de Mossos de UGT): simplemente ha sido una muestra de la barbarie institucional, gratuita y salvaje, como suele ser.
La metrópolis llamada Barcelona no es un amplio asentamiento organizado por una comunidad de habitantes como cuando se fundó; tampoco es una ciudad industrial llena de trabajadores fabriles como era antes; el hacinamiento barcelonés es sólo un espacio abierto y pacífico de consumidores, donde todo movimiento humano debe ser regulado y controlado para garantizar su transparencia y su función. Quien manda en Barcelona no son los vecinos, sino una casta política y financiera, vertical y autoritaria, parásita y usurpadora, que hace de la gestión urbana su modo privilegiado de vida. Lo que cuenta para los dirigentes es la “marca Barcelona”, es decir, que el municipio de una imagen aseada y tranquila, como la de un centro comercial o un parque temático, buena para los negocios, las compras, el ocio mercantilizado y el turismo. Resulta evidente que el espectáculo de una Barcelona consumible por horas necesita un espacio sin contradicciones ni ambigüedades, completamente sometido y al alcance del comprador.
El nuevo modelo urbano no puede permitir la existencia de espacios realmente públicos, sin mediaciones ni barreras, y menos aún de lugares gestionados horizontalmente: todo debe funcionar como un escenario jerarquizado y monitorizado, donde tecnologías, ordenanzas, mobiliario urbano y urbanismo están al servicio de los dirigentes expoliadores. El ejercicio de la autoridad en estas condiciones es fundamentalmente policial; en esta fase, la política se confunde con la represión: gestión, vigilancia y orden son la misma cosa, por lo que el gobierno ejerce sobre todo desde la conselleria de orden público. La política es entonces, no asunto de políticos, sino de las implacables fuerzas de seguridad. Todos los problemas políticos y sociales que este modelo aberrante de ciudad constantemente provoca nunca serán reconocidos como tales, ya que la población no tiene ningún derecho a quejarse del mejor de los mundos. La única respuesta del poder dominante secuestrador de la decisión popular es la violencia.
Está claro que en el tema de Can Vies, las autoridades municipales nunca tuvieron la intención de ofrecer alternativas que se salieran del circuito burocrático oficial, y que todo encuentro se vertía a la manipulación y la mentira, porque al proponer un espacio tutelado inaceptable lo que querían realmente era suprimir este espacio libre. El dispositivo policial desproporcionado para hacer efectivo el desalojo lo demuestra. No contaban ni con la ayuda de otros colectivos ni con el apoyo vecinal del centro. Tampoco se esperaban la solidaridad de otros barrios, tal como sucedió durante la madrugada. Por eso las fuerzas del orden injusto fueron inicialmente sorprendidas. ¿Dónde estaba el cañón ultrasónico y por qué no se tiraron enseguida proyectiles viscoelásticos? Esto se preguntaba el representante del sindicato policial SMT-CCOO, pues hay que decir que la represión es un trabajo de mercenarios asalariados regulado por convenio y balas FOAM, y lo que interesa a los sindicatos es hacerlo a fondo y sin ningún riesgo. La respuesta todo el mundo la ha visto. Ocupación casi militar del barrio, violencia policial indiscriminada, detenidos y heridos…
Todo el esfuerzo mediático del alcalde Trias, el consejero de orden público Espadaler y el concejal del distrito Sants-Montjuïc Jordi Martí, ha sido dirigido, primero, a defender la acción violenta de la policía, “defensora del derecho de propiedad ” y “ejecutora de una sentencia firme del Tribunal Supremo”. De hecho, no se han explicado demasiado: “mal iríamos si la policía hubiera que justificar” (Espadaler), “las fuerzas de seguridad tienen razón. Cuando los mossos actúan es por algo” (Trias). Segundo, el esfuerzo también se encaminaba a presentar las protestas como la obra de grupos violentos infiltrados, con la idea de dividir la protesta entre pacíficos y radicales “anti-sistema”, a fin de “encontrar fórmulas de consenso” con unos y de apalear y encarcelar a los demás. Es una vieja táctica política que sale a relucir cuando la fuerza no ha dado todo el resultado deseado. La demagogia dirigente da asco pero es la que es. ¡No culpemos a las autoridades de falta de sutileza, cuando sólo carecen de escrúpulos!
Bueno pues, no estamos ante un hecho inusual aislado, dentro de un marco democrático perfecto, donde todos tienen cabida y posibilidades. En realidad la iniquidad de las autoridades y la brutalidad de las fuerzas policiales serán cada vez más habituales si la población no se resigna a hacer lo que le mandan. Porque ella nunca tiene razón, no es soberana, ya que no tiene fuerza, o mejor dicho, no tiene el monopolio de la fuerza que la ley de la dominación otorga a los gobernantes. El dominio total del Capital exige un tipo de espacio urbano gestionado como una empresa y apaciguado como una prisión. Dentro de este espacio no caben formas de hacer asamblearias, ni formas de vivir al margen de la economía de mercado. Allí, el marco no puede ser más autoritario, y la política no se distingue del control social. En un mundo orientado hacia el totalitarismo, la gestión política es represión.
Can Vies era una piedra en el zapato del poder en Barcelona. Parece que este no se la ha podido quitar con facilidad. La resistencia al derribo ha sido ejemplar en muchos aspectos, prueba que hay gente que no se adapta al comportamiento esclavo que le piden. Esto es motivo de alegría. Y como las piedras no deben faltar (hoy hay un montón de concentraciones), ¡confiamos en un futuro cercano tener muchos otros!
La lucha continúa. Visca Can Vies!
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