El Estado en el mundo durante el siglo XX

27 de noviembre de 2009.

Este texto forma parte de un libro en elaboración por el autor que trata sobre la Crisis Global multidimensional y el previsible colapso civilizatorio hacia el que caminamos, vistos a partir de una amplia perspectiva histórica, y en el que se hace una especial reflexión sobre la agudización de la crisis energética mundial. Este trabajo es una pieza más del análisis del siglo
XX, a la que se dedica una especial atención debido a la importancia de la evolución del papel del Estado en el despliegue del capitalismo global, y viceversa.

Del auge de la estatalidad, a la crisis y reconversión del Estado. Ramón Fernández Durán

Introducción

En el siglo XX, la forma Estado, y muy en concreto el Estado capitalista, se amplia
al mundo entero. Sobre todo en la segunda mitad del siglo cuando irrumpen gran
número de nuevos Estados tras el fin del dominio colonial europeo. A finales del siglo,
el sistema- mundo de Estados tiene por tanto una proyección planetaria. Un rasgo
específico del capitalismo global actual, que no se había dado en sus otras etapas
históricas. Pero este sistema- mundo de Estados es un sistema fuertemente
jerarquizado, aunque en constante movimiento debido a la intensa competencia entre
ellos, de forma que el Estado que no sube, o logra mantenerse, cae. Si bien en
ocasiones los Estados cooperan entre sí, en grupos (a su vez jerarquizados; la UE,
p.e.), para mejor resistir esa competencia y llegar a posicionarse más
aventajadamente, juntos, en la jerarquía estatal global. El Estado que va a extenderse
a escala mundial es el Estado-nación, que ya empezó a desarrollarse como ya vimos
en el siglo XIX, pero que culmina su concreción en las primeras décadas del siglo XX
en los espacios centrales, actuando de agente nacionalizador activo de sus
sociedades 1, y propagándose más tarde esta forma de Estado a los territorios
periféricos tras su independencia del yugo colonial.

El Estado-nación, va a ser pues la representación institucional más significada del
Estado- moderno en esta nueva época, con nuevas competencias y con una estructura
burocrática cada vez más compleja y cambiante a lo largo del siglo, que corre paralela
al creciente consumo energético que posibilita su despliegue. Pero, eso sí, con unas
diferencias abismales entre los Estados centrales y de mayor recorrido histórico, y
aquellos periféricos y de más reciente creación. Y en todos ellos con dos “naciones”, la
rica y la pobre, dentro de unas mismas fronteras estatales, con mayor o menor
proporción de “clases medias” y de desigualdad social. A lo largo del análisis de la
enorme diversidad de transformaciones del siglo XX, hemos mencionado cambios
acontecidos en las estructuras estatales, pero ahora queremos sistematizar y ampliar
dicho análisis, para mejor entender (más tarde) las características de la actual Crisis
Global, y de qué forma va a afectar al Estado la presente crisis sistémica, el futuro
declive energético y el previsible colapso civilizatorio que se avecina.

De cualquier forma, la crisis del Estado ya se viene manifestando desde las últimas
décadas del siglo pasado, y se está acelerando con la Crisis Global actual. Pero la
crisis del Estado se concreta de una forma diferente en el Centro, o centros, que en la
Periferia, o periferias y semiperiferias, pues el Estado también adquirió una mayor
institucionalización y legitimación, en general, en los primeros espacios que en los
últimos. Y porque los Estados centrales disponen de instrumentos monetarios y de
fuerza política y militar, que los Estados periféricos y semiperiféricos no tienen, aparte
de albergar a los principales actores empresariales y financieros mundiales y de
beneficiarse de su posición de dominio. Es por eso por lo que la crisis del Estado a
finales del siglo XX va a cristalizar con más fuerza, como señalaremos, en muchos de
los territorios periféricos o semiperiféricos. Además, los Estados periféricos se
encuentran subyugados por el tema de la deuda externa (exigible) 2, que quizás sea
una de las líneas más claras de separación entre Estados centrales y periféricos. Pero
a este eje divisorio habría que sumar, o añadir, la posesión o no de combustibles
fósiles, y en concreto de petróleo, pues la disponibilidad y el control de esa energía
concentrada bajo su subsuelo les va a dar un importante poder adicional, cada día
más estratégico. Aunque para muchos de ellos, sobre todo para sus poblaciones, este
regalo de la geología sea más una maldición que una bendición.

Por otra parte, el Estado es la máxima expresión institucional de las relaciones de
poder, incluidas por supuesto las relaciones de poder patriarcal. Y por ello el Estado es
también la cristalización del conflicto social, del equilibrio inestable entre intereses
conflictivos de clase, género, étnicos, etc., y no solo una prolongación sin más de los
intereses del capital. La misión principal del Estado es garantizar la acumulación de
capital y la reproducción social, así como lidiar con la relación conflictiva entre ambas
lógicas, pues el mercado no puede funcionar por sí solo (Jessop, 2008). El mercado
para su funcionamiento diario depende del Estado y de la sociedad, en especial de
todo el trabajo no remunerado que se produce en el ámbito doméstico, principalmente
realizado por las mujeres; y, por supuesto, de la capacidad de apropiarse y utilizar
recursos y sumideros naturales. De esta forma, y en lo que a la dimensión social se
refiere, el Estado (en el mundo dominado por Occidente) ha transitado una especie de
curva de Gauss a lo largo del siglo XX, pasando de ser un Estado fuertemente liberal
al inicio del siglo, a un Estado social en las décadas centrales del mismo, sobre todo
en los territorios centrales occidentales, para acabar otra vez con un tipo de Estado de
corte “neoliberal” a finales del siglo. Lo cual ha significado el desmantelamiento de
muchas de las conquistas políticas y sociales alcanzadas. Esa curva se corresponde
grosso modo con la evolución del conflicto social a lo largo del siglo, como veremos
más tarde. En los territorios periféricos el Estado social prácticamente no llegó a
despegar, o lo hizo en algunos enclaves mundiales de manera bastante limitada. Y en
el Este, el Estado tenía ciertas similitudes estructurales con el Estado capitalista,
debido a la construcción también de la Sociedad Industrial por parte del Socialismo
Real, pero con importantes características propias, antes de su crisis o colapso.
Muchas de las cuales ya se han mencionado.

Por último, antes de adentrarnos a desbrozar algo más estas cuestiones, es
importante señalar que las formas de gobierno han cambiado a lo largo del siglo
pasado de forma significativa, adaptándose a las dinámicas de la evolución del
capitalismo a escala mundial, y han estado condicionadas indudablemente por la
capacidad de contestación y rebelión de sus sociedades. En cualquier caso, el siglo
XX es un periodo histórico en el que todos estaban seguros de que la Historia estaba
del lado del Progreso, y eso daba en general una considerable estabilidad a las
sociedades y al Estado, el encargado de impulsarlo, a pesar de las importantes
rupturas, guerras y transformaciones políticas habidas (Wallerstein, 2004). Sobre todo
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando tanto las sociedades del Centro y la
Periferia capitalista, como las nuevas sociedades llegadas al Socialismo Real,
depositan una enorme esperanza de transformación en el Estado y el Desarrollo, en
paralelo a un incremento del consumo energético sin precedentes, en especial de
petróleo. Esa esperanza se deteriora de forma considerable en torno al 68, y la fe en el
Estado se empieza a truncar seriamente desde finales del siglo XX, sobre todo en los
espacios periféricos. Todo lo cual anuncia también una fuerte erosión de la legitimidad
del Estado de cara al futuro. Las nuevas legitimidades como hemos visto se sitúan y
se sustentan en el mundo de la realidad virtual, y ya no en la esfera de lo político de la
realidad real (Fdez Durán, 2009). Pero estas nuevas legitimidades basadas en la
anestesia social mediática son débiles, sobre todo ante crisis muy profundas, como las
que se avecinan, debido al previsible declive energético.

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Ramón Fernández Durán


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