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Se fue calladamente. Silenciosamente lúcida. Quiso controlar su vida hasta el final, como lo pidió: “hasta que mi cuerpo aguante”. Si. Se nos fue. Ana Messuti era simplemente Ana, la Inmensa Ana. Magna persona, con muchas cualidades humanas: bondad y generosidad se dieron la mano en ella. Sacrificó lo que podría haber sido una jubilación placentera a través de Europa o en su tierra natal: Argentina. Lo trocó por un trabajo titánico contra una justicia española anquilosada, de raíces dictatoriales con décadas de impunidad en esta tierra nuestra, que no era la suya. Y aquí, en una ciudad que desconocía, lejos de sus hijos y nietos…
Ana, reiniciaste otra vida con tu amado Pablo. ¡Qué atrevida! ¡Qué atrevidos y aventureros los dos, Pablo! Y todo por una pasión, que se podría titular: A la búsqueda de la Justicia Universal oculta y, amasasteis los dos el derecho a la Justicia de las víctimas con los Derechos Humanos.
Desde tu formación sobre Derecho, impartiste clases en la Universidad de Buenos Aires y tropezando en contradicciones, sentías cuán lejos puede estar el derecho de la justicia.
Muchos de tus escritos arrancan de la antigua Grecia y te especializaste en Filosofía del Derecho en la Sapienza de Roma. Como funcionaria de las Naciones Unidas recalaste en Viena (entre risas comentabas el frío que padeciste en esos nueve largos inviernos y el carácter gélido de sus gentes) y te jubilaste como tal, en Ginebra.
Te relacionabas con el juez Raúl Zaffaroni, con Joan Garcés y Emilio Silva. Entre todos, distéis ya, (con más compañeros abogados con Máximo Castex; con el ilustre Beinusz Szmukler; Bailone; Huñis…), las primeras puntadas de ese zurcido del roto que eran los crímenes del franquismo. Llegaron las primeras querellas y sus querellantes: el recordado Darío Rivas, más tarde con Adriana Fernández e Inés García Holgado un mágico día ¡¡¡¡14 de abril 2010!!!! Y nació con fuerza la Querella Argentina, a ejemplo de las realizadas en tu país que lanzaron a la cárcel a Videla y sus cómplices.
Y te empeñaste en doctorarte en la Universidad de Salamanca donde obtuviste el premio extraordinario. Y fuiste anidando una visión de transformar la Justicia y, revolucionaste a nuestro país. Cada vez eran más las denuncias, las querellas que redactabais. Impartías con elocuencia en mesas redondas por toda España, con Carlos Slepoy- que se fue también demasiado pronto- y otros compañeros, la buena nueva. Nos enseñaste el lema de: “Verdad, Justicia, Reparación para tener garantías de no repetición”. No parabas de conceder entrevistas; te grababan; escribías artículos; publicaste varios libros incluso aconsejados en la universidad… Ay, Ana te multiplicabas. Llegabas en una ciudad; te reunías con nosotros. Aclarabas dudas. Nos creaste ilusiones mil y aprendimos un lenguaje nuevo de corte jurídico.
Si. Tu empatía, revolucionó muchos conceptos y creaste inquietudes para la transformación del derecho. Te sentaste con jueces, abogados, fiscales y sembraste… Ay Ana ¡cuánto perdemos contigo!
Mostraste una exquisita compasión en el dolor de las víctimas. Desplegaste honestidad en lo profesional y en lo privado, has sido: valerosa, autoexigente con contagiosa esperanza. No te has quejado por las horas, que redactabas interminables, minuciosas querellas. Repasabas para no dejar resquicios al rechazo de estas. Cuán agradecidos estamos por todo lo que nos has brindado.
Tuya es la frase: “No dar respuestas a las víctimas del franquismo es una forma de amparar los crímenes”. Nos enseñaste que cualquier estado del mundo está obligado a no dejar sin investigar los crímenes de lesa humanidad y allá fuimos hasta Buenos Aires, cuya querella asumió la conocida jueza María Servini.
Luchaste por la aplicación del principio de Justicia universal en los casos de desapariciones forzosas, tanto de fusilados y abandonados en fosas como la de los bebés robados.
Cuánto respeto humano mostrabas hacia los ancianos víctimas del franquismo de larga duración. Cuan pendiente estuviste del anarquista Félix Padín para que se viera con María Servini (le prohibieron que declarara ante ella, pero le escuchó extraoficialmente). Y gracias al exhorto de nuestra jueza argentina y tu persistencia pudo declarar en el juzgado de Miranda de Ebro. A Ascensión Mendieta se le iluminaban sus ojillos cuando te veía. Otro de tus éxitos tuyos fue que, los hermanos Julen y Luisa Kalzada declararan en un juzgado de Gernika. Cuando viste la imagen de la anciana María Martín junto a la fosa de su madre ejecutada al ras de una carretera, se te retorcieron las tripas ante tamaña maldad. Y mi madre, casi centenaria, se ponía en pie, cuando la visitabas, en señal de respeto y admiración hacia ti. Gracias, Ana. Gracias en el nombre de todos. Te labraste sin quererlo, todo un carisma merecido.
Sufrías ante los casos de torturas que sufrieron en sus carnes muchos, muchos compañeros. Y yo te preguntaba: ¿Puedes dormir con todos estos relatos?
También tuviste alegrías compartidas con Carlos Slepoy, que nos contagiabais a todos. Cuando la jueza pidió investigar a 17 franquistas reclamados por la juez María Servini. Y cuando tuvo lugar la exhumación de Timoteo Mendieta y los 49 compañeros que lo fueron también. El cementerio de Guadalajara fue noticia internacional. Si, Ana. Te has ido con los deberes hechos y el honor muy altos.
Y finalmente, me mostraste tu faceta comprensiva y solidaria cuando me tomaste declaración para confeccionar mi querella familiar del Exilio y la Deportación de los míos en campos nazis. Cuando me embargaba la emoción, el dolor, la angustia… te levantabas y me traías un vaso de agua, un té y entremezclabas similitudes con tu historia personal del otro lado del charco, de donde huiste con tu bebé Santiago de meses y Andrés de apenas dos añitos, por culpa, también, de militares levantiscos, traidores y felones… Sufriste el exilio, la incertidumbre, lo desconocido. Y me sentí comprendida y confraternizamos.
No podré tampoco olvidar, que ante mi declaración en el Tribunal Pomodoro Pi de Buenos Aires, me acompañaste. Te sentaste enfrente mío, en silencio (no podías intervenir). Eso me dio tanta confianza que mi declaración por todos los míos, duró tres horas y cuarto. Y como todos/as fue liberador. Recuerdo esa sensación de paz, que no se repite. Gracias mil, Ana. Ha sido un privilegio el haberte conocido. Tu amistad, esas pequeñas complicidades que nos ha deparado la vida. No he dejado de admirar ese don divino, especial de tu intelecto y esa cultura literaria inmensa que recreabas, disfrutabas. ¡¡Cuánto te voy/ vamos a echar de menos!!
Hemos perdido una gran mujer, una amiga, una profesional especial. Gloria y paz a ti, Ana Messuti.
– Ana messuti, falleció en una clínica madrileña, en la tarde del sábado 26 de octubre, 2024.
ANA MESSUTI EN NUESTRA MEMORIA
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A los defensores del capitalismo les encanta resaltar las estadísticas que sugieren progreso en la erradicación de la pobreza global. Sin embargo, estos indicadores sitúan la vara a un nivel ridículamente bajo y no tienen en cuenta la obscena explosión de la desigualdad.
Los defensores del orden económico mundial suelen justificarlo afirmando que se han realizado grandes progresos para sacar a la gente de la pobreza extrema. Rara vez citan estadísticas sobre desigualdad, como la comparación entre la porción de la «torta de riqueza mundial» que va a los ricos y la que va a los pobres. No es de extrañar, ya que el panorama es mucho más sombrío, lo que socava su tan cacareado «progreso» triunfante. He aquí la división de la torta mundial de 2021, según los datos del World Inequality Lab:
Fuente: World Inequality Lab.La asimetría es tan grave que la mitad de la torta se la lleva el 10% más rico. Ese grupo, bendecido por los recursos, gana más de 53.300 dólares anuales, y me incluye a mí y probablemente a varios profesionales del Norte global. Mientras tanto, la mitad más pobre de la humanidad obtiene el 8,5%, y el decil inferior solo el 0,1%. El decil más pobre gana una media de 289 dólares anuales, unos 79 céntimos al día. Esto es 436 veces menos que el decil superior, que gana una media de 126.000 dólares, o 345 dólares al día (en el caso de las personas que más ganan, los umbrales del 5% y el 1% son de 81.700 y 181.000 dólares respectivamente).
Branko Milanović, experto en desigualdad global, atribuye el 80% de la variación de los ingresos individuales a factores entre países, forma elegante de decir que tus ingresos no se deben principalmente al esfuerzo, al «mérito» o a la productividad. Influye sobre todo la suerte de pertenecer a un grupo históricamente favorecido que reside en una nación rica, donde las oportunidades económicas se basan en una letanía de injusticias históricas, desde la esclavitud y el genocidio hasta la destrucción ecológica. Estados Unidos alberga a doscientos millones de los más desfavorecidos del mundo y a 33 millones (la mitad del total) de los más favorecidos.
Pero la suerte de los recursos financieros cae rápidamente fuera de las naciones ricas. Max Rosner, de Our World in Data, clasifica solo al 15% de los seres humanos como «no pobres». El 85% restante gana menos de 30 dólares al día,el umbral de pobreza típico de los países ricos.
Para comprender hasta qué punto es falso plantear el debate en términos de «umbral de pobreza extrema», consideremos que el límite comúnmente utilizado de 1,90 dólares al día equivale a 694 dólares al año, es decir, solo el 6% del umbral federal de pobreza (12.880 dólares). Esa cifra de 1,90 dólares está ajustada de acuerdo al poder adquisitivo para que sea directamente comparable al gasto de esas cantidades en Estados Unidos. ¿Por qué una decimonovena parte del umbral de pobreza en Estados Unidos es un indicador válido para el Sur Global?
Analicemos esos datos fabulosos de los que alardean los evangelistas del optimismo como Steven Pinker, que lamenta que tendencias como «137.000 personas salen de la pobreza extrema cada día» no sean más difundidas… De 2009 a 2019, la torta global de ingresos personales creció en 37 billones de dólares. De esa cantidad, los que más ganaron se llevaron 8,7 billones de dólares (24%), mientras que los que menos ganaron se llevaron 25.000 millones (0,07%). No, no es una errata. Los pobres se llevaron el 0,07%, 345 veces menos que los ricos. Las orgullosas afirmaciones de que el crecimiento mundial tiene por objeto sacar a la gente de la pobreza no cuadran con estas cifras.
Si ampliamos la perspectiva, el aumento medio anual de los ingresos individuales en esa década para los deciles superiores frente a los inferiores fue de 1800 y 5 dólares. 5 dólares al año son 1,3 céntimos al día, una hazaña mucho menos loable de lo que celebran Pinker y sus amigos. Es difícil argumentar que sumar 5 dólares a los 694 anteriores represente realmente un «escape» de algo.
Si solo el 1% de las ganancias de la torta global de ingresos personales de 2019 se destinara a los más desfavorecidos, ese aumento sería de 55 dólares, no 5. Si solo el 10% de las ganancias del decil más rico se redistribuyera, los ingresos del decil más pobre aumentarían en 180 dólares. En el mejor de los casos, la métrica favorita del discurso actual es una pequeña hoja de parra que no llega a ocultar la horrible verdad.
¿Qué acrobáticas contorsiones éticas podrían justificar que las mejoras en el nivel de vida de las élites obtengan una prioridad de recursos 345 veces mayor que las necesidades básicas de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta? ¿Son los vinos más elegantes o los coches más rápidos mucho más importantes que evitar que 150 millones de niñossufran un retraso permanente en el crecimiento debido a la malnutrición, o que los alimentos lleguen a los casi dos mil millones de personasque sufren inseguridad alimentaria? Las cifras son obviamente indefendibles, y por eso muchos prefieren centrarse en otras. El primer gráfico es mucho menos terrible que el segundo.
Como observa un experto en pobreza de la ONU, acabar con la pobreza «solo mediante el crecimiento, sin una redistribución mucho más sólida», llevaría siglos y multiplicar por 173 el tamaño de la torta mundial (Rosner calcula que se multiplicaría por cinco en «unas pocas generaciones»). El ritmo del «progreso», celebrado con entusiasmo, hace que cerrar la brecha entre ricos y pobres sea una fantasía. Estos gráficos y estadísticas que ensalzan el progreso —defendidos irónicamente por algunos de los periodistas más devotos de los datos— trazan un tipo muy particular de historia autoflagelante, pero son lápiz labial sobre un cerdo que malgasta recursos.
Los datos no pueden ser más claros. La economía mundial no tiene ningún mecanismo real para aliviar la desigualdad y la pobreza. Que tantos crean que el capitalismo está haciendo fantásticos «progresos» contra la pobreza al colmar a los pobres de bendiciones por goteo es testimonio de un encubrimiento espectacularmente exitoso. Disfrazar la rapaz especulación global como una obra de bien contra la pobreza es una genialidad de las relaciones públicas.
Las métricas arbitrarias del debate sobre la pobreza mundial se seleccionan para ocultar verdades espeluznantes. En realidad, el coro del capitalismo está celebrando una situación increíblemente mala. Su fe piadosa en que las fuerzas del mercado maximizarán el bienestar es una farsa (los hechos refutan tales fantasías) y un fiasco moral. Las fuerzas del mercado han dado al 10% más pobre de la humanidad solo un 0,1% de peso en la economía mundial. No se trata de un accidente: como sostiene la filósofa de la economía Lisa Herzog, los mercados descubren los deseos monetarios y les dan prioridad sobre las necesidades no monetarias. A menos que podamos garantizar que los más pobres puedan permitirse sobrevivir, los mercados actúan como monstruos morales.
Entonces, ¿qué se puede hacer? En primer lugar, debemos afrontar los hechos desnudos, sin maquillaje, por feos que sean. El progreso real es imposible si las élites escudan su codicia tras cifras que les hagan sentirse bien. A continuación, debemos tomar medidas globales contra la desigualdad de recursos. Al igual que con la crisis climática, el problema no puede resolverse en cada país por separado. Deberíamos considerar los esfuerzos fiscales mundiales emergentes. El impuesto sobre la riqueza multimillonaria del Laboratorio Mundial de Desigualdad, el impuesto sobre la capitalización del mercado del G20 de Gabriel Zucman o un impuesto sobre la riqueza multimillonaria del 0,7% podrían «erradicar la pobreza extrema» rápidamente.
Si no se consideran aceptables, espero una avalancha de propuestas de los fanáticos de la mitigación de la pobreza que vienen promoviendo narrativas sobre el progreso tan halagüeñas como mentirosas.
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Una joven de Bilbao se sintió revictimizada por la respuesta de los medios y del Ayuntamiento ante su denuncia por un delito contra su libertad sexual. Acudió a Pikara Magazine para visibilizar su caso en un espacio más cuidadoso. Hablamos también con tres expertas en violencia sexual sobre la comunicación como herramienta de sanación y sobre el cambio cultural que se ha dado en las y los jóvenes desde el #MeeToo.
(Aviso de contenido: violencia sexual e ideas de suicidio)
Pongamos que se llama Jare, Libertad en euskera, y que es una estudiante de veintipocos años. En la madrugada del pasado 8 de septiembre estaba de fiesta con sus amigas en una discoteca del centro de Bilbao. Conoció a un chico de su edad, se gustaron, compartieron los números de teléfono, salieron afuera, se besaron… y ese encuentro elegido terminó en una agresión sexual.
Él le impuso varias prácticas sexuales, incluida la penetración sin preservativo. Ella expresó su incomodidad y rechazo, y al ver que él no paraba, reaccionó como tantas víctimas: bloqueo y disociación. Cuando el agresor se quitó de encima, Jare llamó a sus amigas; recuerda en una nebulosa que una de ellas se encaró a él mientras la otra la acompañaba a un espacio seguro. Después la llevaron al hospital, y de ahí a comisaría. “Todo fue muy rápido, yo iba en automático”, cuenta. El chico fue detenido esa misma madrugada por las policías municipal y autonómica, y pasó la primera noche en el calabozo.
Jare quiere que la sociedad sea más consciente de que las agresiones sexuales son una realidad cotidiana. También fantasea con que él vea las noticias y vídeos desde su casa, que sepa que hay respuesta
El 12 de septiembre Jare se enteró de que la noticia no había pasado desapercibida para los medios hegemónicos, que informaron de la declaración conjunta de condena de la agresión que emitieron todos los grupos políticos del Ayuntamiento de Bilbao. Ahí vio que medios como El Correo, El Mundo o Deia también habían informado los días anteriores de la detención del presunto agresor. “Me quedé en shock: estaban contando algo íntimo y dando muchos datos de la denuncia policial, con palabras que buscaban el morbo, como ‘brutal agresión’. No sabía cómo gestionarlo”.
Indignada por ver cómo los medios y el Ayuntamiento divulgaban aquello que ella todavía no podía pronunciar en alto, decidió tomar cartas en el asunto. Primero, se le ocurrió llamar a Emakunde (el Instituto Vasco de las Mujeres) para ver si podía intervenir en el tratamiento mediático. “Lo mío ya no se podía borrar, pero quería que no le volviera a pasar a otras. Me dijeron que me llamarían, y sigo esperando la llamada”, explica. Entonces, su madre le dijo: “Ya que no puedes evitar que salga en los medios, aprovecha la noticia, que se escuche tu voz”. Y así llegó a Pikara Magazine.
Hablamos con ella y con tres feministas expertas en violencia sexual: la psicóloga Norma Vázquez, la sexóloga Ziortza Karranza y la periodista Cristina Fallarás.
Quedamos para hablar en persona, unos días después de que mandase a la cuenta de Instagram de Pikara Magazine por mensaje directo algunas de esas noticias y la petición de que le ayudemos a visibilizar su caso. Para ello, nos envió el vídeo que publicó la psicóloga y sexóloga feminista Ziortza Karranza, a la que llegó por recomendación de una famosa cantante euskaldun a quien también pidió apoyo.
Jare confía en el poder de la viralidad como herramienta para superar la impotencia y anestesiar el dolor. Quiere que la sociedad sea más consciente de que las agresiones sexuales son una realidad cotidiana en nuestras ciudades. También fantasea con que él vea las noticias y vídeos desde su casa, que sepa que hay respuesta y que no está sola. “Para no quedarme en casa toda rallada, prefiero hacer algo… y supongo que necesito desahogarme”, añade.
Fallarás: “Las mujeres tomamos las redes por millones, ponemos en evidencia que los medios de comunicación y las instituciones no solo no nos han relatado, sino que han impedido que nos relatemos”
A Cristina Fallarás no le sorprende que Jare se haya agarrado a las redes sociales. Esta periodista y escritora publica cada día en su muro de Instagram (en el que tiene cerca de 75.000 seguidoras) una docena de testimonios anónimos de violencias machistas que reciben cientos de ‘me gusta’. “Cuando aparece el #MeToo, y al año siguiente #Cuéntalo, las mujeres tomamos las redes por millones, desde lo testimonial y lo íntimo, porque las consideramos mecanismos de comunicación de masas. Ponemos en evidencia que los medios de comunicación y las instituciones no solo no nos han relatado, sino que han impedido que nos relatemos. Entonces, lo que hacemos es tomar las redes sociales, colonizarlas, okuparlas. Sabemos que no son nuestro espacio, pero nos da igual, decidimos narrarnos aquí, crear la memoria colectiva que nos ha sido hurtada”.
Vázquez: “No se puede hacer ninguna respuesta pública sin consultar a la víctima y priorizar su recuperación. Es una medida de reparación y no puedes reparar si empiezas violentando su voluntad”
“Esto no quiero que lo pongas”. “No puedo dar muchos datos porque estoy en proceso judicial”. Jare es una joven abierta, expresiva e impulsiva, pero también es prudente. Desde el principio ha tenido claro que quiere preservar su identidad y que tampoco puede señalar públicamente al agresor. Al menos, los medios esta vez no han dado detalles que permitan identificarla, pero ella sí que se ha visto en primera plana, narrada por quienes no han intentado escucharla. Vázquez imparte frecuentemente formaciones a instituciones, medios de comunicación y movimiento feminista sobre cómo intervenir ante casos de violencias machistas, y confirma que publicar noticias y comunicados sin consentimiento de la víctima es una mala práctica: “En las formaciones insistimos mucho en que no se puede hacer ninguna respuesta pública sin consultarla; se la puede intentar convencer de la importancia de la denuncia pública, pero hay que respetar su voluntad y poner en primer lugar su recuperación. La respuesta pública es una medida de reparación y no puedes reparar si empiezas violentando su voluntad. Querer dar una respuesta ágil no implica que tenga que ser al día siguiente”.
Fallarás coincide que, cuando un medio de comunicación señala a una mujer que ha sido agredida sin su consentimiento y sin contar con ella, “la está señalando en un espacio no seguro ni cuidadoso”. Contrapone esa cultura periodística hegemónica con espacios colectivos como el que ha creado en su muro: “Las mujeres me dicen que les resulta tremendamente sanador narrarse y, sobre todo, leer a otras”. Además, han pasado de narrar una agresión concreta a relatar genealogías personales, un histórico de agresiones que abarcan desde la infancia a la vida en pareja.
La periodista aprendió con el #MeToo y el #Cuéntalo que el acto de romper el silencio era revolucionario, pero que alentar a las mujeres a denunciar violencia sexual exponiendo su cuerpo y su identidad resultaba “perverso”, porque podía dar lugar a nuevas agresiones y revictimizaciones. “Cada una que lo cuente como le dé la gana, pero yo entendí que debía crear un espacio donde pudieran preservar su identidad, y así, también la de su entorno”. Eso ha permitido que se multipliquen testimonios de abusos sexuales en la infancia: “En #Cuéntalo representaban en torno al 20 por ciento del total, lo que coincide con las cifras que manejan las instituciones. En cambio, desde que borró el nombre de las mujeres, están llegando al 70 por ciento. ¡Es muchísimo!”.
Con la revictimización que ya ha vivido Jare por parte de la justicia patriarcal en la audiencia para pedir medidas cautelares (cuyos detalles solo puede contar off the record) le basta y le sobra como para exponerse también al juicio mediático y a ser identificada por su agresor. Tiene miedo de pasarlo mal en el proceso judicial y que no sirva para nada, pero cree que no queda otra que tirar para adelante.
Jare viene a la entrevista con una camisa de estampados coloridos, grandes pendientes de aros y una sonrisa que intenta mantener por encima de los nervios y la angustia. “Estoy tirando adelante como puedo. Voy a la universidad porque mi madre quiere que tenga una rutina; si no, no saldría de la cama. Estoy en clase pero como si no estuviera, me evado un montón sin darme cuenta. A veces tengo que salirme porque me vienen imágenes y me saltan las lagrimillas. No me gusta, porque no quiero que la gente se dé cuenta de lo mal que estoy, ni mi madre. Me meto en la ducha a llorar. Intento aparentar que estoy bien, hago bromillas. Es un defecto que tengo desde pequeña; no me gusta que la gente me vea vulnerable”.
La agresión está afectando a su salud física y emocional. Ha adelgazado, porque ha perdido el apetito, le dan ataques de ansiedad y bajones en los que no puede parar de llorar. Lo peor son las noches: aunque toma pastillas para dormir, no siempre funcionan, y el simple hecho de tumbarse en la cama le resulta insoportable porque revive la agresión. Escribe en una nota del móvil de madrugada: “No puedo más, porque llevo 15 días así. Siento que no valgo nada, me arrancaría la piel, no me veo en el espejo. Siento mucha soledad. Me quiero morir y que acabe todo esto. ¿Cuándo acabará? Son las cuatro de la mañana, no puedo más”.
Han pasado 12 años desde que publicamos el reportaje ‘Yo quería sexo, pero no así’, que empezaba muy parecido a este. Pero su protagonista, Blanca, había tardado diez años en identificar que su “primera vez”, a los 18 años, fue una agresión sexual. En ese momento era novedoso contar que la mayoría de delitos contra la libertad sexual no los comete el desconocido que te asalta por la calle, sino hombres del entorno o ligues con los que la mujer había iniciado un encuentro deseado, y el hombre no entiende que ese consentimiento es reversible.
Vázquez ve en las jóvenes un “sentido de la justicia”, a veces acompañado de rabia y que es resultado de las movilizaciones feministas y avances como los legislativos: “Es un antídoto para ir disminuyendo la culpa”
Vázquez confirmó en ese reportaje, a partir de una investigación que dirigió, que son muchas las mujeres que no identifican como violencia las agresiones sexuales que han vivido, porque, como cedieron “por la presión, el chantaje” o por evitar la violencia física, “se quedan con que finalmente aceptaron o con que ellas lo buscaron”.
En estos 12 años han pasado muchas cosas además de las campañas virales mencionadas por Fallarás: la violación múltiple en Sanfermines, cuya sentencia (el juez lo calificó como abuso sexual y no como agresión), que llevó a millones de personas a manifestarse en las calles de ciudades de todo el Estado español; las huelgas feministas; la ley del solo sí es sí; el #SeAcabó. ¿Ha servido todo esto para que las mujeres identifiquen claramente las agresiones sexuales? ¿Y para que reduzca el estigma y la culpa?
La psicóloga contesta mediante audios de WhatsApp, de regreso de un congreso en Iruñea precisamente sobre violencias sexuales: “Hemos hablado mucho de que se ven cambios en la manera en que las jóvenes responden ante las violencias sexuales. Puede que no hayan asumido todo el discurso feminista, ni falta que hace, pero lo que asumen es que no son culpables de las agresiones ni tienen por qué tolerarlas”.
Y, sin embargo, a Jare solo le saltan las lágrimas cuando le pregunto si siente culpa. “Sí”. Contiene el llanto y sigue hablando. “Por mucho que me digas que no es mi culpa, me siento mal. Podría haber tenido dos dedos de frente antes de irme con él”. Eso sí, sabe que “no es justo” ni que le haya pasado esto ni que la sociedad pase página en cuanto los periódicos se tiran a la basura. Y Vázquez ve en ese “sentido de la justicia”, que a veces va acompañado de rabia y que es resultado de las movilizaciones feministas y avances como los legislativos, “un antídoto para ir disminuyendo la culpa”.
Pero hay otra emoción recurrente en el testimonio de Jare: “Cuando pienso en ello, sobre todo me da muchísimo asco”. Un asco que no se dirige solo al agresor, sino también hacia su propio cuerpo. De nuevo, a Fallarás no le sorprende: “Es la palabra que más se repite en los testimonios de agresión sexual, más que la vergüenza y la culpa, porque no implica elaboración, sino que es una reacción del cuerpo. Las mujeres hablan mucho de la necesidad de ducharse todo el rato”.
Con todo, el caso de Jare muestra otro avance generacional que destaca la directora de Sortzen: muchas víctimas van a denunciar junto con sus amigas, y las hay que también piden asesoría a Vázquez para aprender a acompañarse mejor. “Ahora hay una mirada muchísimo más colectiva de la violencia sexual, ya no se vive tanto en solitario, sobre todo en las agresiones en el espacio público”, coincide Karranza.
¿Y los hombres? ¿Ha calado también en ellos el mensaje social que pone el consentimiento en el centro? ¿Son los agresores conscientes de que están agrediendo? Karranza identifica una tendencia polarizada: “Muchos están concienciados: quieren ir con cuidado, asegurarse de que hay consentimiento, porque no quieren sentirse agresores. Y luego están los que no han entendido absolutamente nada. Por eso el foco tiene que estar en ellos, para que aprendan. Es ridículo que el Ayuntamiento salga a hablar de los puntos negros de la ciudad; lo que tienen que hacer es educación de prevención con ellos; por ejemplo, que tengan que hacer cursos con rol-playing, como hacemos nosotras en autodefensa feminista”. Por lo pronto, ha elaborado la ‘Guía definitiva para prevenir agresiones sexuales‘, que dirige a los hombres cis pautas como “si no eres capaz de calmar el calentón y tienes ganas de agredir a una chica: mastúrbate en un lugar privado. Si no consigues relajarte, pide un vaso con hielo y mete el pene dentro durante un rato hasta que te sientas aliviado”.
Una inquietud frecuente en los testimonios de las mujeres que han denunciado violencia sexual es preguntarse si los hombres no eran conscientes de que estaban violando. Karranza lo ve especialmente cuando se trata de agresiones sostenidas en el ámbito de la pareja: “La mujer sigue sintiéndose responsable o cuestionándose si fue suficientemente clara exprsando sus límites, incluso cuando hay evidencias físicas o verbales de que era un no”.
Karranza: “La mujer sigue cuestionándose si fue suficientemente clara expresando sus límites, incluso cuando hay evidencias físicas o verbales de que era un no”.
Fallarás cree que, a estas alturas, “los hombres y los chavales saben exactamente lo mismo que nosotras” y llama a abandonar la actitud paternalista hacia ello: “Las campañas institucionales son tan omnipresentes que claro que saben que estaba violando; usan como excusa eso de ‘no me daba cuenta de que no quería’”.
Norma Vázquez añade que los agresores jóvenes “han asumido un discurso victimista” (las mujeres son malas, mentirosas, exageradas…) como forma de lidiar con la culpa porque, aunque se niegan a reconocerse como agresores, sí que “son perfectamente conscientes de que están forzando la voluntad de la mujer y que eso estuvo mal”. Para el machista, agredir a una mujer en tiempos de auge del feminismo “refuerza su sentido de superioridad”: “Esta no es tan feminista, tan coherente como decía; al final es una estrecha o una puta, igual que todas”, ilustra.
“Los jóvenes están desamparados, porque nosotras hemos creado unas herramientas que vamos legando a las muchachas. pero los hombres no han hecho ese ejercicio”
Las tres expertas coinciden en una inquietud: los discursos adultistas que caricaturizan a los jóvenes como más machistas y violentos, como si eso (en caso de que fuera verdad) no fuera responsabilidad de las generaciones que han intervenido en su educación: “El desamparo de los jóvenes no tiene que ver con las mujeres ni con el feminismo, sino con que los mayores no han hecho su trabajo para que tengan a donde agarrarse. Nosotras hemos creado unas herramientas que vamos legando a las muchachas para que aprendan a manejarse, incluidos los relatos colectivos en redes. Los hombres no han hecho ese ejercicio, no han legado ninguna herramienta, si acaso algún comentario machista, como lo de que a ver si ahora hay que firmar un contrato para follar”, aporta Fallarás.
“Ahora les digo a mis amigas que tengan cuidado cuando salen de fiesta”, dice Jare. Le respondo que es un problema que la solución ante las agresiones sea limitar nuestra libertad y vivir aterrorizadas. Le pregunto qué habría que hacer con los chicos: “Formarles desde pequeños, desde chiquitines. Nos dan charlas en el colegio sobre sexualidad, pero no se habla de lo otro”.
“Lo otro” podría incluir algo que subraya la psicóloga: que las agresiones sexuales a menudo no contienen violencia física, sino que los agresores emplean una variedad de herramientas para forzar la voluntad de la mujer, además de su cuerpo: “el acoso, el agobio, el chantaje o el alcohol”. La psicóloga lamentó en el reportaje ‘Yo quería sexo pero no así’ que la sociedad se pregunte por qué una mujer no se opone con firmeza a una relación sexual no deseada, en vez de cuestionar por qué muchos hombres siguen sin aceptar la primera negativa. “Decir que no, mantenerlo y defenderlo cuesta”, afirmó entonces.
Fallarás llama a revisar el discurso sobre la sumisión química: “El imaginario de la chica a la que le echaron droga en la bebida crea una norma de buenas víctimas”
Fallarás también llama a revisar los discursos institucionales, educativos y mediáticos. Por un lado, insistir en los puntos negros es absurdo por otro motivo que explica la periodista: “Es más frecuente que el agresor lleve a la mujer que ha conocido de fiesta a una casa o a un coche”. Si hubiera sido el caso de Jare, no habría podido avisar tan rápido a sus amigas y tal vez habría influido en la decisión de denunciar.
El otro discurso que le preocupa es la sumisión química: “Me da rabia el imaginario de la chica a la que le echaron droga en la bebida, porque crea una norma de buenas víctimas”, exclama la escritora. En cambio, lo más habitual es lo que le pasó a nuestra protagonista: que el agresor se aproveche de que la víctima estaba bebida o drogada.
Una última clave para que denunciar la violencia sexual que sucede entre jóvenes en contexto de ocio nocturno no se traduzca en terror sexual es recordar que ese no es el único contexto ni la única etapa vital, sino lo más visible en la actualidad. En el muro de Fallarás, mujeres de hasta 60 años relatan historias de violencia sexual, especialmente en ámbito doméstico y en el laboral. De nuevo, es más difícil denunciar a un marido o a un jefe que a un desconocido. Más aún si se trata de un familiar; porque la denuncia salpica al resto de parientes: “Si yo digo que mi padre o mi abuelo me violaba, convierto a mi padre en un violador, a mi abuela en la esposa de un violador, y las mujeres no siempre pueden asumir algo así. Tengo la obligación de respetar sus procesos. De manera que cuando quitas la identidad, y ya no puedes saber quién es el padre o el abuelo del que están hablando, emergen todas las historias”, explica la periodista. Dicho de otra manera: cuando son violencias más difíciles de denunciar ante la justicia, relatarlas de forma anónima se convierte en una forma para gritar al mundo que eso ocurrió y que no se olvida.
Pero terminemos con los avances. Así como ahora las jóvenes van acompañadas por las amigas a denunciar, los agresores están perdiendo apoyo de su entorno, destaca Vázquez: “Empieza a haber algunas fisuras en la masculinidad, aunque leves. Los agresores pueden tener una camarilla que los jalee, pero también son muy conscientes de que van a encontrar resistencia, por supuesto que por parte de las chicas, pero también puede haber chicos que les desacrediten”.
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octubre 2024
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Los barrenos de las minas se silenciaron, las vagonetas dejaron en suspenso el traqueteo, y los rostros teñidos de hollín levantaron los puños y las armas en la madrugada del 5 de octubre de 1934, se iniciaba el movimiento revolucionario en Asturias. Una revuelta obrera sin precedentes en el territorio español y que determinaría drásticamente el inicio de unos acontecimientos que no solamente tuvieron repercusión en ese año, sino que iniciarían el ciclo revolucionario que tuviera su segundo capítulo en 1936.
Durante dos semanas esta comuna asturiana tomó el control de ayuntamientos y se desarmó a la Guardia Civil en sus cuarteles, la revuelta se extendía al son de la pólvora obrera, pero sería aplastada con la mayor de las durezas por el gobierno republicano, con el general de división Francisco Franco a la cabeza, y el militar Manuel Goded. Estos sucesos fueron seguidos minuciosamente en el día tras día debido al testimonio de los propios revolucionarios, y los periodistas que narraron los acontecimientos en primera persona, por lo tanto la información es cuantiosa incluso en nuestros días para reparar sobre su desarrollo y consecuencias.
El octubre rojo asturiano se fundamentaba sobre la estrategia de la alianza obrera, inspirados en la Comuna de París unos sesenta años atrás, y la huelga general revolucionaria como arma principal de la corriente de lucha anarcosindical. A pesar de su derrota se pueden sacar valiosas lecciones históricas, entre otras, que el arraigo fundamentalmente en Asturias de este conato revolucionario y que no se extendiera de manera triunfante a otros territorios la dejó expuesta a una represión feroz por parte de los militares españoles. Nos puede conducir a pensar mejores estrategias, alianzas y en cómo escalar movimientos revolucionarios a través de frentes y organizaciones obreras que agiten de manera victoriosa en todos los territorios y a todos los niveles golpeen de manera unísona al capital.
Tras la proclamación de la Segunda República española los acontecimientos políticos y sociales toman otro ritmo, y los movimientos organizados adquieren perfiles y rumbos definidos hacia una inevitable lucha revolucionaria de clases. Tanto las bases anarcosindicales de CNT, como otras entidades comunistas toman sus posiciones basando sus análisis en la entrada en un ciclo político en el que la confrontación era un hecho que estaba por estallar y se daría de manera explícita. El bienio progresista de Manuel Azaña había generado leyes para aplacar el ímpetu revolucionario obrero y campesino, y cuando no consiguió controlar la situación política de esa manera, utilizó la fuerza represiva como en Casas Viejas, Arnedo o Castilblanco. Eso conllevó una consecuente derrota en las elecciones de noviembre de 1933 y el inicio del bienio radical-cedista de signo conservador. Las organizaciones sindicales o revolucionarias como CNT habían lanzado la revuelta de Zaragoza de diciembre de 1933 con nefastas consecuencias, y era evidente que se necesitaba buscar alianzas desde las bases y aferrarse a la solidaridad obrera como medio para construirse. El gobierno de derechas trataba de contener igualmente sus crisis internas y tensiones, la CEDA de Gil Robles estaba tomando rumbos y discursos próximos al fascismo y en septiembre de 1934 este partido celebraba una concentración en Covadonga incrementando temores de un posible golpe de mano. Los primeros días de octubre se anunció la formación de un nuevo gobierno presidido por Alejandro Lerroux, republicano conservador de vieja estirpe. Esto precipitaría los acontecimientos, proclamándose al día siguiente la huelga general revolucionaria y la proclamación del estado de guerra por parte del nuevo gabinete de gobierno.
En la primavera de 1934 se venía ensayando y conformando la denominada Alianza Obrera, una iniciativa surgida de Cataluña y comentada desde la organización antiestalinista Bloque Obrero y Campesino (BOC), extendida al resto del país por la UGT y PSOE, dirigida desde enero de 1934 por Largo Caballero. Esta idea trataba de sumar apoyos frente al creciente fascismo español, un frente en la forma de alianza obrera que explorase la estrategia insurreccional para impulsar una revolución. Sin embargo, esta construcción de una alianza desde las direcciones de organizaciones políticas es algo que motivó el rechazo de la CNT, viendo que integrarse en ella sin darle potencial desde la militancia de base no tendría un verdadero sentido revolucionario. La anarcosindical no se integró en esta propuesta a nivel de Cataluña, ni tampoco a nivel del resto del territorio español, no así como en Asturias, donde se daría la Unión de Hermanos Proletarios (UHP).
Los revolucionarios llevaban bastante tiempo robando armas por sus propios medios en las fábricas de Oviedo y de Trubia, o compradas a contrabandistas, mientras que la dinamita fue obtenida directamente de las cuencas mineras. Fueron escondidas todas estas armas en depósitos clandestinos de las organizaciones que formaron parte de la alianza obrera. Sin embargo, pocos días antes de la insurrección la Guardia Civil se hizo con un alijo de armas en el buque «Turquesa» en el municipio costero de Muros de Nalón. Igualmente las fuerzas militantes del movimiento ya venían preparándose y realizando entrenamientos en excursiones y clubes culturales, las juventudes socialistas y libertarias se habían preparado como combatientes organizados capaces de sostener un levantamiento revolucionario. Se estaba logrando una unidad de ritmos, estructuras y movimiento obrero que tenían potencial insurreccional y que estaría por estallar con la convocatoria de la huelga general la madrugada del 5 de octubre de 1934.
Los mineros de las cuencas en Mieres y en Langreo pasaron a la acción tomando decenas de puestos de guardias civiles en asaltos coordinados en la mayor ofensiva contra ese cuerpo represor en su historia. También en las inmediaciones de Oviedo se proclamó el triunfo de las milicias obreras en el cuartel de infantería y capturando una sección de la Guardia de Asalto enviada tras la proclamación del estado de guerra por parte del gobierno. Sin embargo, no pudo tomarse la ciudad por un error técnico a la hora del apagón de luz que debía haber sucedido para que las milicias se levantasen, por lo que el Ejército y la Guardia Civil tuvieron tiempo de preparar las defensas. Las columnas mineras entraron igualmente en la ciudad y se tomó el ayuntamiento, el cuartel de carabineros y la estación de ferrocarril, pero sobre todo el cuartel de la Guardia Civil y la fábrica de armas entre los días 8 y 9 de octubre. Los cuarteles militares de Pelayo y Santa Clara quedaron cercados con mil soldados en su interior, y a la espera de que llegasen refuerzos en su apoyo frente a la fuerza obrera.
En Gijón el movimiento insurreccional estuvo limitado por la falta de armas y municiones, se distribuyeron entre grupos organizados obreros muy concretos que levantaron barricadas en los barrios populares de la ciudad. Sus acciones tácticas más destacadas fueron al atracar en el puerto el crucero «Libertad» con un batallón de soldados gubernamentales, ya que los grupos armados gijoneses apoyados por mineros de La Felguera combatieron a estas fuerzas que trataban de abrirse paso hacia la capital ovetense. El resto del territorio asturiano en pocos días quedó bajo el control de una milicia obrera armada compuesta por casi 30 mil activos que organizaron comités revolucionarios en los concejos, preparaban defensas y asaltos a otras fábricas de armas y cuarteles. En Avilés la acción más notable fue el hundimiento del buque «Agadir» en el puerto antes de la llegada de la columna del general López Ochoa para impedir el refuerzo de unidades de esa flota. Los principales líderes sindicales y obreros organizaron una estructura política a través del Comité Revolucionario Asturiano y una dirección militar de las operaciones para hacer frente a la respuesta gubernamental.
Desde el gobierno se adoptaron medidas represivas inmediatas tomando la revuelta como una guerra, que en realidad es lo que pretendía ser contra el capital y el fascismo incipiente en España. Gil Robles solicita la intervención de los generales Franco y Goded, que habían participado de la represión en la Huelga General de 1917. Estos recomiendan el envío de tropas de la Legión y de Regulares desde Marruecos; enviando además el crucero «Almirante Cervera» y el acorazado «Jaime I», es decir, la élite soldadesca para reprimir a los mineros. El Ministro de Guerra, es decir, el lerrouxista Diego Hidalgo, justificó el empleo de fuerzas represivas no peninsulares porque eran las únicas fuerzas militares españolas que habían entrado en combate en África, sin embargo, se pretendían evitar muertes de soldados peninsulares y encontraban en los Regulares africanos la mejor carne de cañón contra los obreros asturianos para saquear, asesinar y someter a la población.
Varias columnas de tropas se desplegaron por el territorio asturiano en cuatro frentes distintos; el primero venía desde el sur el mismo 5 de octubre atravesando el puerto de Pajares dirigido por el general Balmes. Los mineros organizaron la resistencia desde Mieres, y milicias obreras frenaron ese avance hasta el día 10 de octubre, pero lograron romper las defensas mineras con el uso de artillería y asediaron la cuenca del Caudal. El frente por el norte desembarcó en Gijón y haciendo frente a la resistencia obrera inicial, el teniente coronel Yagüe junto a legionarios y Regulares avanzaron hacia Oviedo, de la misma manera que lo hacía López Ochoa desde Galicia y la columna este desde Santander con el coronel Solgacha, que encontró resistencia en La Felguera. El 11 de octubre se disolvía el Comité Revolucionario en Oviedo y se retiraban a las cuencas mineras, aunque las últimas resistencias obreras aguantarían en la capital dos días más. López Ochoa acudió a las cuencas mineras a firmar la rendición del nuevo Comité Revolucionario que se había creado, mientras que Franco y Yagüe, o Gil Robles desde Madrid, abogaban por una represión brutal. Los mineros optaron por varias vías; algunos se entregaron y centenares fueron detenidos, y otros huyeron a las montañas escondiendo sus armas. Se desataría a partir del 18 de octubre de 1934 unaferoz represión que llevaría a la casi desarticulación del movimiento obrero organizado en las zonas mineras con miles de presos revolucionarios en todo el país dispersos.
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Ya no solo vivimos en una época de degradación ética y de principios, sino incluso, de penoso debilitamiento ideológico. Parece como si se hubiesen apagado las luces que durante tanto tiempo alumbraron a una izquierda firme en sus convicciones y con un sentido claro de la defensa de la dignidad y de la justicia.
Hay que decirlo alto y claro. La llamada izquierda, en general y en muy distintos grados, parece estar entrando cada vez más en la trampa tendida por el capitalismo rampante a nivel planetario. Juega en su campo y con sus reglas, las que ha impuesto el propio capitalismo. Y así, es imposible ganar. Y lo hace con un árbitro comprado en ese gran estadio con lucecitas que han construido llamado “Democracia” mediante un sistema parlamentario basado en la delegación de voto, en el ‘pórtate bien y quédate en casa’ y ‘no me molestes más hasta dentro de cuatro años’ que puedes volver a votar para que todo siga prácticamente igual.
La Historia de la humanidad ha estado plagada de luchas por conseguir una sociedad más justa, un mundo mejor. Y dentro de estas luchas, están todos los procesos revolucionarios o de transformación social profunda que se han visto atravesados por enfrentamientos en los que la violencia armada la han practicado todos los agentes implicados, tanto las clases poderosas y dominantes que, con la ayuda de los aparatos del Estado, ejercen el monopolio exclusivo del uso de la fuerza para seguir manteniendo sus propios privilegios, como aquellos que resisten y combaten la violencia estructural existente.
¿O es que no existe violencia estructural y permanente hoy día, incluso más que la que conocimos en épocas pasadas? ¿No es violencia la ejercida por las transnacionales que se sitúan por encima de los Estados? ¿Y la del complejo militar-industrial, y la del oligopolio energético, y la de los laboratorios, y la de las megaempresas digitales que abanderan la era cibernética?
Pero, incluso, no hace falta que sean procesos de lucha revolucionaria o de transformación social, para que esa agresión armada estructural de las principales potencias y de los grupos más poderosos aparezca en forma salvaje. A fecha de hoy existen 56 guerras activas a nivel mundial. La gran mayoría de ellas tienen como trasfondo la codicia en la obtención de los recursos naturales que guardan países y pueblos que, o bien no pueden defenderse de esta agresión, o sus poblaciones son utilizadas como carne de cañón para enfrentarse entre ellos mismos, mientras otros se llevan las ganancias.
Así que, ¿de qué estamos hablando? Pues, en primer lugar, de algo tan básico como que no hay arquitectura política ni institución alguna en este planeta (las Naciones Unidas han dado ya sobradas muestras de su irrelevancia e incapacidad) que sea capaz de encauzar y resolver los conflictos sin el recurso a la violencia. Y, como corolario a esta situación, de una pregunta tan básica como necesaria y que está desapareciendo del horizonte emancipador: ¿Tiene la izquierda que rechazar a posibilidad del recurso a la lucha armada cuando ya no queda ninguna otra posibilidad de arreglo pacífico?
Y hay que decir que la izquierda mundial, en general, está renunciado a que la “resistencia armada” pueda ser utilizada como forma de defensa, incluso a “comprenderla”, so pena de ser acusada de “connivencia” con el “terrorismo”. Y lo que está ocurriendo en Gaza es muy ilustrativo al respecto.
Carlos Varea, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro destacado del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (CSCA) y coordinador de la CELSI (Campaña Estatal por el Levantamiento de las sanciones a Iraq) en la década de 1990 y hasta 2004, considera que el panorama regional e internacional ha cambiado mucho en estas dos últimas décadas.
“El problema en concreto de Palestina, de Gaza, es que hay unos referentes de lucha armada que han cambiado el perfil de la militancia clásica y, quizás, esa es la razón por la que la izquierda no se identifica con referencias determinadas, que ahora son corrientes predominantemente islamistas. Más allá de eso también creo que hay otra valoración vinculada a la absolutamente desproporcionada respuesta israelí frente a la acción de Hamas de octubre, en la que ponen en marcha este proceso de ataque genocida contra Gaza que hace que no se contemple la consideración de que la respuesta armada siempre va a tener una réplica por parte de Israel abrumadoramente desoladora para la población palestina. Yo no tengo clara la actuación de Hamas en octubre, para mi esta organización no es un referente de resistencia político, quizá porque pertenezco a otra generación pero, en cualquier caso, lo que no se puede erradicar del debate es el derecho a la resistencia armada. Otra cuestión es valorar si la respuesta de Israel al ataque de Hamas estaba medida. Y a mi lo que me preocupa fundamentalmente no es el derecho del pueblo palestino a resistir sino la capacidad que puedan tener las organizaciones, en este caso armadas o político-militares como Hamas, de gestionar la avalancha militar y genocida que está sufriendo la población, es decir, la gestión de la crisis posterior. Eso es lo que me preocupa, no cuestionar el derecho a la resistencia armada sino valorar si son capaces las organizaciones armadas palestinas de proteger a su propia población”.
¿Va a ser quizás el genocidio en Gaza un punto de inflexión que determine en la práctica una claudicación de la izquierda en principios fundamentales, como es el del legítimo derecho a la defensa y a la resistencia armada?
“Yo creo que no se debe renunciar porque forma parte de la lucha anticolonial, esto es algo que se inscribe en el marco de una herencia todavía vigente de dominación colonial. De ahí venimos. Siempre es muy cómodo hablar desde el sillón de nuestras casas de lo que deben hacer o no los palestinos, pero el principio del derecho a la resistencia armada es inviolable, en ese sentido está reconocido como legítimo por organismos internacionales, incluso por las propias Naciones Unidas. Lo que ocurre es que el pueblo palestino ha ensayado muchas fórmulas de resistencia militares, pero también de carácter más pacífico, como fueron las Intifadas, un ensayo de sustituir a la resistencia armada tradicional que había fracasado, que había sido derrotado por movilizaciones populares y realmente y ahora, lo que nos encontramos, visto desde fuera, es que estamos en un terrible callejón sin salida, porque cualquier acción militar, que suelen ser muy simbólicas como el lanzamiento de cohetes que apenas provocan daños materiales, a veces simbólicos, pues obtiene una respuesta muy desmesurada, que no deja margen de maniobra alguno, sobre todo si la comparamos con las terribles acciones que viene cometiendo regularmente tanto el ejército israelí como los colonos contra una población palestina indefensa”.
Para Varea, buena parte de la izquierda organizada “está haciendo un uso instrumental de la cuestión palestina, de lo que pasa en Gaza. Y se utiliza como un ladrillo que se lanzan a la cabeza unas y otras formaciones para reivindicar o para utilizar el sufrimiento del pueblo palestino. Está habiendo mucho sectarismo con esto entre las organizaciones políticas, algo que contrasta con el hecho de que la inmensa mayoría de la población en el Estado español es pro palestina y que, a poco que se le anime a manifestarse bajo lemas sencillos y directos, lo va a hacer. Insisto, creo que el problema de la izquierda, en general, es que está haciendo un uso partidista de este drama del genocidio en Gaza y que no se está movilizando la población. En Madrid, por ejemplo, se han convocado manifestaciones distintas en fines de semanas consecutivos y la gente yo sigo pensando que no se moviliza por un lema concreto o por la letra pequeña de un comunicado sino por lo que está viendo en la tele, que es tan espantoso, que podría concitar movilizaciones masivas. Mira Londres o EEUU que están dando una lección de convocatorias unitarias…”.
Luego está la gran hipocresía que se vive a diario. Mientras Ucrania tiene derecho a defenderse frente a la agresión armada de Rusia, el pueblo palestino, en cambio, no lo tiene con respecto a la agresión israelí. ¿Por qué razón? ¿No son estas dos varas de medir bien distintas? Es más, si lo hace la resistencia armada palestina, son directamente “terroristas”. Pero si lo hace el Ejército israelí, por orden de su Gobierno sionista, se considera “legítima defensa”. “Es evidente. Yo, por mi tradición personal y política no soy nada filoruso, ni mucho menos a favor de Putin; todo lo contrario. Y creo que a parte de nuestra izquierda enseguida se le ve el plumero de un viejo imperialismo soviético estaliniano que hereda Putin y luego también está ese alineamiento de algunos con Irán que, para mí, no es un referente en absoluto. Pero es evidente que hay dos varas de medir, sin duda alguna”.
El pasado parece borrado de un plumazo. ¿Quién resistió el embate del fascismo en Europa durante la II Guerra Mundial? ¿No fueron milicianos con las armas en la mano? ¿Vamos a borrar de un plumazo todo lo que significaron las luchas de milicianos, maquis, resistentes, guerrilleros…?
A la izquierda le están cambiando los papeles históricos que la caracterizaban y todo indica que lo va aceptando. Todo en nombre de la “Democracia”. De esas “Democracias” que siguen vendiendo (o comprando) armas a Israel o comerciando con ese Estado para que siga perpetrando contra el pueblo palestino un holocausto incluso televisado.
Las preguntas son simples pero nos interpelan en múltiples direcciones: ¿Dónde queda el derecho a defenderse cuando te están masacrando? ¿Quién otorga los títulos de víctimas y victimarios? ¿Permitimos que las reglas de juego en este nuevo orden mundial las marquen los poderosos o los explotados? ¿En qué situación quedan entonces laluchas de muchos pueblos o sectores de la población que se ven absolutamente avasallados por quienes ejercen de manera autoritaria el monopolio de la fuerza para enfrentar reclamaciones y reivindicaciones legítimas? ¿Qué consecuencias va a tener esta deriva ideológica, este abandono de esta referencia de la necesidad de defensa legítima ante las agresiones armadas?
Carlos Varea apunta en esta línea que “hay ensayos de resistencia armada en Cisjordania no alineados con las organizaciones tradicionales palestinas ni con la autoridad palestina, ni con Hamas ni con los islamistas, y que son limitadas, pero muy interesantes de seguir. Y todo ello en un momento en que la desestructuración social y los niveles de agresión social hacen que los límites de la supervivencia para estos pueblos sean cada vez más estrechos y que su capacidad de responder o de afrontar lo que está ocurriendo ante la agresión israelí se reduzca prácticamente a mantenerse como pueblo en el sentido de identificarse como palestinos”.
Con unas Naciones Unidas totalmente inoperantes, con unos tribunales internacionales de justicia con nula capacidad de actuación efectiva, con las principales potencias del Primer Mundo a favor del agresor israelí, con unos países árabes que han abandonado al pueblo palestino más allá de cierto postureo político interesado… ¿qué espera la izquierda mundial que hagan los palestinos? ¿no defenderse?, ¿rendirse?, ¿dejarse masacrar?, ¿contemplar estoicos su propio final?
“La esperanza yo creo que proviene no de buscar interlocutores políticos en Palestina o donde sea sino de recuperar la conciencia de que es la capacidad de resistencia de la población, cuando se pueda recuperar o se pueda normalizar mínimamente la situación, la que nos dará de nuevo un referente para apoyar y solidarizarnos con ellos. Y creo también que en la izquierda, como ha ocurrido en muchos otros procesos, pecamos de una especie de aleccionar a los palestinos como tienen que afrontar la situación… A mí ya no me queda la capacidad de valorarlo políticamente…”.
De tanto ceder en la práctica la izquierda mundial lleva camino de claudicar no solo en conceptos sino en principios fundamentales. Y esto es el comienzo de una derrota política e ideológica total. Se ha tragado el sapo de una paz, cuyo sentido es bien distinto según quien tenga agarrada la sartén por el mango, es decir, la tecnología militar suficiente para machacar al adversario.
Todo esto no tiene sólo que ver con un problema que alcanza su máximo expresión ahora en ese campo de concentración en que ha encerrado a la población palestina en Gaza y Cisjordania. No, es algo mucho más global. Tiene que ver con una disposición ideológica que, en aras de un pretendido pacifismo, ha acabado por desarmar hasta el discurso de la propia izquierda mundial. Igual es que hay que comenzar a cambiar la historia de David y Goliat porque hemos condenado al primero a la indefensión total.
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