Y quizás amanezca, pero deberá ser en otro mundo.

24 de junio de 2020. Fuente: La pupila insomne

En la tragedia griega el hombre (el héroe) se enfrenta con su destino previamente fijado y lo desvía. Lo eclosiona. Podría quedarse quieto y vivir o sobrevivir sin desafiar lo que le ha sido otorgado. Sin embargo, por deseo, por voluntad de justicia, por necesidad, porque es lo que siente que debe hacer, por amor o por odio, por principios, se enfrenta a su destino.

Por Sara Rosenberg

Quizás simplemente sea porque estar vivo implica en algún momento de la vida desafiar al destino. Enfrentarse con lo dado para crear algo nuevo. Todo lo demás es conformismo, obediencia, muerte de la vida. Esclavitud.

Y la historia nos demuestra que los grandes saltos son también modos de detenerse para saltar después al abismo. Todo por crear, nada por guardar. Todo por ganar y nada por perder salvo las cadenas, diría repitiendo nuestra vieja consigna.

Este virus extraño y tan desconocido como previsible podría entenderse como una metáfora –o un avatar- cruel de la quietud, de la pérdida de la capacidad de enfrentarnos con nuestro destino otorgado y aceptado como el único posible. Es el virus de la quietud, es la pasividad lo que nos aterra, la imposibilidad de mantener los vínculos sociales de donde nace toda fuerza y todo pensamiento humano.

Sin embargo recién ahora empieza a romperse por todos los costados y la humanidad entera vuelve a moverse y a pronunciarse a partir de un hecho detonante, pero que ha sido la norma en el mundo de la explotación del hombre por el hombre porque la esclavitud de los pueblos americanos y la caza de esclavos en África para conquistar capital y territorios funda un modo de producción y de vida hasta nuestros días. El modo de producción capitalista.

El asesinato de un hombre negro a manos de la policía en Estados Unidos, un hecho que se ha repetido miles de veces con total impunidad, en esta coyuntura es la gota que colma el vaso. Un balcón al abismo. Y al mismo tiempo un puente en construcción entre la historia y el futuro. Es notable y celebro que las estatuas de colonizadores, esclavistas y asesinos sean derribadas, pintadas y señaladas. Han permanecido demasiado tiempo insultando la memoria de millones de víctimas, -como en el caso de Leopoldo el Belga-genocida del Congo- entre otros tantos piratas, esclavistas y colonizadores.

Como dice Benjamin, “La tradición de los oprimidos nos enseña entretanto que el “estado de emergencia” en que vivimos es la regla. Debemos llegar a un concepto de historia que resulte coherente con ello. …” [1]

En Madrid, que es una zona de alto riesgo estuvimos casi cien días encerrados y aterrados por no saber qué estaba pasando y qué pasa. Algo se movió en los talones. Algo nos hizo desconfiar de todos los que decían saber y algo nos hizo buscar razones o causas o explicaciones un poco menos paranoicas.

Algo empezó a humanizarnos, tal vez, porque aunque fuera en medio de una tragedia que como toda tragedia es incontrolable, nos hizo estar juntos y compartir destino; aunque está claro que no todo destino es el mismo: no es lo mismo estar en la cola del hambre que estar en un chalet y en la seguridad médica privada. No es lo mismo, pero al mismo tiempo el calibre del desconocimiento nos igualó por algunos instantes. Y los que sólo tenemos seguridad publica -salud pública, educación pública, vivienda y trabajos precarios- comprendimos rápidamente que el estado y lo público habían sido golpeados de muerte y que las privatizaciones que pagamos con nuestro trabajo nos condenaban a tener una salud pública incapaz de hacer frente a la catástrofe. [2]

Aquí en España, en Italia, en Estados Unidos, en Francia, Bélgica, Suecia, etc etc… la salud y todo los llamados “derechos humanos y sociales” fueron privatizados mientras nos dedicábamos a endeudarnos y a divertirnos y a pensar que existía eso que llamaron el estado del bienestar y que el capitalismo “bueno” era posible.

Trabajar fue la ley y cobrar poco y aceptar siempre porque no hay otro curro, fue la consigna. La súper-explotación se cebó con todos y las ganancias de las grandes corporaciones se triplicaron. (Ver estadísticas, hay muchas y no es lo mío)

Es curioso, la vida es curiosa y trágica siempre. Por primera vez después del confinamiento y hace solo dos semanas fuimos a la Puerta del Sol a protestar, con mascarilla y sólo cincuenta personas guardando distancia de seguridad de metro y medio. Siempre obedientes, siempre correctos. Pedimos con carteles y con palabras que hubiera un fondo de emergencia y que no se recortaran más derechos ni sociales ni laborales. Lo mínimo.

Antes de este gesto en Puerta del sol, los fascistas habían salido a la calle a golpear cacerolas gritando “libertad” en el barrio de Salamanca y en otros barrios ricos del país. Una palabra para analizar a la luz de qué libertad es la que piden y porqué la piden. Sobre todo cuando son los que siempre han condenado la libertad y desde siempre la han perseguido. Pensé entonces que invertían el sentido de la palabra, tal como los nazis invirtieron el sentido del socialismo, -el nazional-socialismo- refiriéndose a la libertad de seguir explotando la fuerza de trabajo, de la limpiadora, de sus obreros, o camareros, o dependientes de tienda, o de sus inquilinos, ya que son dueños de la mayoría de los edificios-burbuja inmobiliaria, de la libertad para traficar, mercar y ganar. Todo un tema el tema de la palabra “Libertad”. También en USA los grupos fascistas- suprematistas salieron a la calle a gritar “libertad”, y en Argentina y en Brasil hicieron lo mismo, gritaron “libertad” al son de sus cacerolas en contra de la ayuda médica solidaria de Cuba y en contra de las medidas de protección.

¿Libertad para qué, qué libertad, libertad para explotar o libertad para hacer justicia? ¿Libertad para que nada cambie, libertad en si, o libertad para si? ¿Libertad para ser solidarios, humanos, internacionalistas?

En un momento, durante el mes de abril –en el pico de la pandemia y los muertos in crescendo -pensé que no era solo un virus de laboratorio sino un programa de eugenesia muy bien controlado; o dirigido, al menos. Me permito, como todos un cierto grado de paranoia. Los viejos sobran, no producen y mueren. No hay que pagar largas jubilaciones y hay más de veinte mil viejos muertos en residencias privadas administradas como granjas y negocio…que dejarán en las arcas del estado sus jubilaciones.

Bueno, realmente quería justificar con este texto solo un deseo y una especie de constatación: lo dicho, no es científico mi planteamiento, solo empírico, pero creo que el virus se asusta cuando nos humanizamos, luchamos y tomamos el destino en nuestras manos y que pulula y se incrementa con la pasividad y con la aceptación y el miedo, tal como el dicho popular que nos contagiaron previamente “es lo que hay…y hay que aceptarlo” porque esa derrota asumida es el núcleo de una cultura agónica, y claro, enferma.

El destino –y su hija la obediencia ciega- esa entelequia que niega la historia y cualquier transformación se ha colado en nosotros para debilitarnos y para hacer que el pensamiento débil nos cuente siempre historias de sin salida (en películas, novelas, series…) donde la condena de la rebeldía es constante y la historia como bucle es inevitable. Nada más alejado del espíritu trágico y del héroe.

Y por eso el dolor –el “yo” en sus aisladas desgracias- se coloca en el centro de la historia y tergiversa la palabra “libertad”. Una sensibilidad burguesa que huele a podrido y que tal vez, eso es lo que más deseo -si el virus no se aposenta en mis pulmones a modo de venganza- podamos vencer entre todos.

Lo cierto es que el planeta entero se mueve y depende de nosotros romper las cadenas que no supimos ver a tiempo. El virus es solo eso, una especie de ceguera que empieza a despejarse. Y ha desnudado los resultados del neoliberalismo que no sólo debilitó y corrompió los estados y lo público sino el espíritu colectivo y propiamente humano.

Y en este desnudo integral hemos visto con toda claridad dos modelos: o capitalismo salvaje (en el que vivimos y morimos a mansalva) o socialismo (aquellos países que como Cuba, Venezuela, Nicaragua, China, Corea, Viet –Nam y con todos los matices y problemáticas que conocemos – Rusia, Irán y Siria) han enfrentado la pandemia reforzando el estado y lo público, haciendo que prevalezca la salud sobre el negocio/ganancia y con otro concepto, donde la “humanidad” tiene sentido. Porque como dicen los cubanos, “Patria es humanidad” y treinta y cuatro brigadas médicas, -dos mil quinientos cooperantes en veintiséis naciones, que se suman a otros que estaban en cincuenta y seis países más- lo han demostrado ampliamente.

Si, son dos modelos, la máxima ganancia acumulada por un 1% y que necesariamente cuenta con estados destruidos y débiles en nombre del derecho absoluto de las corporaciones y el globalismo, o estados fuertes y participativos desde la base que defienden lo público, la distribución equitativa de la riqueza y la preservación y desarrollo de la humanidad y el planeta.

Insisto, no me guardo ningún claroscuro, porque las tonalidades de grises son parte de todo proceso de cambio. La tragedia traerá una transformación, habrá que pensar, aprender e inventar el modo para salir del congelamiento y su virus: el miedo a cambiar y a perder o ganar, inoculado a través de un aparato ideológico y cultural implacable e inmenso que ha sido capaz de torcer el sentido mismo de la palabra libertad, porque la libertad humana solo es posible construyendo el “Nosotros”, socialista y soberano.


No puedo en este corto espacio hablar de las corporaciones militares y la tremenda ofensiva sobre Venezuela, Cuba y Siria, el desplazamiento de tropas a las fronteras del este de Europa, la macabra propaganda contra China y toda la agónica ofensiva imperialista. Pero la solidaridad se extiende y vencerá, ni bloqueos ni sanciones pueden detener el curso de la historia.

Notas

[1Tesis de filosofía de la historia. Walter Benjamin. (tesis nº VIII) – (Premia editora, La nave de los locos, Mexico 1977)

[2Todo mi agradecimiento a los trabajadores sanitarios que pusieron el cuerpo a pesar de la falta de medios y la precariedad a la que nos condena el sistema neoliberal.

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